"Ahora tenemos un peronismo que es todo:
es la extrema derecha, es el centro, es el centro izquierda, es la extrema
izquierda, es la democracia y es el terrorismo, es la demagogia y es la
insensatez...
Todo es el peronismo"
Mario Vargas Llosa
“El peronismo tiene la organización de base
más fuerte en toda América latina”
Erick Langer
"Cristina Kirchner ganaría otra vez las
elecciones, porque hay más pobres que ricos, y los pobres la votan a
Cristina", aseguró la también actriz, que encabeza la tira La Dueña , que finaliza hoy.
……….
"El 8N fue un reclamo de la clase media
que salió a reclamar un cambio en el Gobierno, lo de ayer fue otro público,
otra gente, pero el Gobierno tiene que prestar atención", consideró en
declaraciones a Radio 10.
Mirtha Legrand:
"Cristina ganaría otra vez las elecciones porque hay más pobres que
ricos"
La conductora de
televisión criticó al Gobierno por no haber disminuido la pobreza y aseguró que
la Presidenta
debería escuchar los reclamos del 8-N y el paro de ayer.
“Son un 47% de votantes que se consideran que
tienen derecho a la atención médica, a la comida, a la vivienda, lo que sea”,
dice Romney.
La grabación fue realizada durante un
encuentro del candidato con donantes a su campaña electoral y en ella se
aprecia a Romney dirigiéndose a los asistentes con una actitud mucho más
relajada y en un tono distinto al que muestra en actos públicos.
“Hay un 47% de votantes que respaldarán al
presidente pase lo que pase.
Está bien, hay un 47% que está con él, que
dependen del Gobierno, que piensan que son víctimas y que además creen que el
Gobierno tiene la responsabilidad de cuidar de ellos”, defiende el candidato.
El republicano argumenta además que su trabajo
no es preocuparse "de esta gente".
"Nunca les voy a convencer de que
deberían asumir sus responsabilidades y ocuparse de sus vidas”, dice Romney en
una de sus referencias a los votantes de Obama.
“Ellos no pagan impuestos, así que nuestro
mensaje sobre la reducción de impuestos nunca va a resonar entre ellos”.
Romney califica a los
votantes de Obama de “dependientes” del Estado
CRISTINA F. PEREDA
Washington
-¿El proyecto no puede proveer otro dirigente
para ese rol?
-En la actualidad, no, no hay un sucesor,
porque para hacer lo que Néstor y Cristina hicieron, una transferencia de poder
real de determinados sectores a todo el pueblo, hay que tener una osadía y un
nivel de entereza que no cualquier persona puede tener.
-¿Dentro de todo el kirchnerismo no hay alguien
que pueda?
-Seguramente habrá personas con capacidad, pero
además de capacidad hace falta tener liderazgo y conquistar a la población.
En un tiempo va a surgir alguien, porque hay
una generación de jóvenes que se están formando como cuadros políticos, pero no
creo que estén listos para 2015.
-¿Y qué alternativa va a haber si no hay
reelección?
-Va a haber alternativa y la va a dar el
peronismo.
-Scioli ya se propuso.
-Lo respeto mucho a Daniel, lo considero una
persona leal al proyecto, tiene un nivel de adhesión popular que respeto, pero
siendo él el presidente no sostendría contra viento y marea lo que Cristina
sostiene.
-¿Y no hay ningún otro candidato posible?
-No, porque son políticos que, aunque sean más
jóvenes que Cristina, son ortodoxos en su concepción.
-¿Entonces, es un callejón sin salida para el
kirchnerismo?
-No.
El presidente que venga va a tener un Congreso
con un número de pensamiento kirchnerista importante que lo va a hacer
reflexionar sobre el rumbo a seguir.
Lo mismo en las legislaturas provinciales, se
ha construido mucho.
Además, determinadas conquistas las va a
defender el pueblo.
-Habla como si el próximo presidente no fuera a
ser kirchnerista.
-Tengo los reparos que ya dije.
Cada presidente tiende a ser "ista"
de su apellido.
-O sea que el próximo no será kirchnerista,
sino.
-Su propio "ista".
Ojalá del propio proyecto surja el mejor
referente y ojalá que continúe el rumbo.
Lo que digo son prevenciones sinceras que tengo.
Diana Conti: "No
hay un sucesor para Cristina"
La diputada que acuñó
la expresión "Cristina eterna" admite queno hay plan B si el
oficialismo no consigue las mayorías para una reforma constitucional
La maquinaria de la movilización del voto,
única en la historia, que la campaña de Obama puso sobre el terreno en 2008 ha sobrevivido
prácticamente intacta hasta la fecha.
Es más, ha sido corregida y mejorada tras
cuatro años de trabajo que comenzaron el mismo día que se ganaron las
elecciones de hace cuatro años y no concluirán hasta el 6 de noviembre.
Puede que Romney, con el apoyo de poderosos
donantes, haya conseguido sobrepasar la recaudación de Obama –ambos presentaron
ayer cifras por encima de los 1.000 millones de dólares-, pero, pese a haber
mejorado con respecto a 2008, está muy lejos aún en organización popular.
De los tres estados decisivos en estas
elecciones, Obama tiene 90 oficinas electorales más que Romney en Ohio, 60 en
Florida y 30 en Virginia.
En 2008, la campaña de Obama tenía 700 de esas
oficinas en todo el país, ahora tiene más de 800.
Los demócratas han conseguido registrar para
votar medio millón de personas más que los republicanos en Florida y 125.000
más en Nevada, por mencionar solo los casos de estados electoralmente
oscilantes.
