lunes, 6 de agosto de 2012

Argentina Exporta Intangibles; ¿Cómo sobrevivir al Colapso sin recurrir a las bayonetas?



La contabilidad tuvo que desarrollar un concepto nuevo para incorporar a los balances económicos del patrimonio de una organización el valor de marca, el conocimiento que desarrolla una organización y el crecimiento debido al resultado de investigaciones.

Un activo es un recurso controlado por la entidad del que pudo y puede obtener beneficios económicos.

En el lenguaje contable el término intangible se emplea con un sentido restringido para aquellos activos que producen beneficios parecidos a los que producen los bienes de uso o de renta y que no pueden materializarse físicamente.

Se emplean en las actividades principales de la entidad (en la producción, en la gestión comercial o bien en la administrativa) o son contratados a terceros.

Asimismo, su capacidad de servicio no se agota ni se consume en el corto plazo y mientras se usan no se transforman en otros bienes ni están destinados directamente a su venta.

Los activos intangibles pueden ser: las marcas, la identidad corporativa, la comunicación institucional, la imagen, el reconocimiento de los stakeholders y la reputación de una organización; el conocimiento comercial, operativo, científico o tecnológico, la propiedad intelectual, patentes y derechos de comercialización; las licencias, concesiones y derechos de autor; la cartera de clientes y la forma de relacionarse con ellos, entre otros.



Catan en Davos; Charly Boyle y “20 Minutes into the Future”.



Con las Elites obsesionadas por el Control de la Virtualidad, los Ultra y los Anti creen vivir en el Mundo de Network 23; y en consecuencia se disputan los sillones del Directorio.

Todo aquello que queda fuera de foco, y por lo tanto no existe para ellos, solo puede emerger vía la interferencia.

De esa metáfora añeja, regada por mucha birra; nació el chiste que Lucas digital es Max, y Manolo analógico es Blank Reg; el no registrado.

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En Davos, los gnomos de la Globalización Financiera se devanan los sesos explorando los límites de la Gobernanza.

A diferencia de la Gobernabilidad de la Trilateral, aplicable para la periferia, y por lo tanto era deseable la Republica sin la Democracia; o sea que los Partidos Militares corren con el Costo Político del uso de las Bayonetas.

Esta vez se trata de los propios países centrales, la OTAN económica, quienes deben “Achicar el Estado para Agrandar la Nación; con la bendición del Dios Mercado y sus Sacerdotes los Economistas.

¿Por qué no “confían” en sus propias FFAA?; sencillo, como suele decir Ayj, buscan un Sila, no un Mario y sus sucesores Cesar y Octavio.

A diferencia de los Partidos Militares del 3º Mundo, donde la pertenencia a los Sectores Medios (coloniales) era la norma; en el Atlántico Norte la profesionalización se convirtió en salida de los jóvenes desocupados, el M16 como escalera social para los Lumpen.

Lo que es “útil” en las calles del Triangulo Sunita, puede convertirse en contraproducente en las calles de BosWash o SanSan; no hace falta un “Chávez”, con un Smedley Butler, hacer clic aquí, es suficiente para hacer saltar todo el tinglado.

Ergo hay que estudiar los “casos” donde, sin recurrir a los Partidos Militares, los Sistemas Políticos pueden funcionar con Estados “Democráticos” reducidos a “piel y huesos”.



Para la traducción del tema del grupo “Aquí tiene su vuelto”, hacer clic aquí.

Las asociaciones no son casuales, sino causales. 


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Año 2007, mucho antes de las elecciones de “Cristina, Cobos y vos”, la Perla del Once.

Llevaba a las reuniones cerveceras planillas de Excel, con las relaciones de presupuesto por habitante y día; para refutar el sentido común sobre la “superioridad” de Rosario, Morón y la CABA frente a los Mafiosos Impresentables.

Carrasco, que todavía era un “Edison Carter” sudando la gota gorda, para encamarse con las “Theora Jones” de ocasión; me chicaneaba.

“Acá no te vas a levantar ninguna mina, con esas planillas y con lo de la Bancarrota Ideológica de la Globalización.

Tendrías que ir a Púan, a probar suerte”

Más que una crítica, era una triquiñuela para distraerme, mientras manoteaba la botella de cerveza y un faso de mi paquete.

