domingo, 20 de mayo de 2007

Como se apela a las masas

Se que es muy largo.

Demasiado pesado para un blog, hasta denso, pero no es aburrido.

Un modelo de discurso de barricada.

Con mucha carne en el asador.

Todo un programa condensado en un acto de tribuna.

Si se atreven a leer, lo van a disfrutar.

Tanto para alabarlo, como para criticarlo.

La traduccion la realice con Babel Fish.

Se lo robe al amigo Hard y el link original en frances es:

http://www.u-m-p.org/site/index.php/ump/s_informer/discours/nicolas_sarkozy_a_bercy

Nicolas Sarkozy, Bercy - Dimanche 29 avril 2007

Mis queridos amigos,

Al tomar la palabra esta tarde, a algunos días de la segunda vuelta de la elección presidencial, no les puedo dejar pensar en la esta gran reunión del 14 de enero a la Puerta de Versalles por la cual comencé mi campaña.

Me acuerdo de la emoción que me sumergió cuando tome la palabra.

Me acuerdo de este sentimiento que era tan fuerte que no encontraba ninguna palabra bastante grande para decirlo.

Esta emoción, a los que estaban allí, había pedido simplemente recibirla como un testimonio de mi sinceridad, la verdad, mi amistad.

Ese día, no fue una reunión pública como había vivido mucho a lo largo de mi vida política, no fue uno de estos momentos ordinarios de la vida política donde se viene a dibujar un suplemento de fuerza, determinación, calor para persuadirse de que la victoria es al alcance.

No fue uno de estos momentos de excitación colectiva donde la muchedumbre exaltada da al orador el sentimiento de una omnipotencia que no es más que una embriaguez momentánea, una ilusión sin día siguiente, que puede ser tan peligrosa cuando se deja tomar.

Ese día, nula excitación en la muchedumbre pero una espera que se leía sobre las caras. Ese día, nula exaltación por parte de la muchedumbre.

Lo que me afectó fue la escucha y la atención, fue la comunión, fue la gravedad casi religiosa, fue la esperanza, fue no los aplausos pero esta clase de rezo silenciosa que cien mil de personas me enviaron.

Que salió de esta reunión esto no fue para la campaña que debe venirse que un suplemento de fuerza, determinación y calor.

Fue un suplemento de alma.

Ese día, he sabido que esta campaña no estaría como los otros.

He sabido ese día que en adelante llevaría sobre mis hombros lo más pesado de las responsabilidades, la de no decepcionar aquéllos que contaban conmigo, de no desesperar los que esperaban de mi.

He sabido que a partir de ese momento el principal de mis deberes era nunca dar a los que me hacían confianza el sentimiento que los traicionaba, ellos que habían sido tantas veces traicionados, tantas veces equivocados, tantas veces decepcionados.

A este momento grave, tan solemne, si mover, tan único en una vida de hombre donde tanto gente colocaba en mi tanto esperanza, supe que en el momento mismo dónde mis amigos me elegían yo deje de pertenecerles y que en adelante debía volverme hacia todos los Franceses, hacia los que nunca no habían sido mis amigos, que nunca no habían pertenecido a mi familia política, que a veces lo habían combatido.

Porque el Presidente de la República es el hombre de la nación y no el de un partido.

Y todos los que estaban allí lo incluían.

Porque el Presidente de la República habla para todos los Franceses y no solamente para sus amigos.

Y todos los que estaban allí lo aceptaban.

Había reunido a mi familia política.

Debía reunir ahora a los Franceses.

Debía abrírme a otros, a sus ideas, a sus convicciones, a sus creencias que no eran inevitablemente los suyos.

Debía ir me a su encuentro, a incluirlos y en consecuencia compartir sus alegrías, sus dolores, sus angustias, sus esperas porque es imposible incluir algúien el cuando no se es capaz de experimentar lo que prueba a lo sumo profundo él.

Debía darme entero, gustar sin reserva, suprimir me todas las barreras y todas las distancias, y por lo tanto aceptar convertirse en más vulnerable, tomar el riesgo de sufrir.

Y es lo que hice.

Cerca de cuatro meses han pasado desde este día que no olvidaré nunca.

Cerca de cuatro meses durante los cuales tengo muy dado.

Cerca de cuatro meses durante los cuales me dirigí a los Franceses con toda mi sinceridad, toda mi verdad.

Cerca de cuatro meses que fueron para mi una prueba de la verdad: no salgo de esta campaña como hay.

El 14 de enero lo dije: "cambié".

Cerca de cuatro meses pasaron, durante los cuales hablé con mis convicciones y también con mi corazon.

