miércoles, 31 de marzo de 2010

El Príncipe (Organización); Gramsci, el peronismo y la actualidad.

El partido político.

Dijimos anteriormente que en la época moderna el protagonista del nuevo Príncipe no podría ser un héroe personal, sino un partido político, el determinado partido que en cada momento dado y en las diversas relaciones internas de las diferentes naciones intenta crear (y este fin está racional e históricamente fundado) un nuevo tipo de Estado.

Es necesario observar cómo en los regímenes que se presentan como totalitarios, la función tradicional de la Corona es en realidad asumida por un determinado partido, que es totalitario precisamente porque cumple esta función.

Cada partido es la expresión de un grupo social y nada más que de un sólo grupo social.

Sin embargo, en determinadas condiciones sociales, algunos partidos representan un sólo grupo social en cuanto ejercen una función de equilibrio y de arbitraje entre los intereses del propio grupo y el de los demás grupos y procuran que el desarrollo del grupo representado se produzca con el consentimiento y con la ayuda de los grupos aliados y en ciertos casos, con el de los grupos adversarios más hostiles.

La fórmula constitucional del rey o del presidente de la república, que "reina pero no gobierna", es la fórmula jurídica que expresa esta función de arbitraje, la preocupación de los partidos constitucionales por no "descubrir" a la Corona o al Presidente.

Las fórmulas que establecen la no-responsabilidad por los actos de gobierno del Jefe del Estado y hacen recaer dicha responsabilidad en el gabinete, son la casuística del principio general de tutela de la concepción de la unidad estatal, del consentimiento de los gobernados a la acción estatal, cualquiera sea el personal inmediato que gobierna y el partido al que pertenezca.

Con el partido totalitario, estas fórmulas pierden significación y son menospreciadas por consiguiente las instituciones que funcionaban en el sentido de tales fórmulas.

Dichas funciones pasan a ser absorbidas por el partido, que exaltará el concepto abstracto de "Estado" y tratará de diversas maneras de dar la impresión de que la función de "fuerza imparcial" es activa y eficaz.

¿Es necesaria la acción política (en sentido estricto) para que se pueda hablar de "partido político"?

En el mundo moderno se puede observar que en muchos países los partidos orgánicos y fundamentales, por necesidades de lucha o por otras razones, se han dividido en fracciones, cada una de las cuales asume el nombre de "partido" y aún, de partido independiente.

Debido a ello con mucha frecuencia el Estado Mayor intelectual del partido orgánico no pertenece a ninguna de tales fracciones pero actúa como si fuese una fuerza dirigente por completo independiente, superior a los partidos y a veces considerada así por el público.

Esta función se puede estudiar con mayor precisión si se parte del punto de vista de que un periódico (o un grupo de periódicos), una revista (o un grupo de revistas), son también "partidos" o "fracciones de partido" o "función de determinado partido".

Piénsese en la función del "Times" en Inglaterra y del "Corriere della Sera" en Italia, pero también en la función de la llamada "prensa informativa", que se llama a sí misma "apolítica" y hasta de la prensa deportiva y técnica.

Por otro lado, el fenómeno ofrece aspectos interesantes en los países donde existe un partido único y totalitario de gobierno, porque tal partido no cumple ya funciones estrictamente políticas, sino solamente técnicas, de propaganda, de policía, de influencia moral y cultural.

La función política es indirecta, pues si no existen otros partidos legales, existen siempre de hecho otros partidos y tendencias que escapan a la coerción legal, contra los cuales se polemiza y lucha como en una partida de gallo ciego.

De todas maneras es verdad que en tales partidos predominan las funciones culturales, dando lugar a un lenguaje político de jerga: es decir, que las cuestiones políticas revisten formas culturales y como tales devienen irresolubles.

Pero hay un partido tradicional que tiene un carácter esencial "indirecto", o sea, se presenta como puramente "educativo" (lucus, etc.), moralista, de cultura (sic): es el movimiento libertario.

