Proliferan los think
tanks, las fundaciones, los blogs y los grupos de debate en los que se
intenta poner en marcha programas e iniciativas y donde, sobre todo, se aspira
a recuperar el optimismo e identificar los más pequeños “brotes verdes” de su
ideología.
La debacle de los últimos años fue tan imponente (perdieron el Gobierno
en prácticamente todos los países en los que tenían el poder, desde Suecia a
Grecia, pasando por Alemania, Francia, España y Reino Unido) que lo primero es
convencerse ellos mismos de que el declive no es algo definitivo.
El Proceso de Ámsterdam, The Next Left, The Good Society son solo
algunos de esos centros de discusión, que se van extendiendo por toda la UE , incluida España, donde,
además de la Fundación
Ideas, que dirige Carlos Mulas, han empezado a aparecer otros foros
más pequeños.
Un grupo de 25 jóvenes militantes y simpatizantes del PSOE acaba de
lanzar, en medio de la dramática campaña electoral andaluza, un blog que quiere
alimentar el debate.
Lo primero es animarse, pero lo segundo es lograr que el electorado
comience a pensar que la derecha no es tan buena gestora de crisis como se
cree.
“Angela Merkel y Nicolas Sarkozy no llegaron al poder como reformadores
neoliberales, sino como mejores gestores que la socialdemocracia.
Ahora, los electores se dan cuenta de que no basta con estar en contra
del socialismo.
El tiempo está ahora de nuestro lado”, asegura a EL PAÍS Pär Nuder,
exministro sueco de Economía y animador del debate en su propio país.
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Lo que parece bastante claro es que son muy pocos los socialdemócratas
europeos que defienden una “vuelta atrás” y un abandono de lo que se llamó la Tercera Vía , de Tony
Blair, o la Neue Mitte ,
de Gerhard Schröder.
“Cada vez que hemos pensado que la solución estaba en lo que llaman ‘un
regreso a los principios’, nos hemos quedado veinte años en la oposición”,
comenta, con ironía, un exministro socialista español.
“Yo me considero un socialdemócratarevisionista”, afirma Olaf Cramme, presidente del think tank Policy-Network.
“Creo en la ‘misión central’ de la socialdemocracia, pero reconozco que
es necesario revisar, evaluar continuamente las maneras de conseguir ese
objetivo progresista y, si es necesario, modernizar esos medios”.
La socialdemocracia, admite, ha fracasado en su objetivo de reducir la
desigualdad, pero “la retórica altisonante y una fe ciega en la redistribución
a veces nos ha hecho más mal que bien”.
Según Cramme, reducir la desigualdad requiere “decisiones difíciles y
una aproximación no dogmática” al problema.
Pär Nuder no se siente cómodo con la definición de “revisionista”.
“Yo me siento un típico socialdemócrata escandinavo: alguien que cree
firmemente en la interdependencia entre el crecimiento económico y el
desarrollo, por un lado, y la seguridad social y la igualdad, por otro”.
Nuder no confía demasiado en un giro europeo.
“Toda la política es local, algo que parecen haber olvidado en Europa”,
afirma.
“Los problemas de Europa no se resolverán a nivel supranacional, sino
que cada país debe hacer sus deberes”, añade.
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Nuder cree que la socialdemocracia ganó la guerra sobre el Estado de
bienestar, pero que perdió la batalla sobre cómo manejarlo.
“El paro y una seguridad social debilitada son las principales razones
de la desigualdad y de las brechas sociales.
Hablar de igualdad de oportunidades es una mala excusa para no abordar
el paro o para no fortalecer la seguridad social”, clama.
Su partido acaba de elegir como nuevo líder a un dirigente del poderoso
sindicato del metal, Stefan Lofven, partidario de un enfoque parecido.
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Los partidos socialdemócratas, como el SPD alemán, los laboristas
británicos, el PSOE español o el SAP sueco se convirtieron ya hace tiempo en
“catch-all parties”, una denominación ya clásica para definir ofertas
electorales que atraen a votantes de distintas y amplias capas sociales.
“Incluso en circunstancias sociales tan alteradas como la actual, la
socialdemocracia trata de crear alianzas programáticas entre la clase media
preocupada por la solidaridad, por un lado, y los trabajadores y los más desfavorecidos
de la sociedad, por otro”, mantiene Julian Nida-Rümelin, influyente filosofo
alemán, en un trabajo para la Fundación Ebert , y eso ha sido compatible hasta
ahora con su voluntad de ser “catch-all parties”.
“No hay ninguna base a la que volver ni principios eternos que cuidar”,
escribe el ministro de Asuntos Exteriores australiano, el laborista Bob Carr.
La debacle de Wall Street, asegura, no ha provocado una nueva fe en la
socialdemocracia, pero lo cierto es que, en la mayoría de las ocasiones improvisando
y casi por intuición, esa socialdemocracia ha logrado frenar las mayores
desigualdades.
“Dejemos de pensar en grandes ideas”, propone, y dediquémonos a
resolver los problemas cotidianos de la gente.
“Ese es un buen camino”.
Stewart Wood, asesor del líder laborista británico, Ed Miliband,
defiende también que solo los socialdemócratas tienen los valores para hacer
que el capitalismo se comporte de manera “decente”.
“Deberíamos estar orgullosos de actuar como el freno de esos excesos,
de haber peleado por un capitalismo responsable, defendiendo salarios mínimos,
inversiones en sanidad y en educación, servicios públicos eficaces…”.
“Tenemos que transmitir optimismo sobre lo que la política puede
conseguir”, asegura.
José María Maravall, destacado sociólogo y exministro socialista
español, prepara precisamente un nuevo libro en el que mantiene que la igualdad
ha sido la promesa más característica de los programas de los partidos
socialdemócratas europeos, la que más beneficio electoral les ha aportado y
que, sin embargo, durante los Gobiernos socialdemócratas la desigualdad no se
redujo.
Pese a todo, “la diferencia entre los efectos distributivos de la
socialdemocracia y la derecha es muy acusada si se analizan sus años de
gobierno”, explica Maravall.
“Los Gobiernos de derecha incrementaron mucho las diferencias entre el
sector más rico y el más pobre.
Cuando gobernó la socialdemocracia se atenuó esa desigualdad, aunque la
reducción es mucho menos acusada que el incremento que provoca el gobierno de
la derecha”.
La socialdemocracia redistribuye poco, menos de lo que promete, pero
los liberales redistribuyen mucho menos, demuestran las estadísticas
analizadas.
La respuesta al problema de la desigualdad (que es distinta a la
discriminación) sigue siendo la mayor dificultad con que tropieza la
socialdemocracia, porque se trata de un principio fundamental de la izquierda,
pero que está ligado también al principio del crecimiento económico.
La socialdemocracia evade la respuesta a los cambios que deben ser
introducidos para luchar contra la desigualdad porque implica modificar el
Estado del bienestar, advierte Maravall.
“Igualdad de trato no significa redistribuir”.