Mis 40 kilómetros de ida y vuelta, eran para él más de 900; quizás por eso, era uno de los pocos que comprendía que los extremos sociológicos, que en los pueblos del interior no superan el kilómetro, en Buenos Aires eran directamente proporcionales a su tamaño.

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El término estado fallido es empleado por periodistas y comentaristas políticos para describir un Estado soberano que, se considera, ha fallado en la garantía de servicios básicos.

Con el fin de hacer más precisa la definición, el centro de estudio Fund for Peace ha propuesto los siguientes parámetros:

+ Pérdida de control físico del territorio, o del monopolio en el uso legítimo de la fuerza.

+ Erosión de la autoridad legítima en la toma de decisiones.

+ Incapacidad para suministrar servicios básicos.

+ Incapacidad para interactuar con otros Estados, como miembro pleno de la comunidad internacional.

Por lo general, un Estado fallido se caracteriza por un fracaso social, político y económico, caracterizándose por tener un gobierno tan débil o ineficaz, que tiene poco control sobre vastas regiones de su territorio, no provee ni puede proveer servicios básicos, presenta altos niveles de corrupción y de criminalidad, refugiados y desplazados, así como una marcada degradación económica.

Sin embargo, el grado de control gubernamental que se necesita, para que un Estado no se considere como fallido, presenta fuertes variaciones.

Más notable aun, el concepto mismo de Estado fallido es controvertido, sobre todo cuando se emplea mediante un argumento de autoridad, y puede tener notables repercusiones geopolíticas.

En un sentido amplio, el término se usa para describir un Estado que se ha hecho ineficaz, teniendo sólo un control nominal sobre su territorio en el sentido de no tener grupos armados desafiando directamente la autoridad del Estado, no poder hacer cumplir sus leyes debido a las altas tasas de criminalidad, a la corrupción extrema, a un extenso mercado informal, burocracia impenetrable, ineficacia judicial, interferencia militar en la política.



La fuente de los datos de la planilla, hacer clic aquí.

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El informe central, que sirve de hilo conductor para las deliberaciones de los 30 Jefes de Estado y mil presidentes de las empresas con mayor presencia mundial que asisten al Foro, se contrae a dos grandes amenazas: las crecientes disparidades económicas entre países y en su interior, y las fallas en la gobernanza global derivada de la precariedad institucional, cuya interacción genera lo que el Foro denomina “la paradoja del Siglo XXI”: mientras el mundo crece en su conjunto, se ahondan cada vez más las diferencias que nos separan.

De acuerdo con Schwab, los gobiernos no pueden enfrentar solos los desafíos de nuestro tiempo; es preciso estrechar los lazos con la sociedad civil para identificar, en un marco de mayor convergencia, el camino del crecimiento y el desarrollo económico y social.

El informe comienza por advertir que “el mundo no está en condiciones de soportar nuevas crisis”.

Todavía se sienten los coletazos de la eclosión de las hipotecas subprime en Estados Unidos y el estallido de la crisis de la deuda en Grecia e Irlanda y de la burbuja inmobiliaria en España como consecuencia de la ausencia de autoridad, adecuada regulación y buen gobierno.

Algunos analistas consideran que lo peor ya pasó y que, salvo el nivel de empleo, la recuperación de la economía mundial es una realidad.

Sin embargo, como señala en informe del Foro, se mantiene un “alto grado de volatilidad y ambigüedad en los mercados a corto y mediano plazo, que probablemente se va a traducir en un comportamiento irracional por parte de los inversionistas internacionales”.

Klaus Schwab promueve la participación de los empresarios en la concertación de soluciones a los problemas globales.

Si bien el Foro de Davos es principalmente usado por los empresarios para ampliar su red de contactos, por lo general al margen de los eventos programados, Schwab quiere integrarlos en una red con las mejores cabezas del planeta para que le den su apoyo al G20, convertido en el eje de la gobernanza global, resultante de la pérdida de relevancia de las instituciones creadas por el Acuerdo de Bretton Woods.

Por mucho optimismo que se le ponga, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio no responden adecuadamente a las necesidades actuales de regulación y liderazgo global.

Su reforma se requiere con urgencia, tras los desastres generados por haber dejado la economía al vaivén del laissez-faire y de reguladores que no regularon, controladores que no controlaron y especuladores que sí especularon.