Aun la llamada acción directa (terrorista) es concebida como "propaganda" por el ejemplo, lo cual permite reforzar el juicio de que el movimiento libertario no es autónomo, sino que vive al margen de los otros partidos "para educarlos".

Se puede hablar de un "liberalismo" inherente a cada partido orgánico.

(¿Qué son los "libertarios intelectuales o cerebrales" sino un aspecto de tal "marginalismo" con respecto a los grandes partidos de los grupos sociales dominantes?).

La misma "secta de los economistas" era un aspecto histórico de este fenómeno.

Se presentan, por lo tanto, dos formas de "partido" que parecen hacer abstracción, como tal, de la acción política inmediata: el constituido por una elite de hombres de cultura que tienen la función de dirigir desde el punto de vista de la cultura, de la ideología general, un gran movimiento de partidos afines (que son en realidad fracciones de un mismo partido orgánico); y en el período más reciente, el partido no de elite sino de masas, que como tales no tienen otra función política que la de una fidelidad genérica de tipo militar, a un centro político visible o invisible (frecuentemente el centro visible es el mecanismo de comando de fuerzas que no desean mostrarse a plena luz sino operar sólo indirectamente, por interpósita persona y por "interpósita ideología").

La masa es simplemente de "maniobra" y se la mantiene "ocupada" con prédicas morales, con estímulos sentimentales, con mesiánicos mitos de espera de épocas fabulosas, en las cuales todas las contradicciones y miserias presentes serán automáticamente resueltas y curadas.

Cuando se quiere escribir la historia de un partido político es necesario en realidad afrontar toda una serie de problemas mucho menos simples de cuanto cree Robert Michels, por ejemplo, que sin embargo es considerado un especialista en la materia.

¿Cómo deberá ser la historia de un partido?

¿Será la mera narración de la vida interna de una organización política, cómo nace, los primeros grupos que la constituyen, las polémicas ideológicas a través de las cuales se forma su programa y su concepción del mundo y de la vida?

Se trataría, en tal caso, de la historia de grupos restringidos de intelectuales y a veces de la biografía política de una sola personalidad.

El marco del cuadro deberá ser, por consiguiente, más vasto y comprensivo.

Se deberá hacer la historia de una determinada masa de hombres que siguió a los promotores, los sostuvo con su confianza, con su lealtad, con su disciplina o los criticó en forma "realista" dispersándose o permaneciendo pasiva frente a algunas iniciativas.

Pero esta masa ¿estará constituida solamente por los adherentes al partido?

¿Será suficiente seguir los congresos, las votaciones y el conjunto de actividades y de modos de existencia con los cuales una masa de partido manifiesta su voluntad?

Evidentemente, será necesario tener en cuenta el grupo social del cual el partido en cuestión es la expresión y la parte más avanzada.

La historia de un partido, en suma, no podrá ser menos que la historia de un determinado grupo social.

Pero este grupo no está aislado, tiene amigos, afines, adversarios, enemigos.

Sólo del complejo cuadro de todo el conjunto social y estatal (y frecuentemente también con interferencias internacionales) resultará la historia de un determinado partido, por lo que se puede decir que escribir la historia de un partido no significa otra cosa que escribir la historia general de un país desde un punto de vista monográfico, para subrayar un aspecto característico.

Un partido habrá tenido mayor o menor significado y peso, justamente en la medida en que su actividad particular haya pesado más o menos en la determinación de la historia de un país.

He aquí por qué del modo de escribir la historia de un partido deriva el concepto que se tiene de lo que un partido es y debe ser.

El sectario se exaltará frente a los pequeños actos internos que tendrán para él un significado esotérico y lo llenarán de místico entusiasmo.

El historiador, aún dando a cada cosa la importancia que tiene en el cuadro general, pondrá el acento sobre todo en la eficiencia real del partido, en su fuerza determinante, positiva y negativa, en haber contribuido a crear un acontecimiento y también en haber impedido que otros se produjesen.

