...continuación...
En sus disputas con Luxemburg y las
fuerzas revolucionarias dentro del PSD, los funcionarios sindicalistas se acostumbraron a proclamar que ellos
conocían los deseos del obrero común mucho mejor que los revolucionarios
teóricos.
Según ellos, Luxemburg y otros
revolucionarios de su índole tenían las cabezas llenas de abstracciones y
visiones utópicas y en
realidad no tenían ninguna solución práctica para los problemas que los obreros
sufrían en las minas o en los talleres de las fábricas.
Para los teóricos era
maravilloso soñar con un cataclismo revolucionario en el futuro y con la utopía
que éste engendraría, pero en el aquí y el ahora a los trabajadores les
importaba más esos pocos marcos extra en sus cheques semanales.
Quizás haya sido cierto que los argumentos de los
funcionarios sindicalistas reflejaban la actitud de muchos sectores obreros
cuando estalló el debate acerca de la huelga de masas.
Es posible que si la cuestión se hubiera puesto a voto en
1905 o 1906, la mayoría de los obreros habrían votado por la política de
Legieny en contra de Luxemburg.
Sin embargo, al considerar la actitud de los trabajadores
hacia el debate entre los marxistas y los dirigentes sindicalistas reformistas,
vale recordar lo siguiente: los funcionarios estaban “comprometidos”
institucional y constitucionalmente a realizar una política arraigada en que
los sindicatos dependen orgánicamente de las relaciones de producción
capitalistas y del estado-nación en existencia.
Pero la clase obrera, fuerza social esencialmente
revolucionaria, no estaba similarmente comprometida a un programa gradual de
adaptación reformista.
La evolución de las contradicciones implícitas del sistema
capitalista comenzó a desgarrar la tela social alemana, sobretodo los acomodos
clasistas.
A medida que las tensiones entre las clases aumentaban, los
trabajadores adoptaban una actitud más agresiva y hostil hacia los patronos y
el estado.
Ya para 1910-1911 había signos muy evidentes que la lógica
de Luxemburg había comenzado a adquirir audiencia mayor entre capas obreras más
amplias.
El descontento de los trabajadores con sus sindicatos
oficiales aumentó notablemente, sobre todo después de las huelgas de 1912-1913,
que fracasaron debido a la resistencia acérrima de los patronos.
El comienzo de la Primera Guerra
Mundial en 1914 le puso paro temporal al proceso de radicalización.
Para 1915-1916, sin embargo, el
descontento social de la clase obrera, exacerbado por la guerra, comenzó a
desmoronar las barreras impuestas por los sindicatos oficiales.
Los antiguos argumentos
burocráticos contra la huelga política de masas fueron refutados decisivamente
en Octubre-Noviembre de 1918 al estallar la Revolución Alemana.
La experiencias de las clases
obreras alemana e inglesa sometieron al sindicalismo a su mayor prueba
histórica.
Si dispusiéramos de mayor tiempo,
podríamos ampliar y verificar nuestro análisis del conflicto fundamental entre
el socialismo y el sindicalismo con numerosos ejemplos que toman en cuenta a
mayor cantidad de países y a todas las décadas del siglo hasta llegar a
nuestros propios tiempos.
Esta verificación detallada es
necesaria, sí, pero el tema de esta charla ha sido el de plantear las bases
teóricas e históricas para que se emprendan estudios empíricos de mayor
alcance.
Conclusión: el papel histórico de la conciencia
socialista
Además, el mayor objetivo de esta charla no ha consistido en
presentar tantos ejemplos de las traiciones de los sindicatos como fuera
posible.
No; el tema fundamental, y también el de las otras charlas
de la semana, es el papel de la conciencia socialista y la lucha por
desarrollarla en la clase obrera.
He ahí el significado esencial del partido marxista.
Aun si una militancia sindicalista espontánea sucediera (y
ésto no se puede imaginar sin que los miembros de base se rebelen contra las
antiguas organizaciones burocráticas), el progreso de un movimiento
revolucionario tan prometedor dependería de la labor independiente del partido
marxista, que lucharía por darle conciencia socialista a la clase obrera.
Es notable, pues, que todos aquellos que insisten en la
autoridad incuestionable de los sindicatos se oponen a la lucha por el marxismo
en la clase obrera.
Esto se ha expresado de la manera más explícita en los
escritos recientes de Cliff Slaughter, quien critica severamente a los
marxistas (es decir, al CICI) “que persisten en creer que su deber es
‘concienciar', ‘politizar' e ‘intervenir políticamente' en las luchas
espontáneas de la clase obrera que empiezan a surgir...”
No creo que exagero cuando digo que estas palabras tienen
intención criminal.
Ya casi estamos llegando al término de un siglo que ha visto
las tragedias históricas más horribles.
Es incalculable el precio que la humanidad ha pagado con su
propia sangre por los fracasos y traiciones de las luchas revolucionarias
innumerables del siglo.
La cantidad de víctimas causada por las revoluciones
traicionadas llega a los cientos de millones.
Durante los últimos años hemos visto los resultados
humillantes y horribles de la desorientación de las masas soviéticas.
Pero aun así, en medio de esta desorientación política
universal, Slaughter critica ferozmente a todo aquel que trata de combatir esta
desorientación basándose en la ciencia socialista.
La glorificación cínica de la espontaneidad, es decir, del
nivel prevaleciente de la conciencia y de las formas organizacionales actuales,
no puede defender los intereses de la clase obrera.
En el caso de Slaughter y otros ex marxistas de su índole,
la subordinación a la espontaneidad sólo sirve para cubrir su colaboración con
las burocracias sindicalistas y obreras traicioneras.