No parece ser cierto que los mercados por sí solos tiendan al equilibrio global.

Lo ocurrido en los últimos tres años demuestra que es conveniente adelantar una reforma institucional de un mercado global con autoridades globales.

Davos podría poner la primera piedra.


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El debate en América Latina ha tenido características diferentes que el europeo, por lo que es necesario aportar una revisión crítica de la agenda propuesta para la transformación del Estado en la región y la transferencia de la noción de governance por los organismos multilaterales.

Para comprender estas transformaciones, aquí se analizan tres áreas centrales de las reformas estatales emprendidas en América Latina: la privatización de servicios públicos, las nuevas ofertas de políticas sociales y los procesos de descentralización.

Ello nos permitirá entender la tensión entre los modelos normativos y los particulares patrones de gobernanza que predominan en América Latina.

En América Latina, el debate académico sobre la gobernanza ha sido más bien escaso y la noción dominante ha sido difundida por los donantes de la cooperación internacional.

El Banco Mundial (BM), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) han desempeñado una función central en el desarrollo y posterior transferencia de la noción de buen gobierno, pretendiendo, de ese modo, volver más efectiva la ayuda internacional en los países subdesarrollados (Grindle, 2007; Weiss, 2000).

El BM define gobernanza como el conjunto de procesos e instituciones a través de las cuales se determina la forma en que se ejerce el poder en un país, para desarrollar sus recursos económicos y sociales.

En este contexto, el buen gobierno se refiere a la transparencia y la eficacia en tres áreas fundamentales:

1) métodos de elección, control y reemplazo de los gobernantes (estabilidad institucional);

2) capacidad del gobierno para administrar recursos y aplicar políticas (marco regulatorio y eficacia del gobierno), y

3) respeto a los ciudadanos (transparencia, participación y garantía del Estado de derecho) (Word Bank, 2005: 3-7).

El PNUD (UNDP) (1997: 12), por su parte, define gobernanza como "el ejercicio de la autoridad económica, política y administrativa para administrar los asuntos de un país a todos los niveles de gobierno.

La misma comprende los mecanismos, los procesos y las instituciones a través de las cuales los ciudadanos y los grupos articulan sus intereses, ejercen sus derechos legales, cumplen sus obligaciones y resuelven sus diferencias".

Desde este punto de vista, la gobernanza adecuada se caracteriza como "participativa, transparente [...] con control público [...], efectiva y equitativa [...] promotora del Estado de derecho [que] asegura que las prioridades políticas, sociales y económicas estén basadas en un amplio consenso en la sociedad".

Desde este enfoque, el buen gobierno implica determinadas características del proceso de gobernabilidad, en el que el Estado debe garantizar el cumplimiento de la ley (y hacerlo en forma transparente y libre de corrupción), dar lugar a la participación de la sociedad civil y garantizar el Estado de derecho.

Lo más relevante a enfatizar es que en estas recomendaciones se encuentra implícito un modelo de Estado (neoliberal) y, en consecuencia, la necesidad de fortalecerlo para que funcionen las fuerzas del mercado.

En primer lugar, el Estado debe determinar con precisión el alcance de las funciones que asume y transferir el resto al mercado.

Al mismo tiempo, debe incrementar la participación del sector privado y la sociedad civil en actividades que hasta ahora estaban reservadas al sector público, bajo el argumento de que el monopolio estatal en temas de infraestructura, servicios sociales y otros bienes y servicios tiende a ser poco eficaz.

El camino es exponer a los organismos estatales a una competencia mayor con el mercado, con el fin de incrementar su eficacia y eficiencia, sustituyendo el modelo jerárquico-burocrático por la nueva gerencia pública (NGP) (BM, 1997).

Los principales interrogantes que se plantean son: ¿cuáles han sido los esquemas de gobernanza efectivamente introducidos en la región?, ¿qué consecuencias han tenido?, ¿cuánto se ha transformado el Estado?, ¿se han logrado gestionar las políticas públicas de forma más eficaz, eficiente, transparente y democrática?

Gobernanza en América Latina
09 de Abril de 2012
Cristina Zurbriggen, hacer clic aquí.