El problema de saber cuándo se forma un partido, es decir, cuándo tiene un objetivo preciso y permanente, da lugar a muchas discusiones y con frecuencia, desgraciadamente, a una forma de vanidad que no es menos ridícula y peligrosa que la "vanidad de las naciones" de la cual habla Vico.

Se puede decir, es verdad, que un partido jamás está acabado y formado en el sentido que todo desarrollo crea nuevas tareas y nuevas cargas, pero también en el sentido de que en ciertos partidos se verifica la paradoja de que concluyen de formarse cuando no existen más, es decir, cuando su existencia deviene históricamente inútil.

Así, ya que cada partido no es más que una nomenclatura de clase, es evidente que para el partido que se propone anular la división en clases, su perfección y acabado consiste en no existir más, porque no existen clases y por lo tanto, tampoco sus expresiones.

Pero aquí se quiere hacer resaltar un momento particular de este proceso de desarrollo, el momento subsiguiente a aquel en que un hecho puede o no existir, debido a que la necesidad de su existencia no se convirtió aún en "perentoria" y depende en "gran parte" de la existencia de personas de enorme poder volitivo y de extraordinaria voluntad.

¿Cuándo un partido deviene "necesario" históricamente?

Cuando las condiciones para su "triunfo", para su ineludible transformarse en Estado están al menos en vías de formación y dejan prever normalmente su desarrollo ulterior.

Pero en tales condiciones, ¿cuándo se puede decir que un partido no puede ser destruido por los medios normales?

Para responder es necesario desarrollar un razonamiento: para que exista un partido es preciso que coexistan tres elementos fundamentales (es decir tres grupos de elementos):

1) Un elemento indefinido, de hombres comunes, medios, que ofrecen como participación su disciplina y su fidelidad, mas no el espíritu creador y con alta capacidad de organización.

Sin ellos el partido no existiría, es verdad, pero es verdad también que el partido no podría existir "solamente" con ellos.

Constituyen una fuerza en cuanto existen hombres que los centralizan, organizan y disciplinan, pero en ausencia de esta fuerza cohesiva se dispersarían y se anularían en una hojarasca inútil.

No es cuestión de negar que cada uno de estos elementos pueda transformarse en una de las fuerzas de cohesión, pero de ellos se habla precisamente en el momento en que no lo son y no están en condiciones de serlo, o si lo son actúan solamente en un círculo restringido, políticamente ineficaz y sin consecuencia.

2) El elemento de cohesión principal, centralizado en el campo nacional, que transforma en potente y eficiente a un conjunto de fuerzas que abandonadas a sí mismas contarían cero o poco más.

Este elemento está dotado de una potente fuerza de cohesión, que centraliza y disciplina y sin duda a causa de esto está dotado igualmente, de inventiva (si se entiende "inventiva" en una cierta dirección, según ciertas líneas de fuerzas, ciertas perspectivas y también ciertas premisas).

Es verdad también que un partido no podría estar formado solamente por este elemento, el cual sin embargo tiene más importancia que el primero para su constitución.

Se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes.

Tan es así que un ejército ya existente sería destruido si le llegasen a faltar los capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes, acordes entre sí, con fines comunes, no tarda en formar un ejército aún donde no existe.

3) Un elemento medio, que articula el primero y el segundo, que los pone en contacto, no sólo "físico" sino moral e intelectual.

En la realidad, para cada partido existen "proporciones definidas" entre estos tres elementos y se logra el máximo de eficacia cuando tales "proporciones definidas" son alcanzadas.

Partiendo de estas consideraciones, se puede decir que un partido no puede ser destruido por medios normales cuando existe necesariamente el segundo elemento, cuyo nacimiento está ligado a la existencia de condiciones materiales objetivas (y si este elemento no existe todo razonamiento es superfluo), aunque sea disperso y errante, ya que no pueden dejar de formarse los otros dos, o sea el primero que forma necesariamente el tercero como su continuación y su medio de expresarse.