Cerca de cuatro proximos meses al encuentro de los Franceses sin mentir, sin engañar, obligado de ir a buscar en el fondo mi todo lo que tenía que dar.

Cerca de cuatro meses durante los cuales aprendí mucho sobre otros y sobre mí mismo. No, no fue una campaña como las otras.

Por todas partes, en todas las reuniones públicas, en todos los encuentros, fue como del 14 de enero, la misma necesidad de esperanza que se expresaba en el silencio y el recogimiento, el mismo sentimiento que se leía sobre las caras mover que esta vez si era importante, que la cita no podía faltarse como lo había sido demasiado a menudo en el pasado.

En ninguna parte no encontré el desencadenamiento de las pasiones partidarias, pero por todas partes sentí esta gravedad que precede siempre los momentos decisivos, los momentos en que se deberá hacer una elección que no se puede diferir más y cuyos se sabe en el fondo sí que él se será pesado de consecuencias.

No, no fue una campaña como otras.

Fue una campaña a las tomas con una crisis moral, con una crisis de identidad como Francia quizá nunca conoció tales en su historia, excepto quizá al tiempo de Jeanne de Arc y el Tratado de Troyes, cuando la conciencia nacional era aún tan frágil.

Se esperaba una campaña donde la política tendría que enfrentar el escepticismo que ella misma generado, por haber traicionando a menudo sus compromisos, creyendo así poco en sí mismo.

Se creía que dejaría lugar a duda que superar que había suscitado por sus renegaciones, por sus renuncias.

Y es una duda mucho más profunda que se expresó, una duda que está en cada uno de entre nosotros, una duda que está en cada Francés, una duda sobre lo que somos, sobre lo que nos une, sobre lo que nosotros podemos construir juntos, sobre la manera en que podemos vivir juntos.

Una duda que nos hace experimentar el futuro no como una promesa, sino como una amenaza.

Una duda que es una duda existencial.

Una duda sobre la propia Francia, sobre lo que personifica, sobre lo que puede realizar, una duda sobre nuestro destino común.

Una duda inmensa que nacer del miedo.

Una duda inmensa que todo abastece, tanto la universalización como Europa o la descentralización, tanto la crisis del trabajo como el de la cultura, tanto las deslocalizaciones como el fallo de la escuela, tanto el desempleo y la precariedad como la inmigración no controlada, tanto la inseguridad como el miedo de la exclusión.

Una duda inmensa que se alimenta con todo lo que contribuye al detestación sí, que se alimenta con repent, que se alimenta con el detestación de los valores de la República, del detestación de la laicidad, con la subida del comunitarismo.

No, esta campaña no fue una campaña como otras.

Esta campaña fue la más exigente quizá moralmente de todas las campañas.

Esta campaña exigía más autenticidad, más sinceridad, más verdad que todas las demás campañas porque el problema que se planteaba era más profundo, más grave, más pesado de consecuencias.

A lo largo de esta campaña fui al encuentro de los Franceses con mi historia, con lo que estudié de la vida, con mis recuerdos, con mis emociones.

Hay con en mi toda la voluntad de cambiar las cosas.

Hay con mis sueños de juventud que nunca no lo han dejado.

Hay con mi larga experiencia política que me tiene muy aprendido.

Hay con todo lo que el ejercicio del poder me hizo descubrir, con todo el dolor al cual se me dio se enfrentó.

Hay con en mi el recuerdo de esta familia al Courneuve que lloraba la muerte de un pequeño muchacho de once años.

Era el día del día del padre, dos bandas rivales se enfrentaban al pie del edificio, tomó una bala perdida.

Era el día en que hablé del Karcher.

No lamento nada.

Fui al encuentro de los Franceses con en mi memoria el dolor de los padres de esta joven muchacha quemada viva en un autobús al cual chorizos habían puesto el fuego para divertirse.

Hay con en la cabeza la voz de este pequeño muchacho quien tenía por la mano delante del ataúd de su padre gendarme y que lo extraía por la manga diciéndome: ¡"Saque a mi papá de la caja!"

Hay con frente los ojos la imagen del joven Ghofrane pegada a muerte y atrozmente torturada porque se negaba a dar su número de tarjeta azul a sus verdugos.

Fui al encuentro de los Franceses con en mi esta convicción, arraigada en todos los dolores a los cuales se había enfrentado, que eso no podía durar más, que esta violencia no podía seguir más.

Hay con la convicción que era necesario hacer bien algo para que todo eso se detenga y que era un problema de sociedad y no solamente un problema de policía.