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“…tus viejas planillas de Excel pasadas en Power Point, mechadas con jerga semiótica en ingles de Harvard o Berkeley, mientras los Burócratas miran embobados…”

“…en fin, que le vamos a hacer petiso, siempre nos queda Zorba,…”

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El diagnóstico es terminante para esta mujer de pensamiento inquieto y sonrisa franca, que nació el 20 de agosto de 1950, que logró su doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, y que hoy es secretaria de investigación de la Universidad Nacional de San Martín:

"La gobernabilidad de la Argentina descansa en la provincia de Buenos Aires".

Pero, al mismo tiempo, advierte la paradoja de que "la provincia más fuerte, en términos económicos y electorales, es también la más doblegada".

Desentrañar las razones de ese "sometimiento" al poder del gobierno nacional, como ella lo calificó ante Enfoques, le llevó cinco años de investigación, que le sirvieron, además, para agudizar una mirada profunda, y nada prejuiciosa, de un distrito clave en la vida nacional.

Seguramente la misma capacidad que aportó en su única experiencia concreta en la política real, como asesora de Graciela Fernández Meijide.

En esa tarea, admite ahora, comprendió que "la política es muy difícil" y que "se ha degradado porque también se ha degradado la sociedad".

–Utilizo palabras de su libro: ¿por qué la provincia con más peso en la economía y en la política termina cediendo su autonomía al habitante de turno en la Casa Rosada?

–No hay que olvidarse que empieza cediéndola como producto de una derrota.

Cuando Buenos Aires es descabezada, es decir, un poco cuando pasa a ser capital de la Argentina y no es más capital de la provincia de Buenos Aires, es resultado de una derrota militar y, consecuentemente, de una derrota política.

Desde 1880, que es cuando se produce la federalización de Buenos Aires, hasta 1916, con algunos vaivenes, Buenos Aires intenta resistir al poder central y finalmente no lo consigue y es intervenida por Hipólito Yrigoyen.

Ahí empieza una segunda etapa de esta historia de doblegación o sometimiento de Buenos Aires: la convicción que tienen tanto Yrigoyen como Justo o Perón, es decir, no es patrimonio ni de la izquierda ni de la derecha, ni de los conservadores ni de los populistas, sino de todo habitante de la Casa Rosada, sobre la necesidad de llegar con Buenos Aires para ganar la Presidencia.

–Una aspiración permanente...

–Es importante ganar la provincia de Buenos Aires porque representa al 38% del electorado nacional.

La gobernabilidad de la Argentina descansa en Buenos Aires.

No es casual que uno de los presidentes que llega sin poder ganar la provincia de Buenos Aires, en 1999, como Fernando de la Rúa, se va dos años después, entre otras cosas, por los saqueos en el conurbano bonaerense en donde hay un gobernador de otro signo político, peronista.

Es una historia complicada esto de que Buenos Aires no tenga una fórmula política propia, como tienen las otras provincias.

Como la ciudad de Buenos Aires, que tiene su fórmula política propia, autónoma, que puede funcionar mejor o peor, pero nadie va a decir que es manejada por el poder central.

Es más, puede confrontar con el poder central y no necesariamente caer o tenerse que ir antes de tiempo su jefe de gobierno.

–No parece haber mucha voluntad en ningún lado para buscar esa fórmula política.

–No soy muy optimista: las legislaciones y las reglamentaciones tienen que poder ir combinándose con una práctica y una cultura políticas.

Si esto no sucede, se pueden tener desfases brutales: Constituciones que van por un lado y realidades políticas que van para otro.

Esto implicaría no sólo una decisión política...

Habría que ver cómo el país puede llevar adelante un desarrollo que le dé a Buenos Aires su autonomía política.

La paradoja es que la provincia más fuerte, en términos de electorado y de poder económico, es la más doblegada.

¿Por qué?

Precisamente porque existe una voluntad del conjunto de la clase política que está fundada en una convicción: si no se gana en la provincia de Buenos Aires es muy difícil manejar la Casa Rosada

–Esa es una de las razones por las cuales el kirchnerismo termina atado electoralmente a un Daniel Scioli en el que no termina de confiar, pero al que le va bien en las encuestas y que acepta el sometimiento de la Nación.

–El problema es que el Estado nacional y el gobierno nacional manejan los recursos.

Esta asimilación que se ha hecho en la Argentina entre el Estado y el gobierno es vieja.