Para que esto ocurra es preciso que haya surgido la convicción férrea de que es necesaria una determinada solución de los problemas vitales.

Sin esta convicción no se formará más que el segundo elemento, cuya destrucción es más fácil a causa de su pequeño número.

Sin embargo, es necesario que este segundo elemento si fuera destruido deje como herencia un fermento que le permita regenerarse.

Pero, ¿dónde subsistirá y podrá desarrollarse mejor este fermento que en el primero y en el tercer elemento, los cuales, evidentemente, son los más homogéneos con el segundo?

La actividad que el segundo elemento consagra a la constitución de este fermento es por ello fundamental, debiéndoselo juzgar en función 1) de lo que hace realmente; 2) de lo que prepara para el caso de que fuera destruido.

Entre estos dos hechos es difícil indicar el más importante.

Ya que en la lucha siempre se debe prever la derrota, la preparación de los propios sucesores es un elemento tan importante como los esfuerzos que se hacen para vencer.

A propósito de la "vanidad" de los partidos se puede decir que es peor que la "vanidad de las naciones" de la cual habla Vico.

¿Por qué? Porque una nación no puede dejar de existir y en el hecho de su existencia es siempre posible considerar, aunque sea con buena voluntad y forzando la expresión, que su existencia está plena de destino y de significación.

Un partido puede en cambio no existir en virtud de una necesidad interna.

Es necesario no olvidar jamás que en la lucha entre las naciones, cada una de ellas tiene interés en que la otra sea debilitada por las luchas internas y que los partidos son justamente los elementos de dicha lucha.

Para los partidos, por consiguiente, es siempre posible la pregunta de si existen por sus propias fuerzas, en virtud de una necesidad interna, o si por el contrario, existen solamente en función de intereses extranjeros (y en efecto, este punto no es olvidado jamás en las polémicas, por el contrario, es un tema sobre el cual se insiste aún en aquellos casos donde la respuesta no es dudosa, lo cual significa que este punto penetra y deja dudas).

Naturalmente, es una tontería dejarse lacerar por esta duda.

Políticamente, la cuestión tiene una importancia sólo momentánea.

En la historia del llamado principio de las nacionalidades, las intervenciones extranjeras en favor de los partidos nacionales que turban el orden interno de los Estados antagonistas son innumerables, tanto que cuando se habla, por ejemplo, de la política "oriental" de Cavour se pregunta si se trata de una "política", vale decir de una línea permanente, o de una estratagema del momento para debilitar a Austria con vistas al 1859 y al 1866.

Así, en los movimientos mazzinianos de principios de 1870 (ejemplo: el asunto Barsanti) se ve la intervención de Bismarck, quien previendo una guerra con Francia y el peligro de una alianza ítalo-francesa, pensaba debilitar a Italia mediante conflictos internos.

Así en los hechos de junio de 1914 algunos ven la intervención del Estado Mayor austríaco preparando la guerra que después sobrevendría.

Como observamos la casuística es numerosa y es preciso tener ideas claras al respecto.


Si se admite que con cualquier actitud que se adopte se le hace siempre el juego a alguien, lo importante es buscar por todos los medios de hacer bien el propio juego, esto es, de vencer netamente.

De todas maneras, es necesario despreciar la "vanidad" de partido y sustituirla por hechos concretos.

Quien sustituye los hechos concretos por la vanidad o hace la política de la vanidad, de inmediato es sospechado de poca seriedad.

No es necesario agregar que para los partidos es preciso evitar aún la apariencia "justificada" de que se hace el juego a alguien, especialmente si ese alguien es un Estado extranjero; que luego se especule sobre esto, nadie lo puede evitar.