Hay con la convicción que ya demasiado habíamos cedido, demasiado cedido a las bandas, a los traficantes, a los chorizos, que demasiado habíamos dejado hacer y que a fuerza todo eso iba a terminar por pasar a ser irrecuperable, que era necesario reanudar las cosas en mano antes de que sea demasiado tarde y que pronto sería demasiado tarde. Fui al encuentro de los Franceses con en mi el recuerdo de estas familias inmigrantes de estos padres, estas madres, estos niños quemados vivos en el incendio de este hotel sórdido donde se los había apilado porque no se tenían los medios de colocarlos más convenientemente.

Hay con en mi la certeza que Francia no podía acoger más dignamente toda la miseria del mundo que podría intentarse refugiarse en ella.

Hay rechazando de todas mis fuerzas la buena conciencia que no quiere nunca ver las consecuencias de lo que predica sobre todo cuando son trágicas.

Fui al encuentro de los Franceses teniendo en mi el recuerdo de los obreros de Alstom tetanizados por el miedo de ver a su empresa desaparecer.

Fui al encuentro de los Franceses pensando en los todos estos obreros quienes me había entrevistado con, vivo en la obsesión de las deslocalizaciones y cuyas condiciones de trabajo no dejan de deteriorarse bajo la presión de la competencia desleal y los dumping.

Fui al encuentro de los Franceses, rebelado por el hecho de que cada vez más trabajadores no puedan hacer vivir dignamente su familia con su salario.

Hay, rebelado por el hecho de que las rentas de la asistencia puedan ser más elevadas que los del trabajo y que se pueda empobrecerse volviéndose a poner a trabajar.

Hay atormentado por la desesperación que se apodera de juventud condenada a vivir menos aunque sus padres, cuyos títulos no valen nada en el mercado laboral, que se ve obligada a vivir en sus padres porque no hay empleo para ella, cuyos sueños se rompen sobre el desempleo de los jóvenes y sobre la imposibilidad de adquirir una independencia financiera.

Hay impaciente esta de ranc?ur que se acumula en juventud que se siente a víctima de discriminación, que prueba el sentimiento que el color de su piel o el barrio donde vive cuentan más que sus calificaciones y sus competencias.

Hay impaciente de cólera que crece contra una República que no mantiene sus promesas de igualdad y fraternidad frente a los que creyeron a la recompensa del mérito y el esfuerzo.

Hay con en mi la indignación que probé en el momento de la canícula ante el drama de todos estos ancianos así encerrados en su soledad que nadie se había vuelto cuenta que se habían muerto.

Hay con en mi la indignación ante la suerte que se hace a los pensionistas más modestos, a las viudas de campesinos y artesanos que trabajaron toda su vida y que no tienen los medios de vivir mientras que al mismo tiempo no se tiene el valor de reformar los regímenes especiales para restablecer un poco de igualdad y justicia.

Hay con fijada al cuerpo la convicción que nuestras cobardías, nuestros fallos, nuestras renegaciones eran la causa de más de dolores, de más de sufrimiento para que sean más mucho tiempo soportables, para que muy continua porque se prefiere observar a otra parte, darse buena conciencia a pocos gastos, y sobre todo no hacer nada nunca, no trastornar nada, no molestar nada para que eso cambie, para que eso no siga.

Fui al encuentro no de los que no quieren ya de la nación porque no quieren compartir nada, porque acaparan todos los beneficios, porque tienen el sentimiento que no deben nada a su país, pero de los que se sienten solidarios de un destino colectivo cuya parte quieren también su porque está a sus ojos lo que pueden tener de más preciosos, porque tienen el sentimiento sólo de ser fuertes hasta que Francia es fuerte, porque sienten en el fondo de ellos mismos que solamente el tamaño de Francia puede darles el sentimiento que son grandes

Fui al encuentro no de Francia que rompe pero de Francia que quiere construir, que quiere trabajar, que quiere salirse y que no hay.

Fui al encuentro de Francia que paga siempre para todos otros, que paga siempre las consecuencias de faltas que han sido cometidas por otros, que paga para las faltas políticas, a tecnócratas, a dueños, sindicalistas, que paga para los defraudadores, para los chorizos, para los que aprovechan del sistema, que piden siempre y que no quieren nunca dar nada.

Fui al encuentro de Francia que sufre, de Francia que no puede ya, de la Francia exasperada.

Fui al encuentro del pueblo, de este pueblo en cuyo nombre todo el mundo pretende hablar, quienes nadie habla realmente, y para quienes nadie quiere nunca hacer nada, como si el objetivo consistía todavía en tenerlo a la divergencia, al linde del poder, de la decisión. Este pueblo es ustedes, es nosotros todos, este pueblo, lo encontré en las ciudades, en los pueblos, en las campañas.

