miércoles, 8 de octubre de 2008

Poe y las historias de Terror de Wall Street.

Hacía tiempo que la Muerte Roja devastaba el país.

Nunca hubo peste tan mortífera ni tan horrible.

La sangre era su emblema y su sello, el rojo horror de la sangre.

Se sentían dolores agudos y un vértigo repentino, y luego los poros exudaban abundante sangre, hasta acabar en la muerte.

Las manchas escarlatas en el cuerpo, y sobre todo en el rostro de la víctima, eran el estigma de la peste que le apartaban de toda ayuda y compasión de sus congéneres.

En media hora se cumplía todo el proceso: síntomas, evolución y término de la enfermedad.

Pero el príncipe Próspero era intrépido, feliz y sagaz.

Con sus dominios ya medio despoblados, llamó un día a su presencia a un millar de amigos sanos y joviales de entre las damas y caballeros de su corte, y con ellos se recluyó en el apartado retiro de una de sus abadías amuralladas.

Era un conjunto de edificios amplio y magnífico, concebido por el gusto excéntrico, aunque majestuoso, del propio príncipe.

Lo rodeaba una alta y sólida muralla.

La muralla tenía portones de hierro.

Una vez dentro los cortesanos, se trajeron fraguas y enormes martillos y se soldaron los cerrojos.

Decidieron que no hubiese modo alguno de entrar o salir, si alguien de pronto se dajaba llevar por la desesperación o la locura.

Había abundancia de provisiones.

Con tales precauciones los cortesanos podían desafiar el contagio.

Que el mundo de fuera se ocupase de sí mismo.

Había bufones, había trovadores, había bailarinas, había músicos, había Belleza, había vino.

Dentro había todo eso, y también seguridad.

Fuera estaba la Muerte Roja.



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Con ocasión de esta magna fiesta, había supervisado personalmente casi toda la decoración de los siete salones; y había sido su propio gusto el que había inspirado los disfraces.


No os quepa duda de que eran extravagantes.

Abundaba la ostentación y el brillo, lo ilusorio y lo picante..., mucho de lo que después se ha visto en Hernani.

Había figuras arabescas, con miembros y atuendos grotescos.

Había fantasías delirantes como sólo los locos imaginan.

Había mucha belleza, mucha voluptuosidad, mucho de estrafalario, algo de terrible, y no poco de lo que podría haber ofendido.

De hecho, por las siete estancias se paseaba majestuosamente una muchedumbre de sueños.

Y estos -los sueños- se revolvían por las habitaciones, tiñéndose del color de cada una, y haciendo que la música desenfrenada de la orquesta pareciera el eco de sus pasos.

Y entonces suena el reloj de ébano en el salón de terciopelo.

Y por un momento todo se aquieta, todo se acalla salvo la voz del reloj.

Los sueños quedan congelados y estáticos.

Pero el eco de las campanadas se apaga -na han durado sino un instante- y una risa leve, a medias reprimida, queda flotando tras él.

Y surge de nuevo la música, y viven los sueños, y se revuelven de un lado a otro más alegres que nunca, teñidos por las ventanas multicolores por las que penetra el resplandor de los trípodes.

Pero en el salón de poniente, ninguno de los enmascarados se atreve ahora a entrar, porque la noche ya se desvanece y una luz más rojiza se filtra por los cristales de color sangre; y la negrura de los tapices espanta; y quien aventura sus pasos sobre la negra alfombra escucha un sordo tictac, más solemne y enfático que el que llega a oídos de quienes se entregan a la alegría en las salas más distantes.



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Fue entonces, sin embargo, cuando el príncipe Próspero, fuera de sí y avergonzado por su cobardía pasajera, cruzó veloz los seis salones, sin que nadie le siguiera por el terror mortal que de todos se había apoderado.

Blandía una daga desenvainada, y se acercó impetuoso y rápido a muy poco distancia de la figura que seguía su camino, cuando ésta, que ya había llegado al salón de terciopelo, giró de pronto y le hizo frente.

Hubo un grito agudo, y la daga reluciente cayó en la alfombra negra sobre la que, al instante, caía postrado por la muerte el príncipe Próspero.

Después, llevados por el valor enloquecido de la desesperación, un amplio grupo entró en avalancha en el salón negro, en el que la alta figura seguía inmóvil y erguida bajo la sombra del reloj de ébano; pero al ponerle la mano encima al enmascarado, un horror innombrable les cortó el aliento y descubrieron que la mortaja y la máscara cadavérica que habían tratado con violenta rudeza no estaban habitadas por ninguna forma tangible.


Y reconocieron la presencia de la Muerte Roja.

Había venido como un ladrón en la noche.

Y uno a uno fueron cayendo los presentes en los salones antes festivos, ahora bañados en sangre, y cada uno hallaba la muerte en la desesperada postura en que caía.

Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último cortesano.

Y las llamas de los trípodes se extinguieron.

Y de todo se adueñó la Tiniebla, la Corrupción y la Muerte Roja.



http://es.wikisource.org/wiki/La_m%C3%A1scara_de_la_muerte_roja


6 comentarios:

  1. Manolo, estamos en Un sueño dentro de un sueño, no hemos llegado a la Máscara, Próspero está en Monarch Beach Ca.
    http://www.elmundo.es/mundodinero/2008/10/08/economia/1223465098.html

    El I Ching me habla de contradicciones y oposición, insiste en trabajos grupales y sobre todo en parar un poco, o desensillar hasta que aclare, como decía alguien que nació un ocho de octubre. El único que recordó el hecho es el viejo vandorista de AL.

    Un abrazo peronista

    Yukio

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  2. Estimado Manolo:

    Ud relaciona este cuento de Poe con WS.Yo creo encaja mucho mejor con nuestra clase politica.

    Desde luego ya sabemos quien es el principe.

    Saludos
    anonimo bostero

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  3. Estimado Manolo:

    Ud relaciona este cuento de Poe con WS.Yo creo encaja mucho mejor con nuestra clase politica.

    Desde luego ya sabemos quien es el principe.

    Saludos
    anonimo bostero

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  4. Siguiendo con Poe, Manolo, no se olvide de La Caida de la Casa Usher. Un abrazo

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  5. Mientras la mirada del esclavo siga sosteniendo al amo, no se caerá la máscara, porque los subditos temerosos, la sostendrán, aun a riesgo de perder su mano.

    la mirada cipaya todavía cree en quimeras...

    el imperio ha caído y estos son los primeros estertores del moribundo

    saludos!! gonzalo

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