No ofrecemos ninguna disculpa por insistir que el futuro de
la clase obrera depende del vigor de nuestras intervenciones políticas y del
éxito de nuestros esfuerzos para concienzarla
Nos arraigamos en las bases que echaron los grandes
fundadores y representantes del socialismo científico.
Rechazamos la declaración de Slaughter porque ésta
representa una repudiación de los principios elementales que han sido la razón
por la cual el movimiento marxista ha existido desde sus principios.
El proletariado es el sujeto
activo histórico del proyecto socialista.
Pero el socialismo no surgió—no
pudo surgir—directamente de la clase obrera.
Este tiene, por decirlo así,
su propia historia intelectual.
Marx nunca pretendió que su
concepto de la misión histórica del proletariado tenía que conformarse a la
“opinión pública” de la inmensa mayoría de los obreros en cierto momento de su
evolución.
Es absurdo sugerir que Marx,
el mayor intelecto desde Aristóteles, consagró toda su vida a formular ideas
que sólo reproducen lo que el obrero común puede pensar por sí mismo.
En 1844, Marx escribió:
“No es cuestión de lo que este o aquel proletario, o aun el
proletariado en general, considere en cualquier momento, dado su objetivo.
La cuestión es lo que el proletariado en realidad es y que,
de acuerdo a su naturaleza, será obligado a entablar históricamente.
La propia vida cotidiana del obrero y la organización actual
de la sociedad burguesa presagian sus objetivos y acción histórica”. [17]
Si la espontaneidad de la lucha de clases produjera la
conciencia socialista, no habría necesidad de organizar esta escuela.
¿Qué razón habría para organizar conferencias acerca de la
historia, la filosofía, la economía política, la estrategia revolucionaria y la
cultura si la clase obrera, con sus organizaciones de masas y su nivel de
conciencia histórica-política actual, pudiera automáticamente comprender los
deberes que el desarrollo de la crisis mundial del capitalismo le plantea?
Consideremos el fondo político de la práctica de esta
escuela.
En este momento, mientras nos reunimos, las economías del
sudeste de Asia están estado de alboroto.
Casi de la noche a la mañana, la existencia de cientos de
millones de personas se ha puesto en peligro.
En Indonesia, el valor de la moneda declinó 22 por ciento
anteayer.
Durante seis meses, la rupia indonesa ha perdido casi el 80
por ciento de su valor.
El Fondo Monetario Internacional exige que se establezca un
régimen de austeridad bestial.
Bajo estas condiciones es inevitable que estallen luchas
sociales enormes.
No obstante, ¿no depende el resultado de estas luchas de que
la clase obrera asimile las lecciones trágicas de sus propia historia, que
constituye otro capítulo de pesadilla en la historia del Siglo XX?
¿No es imprescindible que los obreros, estudiantes e
intelectuales indonesios estudien como el Partido Comunista Indonesio, el mayor
fuera de la URSS
y la China con
más de un millón de miembros, resultara impotente ante el golpe de Suharto?
Más de medio millón de personas fue asesinado en esa
contrarrevolución
Los ríos de Sumatra y Balí se atoraron con los cadáveres de
los muertos.
Las ejecuciones de los prisioneros arrestados después del
golpe continuó hasta principios de los 1990.
¡Cuántas cuestiones y problemas que todavía no se han podido
resolver y clarificar!
Las lecciones estratégicas de ese período constituyen las
bases para la venganza histórica de los trabajadores indonesios contra los
crímenes de la burguesía indonesa, asistida por el imperialismo estadounidense
y, he de añadir, el australiano también.
Esto no es problema únicamente indonesio; es deber histórico
mundial.
Llegamos al final de esta escuela tal como empezamos:
haciendo hincapié en que el futuro de la humanidad en el Siglo XXI depende de
la asimilación de las lecciones de las experiencias estratégicas históricas del
XX.
Si tuviera que decir en pocas palabras cual es la conclusión
mayor a la que hemos llegado después de analizar este siglo tan doloroso, es
ésta: que el destino de la humanidad está inevitablemente vinculado a la lucha
por la concienciación y la cultura socialista dentro de los confines de la
clase obrera internacional, lucha que tiene su expresión política esencial en
la construcción del Partido Socialista de la Revolución Mundial.
El marxismo y los sindicatos obreros
Por David North
A continuación sigue el texto de una charla que se presentó
el 10 de enero de 1998, en una de las conferencias de la Escuela Internacional
de Verano sobre El marxismo y los problemas fundamentales del siglo XX, que el
Comité Internacional de la Cuarta Internacional y el Partido Socialista por la Igualdad (Australia)
organizaron en Sydney, Australia, del 3 al 10 de enero de 1998.
Notas:
1. “Los sindicatos durante la época del nuevo liberalismo”,
en la revista El socialismo hoy.
2. Workers International Press [ Prensa Internacional
Obrera], Tomo 1, febrero 1997, p. 21
3. Theodore Rothstein, Del Cartismo al sindicalismo,
(Londres: 1983), pp. 183-184
4. Ibid.,
p. 195
5. Ibid.,
p. 197
6. Ibid.,
p. 273
7. Ibid.,
p. 100
8. Ibid.,
p. 100-101
9. Ibid.,
p. 101
10. Ibid., p. 102.
11. Marx y Engels, Obras completas, Tomo 45, p. 361
12. Ibid.,
Tomo 26, p.299
13. Ibid.,
14. Draper,
p. 111
15. Schorske, La gran escisión, pp.39-40
16. Ibid., p. 40
17. Marx y Engels, Obras completas, Tomo 4., p. 37