Lo encontré en los talleres, en las oficinas, en las escuelas.

Pero también en los hospitales, en los centros de rehabilitación, en los asilos, por todas partes donde hay gente que vive, que vive por su trabajo, que vive por su sufrimiento, quien vive por sus sueños, por sus ambiciones.

Todos estos sin grado, todos estos anónimos, toda esta gente ordinaria a la cual no se tiene cuidado, que no se quiere escuchar, quien no se quiere entender.

Es para ellos que quiero hablar.

Quiero ser su portavoz.

Quiero ser el que les volverá a dar la palabra y que les volverá a dar el poder.

Quiero ser su candidato.

Quiero ser el candidato del pueblo y no el de los medios de comunicación, el de los aparatos, el de tal o cual interés particular.

Quiero ser el candidato del pueblo porque durante meses vi lo que el pueblo vivía, quien experimentaba, lo que sufría.

Vi las devastaciones del discurso sobre la impotencia pública.

Comprendí lo que hay de desesperándose para los que no tienen el otro recurre, de otra esperanza que en la política de oír los responsables políticos su declaración:

¡"No hay nada!"

"Medí la espera frente a la política por parte de los que se sienten prisioneros de una multitud de dificultades cuyo yugo no llegan a aflojar."

Tomé conciencia de la necesidad que la política representaba para volver a dar una esperanza a los que la perdieron, para que tengan el sentimiento de poder volver a ser los protagonistas de llanto propio historia.

Tomé conciencia de la necesidad para la política de volver a ser la expresión de una voluntad a los ojos de los ellos mismos que no se sienten ya lo fuerzan a querer.

El pensamiento único, que es el pensamiento de quienes lo saben todo, de quienes se creen no sólo intelectualmente sino también moralmente por encima de los demás, ese pensamiento único había denegado a la política la capacidad para expresar una voluntad.

Había condenado la política.

Había profetizado su caída imparable frente a los mercados, las multinacionales, los sindicatos, Internet.

Se sostenía que en el mundo tal cual es hoy, con sus informaciones que se difunde instantáneamente, sus capitales que se desplazan cada vez más rápido y sus fronteras ampliamente abiertas, la política ya no jugaría más que un papel anecdótico y que ya no podría expresar una voluntad, porque el poder pronto estaría compartido, diluido, disperso en red; porque las fronteras estarían totalmente abiertas y los hombres, los capitales y las mercancías circularían sin obedecer a nadie.

Pero la política retorna.

Retorna por todas partes en el mundo.

La caída del Muro de Berlín pareció anunciar el fin de la Historia y la disolución de la política en el mercado.

Dieciocho años después, todo el mundo sabe que la Historia no ha terminado, que siempre es trágica y que la política no puede desaparecer porque los hombres de hoy sienten una necesidad de política, un deseo de política como rara vez se había visto desde el fin de la segunda guerra mundial.

La necesidad de política tiene por corolario la necesidad de nación.

La nación también había sido condenada.

Pero aquí está de nuevo, para responder a la necesidad de identidad frente a la mundialización, vivida como una empresa de uniformización y mercantilización del mundo en la que ya no quedaría lugar para la cultura y para los valores del espíritu. Quizá la inquietud es excesiva, pero es bien real y expresa una necesidad de identidad muy fuerte.

Por todas partes la he encontrado en esta campaña; en todas partes me han hablado de ella gentes de toda condición.

Pero la nación no es sólo la identidad.

Es también la capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar.

Es el sentimiento de que no se está solo para afrontar un futuro angustioso y un mundo amenazante.

Es el sentimiento de que, juntos, se es más fuerte, y podremos hacer frente a lo que, solos, no podríamos afrontar.

Yo he querido volver a poner la voluntad política y Francia en el corazón del debate político.

La voluntad política y la nación están siempre para lo mejor y para lo peor.

El pueblo que se moviliza, que se convierte en una fuerza colectiva, es una potencia temible que puede actuar tanto para lo mejor como para lo peor.

Hagamos las cosas de manera que sea para lo mejor.

Conjuraremos lo peor respetando a los franceses, manteniendo nuestros compromisos, respetando la palabra dada.

Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne a la política.

No me da miedo la palabra “moral”.

Desde mayo de 1968 no se podía hablar de moral.

Era una palabra que había desaparecido del vocabulario político.

Hoy, por primera vez en decenios, la moral ha estado en el corazón de la campaña presidencial.

Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral.

Los herederos del 68 habían impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Habían querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos alumnos, que no había diferencias de valor y de mérito.

Habían querido hacernos creer que la víctima cuenta menos que el delincuente, y que no puede existir ninguna jerarquía de valores.

