Somos conscientes de los riesgos que nos acechan en esta pregunta:
¿qué es Nietzsche hoy? Riesgo de demagogia («Los jóvenes están con nosotros…»).
Riesgo de paternalismo (consejos a un joven lector de Nietzsche). Y, sobre
todo, el riesgo de una abominable síntesis.
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Sabemos
cuales son los grandes instrumentos de codificación. Las sociedades no cambian
tanto, no disponen de infinitos medios de codificación. Conocemos tres medios
principales: la ley, el contrato y la institución. Los hallamos bien
representados, por ejemplo, en las relaciones que los hombres han mantenido con
los libros. Hay libros de la ley, en los cuales la relación del lector con el
libro pasa por la ley. Se les llama precisamente códigos en otros lugares, y
también libros sagrados. Hay otra clase de libros que tienen que ver con el
contrato, con la relación contractual burguesa. Ésta es la base de la
literatura laica y de la relación comercial con el libro: yo te compro, tú me
das qué leer; una relación contractual en la cual todo el mundo está atrapado:
autor, editor, lector. Y hay, luego, una tercera clase de libros, los libros
políticos, preferentemente revolucionarios, que se presentan como libros de
instituciones, ya se trate de instituciones presentes o futuras. Y hay toda
clase de mezclas: libros contractuales o institucionales que se tratan como
libros sagrados…, etcétera. Todos los tipos de codificación están tan
presentes, tan subyacentes, que los encontramos unos en otros. Tomemos otro
ejemplo, el de la locura: los intentos de codificar la locura se han llevado a
cabo de las tres formas. Primero, bajo la forma de la ley, es decir, del
hospital, del manicomio - la codificación represiva, el encierro, el antiguo
encierro que está llamado a convertirse, andando el tiempo, en una última esperanza
de salvación, cuando los locos empiecen a decir: «Qué buenos tiempos aquellos
en que nos encerraban, porque ahora nos hacen cosas peores». Y hay una especie
de golpe magistral, que ha sido el del psicoanálisis: se sabía que había
quienes escapaban a la relación contractual burguesa tal y como se manifiesta
en la medicina, a saber, los locos, ya que no podían ser parte contratante por
estar jurídicamente «inhabilitados». La genialidad de Freud consistió en atraer
a la relación contractual a una gran parte de los locos, en el sentido más lato
del término, los neuróticos, explicando que era posible un contrato especial
con ellos (de ahí el abandono de la hipnosis). Fue el primero en introducir en
la psiquiatría - y ello ha constituido finalmente la novedad psicoanalítica- la
relación contractual burguesa, excluida hasta ese momento. Y después nos
encontramos con las tentativas más recientes, en las cuales son evidentes las
implicaciones políticas y a veces las ambiciones revolucionarias, las tentativas
llamadas institucionales. He ahí el triple medio de codificación: si no es la
ley, será la relación contractual, y si no la institución. Y en estos códigos
florecen nuestras burocracias.
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Así,
conectar el pensamiento con el exterior, eso es lo que, literalmente, nunca han
hecho los filósofos, incluso cuando han hablado de política, de paseo o de aire
libre. No basta con hablar del aire libre o del exterior para conectar el
pensamiento directa e inmediatamente con el exterior.
«[…]
Llegan igual que el destino, sin motivo, razón, consideración, pretexto,
existen como existe el rayo, demasiado terribles, demasiado súbitos, demasiado
convicentes, demasiado distintos para ser ni siquiera odiados […] ». Éste es el
célebre texto de Nietzsche sobre los fundadores del Estado, «esos artistas con
ojos de bronce» (Genealogía de la moral, II, 17). ¿0 es el de Kafka sobre La
muralla china? «Es imposible llegar a comprender cómo han llegado hasta la
capital, que está tan lejos de la frontera. Sin embargo, aquí están, y cada día
parece aumentar su número […] Es imposible conferenciar con ellos. No conocen
nuestra lengua. […] ¡Hasta sus caballos son carnívoros!» (c). Pues bien: lo que
decimos es que estos textos están atravesados por un movimiento que viene del
exterior, que no comienza en esa página del libro ni en las precedentes, que no
se mantiene en el marco del libro y que es completamente distinto del
movimiento imaginario de las representaciones o del movimiento abstracto de los
conceptos tal y como éstos tienen lugar habitualmente mediante las palabras o
en la mente del lector.
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Y aún
queda un último punto. Volviendo al gran texto de La genealogía sobre el Estado
y los fundadores de imperios: «Llegan igual que el destino, sin motivo, razón»,
etcétera (d). Podemos reconocer en él a los llamados «hombres de la producción
asiática». Basándose en las comunidades rurales primitivas, el déspota
construye su máquina imperial que todo lo sobrecodifica con la burocracia y la
administración que organiza las grandes obras y se apropia del excedente («en
poco tiempo surge, allí donde aparecen, algo nuevo, una concreción de dominio
dotada de vida, en la que partes y funciones han sido delimitadas y puestas en
conexión, en la que no tiene sitio absolutamente nada a lo cual no se le haya dado
antes un «sentido» en orden al todo»). Pero también podemos preguntarnos si
este texto no reúne dos fuerzas que pueden distinguirse en otro sentido - y que
Kafka, por su parte, distinguía y hasta oponía en La muralla china- . Cuando se
investiga el modo en que las comunidades primitivas segmentarias han sido
sustituidas por otras formaciones de soberanía, cuestión que Nietzsche plantea
en la segunda disertación de La genealogía, vemos que se producen dos fenómenos
estrictamente correlativos, pero del todo diferentes. Es verdad que, en el
centro, las comunidades rurales quedan atrapadas y regladas en la máquina
burocrática del déspota, con sus escribas, sus sacerdotes, sus funcionarios;
pero, en la periferia, las comunidades emprenden una especie de aventura, con
otra clase de unidad, nomádica en este caso, en una máquina de guerra nómada, y
se descodifican en lugar de dejarse sobrecodificar. Hay grupos enteros que se
escapan, que se nomadizan: no como si retornasen a un estadio anterior, sino
como si emprendiesen una aventura que afecta a los grupos sedentarios, la
llamada del exterior, el movimiento. El nómada, con su máquina de guerra, se
opone al déspota con su máquina administrativa; la unidad nomádica extrínseca
se opone a la unidad despótica intrínseca. Y, a pesar de todo, son fenómenos
tan correlativos y compenetrados que el problema del déspota será cómo
integrar, cómo interiorizar la máquina de guerra nómada, y el del nómada cómo
inventar una administración del imperio conquistado. En el mismo punto en el
que se confunden, no dejan de oponerse.
El discurso filosófico nació de la unidad imperial, a través de
muchos avatares, los mismos que conducen desde las formaciones imperiales
hasta la ciudad griega. E incluso en la ciudad griega el discurso filosófico
mantiene una relación esencial con el déspota o con su sombra, con el
imperialismo, con la administración de las cosas y de las personas (se
encuentran todo tipo de pruebas de ello en el libro de Léo Strauss y Kojève
sobre la tiranía) (e). El discurso filosófico siempre ha permanecido en una relación
esencial con la ley, la institución y el contrato que constituyen el problema
del Soberano, y que atraviesan la historia sedentaria que va de las formaciones
despóticas hasta las democráticas. El «significante» es en verdad el último
avatar filosófico del déspota.