También la tradición militar, autoritaria, ha aportado a esta imbricación entre gobierno y Estado, que hace que, al manejar el poder central, el poder político y el poder económico, cualquier gobernador se vea en problemas a la hora de tener que confrontar porque lo ahogan económicamente.

Y sin recursos no se puede seguir haciendo política.

–Tampoco se puede hacer, al parecer, sin el apoyo del aparato partidario. 

Por eso me llamó la atención que Eduardo Duhalde haya dicho que la importancia del aparato del PJ bonaerense es un mito. 

¿Coincide?

–El aparato vale para una elección interna partidaria, pero no para una elección general.

El triunfo de Graciela Fernández Meijide en los comicios de 1997 probó que los aparatos no sirven en las elecciones generales.

Allí gana la gente, con los votos.

Pero lo que se arma a partir de 1991, cuando Duhalde negocia ir a la provincia con la condición de que le den el Fondo de Reparación del conurbano bonaerense, son pequeños aparatos locales que se alinean detrás de un jefe porque les garantiza la perpetuidad.

Tanto van en busca de un jefe y tan efectivos han sido que radicales y no radicales, como el caso de Martín Sabbatella, han terminado rindiéndose ante la Casa Rosada porque es la que les garantiza la perpetuidad.

–Ahora que menciona la palabra "perpetuidad", siempre me llamó la atención que el peronismo gobierne la provincia desde hace 24 años y que, pese a que los problemas siempre son los mismos y no se solucionan, muchos tengan la sensación de que es el único partido que puede administrar el distrito.

–Es como el síndrome de la ingobernabilidad.

La provincia de Buenos Aires y sus votantes están optando por un mal menor, o sea, por mantener cierta estabilidad a la posibilidad de una mejora o de un cambio.

Es un síndrome bastante extendido en la Argentina.

Pero siempre hay grupos de votantes que también son responsables, porque si no parece que los únicos responsables de lo que pasa son los que tienen el 50% de los votos, y los que hacen política y tienen el 2% también lo son.

Por ejemplo, el otro día hablaba con un amigo sobre el socialismo y yo decía que habría que modificar ese partido: en cien años sólo tuvieron una gobernación.

Si todos los partidos hubieran tenido ese nivel de eficacia tendríamos militares desde 1916.

Yo puedo criticar lo que quiera porque soy intelectual, es mi papel, pero un político puede criticar y, además, tiene que tener capacidad para acumular poder, gobernar y transformar en función de lo que él dice que es bueno para el país o su partido.

El problema es que en la Argentina hay como un síndrome de "no grandes aspiraciones", y entonces la estabilidad es como una gran aspiración de los argentinos.

–El peronismo logra dar la sensación de que es el único en condiciones de mantener la gobernabilidad, aunque, en realidad, muchas veces le cuesta gobernar.

–Porque no se cuestiona la calidad de esa gobernabilidad, sólo la estabilidad.

En la ciencia política apareció hace unos años un concepto nuevo, traducido del inglés como "gobernanza", un concepto más cerca de la calidad de la gobernabilidad.

No se trata sólo de que todo esté más o menos tranquilo, sino de que podamos tener una sociedad mejor, más equitativa, donde ya no volvamos atrás en cuestiones vinculadas a la libertad de prensa, a los derechos humanos, para que pasen cosas como las que están pasando…

¿Quién hubiera cuestionado en 1983 a las Madres de Plaza de Mayo?

Volvimos atrás en aspectos inimaginables.

Hubo una cooptación de algunos organismos de derechos humanos por parte del Estado, pero esos organismos tienen que tener su lugar en el Estado en forma independiente de los gobiernos.

Acá se produce una simbiosis entre el gobierno y el Estado, entonces estar en el Estado es estar de acuerdo con el gobierno, pero, en realidad, es una clara señal político partidaria.

Nadie habla del Estado argentino y su pertenencia como algo apartidario.

Este episodio que involucra a Schoklender y a las Madres es un retroceso porque los organismos de derechos humanos hicieron de su causa una bandera por la que nos reconocen en el mundo y de la que estamos orgullosos, como sucede con el juicio a las juntas.

Estos retrocesos los pagamos todos, y los que creen que están a salvo, se confunden.

–Cuando habla de retrocesos, ¿también se puede incluir en este rubro el clientelismo, que está tan extendido, sobre todo, en la provincia de Buenos Aires?

