¿Puede un partido
derrotado en todos los frentes hace tan solo tres años, intervenido
judicialmente, que ha perdido buena parte de su base territorial, con una
militancia deprimida, con sus cuadros políticos supervivientes atrincherados y
-sobre todo- sin un candidato viable, ser una opción seria para presentar
batalla a la mejor máquina de marketing electoral latinoamericana?
“A
unos, los resultados electorales de octubre (2007) los dejaron nocaut.
A
otros, los pusieron muy nerviosos: deben realizar ahora lo que prometieron en
la campaña.
Sólo
a Elisa Carrió, para la cual hubiera sido una tragedia ganar y tener que
hacerse cargo del barco, abandonando los cómodos camarotes de la indignación,
este período de cristinismo se le presenta plácido y apetitoso.
Los
demás, incluso los nuevos referentes de ARI, tienen en la boca el regusto agrio
de la decepción y del miedo.
No
lo dirán nunca en público, pero así están los opositores políticos en la Argentina de hoy.
Se
sienten, en el fondo de sus corazones, injustamente derrotados por “políticos mediocres”
y “burócratas clientelísticos”.
Ellos,
los príncipes de la nueva política, eficientes y limpios, pasaron por la
universidad y conocen el mundo: son muy viajados.
“¿Cómo
puede ser que nos derroten estos políticos de cabotaje, estos impresentables de
siempre?”, se preguntan.
Algunos
de estos gerentes de la nueva política duermen con la valija cerrada al lado de
la cama.
Están
siempre listos para volver al sector privado rumiando una queja: “Soy demasiado
bueno y honesto para la política”.
Olvidan
que los verdaderos militantes políticos no tienen dónde volver, porque
pertenecen, en cuerpo y alma, a la lucha política.
Porque
no podrían hacer otra cosa, porque nacieron para eso, porque quemaron las
naves.
Un
gerente es demasiado cerebral y tiene demasiado “sentido común” para quemarlas.
Un
militante se mide no por cómo reacciona ante una victoria, sino por cómo se
recupera de las derrotas.
¿Se
recuperarán estos muchachos o tomarán la valija y volverán, sanos y salvos, a
casita?
Necesitan
un examen profundo para entender lo que les ocurre.
Son
amateurs jugando a ser profesionales.
No
dominan del todo la materia y, en el fondo, la desprecian un poco.
Toda
la nueva oposición está llena de estos personajes tiernitos y
bienintencionados: aves de paso queriendo comerse crudas a las fieras.
No
se le puede enseñar política a un negado, así como no se le puede enseñar
música a quien no tiene oído.
Entender
la política, entenderla de verdad, es un don: se tiene o no se tiene.
Es
un saber que no se adquiere en los libros ni en los claustros.
Se
adquiere en la calle y con las entrañas.
Pero
el ser humano desarrolla las habilidades que necesita, de manera que no todo
está perdido.
La
nueva oposición está llena de sordos y zoquetes.
Hay
muy pocos afinados y casi ningún oído absoluto.
Pero
tiempo al tiempo.
Luego,
por supuesto, está todo ese asunto de los personalismos.
En
la Argentina ,
todo gira en torno de tres o cuatro dirigentes que lucen bien en los programas
del cable, que suelen ser bastante autoritarios dentro de sus propios partidos
y que no saben adónde van.
Quiero
decir, parecen poseer grandes convicciones y son buenos “tribuneros” (no
deberían quejarse tanto del atril, porque ellos lo llevan incorporado), pero
carecen de paciencia y flexibilidad para armar partidos políticos consistentes,
con alas izquierdas y derechas, con democracia interna y participación.
Descaradamente
personalistas, un día tienen tres millones de votos y otro día no tienen nada.
Poseen
una extraña alergia, que les contagiaron los encuestadores y la “opinión
pública” más ramplona de los contestadores automáticos de las radios, que
consiste en creer que toda alianza es la Alianza , o sea, un rejunte invertebrado e
incoherente que fracasa gobernando.
Y
también que todo pacto político es el Pacto de Olivos, es decir, un contubernio
para repartir favores.
Pero
hagamos nombres propios: si Carrió y Ricardo López Murphy hubieran entendido de
verdad la política, habrían recreado el espacio histórico electoral de la Unión Cívica Radical.
Pero
como no la entienden, terminaron en esta nada insípida, inodora e incolora,
oposición para la gilada televisiva, que no puede juntar porotos y que no
logrará ponerle freno a la hegemonía.
Algo
tiene para enseñarle el oficialismo a la oposición.
Para
empezar, su voluntad de poder.
El
peronismo no tiene un puñadito de dirigentes destacados: tiene cien candidatos
potables en las gateras, con ganas de comerse la cancha.
No
es dogmático y principista: acoge en su seno a hombres ubicados en las
antípodas ideológicas, aunque dispuestos, por las buenas o por las malas, a
aguardar su turno y a trabajar coordinadamente cuando la tormenta arrecia y
cuando el que manda tiene claro el horizonte y buena sintonía con la mayoría
electoral.
Casi
nadie, por cuestiones del pasado, queda fuera del colectivo, y nadie se rasga
las vestiduras por hacerse amigo de un enemigo de antes, o por codearse con un
dirigente que piensa el país desde la otra orilla.
El
radicalismo posmoderno tuvo estómago delicado, y así lo pagó.
No
pudo tolerar las diferencias internas y expulsó de sus filas a los opuestos,
que a su vez se transformaron en estómagos delicados incapaces de digerir las
mínimas discrepancias.
Y
así hasta el infinito.
Es
decir, hasta la atomización y la anécdota.
Como
la izquierda argentina, una diáspora interminable y minoritaria con dirigentes
inflexibles que se pelean por palabras vacías.
Sin
dominar la materia, sin vocación ni visión política, sin sentido común, sin
pragmatismo y sin humildad, sin capacidad para acordar lo mínimo ni para
construir una idea, la oposición se juega en una comuna, es decir, en una
baldosa.
Hasta
Néstor Kirchner está decepcionado de la oposición.
Admite,
a regañadientes, que ninguna democracia exitosa económica e institucionalmente
prospera con partido único y sin alternancias ni bipartidismo.
Sabe
que, si no evoluciona por afuera, una oposición de centroderecha surgirá tarde
o temprano del propio peronismo y que sobrevendrán como siempre la crueldad, el
destripamiento, la lucha sin cuartel y la amnistía y, al final, la cohesión.
La
guerra peronista hace temblar a los peronistas que detentan el poder, porque
saben que del otro lado no hay muchachos testimoniales con la valija armada al
lado de la cama, sino políticos con hambre que quieren cambiar la historia.
Sólo
se cambia la historia con ese apetito insaciable, con esa pasión que un frío
gerente no puede gerenciar.
Tal
vez ni siquiera pueda comprender.
“El Conurbano tiene,
en las crisis, la elocuencia del Mercado: es un indicador que algo no se hizo
bien”
La frase de Pancho
Olivera, en su columna de hoy, va en sintonía con lo planteado por Eduardo
Fidanza.
“La “gente” de PRO y
el “pueblo” de Perón…”
Wall Street vs.
Conurbano, ¿el resto solo son comparsas?
(*)El
debate inconcluso detrás de Moyano y la Virgen de Luján
MOYANO VS.
GOBIERNO
27 DE
OCTUBRE DE 2018