Habían proclamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el respeto había terminado, que ya no había nada que fuera grande, nada que fuera sagrado, nada admirable, y tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que estuviera prohibido.

Recordad el eslogan de Mayo del 68 en las paredes de la Sorbona:

“Vivir sin obligaciones y gozar sin trabas”.

Así la herencia de Mayo del 68 ha liquidado a la escuela de Jules Ferry en la izquierda francesa, que era una escuela de la excelencia, del mérito, del respeto, del civismo; una escuela que quería ayudar a los niños a convertirse en adultos y no a seguir siendo niños grandes, una escuela que quería instruir y no infantilizar, porque había sido construida por grandes republicanos que tenían la convicción de que el ignorante no es libre.

Pero la herencia de Mayo del 68 ha liquidado esa escuela que transmitía una cultura común y una moral compartida, cultura y moral gracias a las que todos los franceses podían hablarse, comprenderse, vivir juntos.

La herencia de Mayo del 68 ha introducido el cinismo en la sociedad y en la política. Han sido precisamente los valores de Mayo del 68 los que han promovido la deriva del capitalismo financiero, el culto del dinero-rey, del beneficio a corto plazo, de la especulación.

El cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los valores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo, ha preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas indemnizaciones millonarias de los grandes directivos, esos retiros blindados, esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador sobre el emprendedor, del especulador sobre el trabajador.

Los herederos de Mayo del 68 han degradado el nivel moral de la política.

Todos esos políticos que reivindican la herencia de Mayo del 68, dan al prójimo lecciones que jamás se aplican a sí mismos, quieren imponer a los demás comportamientos, reglas, sacrificios que jamás se imponen a sí mismos.

Proclaman: “Haced lo que yo digo, no hagáis lo que yo hago”.

Ésa es la izquierda heredera de Mayo del 68, la que está en la política, en los medios de comunicación, en la administración, en la economía.

La izquierda que le ha tomado gusto al poder, a los Privilegios.

La izquierda que no ama a la nación porque no quiere compartir nada.

Que no ama a la República porque no ama la igualdad.

Que pretende defender los servicios públicos, pero que jamás veréis en un transporte colectivo.

Que ama tanto la escuela pública, que a sus hijos los lleva a colegios privados.

Que dice adorar la periferia, pero que se cuida muy mucho de vivir en ella.

Que siempre encuentra excusas para los violentos, a condición de que se queden en esos barrios a los que ella, la izquierda, no va jamás.

Esa izquierda que hace grandes discursos sobre el interés general, pero que se encierra en el clientelismo y el corporativismo.

Que firma peticiones y manifiestos cuando se expulsa a algún “okupa”, pero que no aceptaría que se instalaran en su casa.

Que dedica su tiempo a hacer moral para los demás, sin ser capaz de aplicársela a sí misma.

Esa izquierda, en fin, que entre Jules Ferry y Mayo del 68 ha elegido Mayo del 68, es la que condena a Francia a un inmovilismo cuyas principales víctimas serán los trabajadores, los más modestos, los más pobres.

Ésa es la izquierda que desde Mayo del 68 ha renunciado al mérito y al esfuerzo, que ha dejado de hablar a los trabajadores, de sentirse concernida por la suerte de los trabajadores, de amar a los trabajadores; porque el valor trabajo ya no forma parte de sus valores, porque su ideología ya no es la de Jaurès o la de Blum, que respetaban a los trabajadores, sino que ahora la ideología de la izquierda es la del reparto obligatorio del trabajo, la de las 35 horas, la del asistencialismo.

La crisis del trabajo es ante todo una crisis moral, y en ella la herencia de Mayo del 68 tiene una enorme responsabilidad.

Yo quiero rehabilitar el trabajo, quiero devolver al trabajador el primer lugar en la sociedad.

La herencia de Mayo del 68 ha debilitado la autoridad del Estado.

Esos herederos de los que en Mayo del 68 gritaban “CRS = SS”, toman

sistemáticamente partido por los chorizos, los alborotadores y los estafadores contra la policía.

Lo hemos visto tras los incidentes de la Estación del Norte.

En lugar de condenar a los violentos y de apoyar a las fuerzas del orden y su difícil trabajo, no se les ha ocurrido nada mejor que esta frase, que merecería ser inscrita en los anales de la República:

“Es inquietante constatar que se ha abierto una fosa entre la policía y la juventud”. Como si los vándalos de la Estación del Norte representaran a toda la juventud francesa. Como si fuera la policía la que estaba actuando mal, y no los violentos.