Es difícil pensar que un partido político cualquiera (de los grupos dominantes pero también de los grupos subalternos) no cumpla asimismo una función de policía, vale decir, de tutela de un cierto orden político y legal.

Si esto fuese demostrado taxativamente, la cuestión debería ser planteada en otros términos: sobre los modos y direcciones en que tal función es ejercida.

¿Se realiza en el sentido de represión o de difusión?

¿Es de carácter reaccionario o progresista?

El partido considerado, ¿ejerce su función de policía para conservar un orden exterior, extrínseco, obstaculizador de las fuerzas vivas de la historia, o la ejerce en el sentido de que tiende a conducir el pueblo a un nuevo nivel de civilización del cual el orden político y legal es una expresión programática?

En efecto, una ley encuentra quienes la infringen: 1) entre los elementos sociales reaccionarios que la ley ha desposeído; 2) entre los elementos progresistas que la ley oprime; 3) entre los elementos que no alcanzaron el nivel de civilización que la ley puede representar.

La función de policía de un partido puede ser, por consiguiente, progresista o regresiva; es progresista cuando tiende a mantener en la órbita de la legalidad a las fuerzas reaccionarias desposeídas y a elevar al nivel de la nueva legalidad a las masas atrasadas.

Es regresiva cuando tiende a oprimir las fuerzas vivas de la historia y a mantener una legalidad superada, anti-histórica, transformada en extrínseca.

Por otro lado, el funcionamiento del partido en cuestión suministra criterios discriminatorios; cuando el partido es progresista funciona "democráticamente" (en el sentido de un centralismo democrático), cuando el partido es regresivo funciona "burocráticamente" (en el sentido de un centralismo burocrático).

En este segundo caso el partido es meramente ejecutor, no deliberante; técnicamente es un órgano de policía y su nombre de "partido político" es una pura metáfora de carácter mitológico.

Teoría y práctica.

He releído la famosa dedicatoria de Bandello a Giovanni delle Bande Nere, donde se habla de Maquiavelo y de sus inútiles tentativas de ordenar según su teoría del arte de la guerra una multitud de soldados en el campo, mientras Giovanni delle Bande Nere "en un abrir y cerrar de ojos, con la ayuda de los tambores" ordenó "a aquella gente de diferentes maneras y formas, con gran admiración de quienes allí se encontraban".

Es evidente que ni en Bandello ni tampoco en Giovanni existió propósito alguno de "ridiculizar" a Maquiavelo por su incapacidad y que el mismo Maquiavelo no lo tomó a mal.

El empleo de esta anécdota para extraer conclusiones sobre el carácter abstracto de la obra de Maquiavelo es un contrasentido y demuestra que no se comprende su exacta importancia.

Maquiavelo no era un militar de profesión, he aquí todo, vale decir, no conocía el "lenguaje" de las órdenes y señales militares (trompetas, tambores, etc.).

Por otro lado, se requiere mucho tiempo para que un conjunto de soldados, graduados, suboficiales y oficiales, adquiera el hábito de moverse en un cierto sentido.

Un ordenamiento teórico de las milicias puede ser óptimo en su totalidad, más para ser aplicado debe transformarse en "reglamento", en disposiciones de ejercicio, en "lenguaje" comprendido de inmediato y casi automáticamente realizado.

Es sabido que muchos legisladores de primer orden no saben compilar los "reglamentos" burocráticos, organizar las oficinas y seleccionar el personal apto para aplicar las leyes.

Por consiguiente, de Maquiavelo sólo puede decirse lo siguiente: que fue demasiado tonto para improvisar "tambores".

Sin embargo, la cuestión es importante; no se puede escindir al administrador-funcionario del legislador, al organizador del dirigente, etc.

Pero esto no se cumple ni siquiera hoy y la "división del trabajo" no sólo suple la incapacidad relativa, sino también integra "económicamente" la actividad principal del gran estratega, del legislador, del jefe político, que se hacen ayudar por los especialistas en la tarea de compilar "reglamentos", "instrucciones", "ordenamientos prácticos", etc.

