La contabilidad tuvo que desarrollar un concepto nuevo para incorporar
a los balances económicos del patrimonio de una organización el valor de marca,
el conocimiento que desarrolla una organización y el crecimiento debido al
resultado de investigaciones.
Un activo es un recurso controlado por la entidad del que pudo y puede
obtener beneficios económicos.
En el lenguaje contable el término intangible se emplea con un sentido
restringido para aquellos activos que producen beneficios parecidos a los que
producen los bienes de uso o de renta y que no pueden materializarse
físicamente.
Se emplean en las actividades principales de la entidad (en la producción,
en la gestión comercial o bien en la administrativa) o son contratados a
terceros.
Asimismo, su capacidad de servicio no se agota ni se consume en el
corto plazo y mientras se usan no se transforman en otros bienes ni están
destinados directamente a su venta.
Los activos intangibles pueden ser: las marcas, la identidad
corporativa, la comunicación institucional, la imagen, el reconocimiento de los
stakeholders y la reputación de una organización; el conocimiento comercial,
operativo, científico o tecnológico, la propiedad intelectual, patentes y
derechos de comercialización; las licencias, concesiones y derechos de autor;
la cartera de clientes y la forma de relacionarse con ellos, entre otros.
Con las Elites obsesionadas
por el Control de la
Virtualidad, los Ultra y los Anti creen vivir en el Mundo de Network
23; y en consecuencia se disputan los sillones del Directorio.
Todo aquello que queda
fuera de foco, y por lo tanto no existe para ellos, solo puede emerger vía la interferencia.
De esa metáfora añeja,
regada por mucha birra; nació el chiste que Lucas digital es Max, y Manolo analógico
es Blank Reg; el no registrado.
…salto de pantalla…
En Davos, los gnomos
de la Globalización
Financiera se devanan los sesos explorando los límites de la Gobernanza.
A diferencia de la Gobernabilidad de la Trilateral, aplicable
para la periferia, y por lo tanto era deseable la Republica sin la Democracia; o sea que
los Partidos Militares corren con el Costo Político del uso de las Bayonetas.
Esta vez se trata de
los propios países centrales, la
OTAN económica, quienes deben “Achicar el Estado para Agrandar la Nación”; con la bendición del Dios Mercado y
sus Sacerdotes los Economistas.
¿Por qué no “confían”
en sus propias FFAA?; sencillo, como suele decir Ayj, buscan un Sila, no un
Mario y sus sucesores Cesar y Octavio.
A diferencia de los
Partidos Militares del 3º Mundo, donde la pertenencia a los Sectores Medios (coloniales)
era la norma; en el Atlántico Norte la profesionalización se convirtió en
salida de los jóvenes desocupados, el M16 como escalera social para los Lumpen.
Lo que es “útil” en
las calles del Triangulo Sunita, puede convertirse en contraproducente en las
calles de BosWash o SanSan; no hace falta un “Chávez”, con un Smedley Butler, hacer clic aquí,
es suficiente para hacer saltar todo el tinglado.
Ergo hay que estudiar
los “casos” donde, sin recurrir a los Partidos Militares, los Sistemas Políticos
pueden funcionar con Estados “Democráticos” reducidos a “piel y huesos”.
Para la traducción del
tema del grupo “Aquí tiene su vuelto”, hacer
clic aquí.
Las asociaciones no
son casuales, sino causales.
…salto de pantalla…
Año 2007, mucho antes
de las elecciones de “Cristina, Cobos y
vos”, la Perla
del Once.
Llevaba a las reuniones
cerveceras planillas de Excel, con las relaciones de presupuesto por habitante
y día; para refutar el sentido común sobre la “superioridad” de Rosario, Morón
y la CABA frente
a los Mafiosos Impresentables.
Carrasco, que todavía era
un “Edison Carter” sudando la gota gorda, para encamarse con las “Theora Jones”
de ocasión; me chicaneaba.
“Acá no te vas a levantar ninguna mina, con esas planillas y con lo de la Bancarrota Ideológica
de la Globalización.
Tendrías que ir a Púan, a probar suerte”
Más que una crítica,
era una triquiñuela para distraerme, mientras manoteaba la botella de cerveza y
un faso de mi paquete.
