“Los caudillos
mantenían el Partido Conservador y juntaban los votos para una élite intelectual que residía en Buenos Aires, desde
donde dirigía la agrupación y acaparaba las bancas en el Congreso,
dejando los cargos en la
Legislatura provincial para los dirigentes de las secciones
electorales.”
HARDOY,
Emilio: Qué son los conservadores en la Argentina , Sudamericana, Buenos Aires, 1983, p.
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Formación y
crisis de una elite dirigente en el peronismo bonaerense, 1946-1951.*
Oscar H.
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“Estamos frente a una
rebelión de los punteros.
En otras
épocas el puntero era el que juntaba los votos para el verdadero político que
se había preparado para gobernar, estudiaba el mundo, las tendencias…
Ahora el puntero se
reveló y quiere ser estadista”
Orlando
Ferreres a Fabiana Suárez; en “La rebelión de los punteros”
¿Qué lugar
ocupan en este juego las "bases peronistas"?
Hay un papel
para ellos, no a título individual, sino a través de los diversos colectivos
que organizan la vida social popular.
Quienes
están vinculados con las estructuras son sus jefes: referentes, líderes
sociales, "porongas".
Ellos harán
pesar el humor de sus dirigidos e indicarán si la gente "acompaña"
con entusiasmo o a regañadientes, y hasta harán saber que no pueden encauzarlos
a todos.
Esto forma parte de su
propio posicionamiento.
Se abre una
competencia en este nivel más bajo, donde la invocación a Perón o Evita parece
pesar poco, y la de Cristina menos aún.
Dependerá en
parte de los discursos y de los acentos: más seguridad, menos corrupción, más
lucha contra las corporaciones.
Pero sobre
todo jugará la posibilidad de mantener lo logrado, de acrecentarlo o de
perderlo.
Por Luis
Alberto Romero
Se sienten, en el
fondo de sus corazones, injustamente derrotados por “políticos mediocres” y
“burócratas clientelísticos”.
Ellos, los
príncipes de la nueva política, eficientes y limpios, pasaron por la
universidad y conocen el mundo: son muy viajados.
“¿Cómo puede
ser que nos derroten estos políticos de cabotaje, estos impresentables de
siempre?”, se preguntan.
Algunos de
estos gerentes de la nueva política duermen con la valija cerrada al lado de la
cama.
Están siempre listos
para volver al sector privado rumiando una queja:
“Soy demasiado bueno y
honesto para la política”.
Olvidan que
los verdaderos militantes políticos no tienen dónde volver, porque pertenecen,
en cuerpo y alma, a la lucha política.
Porque no
podrían hacer otra cosa, porque nacieron para eso, porque quemaron las naves.
Un gerente
es demasiado cerebral y tiene demasiado “sentido común” para quemarlas.
Un militante
se mide no por cómo reacciona ante una victoria, sino por cómo se recupera de
las derrotas.
¿Se
recuperarán estos muchachos o tomarán la valija y volverán, sanos y salvos, a
casita?
Necesitan un examen
profundo para entender lo que les ocurre.
Son amateurs jugando a
ser profesionales.
No dominan del todo la
materia y, en el fondo, la desprecian un poco.
Toda la nueva
oposición está llena de estos personajes tiernitos y bienintencionados: aves de
paso queriendo comerse crudas a las fieras.
No se le puede enseñar
política a un negado, así como no se le puede enseñar música a quien no tiene
oído.
Entender la política,
entenderla de verdad, es un don: se tiene o no se tiene.
Es un saber que no se
adquiere en los libros ni en los claustros.
Se adquiere en la
calle y con las entrañas.
Pero el ser humano
desarrolla las habilidades que necesita, de manera que no todo está perdido.
La nueva oposición
está llena de sordos y zoquetes.
Hay muy pocos afinados
y casi ningún oído absoluto.
Pero tiempo al tiempo.
