-Why me?
-Because you're on
television, dummy.
Sixty million people
watch you every night of the week, Monday through Friday.
-I have seen the face
of God.
-You just might be
right, Mr. Beale.
-You think all this
can last?
There's a storm coming
Mr Wayne.
You and your friends
better batten down the hatches 'cause when it hits, you're all gonna wonder how
you ever thought you could live so large and leave so little for the rest of
us.
-You sound like you're
looking forward to it.
-I'm adaptable.
-Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes
de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces.
Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.
-Además, la nación carece de esos instrumentos del poder organizado, de
esos fundamentos tan importantes de una Constitución, a que más arriba nos
referíamos: los cañones.
Cierto es que los cañones se compran con dinero del pueblo: cierto
también que se construyen y perfeccionan gracias a las ciencias que se
desarrollan en el seno de la sociedad civil, gracias a la física, a la técnica,
etc.
Ya el solo hecho de su existencia prueba, pues, cuán grande es el poder
de la sociedad civil, hasta dónde han llegado los progresos de las ciencias, de
las artes técnicas, los métodos de fabricación y el trabajo humano.
Pero aquí viene a cuento aquel verso de Virgilio:
Sic vos non vobis!
¡Tú, pueblo, los haces y los pagas, pero no para ti!
Como los cañones se fabrican siempre para el poder organizado y sólo
para él, la nación sabe que esos artefactos, vivos testigos de todo lo que ella
puede, se enfilarán sobre ella, indefectiblemente, en cuanto se quiera rebelar.
Estas razones son las que explican que un poder mucho menos fuerte,
pero organizado, se sostenga a veces, muchas veces, años y años, sofocando el
poder, mucho más fuerte, pero desorganizado, de la nación; hasta que ésta un
día, a fuerza de ver cómo los asuntos nacionales se rigen y administran
tercamente contra la voluntad y los intereses del país, se decide a alzar
frente al poder organizado su supremacía desorganizada.
En estas giras, que el gran Moniteur oficial y los pequeños «monitores»
privados de Bonaparte, tenían, naturalmente, que celebrar como cruzadas
triunfales, le acompañaban constantemente afiliados de la Sociedad del 10 de
Diciembre.
Esta sociedad data del año 1849.
Bajo el pretexto de crear una sociedad de beneficencia, se organizó al
lumpemproletariado de París en secciones secretas, cada una de ellas dirigida
por agentes bonapartistas y en general bonapartista a la cabeza de todas.
Junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca
procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía,
vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras,
timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores,
alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros,
traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda es masa
informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème: con estos
elementos, tan afines a él, formó Bonaparte la solera de la Sociedad del 10 de
Diciembre, «Sociedad de beneficencia» en cuanto que todos sus componentes
sentían, al igual que Bonaparte, la necesidad de beneficiarse a costa de la
nación trabajadora.
Este Bonaparte, que se erige en jefe del lumpemproletariado, que sólo
en éste encuentra reproducidos en masa los intereses, que él personalmente
persigue, que reconoce en esta hez, desecho y escoria de todas las clases, la
única clase en la que puede apoyarse sin reservas, es el auténtico Bonaparte,
el Bonaparte sans phrase.
Viejo roué ladino, concibe la vida histórica de los pueblos y los
grandes actos de Gobierno y de Estado como una comedia, en el sentido más
vulgar de la palabra, como una mascarada, en que los grandes disfraces y los
frases y gestos no son más que la careta para ocultar lo más mezquino y
miserable.
Así, en su expedición a Estrasburgo, el buitre suizo amaestrado
desempeñó el papel de águila napoleónica.
Para su incursión en Boulogne, embute a unos cuantos lacayos de Londres
en uniformes franceses.
Ellos representan el ejército.
En su Sociedad del 10 de Diciembre, reunió a 10.000 miserables del
lumpen, que habían de representar al pueblo, como Nick Bottom representaba el
león.
En un momento en que la misma burguesía representaba la comedia más
completa, pero con la mayor seriedad del mundo, sin faltar a ninguna de las
pedantescas condiciones de la etiqueta dramática francesa, y ella misma obraba
a medias engañada y a medias convencida de la solemnidad de sus acciones y
representaciones dramáticas, tenía que vencer por fuerza el aventurero que
tomase lisa y llanamente la comedia como tal comedia.
Sólo después de eliminar a su solemne adversario, cuando él mismo toma
en serio su papel imperial y cree representar, con su careta napoleónica, al
auténtico Napoleón, sólo entonces es víctima de su propia concepción del mundo,
el payaso serio que ya no toma a la historia universal por una comedia, sino su
comedia por la historia universal.
Lo que para los obreros socialistas habían sido los talleres nacionales
y para los republicanos burgueses los gardes mobiles, era para Bonaparte la Sociedad del 10 de
Diciembre: la fuerza combativa de partido propia de él.
Las secciones de esa sociedad, enviadas por grupos a las estaciones debían
improvisarle en sus viajes un público, representar el entusiasmo popular,
gritar Vive l'Empereur!, insultar y apalear a los republicanos, naturalmente
bajo la protección de la policía.
En sus viajes de regreso a París, debían formar la vanguardia, adelantarse
a las contramanifestaciones o dispersarlas.
La
Sociedad del 10 de Diciembre le pertenecía a él, era
su obra, su idea más primitiva.
Todo lo demás de que se apropia se lo da la fuerza de las
circunstancias, en todos sus hechos actúan por él las circunstancias o se
limita a copiarlo de los hechos de otros; pero Bonaparte que se presenta en
público, ante los ciudadanos, con las frases oficiales del orden, la religión,
la familia, la propiedad, y detrás de él la sociedad secreta de los Schuftele y
los Spielberg, la sociedad del desorden, la prostitución y el robo, es el
propio Bonaparte como autor original, y la historia de la Sociedad del 10 de
Diciembre es su propia historia.
Se había dado el caso de que representantes del pueblo pertenecientes
al partido del orden habían sido apaleados por los decembristas.