-Precisamente -dijo Albert-, El jardín de senderos que se
bifurcan es una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo; esa
causa recóndita le prohíbe la mención de su nombre.
Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a
perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla.
Es el modo tortuoso que prefirió, en cada uno de los meandros
de su infatigable novela, el oblicuo Ts'ui Pên.
He confrontado centenares de manuscritos, he corregido los
errores que la negligencia de los copistas ha introducido, he conjeturado el
plan de ese caos, he restablecido, he creído restablecer el orden primordial,
he traducido la obra entera: me consta que no emplea una sola vez la
palabra tiempo.
La explicación es obvia: El jardín de senderos que se
bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo
concebía Ts'ui Pên.
A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no
creía en un tiempo uniforme, absoluto.
Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y
vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos.
Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se
cortan o que secularmente se ignoran, abarca
todas las posibilidades.
No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos
existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos.
En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a
mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en
otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.
-En todos -articulé no sin un temblor- yo agradezco y venero
su recreación del jardín de Ts'ui Pên.
-No en todos -murmuró con una sonrisa-. El tiempo se bifurca
perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo.
El Jardín de los Senderos que se Bifurcan; Jorge Luis Borges,
hacer
clic aquí.