CIUDAD DE GAZA.- El pronóstico oficial dice que, si nada cambia, dentro de dos semanas aquí no habrá qué comer.
Pero en la cocina del derrocado presidente Mahmoud Abbas (también conocido como Abu Mazen),la heladera está atiborrada de carne; su baño privado huele a jabón del bueno y, junto a la cama, espera la bata marrón del dueño que, difícilmente, regrese a esta tierra de la que sus hombres huyeron, muertos de miedo, entre gallos y medianoche. Todo está intacto.
Es que, acallada, al menos por el momento, la batalla de las armas, empieza la de la propaganda para ganar la voluntad de la masa. Y en eso, los radicales islámicos de Hamas -que siguen el modelo de sus vecinos libaneses de Hezbollah- se perfilan como maestros de cuidado.
"Sí, es posible. Espere aquí un momento", dijo, fusil Kalashnikov en mano, un oficial de Al-Qassam -la milicia islámica que es fuerte aquí- antes de aceptar el pedido de LA NACION para recorrer la casa que fue de Abbas y de cuya supuesta destrucción había acusado -falsamente y ante los canales de televisión de todo el mundo- a estas huestes armadas.
"Ya ve con la facilidad con que mienten. No sólo todo está exactamente igual a como él lo dejó, sino que, además, se lo estamos cuidando para evitar que la turba, enojada por todo lo que robó, venga y saquee", añadió el oficial, que, al igual que muchos otros palestinos, dejó su oficio, en este caso, de marmolero, para tomar las armas y sumarse "a la causa".
La llave
En una victoria cuya celeridad sorprendió a tirios y troyanos, los radicales islámicos de Hamas doblegaron por las armas a los moderados de Al-Fatah.
Pero la llave de la victoria final es la masa. Y, para conquistarla, la munición gruesa que ahora cae sobre las filas de Mazen viene cargada de acusaciones de corrupción, mentira y robo.
Y los palestinos, muertos de hambre y despojados de futuro, tienen ya poca paciencia para andar perdonando esas cosas. "La gente no tiene qué comer y ellos tienen grandes mansiones", dijo un estudiante que pasaba frente a la residencia de tres pisos y cuidado jardín que fue de Abbas.
Queda en el barrio de Arrimal, "que es sólo para ricos", añadió el estudiante. Otro apuntó: "Pero no es la única. Abu Mazen tiene al menos otras cuatro viviendas: una en Ramallah, otra en el Líbano, otra en Túnez y otra en Jordania. Los demás palestinos vivimos en campos de refugiados. No es justo".
La cuestión de las casas -y, sobre todo, del origen de los fondos para mantenerlas- se ha convertido en toda una cuestión aquí. Por ejemplo, la casa de Abbas está intacta. "No nos gusta, pero es el presidente de todos. Hay que respetarlo", agregó el estudiante.
La rabia se centró, entonces, en su hombre fuerte, Mohammed Dahlan: su palacete en el cotizado barrio de Al-Remal fue reducido a polvo. Un jacuzzi voló por la ventana y hasta las palmeras del jardín fueron arrancadas de cuajo. No es buen momento éste para tener aquí sueldo de funcionario y estilo de vida sospechosamente rico.
El juego de fondo
En eso, Hamas se mueve, tal vez, con más inteligencia. Su líder, Ismail Haniyeh, sigue viviendo entre los hedores sin desagüe de Al-Shata, uno de los campos de refugiados más pobres y más antiguos de esta ciudad. "Ni siquiera pensó en mudarse cuando se convirtió en primer ministro. Quiere estar con nosotros", dijeron orgullosos sus empobrecidos vecinos.
Vestidos de negro, atildados y con aspecto de bien entrenados, treinta milicianos de Al-Qassam montaban ayer guardia entre el laberinto de callejuelas que rodea la casa. Una nieta de Haniyeh jugaba con ellos y con los chicos del barrio.
Todo estaba tranquilo. El único "proyectil" que cayó fue un colchón que se le escapó por la ventana a una de las mujeres de la casa, ante la mirada de LA NACION y de la revista francesa Paris Match , los dos únicos medios que montaban guardia.
"¿Adónde va?", preguntó uno de los custodios, y cruzó su fusil Kalashnikov para cerrar el paso.
"A sacar una foto", respondió LA NACION.
"Está bien, pase, pero no se quede mucho", contestó el miliciano.
Al rato, salió Haniyeh. Estaba apurado, pero se detuvo y saludó. Los vecinos lo ovacionaron. Los chicos se le treparon al auto -un Mercedes-Benz marrón sin blindar- y los milicianos de negro transpiraron para sacarlos de allí.
Uno de sus voceros se acercó y se presentó. "Nosotros no le tememos a la gente. Hemos ganado las elecciones por el 62% porque somos como ellos", dijo.
Haniyeh se fue para la mezquita. Aquí empieza el juego de fondo por la conquista del alma palestina, tal como hace el Hezbollah de Hassan Nasrallah con el corazón libanés.
Por Silvia Pisani
Enviada especial
Diario La Nacion
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