–No estoy de acuerdo con la categoría de clientelismo.

¿A qué se le dice clientelismo?

A los recursos que el Estado nacional le brinda a los más pobres, supuestamente a cambio de favores como el voto.

Pero si miramos en el contenido de la palabra clientelismo, que supone un Estado que da recursos a un sector de la población y ese sector lo que tiene de intercambiable y poderoso es su voto, la clase media también tiene acuerdos con los Estados nacionales, provinciales y locales, y también ofrece su voto, y los empresarios también son subsidiados por el Estado argentino…

–¿A qué se refiere?

–La clase media paga baratísimo la cuenta del gas gracias a un subsidio.

En lugar de que el Estado le dé 500 pesos para pagarla, le baja 500 pesos la tarifa.

¿De dónde sale esa plata?

Del Estado.

Y para no hablar de los empresarios argentinos, que tienen altos niveles de dependencia del Estado, desde los negocios que hacen, la subordinación que tienen en relación a subsidios y su actitud poco autónoma.

Por eso, probablemente exista un rasgo clientelar, dependiente y de falta de autonomía, en la economía que va más allá de la gente más humilde.

La categoría de clientelismo no tiene valor: suena como un estigma hacia los más pobres cuando, en realidad, estamos en una sociedad en la que mucha gente vive del Estado y se beneficia de él.

Es estigmatizar a un sector social que tiene bastante menos responsabilidad que otros por los destinos del país.

Hay condiciones de pobreza extrema y sería ideal que la gente que necesita una ayuda tenga trabajo.

Lo ideal también sería tener un capitalismo que funcione…

Tenemos un capitalismo deficiente, maltrecho, pobre, débil, cómodo, que no quiere arriesgar, que no es audaz, que no tiene en la Argentina todos los rasgos que lo han hecho un sistema económico dominante en el mundo.

–Usted participó en la política real al lado de Fernández Meijide. 

¿Le gustó la experiencia? 

¿La hizo comprender mejor a los políticos?

–Los politólogos tenemos un problema: no tenemos laboratorios...

Pero tenemos esta posibilidad de asesorar, de entrar a un grupo y hacer lo que no quieren hacer muchos académicos.

La política es muy difícil, y se ha degradado porque se ha degradado la sociedad también.

La política es la actividad colectiva por excelencia.

Cuando deja de serlo, como sucedió en el Frepaso cuando Chacho Alvarez tomó decisiones por su cuenta, se destruye el colectivo.

No se puede hacer eso.

–Es cierto que no hay dirigentes que nazcan de una probeta. 

Salen de esta sociedad, que les exige pureza absoluta a sus dirigentes mientras, por ejemplo, acepta las coimas o los favores para hacer un trámite. 

En ese sentido, el discurso antipolítico es injusto.

–La policía quizá sea la institución que lidia con la lacra humana.

Pero la política lidia con el ser humano: los políticos ven todo, incluso se insensibilizan porque ven todo.

Es terrible porque lo último que un político debería perder es la sensibilidad, pero, al mismo tiempo, tiene que ser muy duro porque tiene que tomar decisiones todo el tiempo que afectan a millones de personas.

La gente toca la cacerola contra los políticos y, a la primera de cambio, le pide un favor al primer dirigente que se le acerca.

Y el político tiene que lidiar con lo malo, lo bueno, lo miserable del ser humano.

Con eso se hace política.

Entonces, si una sociedad está degradada, la política también lo está, porque el dirigente tiene que lidiar con seres humanos degradados.

Aunque sea San Francisco de Asís, el más puro de los puros, después tiene que hacer política en la Tierra porque los seres humanos lo ponen en las encrucijadas que lo ponen.

La tarea del político es la de educar y tiene que ser el ejemplo, pero también tiene que responder a la demanda de la sociedad, porque depende de sus votos si quiere verdaderamente educar y transformar el país.

La política es una actividad muy, pero muy complicada.

Entrevista con María Matilde Ollier
"La provincia más fuerte es también la más doblegada"
Por Ricardo Carpena, hacer clic aquí.

…salto de pantalla…

“…se acabo la birra y solo nos quedan 5 fasos,…, contemos las monedas,…”



PD para los lectores, después de conseguir 2 botellas y una caja de Achalay.

La rebelión de los alcaldes obliga al PP a frenar la reforma que les quita poder.