Aunque a veces la "hegemonía" de un caudillo determinado puede durar varios años, luego de cuatro o cinco suele empezar a manifestar síntomas de debilidad que preanuncian el fin.
Para asombro de quien se suponía el dueño absoluto del escenario y, a menudo, de los encuestadores también, surgen rebeliones en distintas partes del país.
Con rapidez desconcertante, un panorama político que le parecía risueño se transforma en un baldío inhóspito, resucitan enemigos que supuso bien muertos y gestos que antes le sirvieron para arrancar aplausos sólo merecen desprecio.
Les sucedió a los militares, a Raúl Alfonsín y a Carlos Menem.
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Si sigue rabiando contra lo que Macri llamó "los fantasmas del pasado" como si aún estuviéramos en el 2003, quienes aplaudieron lo que tomaron por valentía se alejarán de él en busca de un líder menos anticuado, pero si opta por modificar su estilo para dialogar amablemente con todos, lo que le costaría mucho, correrá el riesgo de brindar la impresión de estar batiéndose en retirada frente a una horda de adversarios que no le perdonarán los agravios que les propinó cuando pensaba que la mejor forma de "construir poder" consistía en denigrar a los demás.
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Por ahora, los opositores no parecen estar en condiciones de derrotarlo en una batalla frontal, pero si podrán librar contra él una especie de guerra de guerrillas, atacándolo donde esté más vulnerable desde la izquierda, la derecha y el centro, hasta que en octubre le resulte imposible acumular una cantidad de votos suficiente como para ahorrarse el ballottage en que podría perder.
En la ciudad de Buenos Aires, sectores supuestamente progresistas apoyaron a Macri en la segunda vuelta no por sus propios méritos sino porque no era kirchnerista.
Sería por lo menos factible que el mismo fenómeno se reprodujera en el país en su conjunto luego de las elecciones del 28 de octubre, puesto que es tan notable el talento del Presidente para crearse enemigos que para entonces muchos izquierdistas podrían preferir a Lavagna o incluso a López Murphy a cuatro años más de lo mismo, mientras que a los de la "centroderecha" les parecería mejor arriesgarse con Elisa Carrió que con el pingüino o pingüina que lleve la bandera oficial.
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Si resulta que tienen razón los meteorólogos oficiales que pronostican que los meses próximos serán fríos y secos, podría frenarse el crecimiento chinesco que tanto ha contribuido a la popularidad del presidente.
Lo que ya hemos visto –fábricas paralizadas por falta de gas o electricidad, apagones esporádicos, cosechas en peligro de perderse y taxistas enfurecidos– puede ser nada más que un preludio benigno de lo que nos espera a menos que el clima decida colaborar con un gobierno que ha hecho de la imprevisión una cuestión de principio, de ahí la negativa obstinada a incomodar a los usuarios residenciales con tarifas equiparables con las habituales en Brasil y Chile.
Tanta preocupación por el bolsillo ciudadano es conmovedora, pero también es hipócrita, ya que los más pobres y quienes viven en zonas rurales que dependen de gas en garrafas tienen que pagar lo que les exige el mercado y de este modo subsidian a la relativamente próspera clase media porteña, detalle éste que no inquieta demasiado al Gobierno que, realista en fin, está más interesado en los votos que en el bienestar de los sectores de recursos exiguos que según parece son congénitamente peronistas.
http://www.revista-noticias.com.ar/comun/nota.php?art=494&ed=1592
No los une el amor, sino el espanto; la trillada frase del Bardo liberal, es el resumen de este sesudo análisis.
Brilla por su ausencia, el cemento primordial de toda comunidad que pretende trascender en el tiempo.
Los Romanos, gregarios hasta para el sexo, lo denominaban “affectio societatis”.
Esa necesidad de pertenecer, compartir, disfrutar, sufrir; una identidad.
No es estatus, ni religión, ideas, o intereses materiales.
Para entender de qué hablamos, ¿Qué tienen en común las siguientes personas?
De la Rua; Héller, Cavallo, Macri y Aliverti; Cafiero, Oscar Cardoso y Roman Lejtman; Sasturain, Artemio López y Mario Pergolini.
Pueden odiarse en lo personal, denigrarse en lo ideológico; pegarse una puñalada trapera, o trompeadura publica.
Pero Boquita los une, llegan al ridículo del sentimentalismo, concientes.
En un salón rodeados de otras personas, ni se dirigen la palabra.
Pero ante el ataque a uno de ellos, en su condición de bosteros, se unen y defienden los trapos.
No hablemos de la posibilidad de verdeguear a una Gallina, desata el espíritu de la jauría, compiten por la gracia más cruel y se festejan mutuamente.
Si llegaran a compartir el tablón en Tokio, veríamos la bacanal desatada.
Aliverti llorando junto a Cafiero, Héller y Macri besándose las mejillas.
Cavallo, Artemio, Pergolini y De la Rua, haciendo pogo en cueros.
Esto es lo que le falta a la oposición; aceptarse por el afecto de “ser”.
La esperanza de continuar juntos, se gane o pierda.
Reconocer que el otro esta en mejores condiciones tacticas, para encabezar.
La voluntad de combatir la propia angurria del poder, y saber compartir; no como una gracia, sino como un derecho ganado por el esfuerzo.
James Nielson, tiene un análisis certero, se basa en verdades de a puño, y la estrategia es la acertada.
Pero los egos desmesurados, el narcisismo de tener la razón, la voluntad de imponer el Diktat, lo echa a perder.
No es fluida, como el agua que persiste y horada, es humo.