Mis 40 kilómetros de ida
y vuelta, eran para él más de 900; quizás por eso, era uno de los pocos que comprendía
que los extremos sociológicos, que en los pueblos del interior no superan el kilómetro,
en Buenos Aires eran directamente proporcionales a su tamaño.
…salto de pantalla…
El término estado fallido es empleado por periodistas y
comentaristas políticos para describir un Estado soberano que, se considera, ha
fallado en la garantía de servicios básicos.
Con el fin de hacer más precisa la definición, el centro de
estudio Fund for Peace ha propuesto los siguientes parámetros:
+ Pérdida de control físico del territorio, o del monopolio
en el uso legítimo de la fuerza.
+ Erosión de la autoridad legítima en la toma de decisiones.
+ Incapacidad para suministrar servicios básicos.
+ Incapacidad para interactuar con otros Estados, como
miembro pleno de la comunidad internacional.
Por lo general, un Estado fallido se caracteriza por un
fracaso social, político y económico, caracterizándose por tener un gobierno
tan débil o ineficaz, que tiene poco control sobre vastas regiones de su
territorio, no provee ni puede proveer servicios básicos, presenta altos
niveles de corrupción y de criminalidad, refugiados y desplazados, así como una
marcada degradación económica.
Sin embargo, el grado de control gubernamental que se necesita,
para que un Estado no se considere como fallido, presenta fuertes variaciones.
Más notable aun, el concepto mismo de Estado fallido es
controvertido, sobre todo cuando se emplea mediante un argumento de autoridad,
y puede tener notables repercusiones geopolíticas.
En un sentido amplio, el término se usa para describir un
Estado que se ha hecho ineficaz, teniendo sólo un control nominal sobre su
territorio en el sentido de no tener grupos armados desafiando directamente la
autoridad del Estado, no poder hacer cumplir sus leyes debido a las altas tasas
de criminalidad, a la corrupción extrema, a un extenso mercado informal,
burocracia impenetrable, ineficacia judicial, interferencia militar en la
política.
El informe central, que sirve de hilo conductor para las
deliberaciones de los 30 Jefes de Estado y mil presidentes de las empresas con
mayor presencia mundial que asisten al Foro, se contrae a dos grandes amenazas:
las crecientes disparidades económicas entre países y en su interior, y las
fallas en la gobernanza global derivada de la precariedad institucional, cuya
interacción genera lo que el Foro denomina “la paradoja del Siglo XXI”:
mientras el mundo crece en su conjunto, se ahondan cada vez más las diferencias
que nos separan.
De acuerdo con Schwab, los gobiernos no pueden enfrentar
solos los desafíos de nuestro tiempo; es preciso estrechar los lazos con la
sociedad civil para identificar, en un marco de mayor convergencia, el camino
del crecimiento y el desarrollo económico y social.
El informe comienza por advertir que “el mundo no está en
condiciones de soportar nuevas crisis”.
Todavía se sienten los coletazos de la eclosión de las
hipotecas subprime en Estados Unidos y el estallido de la crisis de la deuda en
Grecia e Irlanda y de la burbuja inmobiliaria en España como consecuencia de la
ausencia de autoridad, adecuada regulación y buen gobierno.
Algunos analistas consideran que lo peor ya pasó y que,
salvo el nivel de empleo, la recuperación de la economía mundial es una
realidad.
Sin embargo, como señala en informe del Foro, se mantiene un
“alto grado de volatilidad y ambigüedad en los mercados a corto y mediano
plazo, que probablemente se va a traducir en un comportamiento irracional por
parte de los inversionistas internacionales”.
Klaus Schwab promueve la participación de los empresarios en
la concertación de soluciones a los problemas globales.
Si bien el Foro de Davos es principalmente usado por los
empresarios para ampliar su red de contactos, por lo general al margen de los
eventos programados, Schwab quiere integrarlos en una red con las mejores
cabezas del planeta para que le den su apoyo al G20, convertido en el eje de la
gobernanza global, resultante de la pérdida de relevancia de las instituciones
creadas por el Acuerdo de Bretton Woods.
Por mucho optimismo que se le ponga, el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial
de Comercio no responden adecuadamente a las necesidades actuales de regulación
y liderazgo global.
Su reforma se requiere con urgencia, tras los desastres
generados por haber dejado la economía al vaivén del laissez-faire y de
reguladores que no regularon, controladores que no controlaron y especuladores
que sí especularon.