Como si los chorizos hubieran destrozado todo y saqueado los comercios para expresar una revuelta contra una injusticia.

Como si el hecho de ser jóvenes lo excusara todo.

Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente siempre inocente.

Ésos son los herederos de Mayo del 68, que hacen la apología del comunitarismo, que denigran la identidad nacional, que atizan el odio a la familia, a la sociedad, al Estado, a la nación, a la República.

En estas elecciones se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser perpetuada o si puede ser liquidada de una vez por todas.

Yo quiero pasar la página de Mayo del 68.

Pero tiene que ser más que un gesto.

No hay que contentarse con poner banderas en los balcones el 14 de julio y cantar la Marsellesa en vez de la Internacional en los mítines del Partido Socialista.

No se puede decir que se desea el orden y tomar sistemáticamente partido contra la policía.

No es posible seguir denunciando la “provocación” y el “Estado policial” cada vez que la policía intenta hacer respetar la ley.

No se puede decir que uno apuesta por el valor del trabajo y, al mismo tiempo, generalizar las 35 horas, seguir cargándolo con impuestos y estimular la mentalidad del asistido, del que cobra del Estado para no trabajar.

No se puede decir que se desea obstaculizar las deslocalizaciones y al mismo tiempo rechazar cualquier experimentación del IVA social, que permite financiar la protección social con las importaciones.

No es posible proclamar grandes principios y negarse a inscribirlos en la realidad.

Yo propongo a los franceses romper realmente con el espíritu, con los comportamientos, con las ideas de Mayo del 68, con el cinismo de Mayo del 68. Propongo a los franceses devolver a la política la moral, la autoridad, el trabajo, la nación.

Les propongo reconstruir un Estado que haga realmente su trabajo y que, en consecuencia, domine las feudalidades, los corporativismos y los intereses particulares. Les propongo rehacer una República una e indivisible contra todos los comunitarismos y todos los separatismos.

Les propongo reedificar una nación que de nuevo esté orgullosa de sí misma.

Al poner sistemáticamente los derechos por encima de los deberes, los herederos de Mayo del 68 han debilitado la idea de ciudadanía.

Al denigrar la ley, el Estado y la nación, los herederos de Mayo del 68 han favorecido el crecimiento del individualismo.

Han incitado a cada cual a no pensar más que en sí mismo y a no sentirse concernido por los problemas del prójimo.

Yo creo en la libertad individual, pero quiero compensar el individualismo con el civismo, con una ciudadanía hecha de derechos pero también de deberes.

Quiero derechos nuevos, derechos reales y no virtuales.

Quiero un derecho real a un techo, al alojamiento.

Un derecho real al cuidado de los hijos, a la escolarización de niños con minusvalías, a la dependencia para los mayores.

Quiero el derecho a un contrato de formación para los jóvenes de más de 18 años. Quiero el derecho a la formación a lo lago de toda la vida.

Quiero el derecho a la fianza pública para los que no tienen padres que pueden llevarse a garantes, para los que no tienen relaciones, para los enfermos a los cuales no se quiere prestar porque se considera que representan un riesgo demasiado elevado.

Quiero el derecho a un contrato de transición profesional para los que están en paro. Pero quiero que estos derechos estén equilibrados con los deberes.

La ideología de Mayo del 68 habrá muerto cuando la sociedad se atreva a recordar a cada cual sus deberes, cuando en la política francesa se ose proclamar que, en la República, los deberes son la contrapartida de los derechos.

Ese día al fin se habrá realizado la gran reforma moral e intelectual que Francia necesita una vez más.

Entonces podremos reconstruir sobre cimientos renovados esa República fraternal que es el sueño siempre inacabado, nunca realizado de Francia desde el primer día en que tuvo conciencia de su existencia como nación.

Ya que Francia no es una raza, ya que Francia no es una etnia, ya que Francia no es que un territorio, ya que Francia es un ideal incansablemente perseguido por un gran pueblo que cree desde su primer día a la fuerza de las ideas, a su capacidad transformar el mundo y hacer la felicidad de la humanidad.

Quiero decírselo a los franceses: el pleno empleo, el crecimiento, el aumento del poder adquisitivo, la revalorización del trabajo, la moralización del capitalismo, es necesario y es posible.

Pero eso no son más que medios que deben ser puestos al servicio de una cierta idea del hombre, de un ideal de sociedad donde cada cual pueda encontrar su lugar, donde la dignidad de todos y cada uno sea reconocida y respetada.

Me entrevisté con en los hospitales enfermos que añadían a los sufrimientos de la enfermedad el dolor de sentirse excluidos, apartados de la sociedad.