Luego, por supuesto,
está todo ese asunto de los personalismos.
En la Argentina , todo gira en
torno de tres o cuatro dirigentes que lucen bien en los programas del cable,
que suelen ser bastante autoritarios dentro de sus propios partidos y que no
saben adónde van.
Quiero decir, parecen
poseer grandes convicciones y son buenos “tribuneros” (no deberían quejarse
tanto del atril, porque ellos lo llevan incorporado), pero carecen de paciencia
y flexibilidad para armar partidos políticos consistentes, con alas izquierdas
y derechas, con democracia interna y participación.
Descaradamente
personalistas, un día tienen tres millones de votos y otro día no tienen nada.
Poseen una extraña
alergia, que les contagiaron los encuestadores y la “opinión pública” más
ramplona de los contestadores automáticos de las radios, que consiste en creer
que toda alianza es la Alianza ,
o sea, un rejunte invertebrado e incoherente que fracasa gobernando.
Y también que todo
pacto político es el Pacto de Olivos, es decir, un contubernio para repartir
favores.
Pero hagamos nombres
propios: si Carrió y Ricardo López Murphy hubieran entendido de verdad la
política, habrían recreado el espacio histórico electoral de la Unión Cívica Radical.
Pero como no la
entienden, terminaron en esta nada insípida, inodora e incolora, oposición para
la gilada televisiva, que no puede juntar porotos y que no logrará ponerle
freno a la hegemonía.
Algo tiene
para enseñarle el oficialismo a la oposición.
Para
empezar, su voluntad de poder.
El peronismo
no tiene un puñadito de dirigentes destacados: tiene cien candidatos potables
en las gateras, con ganas de comerse la cancha.
No es
dogmático y principista: acoge en su seno a hombres ubicados en las antípodas
ideológicas, aunque dispuestos, por las buenas o por las malas, a aguardar su
turno y a trabajar coordinadamente cuando la tormenta arrecia y cuando el que
manda tiene claro el horizonte y buena sintonía con la mayoría electoral.
Casi nadie,
por cuestiones del pasado, queda fuera del colectivo, y nadie se rasga las
vestiduras por hacerse amigo de un enemigo de antes, o por codearse con un
dirigente que piensa el país desde la otra orilla.
El
radicalismo posmoderno tuvo estómago delicado, y así lo pagó.
No pudo tolerar las
diferencias internas y expulsó de sus filas a los opuestos, que a su vez se
transformaron en estómagos delicados incapaces de digerir las mínimas
discrepancias.
Y así hasta el
infinito.
Es decir, hasta la
atomización y la anécdota.
Como la izquierda
argentina, una diáspora interminable y minoritaria con dirigentes inflexibles
que se pelean por palabras vacías.
Sin dominar la
materia, sin vocación ni visión política, sin sentido común, sin pragmatismo y
sin humildad, sin capacidad para acordar lo mínimo ni para construir una idea,
la oposición se juega en una comuna, es decir, en una baldosa.
Hasta Néstor Kirchner
está decepcionado de la oposición.
Admite, a
regañadientes, que ninguna democracia exitosa económica e institucionalmente
prospera con partido único y sin alternancias ni bipartidismo.
Sabe que, si no
evoluciona por afuera, una oposición de centroderecha surgirá tarde o temprano
del propio peronismo y que sobrevendrán como siempre la crueldad, el
destripamiento, la lucha sin cuartel y la amnistía y, al final, la cohesión.
La guerra
peronista hace temblar a los peronistas que detentan el poder, porque saben que
del otro lado no hay muchachos testimoniales con la valija armada al lado de la
cama, sino políticos con hambre que quieren cambiar la historia.
Sólo se
cambia la historia con ese apetito insaciable, con esa pasión que un frío
gerente no puede gerenciar.
Tal vez ni
siquiera pueda comprender.
La nueva
política no puede madurar en manos de los no políticos.