No parece ser cierto que los mercados por sí solos tiendan
al equilibrio global.
Lo ocurrido en los últimos tres años demuestra que es
conveniente adelantar una reforma institucional de un mercado global con
autoridades globales.
El debate en América Latina ha tenido características
diferentes que el europeo, por lo que es necesario aportar una revisión crítica
de la agenda propuesta para la transformación del Estado en la región y la
transferencia de la noción de governance por los organismos multilaterales.
Para comprender estas transformaciones, aquí se analizan
tres áreas centrales de las reformas estatales emprendidas en América Latina:
la privatización de servicios públicos, las nuevas ofertas de políticas
sociales y los procesos de descentralización.
Ello nos permitirá entender la tensión entre los modelos
normativos y los particulares patrones de gobernanza que predominan en América
Latina.
En América Latina, el debate académico sobre la gobernanza
ha sido más bien escaso y la noción dominante ha sido difundida por los
donantes de la cooperación internacional.
El Banco Mundial (BM), el Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) han
desempeñado una función central en el desarrollo y posterior transferencia de
la noción de buen gobierno, pretendiendo, de ese modo, volver más efectiva la
ayuda internacional en los países subdesarrollados (Grindle, 2007; Weiss,
2000).
El BM define gobernanza como el conjunto de procesos e
instituciones a través de las cuales se determina la forma en que se ejerce el
poder en un país, para desarrollar sus recursos económicos y sociales.
En este contexto, el buen gobierno se refiere a la
transparencia y la eficacia en tres áreas fundamentales:
1) métodos de elección, control y reemplazo de los
gobernantes (estabilidad institucional);
2) capacidad del gobierno para administrar recursos y
aplicar políticas (marco regulatorio y eficacia del gobierno), y
3) respeto a los ciudadanos (transparencia, participación y
garantía del Estado de derecho) (Word Bank, 2005: 3-7).
El PNUD (UNDP) (1997: 12), por su parte, define gobernanza
como "el ejercicio de la autoridad económica, política y administrativa
para administrar los asuntos de un país a todos los niveles de gobierno.
La misma comprende los mecanismos, los procesos y las
instituciones a través de las cuales los ciudadanos y los grupos articulan sus
intereses, ejercen sus derechos legales, cumplen sus obligaciones y resuelven
sus diferencias".
Desde este punto de vista, la gobernanza adecuada se
caracteriza como "participativa, transparente [...] con control público
[...], efectiva y equitativa [...] promotora del Estado de derecho [que]
asegura que las prioridades políticas, sociales y económicas estén basadas en
un amplio consenso en la sociedad".
Desde este enfoque, el buen gobierno implica determinadas
características del proceso de gobernabilidad, en el que el Estado debe
garantizar el cumplimiento de la ley (y hacerlo en forma transparente y libre
de corrupción), dar lugar a la participación de la sociedad civil y garantizar
el Estado de derecho.
Lo más relevante a enfatizar es que en estas recomendaciones
se encuentra implícito un modelo de Estado (neoliberal) y, en consecuencia, la
necesidad de fortalecerlo para que funcionen las fuerzas del mercado.
En primer lugar, el Estado debe determinar con precisión el
alcance de las funciones que asume y transferir el resto al mercado.
Al mismo tiempo, debe incrementar la participación del
sector privado y la sociedad civil en actividades que hasta ahora estaban
reservadas al sector público, bajo el argumento de que el monopolio estatal en
temas de infraestructura, servicios sociales y otros bienes y servicios tiende
a ser poco eficaz.
El camino es exponer a los organismos estatales a una
competencia mayor con el mercado, con el fin de incrementar su eficacia y
eficiencia, sustituyendo el modelo jerárquico-burocrático por la nueva gerencia
pública (NGP) (BM, 1997).
Los principales interrogantes que se plantean son: ¿cuáles
han sido los esquemas de gobernanza efectivamente introducidos en la región?,
¿qué consecuencias han tenido?, ¿cuánto se ha transformado el Estado?, ¿se han
logrado gestionar las políticas públicas de forma más eficaz, eficiente, transparente
y democrática?