Me acuerdo de una enfermera en un hospital que lloraba diciéndolo cómo la desorganización debida a las 35 horas le impedía ocuparse tanto como ella habría sido necesario de enfermos para los cuales era el último vínculo con la vida.

Me acuerdo de este joven jugador de rugbi en este centro de rehabilitación que intentaba con todas las fuerzas que le permanecían de reunir los pedazos de una vida rota por un accidente que lo había vuelto tétraplégique.

Me acuerdo de una visita a la prisión para mujeres de Rennes y el encuentro con una madre de una pequeña muchacha de 7 años que era su sola razón vivir.

Vi la miseria de las prisiones francesas así a menudo indignas de la patria de los derechos humanos.

Vi a las mujeres martyrisées en los centros de recepción donde intentan reconstruirse. Vi en los asilos la tristeza que estaba en la mirada de los ancianos afectados por la dependencia y que no tenía ya la impresión de vivir amigos de sobrevivir porque se abandonaban de todos, porque solo necesitaban un poco de amor y respeto que más nadie les daba.

De todo este infelices que la vida rompieron, que la vida utilizaron, quiero ser el portavoz.

Quiero ser el que les volverá un lugar en la República, que les volverá su dignidad, que ellos volverá a dar un poco de esta consideración y esta esperanza sin los cuales no hay más humanidad.

Quiero ser el por el cual Francia volverá a entablar con sus valores universales.

Sus valores universales con los cuales debería nunca comprometer, que deben ser el fundamento de todas sus políticas, al interior como al exterior.

Quiero ser el Presidente de la libertad de conciencia contra todos los integrismos. Quiero ser el Presidente de la libertad de expresión contra todas las intolerancias. Quiero que en la patria de los derechos humanos se amenazó se expuso se pueda libremente criticar, libremente caricaturizar, sin de muerte, sin a la violencia.

Quiero que a todos los los que quieren vivir en Francia tengamos el valor de decir que esta idea de la libertad no es negociable.

Pero quiero que que bien se entiende para nuestra República, la laicidad es el respeto de todas las creencias y no el menosprecio de todas las religiones.

Quiero ser el Presidente de una Francia que defiende la libertad en ella y también en el mundo.

Porque es la vocación de Francia.

Quiero ser el Presidente de la Francia de los derechos humanos.

No creo a "realpolitik" que hace renunciar a sus valores para ganar contratos.

No acepto lo que pasa en Chechenia, o al Darfour.

El silencio es cómplice.

No quiero ser el cómplice de ninguna dictadura a través del mundo.

Quiero tener el valor de hacer lo que la izquierda al poder no tuvo el valor de hacer. Cada vez que una mujer o que un niño martyrisée en el mundo, quiero que Francia llevarse a sus lados.

Francia, si los Franceses me eligen como Presidente, estará junto con las enfermeras búlgaras condenadas a muerte en Libia.

Estará junto con la mujer que arriesga la lapidación porque se sospecha de adulterio. Estará a los lados de la perseguida que se obliga a llevar el burka, al lados de la infeliz que se obliga a tomar a un marido quien él se eligió, a los lados de la a la cual su hermano prohíbe ponerse en falda.

A cada mujer martyrisée en el mundo quiero que Francia ofrece su protección dándole la posibilidad de convertirse en francesa.

Querría agradecer a todos los Franceses quienes domingo pasado me dio prueba su confianza para conducir el cambio cuya Francia tiene necesidad.

Esta confianza no la traicionaré.

Si se elige cumpliré mis compromisos.

Es la idea que me hago de la moral en política.

Si quise decirlo todo antes de la elección, es para poder hacerlo todo más tarde.

Es para que los franceses no tengan el sentimiento, inmediatamente después de las elecciones, que una vez más los se equivocaron y que la política que se pone en? no es la por la cual votaron.

A los que me hicieron confianza el 22 de abril y a todos los los que me harán confianza el 6 de mayo, quiero decir que pondré un punto de honor para que no se sienten ni equivocados, ni decepcionados.

Pero querría dirigirme muy especialmente hoy a los que aún no han hecho su elección, a los que votaron a la primer vuelta para otro candidato y que vacilan aún sobre su voto de la segunda vuelta.

Querría decirles que comprendo su decepción y que sé cuánto esta nueva elección puede ser difícil para ellos.

Pero esta elección será la que comprometerá el futuro del país.

Quiero decirles: van a tener que pedirles que de los dos candidatos corresponde mejor con sus calidades y sus defectos, a la idea que se hicieran de la función presidencial. Van a tener que pedirles que de los dos proyectos está más en condiciones permitir que Francia reanude confianza en el futuro.