Jueves 27
de diciembre de 2007, Jorge Fernández Díaz
La hora de
los no políticos
Uno de esos
preconceptos dice que la hegemonía del peronismo en las villas es una
aberración política.
Ya no piensa
lo mismo.
Conocer la realidad de
las villas lo llevó a revisar algunas opiniones.
"Un
poco peronista me hice -dice con humor-, ahora valoro su presencia allí.
Es común
decir que los punteros son vagos, que cobran por hacer nada, pero no es cierto.
La mayoría
trabaja de sol a sol, y al que no trabaja, la misma gente de la villa lo saca a
patadas, porque le exige respuestas".
Esto
equivale a decir que a falta de una presencia real del Estado, el Estado, en
este caso, son los punteros.
No son
reyes, son lo que hay.
"Son
reconocidos como el Estado por sus vecinos y manejan recursos del Estado".
Así es,
según Zarazaga, como construyen una relación con la gente, acumulan capital
político y se ganan cierta reputación, que a su vez supone una responsabilidad,
porque "cuando hay un chico con un ataque de asma a las 3 de la mañana,
cuando alguien necesita atención de urgencia o realizar un trámite, la
respuesta pasa por el cura o el puntero".
Claro que la
que se establece es una relación absolutamente utilitaria.
Y por
partida doble.
"Nadie
come vidrio, ni el puntero ni el votante: no hay una recreación de la figura de
Evita a través del puntero, y de hecho casi nadie en la villa sabe quién fue
Perón.
Es
pragmatismo puro", asegura Zarazaga.
Un puntero de San
Miguel, cuenta el sacerdote, lo expresaba así:
"Si antes
cantábamos aquello de combatir el capital, hoy sólo hacemos política con y por
el capital".
Y otro aclaraba, no
como un pecado que le incomodara en el pecho sino como un dato de la realidad,
que él repartía todo lo que le daban, salvo el aceite.
El aceite lo vendía en
su casa.
La
contrapartida al plan social, la bolsa de comida, el favor o la ayuda es, claro
está, el voto.
No hay una
relación directa, por supuesto.
Pero hay una
relación.
"Si
después los pobladores de las villas votan al puntero, no es porque estos
ejerzan un monitoreo de los votantes.
Esto puede
funcionar, pero sólo marginalmente.
Lo votan
porque es el único que está, el único que les ofrece soluciones.
Lo necesitan
porque no hay nadie más".
Es un sistema
arbitrario, admite Zarazaga, pero "desde otros partidos no han intentado
siquiera tener presencia en los barrios pobres".
Es decir, la
matriz del clientelismo no está siendo disputada.
Y la
importancia política de esta realidad cobra relevancia si se considera que
tiene lugar en distritos que, combinados, representan el 35 por ciento del
electorado argentino.
El desafío, estima
Zarazaga, es ver de qué manera esta red clientelar puede ser transformada en
una herramienta de promoción social más transparente y menos caprichosa.
A su juicio,
iniciativas como la asignación universal por hijo no están concebidas para
terminar con los punteros, porque éstos "retienen el manejo de la
información".
Para su
tesis, que desarrolla junto al profesor Robert Powell, una verdadera eminencia
y un especialista en la aplicación de la teoría de juegos para analizar
conflictos internacionales, Zarazaga realizó durante los últimos cuatro años el
trabajo de campo y mantuvo entrevistas con 120 punteros políticos de la
provincia de Buenos Aires.
Con algunos, admite,
la relación fue conflictiva.
"Hay cosas que
son inaceptables, como el reparto de droga en la movilización de micros, que es
real y bastante generalizado".
Pero con otros llegó incluso a trabar amistad.
"Si hay vocación social en el puntero, puede haber un punto de
encuentro.
Después de todo, curas y punteros tenemos mucho en común".
Domingo 20
de junio de 2010
Rodrigo
Zarazaga, el jesuita que desde Harvard estudia las redes clientelares.