“…tus viejas planillas
de Excel pasadas en Power Point, mechadas con jerga semiótica en ingles de
Harvard o Berkeley, mientras los Burócratas miran embobados…”
“…en fin, que le vamos
a hacer petiso, siempre nos queda Zorba,…”
…salto de pantalla…
El diagnóstico es terminante para esta mujer de pensamiento
inquieto y sonrisa franca, que nació el 20 de agosto de 1950, que logró su
doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, y
que hoy es secretaria de investigación de la Universidad Nacional
de San Martín:
"La gobernabilidad de la Argentina descansa en la
provincia de Buenos Aires".
Pero, al mismo tiempo, advierte la paradoja de que "la
provincia más fuerte, en términos económicos y electorales, es también la más doblegada".
Desentrañar las razones de ese "sometimiento" al
poder del gobierno nacional, como ella lo calificó ante Enfoques, le llevó
cinco años de investigación, que le sirvieron, además, para agudizar una mirada
profunda, y nada prejuiciosa, de un distrito clave en la vida nacional.
Seguramente la misma capacidad que aportó en su única
experiencia concreta en la política real, como asesora de Graciela Fernández
Meijide.
En esa tarea, admite ahora, comprendió que "la política
es muy difícil" y que "se ha degradado porque también se ha degradado
la sociedad".
–Utilizo palabras de su libro: ¿por qué la provincia con más
peso en la economía y en la política termina cediendo su autonomía al habitante
de turno en la Casa Rosada?
–No hay que olvidarse que empieza cediéndola como producto
de una derrota.
Cuando Buenos Aires es descabezada, es decir, un poco cuando
pasa a ser capital de la
Argentina y no es más capital de la provincia de Buenos
Aires, es resultado de una derrota militar y, consecuentemente, de una derrota
política.
Desde 1880, que es cuando se produce la federalización de
Buenos Aires, hasta 1916, con algunos vaivenes, Buenos Aires intenta resistir
al poder central y finalmente no lo consigue y es intervenida por Hipólito
Yrigoyen.
Ahí empieza una segunda etapa de esta historia de
doblegación o sometimiento de Buenos Aires: la convicción que tienen tanto
Yrigoyen como Justo o Perón, es decir, no es patrimonio ni de la izquierda ni
de la derecha, ni de los conservadores ni de los populistas, sino de todo
habitante de la Casa
Rosada, sobre la necesidad de llegar con Buenos Aires para
ganar la Presidencia.
–Una aspiración permanente...
–Es importante ganar la provincia de Buenos Aires porque
representa al 38% del electorado nacional.
La gobernabilidad de la Argentina descansa en Buenos Aires.
No es casual que uno de los presidentes que llega sin poder
ganar la provincia de Buenos Aires, en 1999, como Fernando de la Rúa, se va dos años después,
entre otras cosas, por los saqueos en el conurbano bonaerense en donde hay un
gobernador de otro signo político, peronista.
Es una historia complicada esto de que Buenos Aires no tenga
una fórmula política propia, como tienen las otras provincias.
Como la ciudad de Buenos Aires, que tiene su fórmula
política propia, autónoma, que puede funcionar mejor o peor, pero nadie va a
decir que es manejada por el poder central.
Es más, puede confrontar con el poder central y no
necesariamente caer o tenerse que ir antes de tiempo su jefe de gobierno.
–No parece haber mucha voluntad en ningún lado para buscar
esa fórmula política.
–No soy muy optimista: las legislaciones y las
reglamentaciones tienen que poder ir combinándose con una práctica y una
cultura políticas.
Si esto no sucede, se pueden tener desfases brutales: Constituciones
que van por un lado y realidades políticas que van para otro.
Esto implicaría no sólo una decisión política...
Habría que ver cómo el país puede llevar adelante un
desarrollo que le dé a Buenos Aires su autonomía política.
La paradoja es que la provincia más fuerte, en términos de
electorado y de poder económico, es la más doblegada.
¿Por qué?
Precisamente porque existe una voluntad del conjunto de la
clase política que está fundada en una convicción: si no se gana en la
provincia de Buenos Aires es muy difícil manejar la Casa Rosada…
–Esa es una de las razones por las cuales el kirchnerismo
termina atado electoralmente a un Daniel Scioli en el que no termina de
confiar, pero al que le va bien en las encuestas y que acepta el sometimiento
de la Nación.
–El problema es que el Estado nacional y el gobierno
nacional manejan los recursos.
Esta asimilación que se ha hecho en la Argentina entre el
Estado y el gobierno es vieja.