Van a tener que pedirles en qué medida los valores que son las de los candidatos son compatibles con las a las cuales creen.

Luego deberán elegir, hacer se este esfuerzo sobre ustedes mismos que consiste en elegir entre dos candidatos quienes no designaron.

Lo harán porque es su deber de ciudadanos, porque al final es necesario que Francia esté controlada, porque es la responsabilidad de cada uno de hacer vivir la democracia.

Esta elección lo harán en su alma y conciencia.

Esta elección, cualquiera que sea, lo respetaré.

No les diré: ¡"Yo o el caos!"

¿"Qué demócrata sería si expresara tanto menosprecio para las convicciones de todos los los que no piensan como yo?"

Pero a todos los que entre ustedes que creen a los valores de tolerancia, libertad, humanismo, quiero decir que son los valores sobre los cuales construí mi proyecto, que son los valores que fundan mi compromiso político y mi candidatura a la elección presidencial.

Quiero dirigirme a los electores del Centro, del cual los valores son tan próximos a los míos.

Quiero decirles que su sensibilidad tiene todo su lugar en la mayoría presidencial que quiero construir y en torno a la cual yo quiero reunir a los Franceses.

Quiero les decirles que necesito ellos, de lo que representan, de este a quien creen. Quiero dirigirme también a todos los los que después de la primer vuelta no se sienten representados, tengo impresión excluirse, que se condenen no que se tuviera su palabra que decir en la República.

A todos los aquéllos quiero decir que los comprendo y que los respeto.

Quiero decirles que la proporcional no es un buen sistema porque da el poder a los partidos, porque dificulta la constitución de mayorías estables.

Ya conocimos en nuestra historia las consecuencias dramáticas de la inestabilidad gubernamental.

No podemos hay.

Pero debemos reflexionar juntos por medio de permitir una representación más amplia de las opiniones y sensibilidades.

Me comprometo, si se elige, a reunir todas las fuerzas políticas y a discutir con ellas de la posibilidad de introducir un poco de proporcional al Senado o a la Asamblea Nacional sin crear el riesgo de una inestabilidad que sería desastrosa.

Mis queridos amigos, nosotros he aquí llegados al término de esta campaña.

Quise conducirla de acuerdo con la idea que me hacía de la función presidencial. Responsabilidades que implica.

Deber que impone.

De la dignidad que exige.

No fui ahorrado por los ataques personales.

Se cuestionó mi probidad.

Mi integridad.

Mi honor.

Mi sinceridad.

Mi carácter.

Se insinuó que era peligroso para las libertades.

Se me sospechó querer establecer a un Estado policial.

Se me acusó haber ejercido presiones.

Nunca se ha producido la menor prueba ni el menor índice, ni cualquier cosa que pueda apoyar las acusaciones llevadas mi contra.

No respondí a los ataques.

Excepto para decir, cuando estos ataques se han vuelto insoportables, que los que los llevaban no habían demostrado tanto virtudes que puedan permitirse tal menosprecio a mi aspecto.

No los junté en el lodo donde habrían querido implicarme.

No cambiaron.

Son los mismos que en 1958 enmarañaban contra el General de Gaulle gritando que el fascismo no pasaría.

En 1965, como hoy, habían hecho a la segunda vuelta una "coalición de los republicanos" contra el que nunca no había puesto la República en peligro y que al contrario la había salvado dos veces.

Fui a Colombey, en el silencio y la calma, lejos de estas agitaciones mediocres.

Sobre el libro de oro del Monumento de la Cruz de Lorena escribí:

"He venido aquí por primera vez hace 30 años."

No cambió nada: ni la gran Cruz de Lorena, ni el austero tamaño del paisaje; ni el silencio y el recogimiento; ni el sentimiento probado delante de la humilde tumba del General de Gaulle, en el pequeño cementerio, que una gran vida es una vida puesta al servicio de algo de mayor que él; ni la convicción que me vino aquí por primera vez y ya lo dejó que Francia no podrá desaparecer tanto que se nos decidirá a mantenerla como un ideal por los hombres y préstamos por pegarnos para que vive.

" Y ahora ya no tengo más que dos cosas que decirles, que vienen del fondo del corazon ¡Viva la República!

¡Viva Francia!

Si esto no es populismo, el populismo donde esta.

2 comentarios:

  1. Y si mirás la composición del gabinete, ni te cuento!

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  2. Emma
    Tenes razón.
    Rachida Dati, no solo es un programa, es una provocación.
    Francesa de primera generación, de origen proletario, musulmana, mujer y autosuficiente.
    Solo les queda el flanco personalísimo para pegarle.
    Un abrazo y gracias por leer el bodoque. ;-P

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