Gran política y pequeña política.

Gran política (alta política), pequeña política (política del día, política parlamentaria, de corredores, de intriga).

La gran política comprende las cuestiones vinculadas con la función de nuevos Estados, con la lucha por la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas estructuras orgánicas económico-sociales.

La pequeña política comprende las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior de una estructura ya establecida, debido a las luchas de preeminencia entre las diversas fracciones de una misma clase política.

Gran política es, por lo tanto, la tentativa de excluir la gran política del ámbito interno de la vida estatal y de reducir todo a política pequeña (Giolitti, rebajando el nivel de las luchas internas hacía gran política; pero sus víctimas eran objeto de una gran política, haciendo ellos una política pequeña).

Es propio de diletantes [aficionados], en cambio, plantear la cuestión de una manera tal que cada elemento de pequeña política deba necesariamente convertirse en problema de gran política, de reorganización radical del Estado.

Los mismos términos se dan en la política internacional:

1) la gran política en las cuestiones que se refieren a la estatura relativa de los Estados en sus recíprocas confrontaciones;

2) la política pequeña en las cuestiones diplomáticas que se ocultan en el interior de un equilibrio ya constituido y que no tratan de superar el mismo equilibrio para crear nuevas relaciones.

Maquiavelo examina especialmente las cuestiones de gran política: creación de nuevos Estados, conservación y defensa de estructuras orgánicas en su conjunto; cuestiones de dictadura y de hegemonía en vasta escala, es decir, sobre toda un área estatal.

Russo, en los Prolegomeni, hace de El Príncipe [1513] el tratado de la dictadura (momento de la autoridad y del individuo) y de los Discursos [1529] el de la hegemonía (momento de lo universal y de la libertad).

La observación de Russo es exacta, aún cuando en El Príncipe no faltan referencias al momento de la hegemonía o del consenso junto al de la autoridad o de la fuerza.

Es justa así la observación de que no existe oposición de principio entre principado y república, sino que se trata de la hipóstasis [conjunción] de los dos momentos de la autoridad y de la universalidad.

A propósito del Renacimiento, de Lorenzo de Médicis: cuestión de "gran política y de pequeña política", política creadora y política de equilibrio, de conservación, aunque se tratase de conservar una situación miserable.

Acusación a los franceses (y a los galos desde Julio César) de ser volubles.

Y en este sentido los italianos del Renacimiento no fueron jamás "volubles"; antes bien, es preciso distinguir entre la gran política que los italianos hacían en el "exterior", como fuerza cosmopolita (mientras duró dicha fuerza) y la política pequeña en el interior, la diplomacia pequeña, la estrechez de los programas..., la debilidad de la conciencia nacional que habría demandado una actividad audaz y confiada en las fuerzas populares-nacionales.

Concluido el período de la función cosmopolita, nace el de la "política pequeña" en lo interno, el inmanente esfuerzo para impedir todo cambio radical.

En realidad, el "pie de casa", las manos limpias, etc., que fueron tan reprochadas a las generaciones del 1800, no son más que la forma tradicional de la conciencia de la finalidad de una función cosmopolita y la incapacidad de crear una nueva, actuando sobre el pueblo-nación.

El Moderno Príncipe, apuntes sobre la Política de Maquiavelo, Antonio Gramsci.

http://www.laeditorialvirtual.com.ar/Pages/Gramsci_Antonio/ElModernoPrincipe.htm#_Toc129155785


3 comentarios:

  1. http://ezequielmeler.wordpress.com/2010/03/31/mis-amigos-antikirchneristas/

    manolo da para comentar esto

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  2. Manolo, un sofisma de ocho mil palabras sigue siendo un sofisma.

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  3. Gracias por traer el texto de Gramsci.

    Andrés

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