También la tradición militar, autoritaria, ha aportado a
esta imbricación entre gobierno y Estado, que hace que, al manejar el poder
central, el poder político y el poder económico, cualquier gobernador se vea en
problemas a la hora de tener que confrontar porque lo ahogan económicamente.
Y sin recursos no se puede seguir haciendo política.
–Tampoco se puede hacer, al parecer, sin el apoyo del
aparato partidario.
Por eso me llamó la atención que Eduardo Duhalde haya dicho
que la importancia del aparato del PJ bonaerense es un mito.
¿Coincide?
–El aparato vale para una elección interna partidaria, pero
no para una elección general.
El triunfo de Graciela Fernández Meijide en los comicios de
1997 probó que los aparatos no sirven en las elecciones generales.
Allí gana la gente, con los votos.
Pero lo que se arma a partir de 1991, cuando Duhalde negocia
ir a la provincia con la condición de que le den el Fondo de Reparación del
conurbano bonaerense, son pequeños aparatos locales que se alinean detrás de un
jefe porque les garantiza la perpetuidad.
Tanto van en busca de un jefe y tan efectivos han sido que
radicales y no radicales, como el caso de Martín Sabbatella, han terminado
rindiéndose ante la Casa
Rosada porque es la que les garantiza la perpetuidad.
–Ahora que menciona la palabra "perpetuidad",
siempre me llamó la atención que el peronismo gobierne la provincia desde hace
24 años y que, pese a que los problemas siempre son los mismos y no se
solucionan, muchos tengan la sensación de que es el único partido que puede
administrar el distrito.
–Es como el síndrome de la ingobernabilidad.
La provincia de Buenos Aires y sus votantes están optando
por un mal menor, o sea, por mantener cierta estabilidad a la posibilidad de
una mejora o de un cambio.
Es un síndrome bastante extendido en la Argentina.
Pero siempre hay grupos de votantes que también son
responsables, porque si no parece que los únicos responsables de lo que pasa
son los que tienen el 50% de los votos, y los que hacen política y tienen el 2%
también lo son.
Por ejemplo, el otro día hablaba con un amigo sobre el
socialismo y yo decía que habría que modificar ese partido: en cien años sólo
tuvieron una gobernación.
Si todos los partidos hubieran tenido ese nivel de eficacia
tendríamos militares desde 1916.
Yo puedo criticar lo que quiera porque soy intelectual, es
mi papel, pero un político puede criticar y, además, tiene que tener capacidad
para acumular poder, gobernar y transformar en función de lo que él dice que es
bueno para el país o su partido.
El problema es que en la Argentina hay como un
síndrome de "no grandes aspiraciones", y entonces la estabilidad es
como una gran aspiración de los argentinos.
–El peronismo logra dar la sensación de que es el único en
condiciones de mantener la gobernabilidad, aunque, en realidad, muchas veces le
cuesta gobernar.
–Porque no se cuestiona la calidad de esa gobernabilidad,
sólo la estabilidad.
En la ciencia política apareció hace unos años un concepto
nuevo, traducido del inglés como "gobernanza", un concepto más cerca
de la calidad de la gobernabilidad.
No se trata sólo de que todo esté más o menos tranquilo,
sino de que podamos tener una sociedad mejor, más equitativa, donde ya no
volvamos atrás en cuestiones vinculadas a la libertad de prensa, a los derechos
humanos, para que pasen cosas como las que están pasando…
¿Quién hubiera cuestionado en 1983 a las Madres de Plaza
de Mayo?
Volvimos atrás en aspectos inimaginables.
Hubo una cooptación de algunos organismos de derechos
humanos por parte del Estado, pero esos organismos tienen que tener su lugar en
el Estado en forma independiente de los gobiernos.
Acá se produce una simbiosis entre el gobierno y el Estado,
entonces estar en el Estado es estar de acuerdo con el gobierno, pero, en
realidad, es una clara señal político partidaria.
Nadie habla del Estado argentino y su pertenencia como algo
apartidario.
Este episodio que involucra a Schoklender y a las Madres es
un retroceso porque los organismos de derechos humanos hicieron de su causa una
bandera por la que nos reconocen en el mundo y de la que estamos orgullosos,
como sucede con el juicio a las juntas.
