“Resolver o renunciar”, o “armar bardo y esconderse, para
que no te tomen las cámaras”
Se sienten, en el fondo de sus corazones, injustamente derrotados por
“políticos mediocres” y “burócratas clientelísticos”.
Ellos, los príncipes de la nueva política, eficientes y limpios,
pasaron por la universidad y conocen el mundo: son muy viajados.
“¿Cómo puede ser que nos derroten estos políticos de cabotaje, estos
impresentables de siempre?”, se preguntan.
Algunos de estos gerentes de la nueva política duermen con la valija
cerrada al lado de la cama.
………
“Soy demasiado bueno y honesto
para la política”.
Olvidan que los verdaderos militantes políticos no tienen dónde volver,
porque pertenecen, en cuerpo y alma, a la lucha política.
Porque no podrían hacer otra cosa, porque nacieron para eso, porque
quemaron las naves.
Un gerente es demasiado cerebral y tiene demasiado “sentido común” para
quemarlas.
Un militante se mide no por cómo reacciona ante una victoria, sino por
cómo se recupera de las derrotas.
¿Se recuperarán estos muchachos o tomarán la valija y volverán, sanos y
salvos, a casita?
Necesitan un examen profundo para entender lo que les ocurre.
Son amateurs jugando a ser profesionales.
No dominan del todo la materia y, en el fondo, la desprecian un poco.
Toda la nueva oposición está llena de estos personajes tiernitos y
bienintencionados: aves de paso queriendo comerse crudas a las fieras.
No se le puede enseñar política a un negado, así como no se le puede
enseñar música a quien no tiene oído.
Entender la política, entenderla de verdad, es un don: se tiene o no se
tiene.
Es un saber que no se adquiere en los libros ni en los claustros.
Se adquiere en la calle y con las entrañas.
Pero el ser humano desarrolla las habilidades que necesita, de manera
que no todo está perdido.
La nueva oposición está llena de sordos y zoquetes.
Hay muy pocos afinados y casi ningún oído absoluto.
…………..
Luego, por supuesto, está todo ese asunto de los personalismos.
En la Argentina,
todo gira en torno de tres o cuatro dirigentes que lucen bien en los programas
del cable, que suelen ser bastante autoritarios dentro de sus propios partidos
y que no saben adónde van.
Quiero decir, parecen poseer grandes convicciones y son buenos
“tribuneros” (no deberían quejarse tanto del atril, porque ellos lo llevan
incorporado), pero carecen de paciencia y flexibilidad para armar partidos
políticos consistentes, con alas izquierdas y derechas, con democracia interna
y participación.
Descaradamente personalistas, un día tienen tres millones de votos y
otro día no tienen nada.
Poseen una extraña alergia, que les contagiaron los encuestadores y la
“opinión pública” más ramplona de los contestadores automáticos de las radios,
que consiste en creer que toda alianza es la Alianza, o sea, un rejunte invertebrado e
incoherente que fracasa gobernando.
Y también que todo pacto político es el Pacto de Olivos, es decir, un
contubernio para repartir favores.
Pero hagamos nombres propios: si Carrió y Ricardo López Murphy hubieran
entendido de verdad la política, habrían recreado el espacio histórico
electoral de la Unión
Cívica Radical.
Pero como no la entienden, terminaron en esta nada insípida, inodora e
incolora, oposición para la gilada televisiva, que no puede juntar porotos y
que no logrará ponerle freno a la hegemonía.
La
Alianza era una bolsa de voluntades dispersas y el
Pacto de Olivos era un contubernio, pero el peronismo es una bolsa del mismo
estilo, aunque verticalista cuando se juega en serio, y el Pacto de la Moncloa era, al fin y al
cabo, un acuerdo político, aunque con buena prensa.
Algo tiene para enseñarle el oficialismo a la oposición.
Para empezar, su voluntad de poder.
El peronismo no tiene un puñadito de dirigentes destacados: tiene cien
candidatos potables en las gateras, con ganas de comerse la cancha.
No es dogmático y principista: acoge en su seno a hombres ubicados en
las antípodas ideológicas, aunque dispuestos, por las buenas o por las malas, a
aguardar su turno y a trabajar coordinadamente cuando la tormenta arrecia y
cuando el que manda tiene claro el horizonte y buena sintonía con la mayoría
electoral.
Casi nadie, por cuestiones del pasado, queda fuera del colectivo, y
nadie se rasga las vestiduras por hacerse amigo de un enemigo de antes, o por
codearse con un dirigente que piensa el país desde la otra orilla.
El radicalismo posmoderno tuvo estómago delicado, y así lo pagó.
No pudo tolerar las diferencias internas y expulsó de sus filas a los
opuestos, que a su vez se transformaron en estómagos delicados incapaces de
digerir las mínimas discrepancias.
Y así hasta el infinito.
Es decir, hasta la atomización y la anécdota.
Como la izquierda argentina, una diáspora interminable y minoritaria
con dirigentes inflexibles que se pelean por palabras vacías.
Sin dominar la materia, sin vocación ni visión política, sin sentido
común, sin pragmatismo y sin humildad, sin capacidad para acordar lo mínimo ni
para construir una idea, la oposición se juega en una comuna, es decir, en una
baldosa.
La hora de los no
políticos, Jorge Fernández Díaz.
Ya están grandes, deberían poderse atar los cordones de las Nike por si solos.
Que necesidad, aparte de mantener felices a los inútiles de
los consignistas por contrato, hay de competir con Macri; para demostrar que se
es más boludo.
¿No alcanzo con de la
Rua e Ibarra?