Estos retrocesos los pagamos todos, y los que creen que
están a salvo, se confunden.
–Cuando habla de retrocesos, ¿también se puede incluir en
este rubro el clientelismo, que está tan extendido, sobre todo, en la provincia
de Buenos Aires?
–No estoy de acuerdo con la categoría de clientelismo.
¿A qué se le dice clientelismo?
A los recursos que el Estado nacional le brinda a los más
pobres, supuestamente a cambio de favores como el voto.
Pero si miramos en el contenido de la palabra clientelismo,
que supone un Estado que da recursos a un sector de la población y ese sector
lo que tiene de intercambiable y poderoso es su voto, la clase media también
tiene acuerdos con los Estados nacionales, provinciales y locales, y también
ofrece su voto, y los empresarios también son subsidiados por el Estado
argentino…
–¿A qué se refiere?
–La clase media paga baratísimo la cuenta del gas gracias a
un subsidio.
En lugar de que el Estado le dé 500 pesos para pagarla, le
baja 500 pesos la tarifa.
¿De dónde sale esa plata?
Del Estado.
Y para no hablar de los empresarios argentinos, que tienen
altos niveles de dependencia del Estado, desde los negocios que hacen, la
subordinación que tienen en relación a subsidios y su actitud poco autónoma.
Por eso, probablemente exista un rasgo clientelar,
dependiente y de falta de autonomía, en la economía que va más allá de la gente
más humilde.
La categoría de clientelismo no tiene valor: suena como un
estigma hacia los más pobres cuando, en realidad, estamos en una sociedad en la
que mucha gente vive del Estado y se beneficia de él.
Es estigmatizar a un sector social que tiene bastante menos
responsabilidad que otros por los destinos del país.
Hay condiciones de pobreza extrema y sería ideal que la
gente que necesita una ayuda tenga trabajo.
Lo ideal también sería tener un capitalismo que funcione…
Tenemos un capitalismo deficiente, maltrecho, pobre, débil,
cómodo, que no quiere arriesgar, que no es audaz, que no tiene en la Argentina todos los
rasgos que lo han hecho un sistema económico dominante en el mundo.
–Usted participó en la política real al lado de Fernández
Meijide.
¿Le gustó la experiencia?
¿La hizo comprender mejor a los políticos?
–Los politólogos tenemos un problema: no tenemos
laboratorios...
Pero tenemos esta posibilidad de asesorar, de entrar a un
grupo y hacer lo que no quieren hacer muchos académicos.
La política es muy difícil, y se ha degradado porque se ha
degradado la sociedad también.
La política es la actividad colectiva por excelencia.
Cuando deja de serlo, como sucedió en el Frepaso cuando
Chacho Alvarez tomó decisiones por su cuenta, se destruye el colectivo.
No se puede hacer eso.
–Es cierto que no hay dirigentes que nazcan de una probeta.
Salen
de esta sociedad, que les exige pureza absoluta a sus dirigentes mientras, por
ejemplo, acepta las coimas o los favores para hacer un trámite.
En ese sentido,
el discurso antipolítico es injusto.
–La policía quizá sea la institución que lidia con la lacra
humana.
Pero la política lidia con el ser humano: los políticos ven
todo, incluso se insensibilizan porque ven todo.
Es terrible porque lo último que un político debería perder
es la sensibilidad, pero, al mismo tiempo, tiene que ser muy duro porque tiene
que tomar decisiones todo el tiempo que afectan a millones de personas.
La gente toca la cacerola contra los políticos y, a la
primera de cambio, le pide un favor al primer dirigente que se le acerca.
Y el político tiene que lidiar con lo malo, lo bueno, lo miserable
del ser humano.
Con eso se hace política.
Entonces, si una sociedad está degradada, la política
también lo está, porque el dirigente tiene que lidiar con seres humanos
degradados.
Aunque sea San Francisco de Asís, el más puro de los puros,
después tiene que hacer política en la Tierra porque los seres humanos lo ponen en las
encrucijadas que lo ponen.
La tarea del político es la de educar y tiene que ser el
ejemplo, pero también tiene que responder a la demanda de la sociedad, porque
depende de sus votos si quiere verdaderamente educar y transformar el país.
La política es una actividad muy, pero muy complicada.
Entrevista con María Matilde Ollier
"La provincia más fuerte es también la más
doblegada"