Ahora se trata de que esos registrados acudan
a votar y, para evitar problemas de última hora, que son frecuentes en los
estados más competitivos y que suelen perjudicar más a los votantes demócratas,
la campaña de Obama intenta que sus votantes vayan a las urnas con antelación,
lo que es legalmente posible en la mayor parte de Estados Unidos.
El presidente ha votado antes, precisamente,
para dar ejemplo.
En años anteriores, especialmente en un punto
tan delicado como Ohio, se registraron problemas en varios colegios que dejaron
sin votar a miles de ciudadanos, mayormente afroamericanos.
En Florida, Colorado o Nevada, una gran parte
de los votantes latinos, cuya participación es determinante, están sometidos a
horarios laborales o viven en lugares que les hace difícil el desplazamiento a
las urnas en un día preciso.
La campaña de Obama ya está teniendo bastante
éxito en esta operación.
Entre los votantes anticipados, que pueden
llegar a ser mayoría en algunos estados o cerca de la mitad en otros, Obama va
por delante con diferencia de, a veces, más de 20 puntos.
Ahora es necesario completar ese trabajo el
próximo día 6.
Las razones por las que algunas personas no
votan son, frecuentemente, aleatorias.
Igual que se quedan en casa, podrían decidir
votar si se les crea el incentivo adecuado.
No es por casualidad que Obama, en cada uno de
sus mítines, anima a los presentes a hablar con sus vecinos para invitarlos a
votar, y a los jóvenes, a que se ofrezcan a llevar a sus abuelos hasta los
centros de votación.
El director de la campaña de Obama, Jim
Messina, ha confesado al periodista Ryan Lizza, de The New Yorker, que su
biblia es el libro Get Out the Vote, de los profesores Donald Green y Alan
Gerber, que sostienen que los millones de panfletos que se distribuyen estos
días no valen para nada, que las miles de llamadas telefónicas que los partidos
hacen a las familias estos días no valen para nada, que lo único que vale es el
contacto personal, porque, según ellos, “muchos votantes solo votan cuando
sienten que otros les observan, cuando sienten que su actitud deja constancia
pública”.
Obama centra sus
esperanzas en su maquinaria de movilización del voto
No es casualidad que
Obama invite en todos sus mítines a que los espectadores animen a amigos y
vecinos a votar por adelantado
ANTONIO CAÑO
Cleveland
Ahora bien, el 8/11, en términos de brocha
gruesa, no hubo clase baja en las calles.
La sociedad argentina está escindida, sigue
escindida.
Esa gran masa de la Argentina de la pobreza
constituye todavía para el Gobierno nacional su reserva electoral más sólida.
También ahí el mayor problema es de
representación: el monopolio de hecho que todo gobierno –nacional o local–
ejerce en la representación política de las clases pobres argentinas, que
contrasta con la ausencia total de representación de las clases medias y altas.
Los pobres, los del medio y los más ricos en la Argentina de hoy
comparten muchas visiones, coinciden en muchas demandas, pero mientras los
pobres tienen cómo canalizarlas a través de mecanismos de representación, los
del medio y los de arriba sólo tienen voz si salen a la calle.
¡Menudo desafío para quienes aspiran a ser
políticos de profesión!
El dilema argentino,
por Manuel Mora y Araujo
Conoció también a muchos punteros políticos y
se sacudió algunos (sólo algunos) preconceptos adquiridos en un hogar que,
afirma, "no era peronista justamente, sino más bien todo lo
contrario".
Uno de esos preconceptos dice que la hegemonía
del peronismo en las villas es una aberración política.
Ya no piensa lo mismo.
Conocer la realidad de las villas lo llevó a
revisar algunas opiniones.
"Un poco peronista me hice -dice con
humor-, ahora valoro su presencia allí.
Es común decir que los punteros son vagos, que
cobran por hacer nada, pero no es cierto.
La mayoría trabaja de sol a sol, y al que no
trabaja, la misma gente de la villa lo saca a patadas, porque le exige
respuestas".
Esto equivale a decir que a falta de una
presencia real del Estado, el Estado, en este caso, son los punteros.
No son reyes, son lo que hay.
"Son reconocidos como el Estado por sus
vecinos y manejan recursos del Estado".
Así es, según Zarazaga, como construyen una
relación con la gente, acumulan capital político y se ganan cierta reputación,
que a su vez supone una responsabilidad, porque "cuando hay un chico con
un ataque de asma a las 3 de la mañana, cuando alguien necesita atención de
urgencia o realizar un trámite, la respuesta pasa por el cura o el
puntero".
………
"Nadie come vidrio, ni el puntero ni el
votante: no hay una recreación de la figura de Evita a través del puntero, y de
hecho casi nadie en la villa sabe quién fue Perón.
Es pragmatismo puro", asegura Zarazaga.
…………..
"Si después los pobladores de las villas
votan al puntero, no es porque estos ejerzan un monitoreo de los votantes.
Esto puede funcionar, pero sólo marginalmente.
Lo votan porque es el único que está, el único
que les ofrece soluciones.
Lo necesitan porque no hay nadie más".
Es un sistema arbitrario, admite Zarazaga,
pero "desde otros partidos no han intentado siquiera tener presencia en
los barrios pobres".
Es decir, la matriz del clientelismo no está
siendo disputada.
Y la importancia política de esta realidad
cobra relevancia si se considera que tiene lugar en distritos que, combinados,
representan el 35 por ciento del electorado argentino.
Rodrigo Zarazaga, el
jesuita que desde Harvard estudia las redes clientelares
Como sacerdote,
trabajó durante años en villas y barrios obreros del conurbano. Allí comprendió
la lógica política que se pone en juego a partir de la pobreza y, ante la
ausencia casi total del Estado, el lugar clave que ocupan los punteros en esa
trama. Estos temas son ahora el eje de su tesis doctoral
Se dio una paradoja: surgieron nuevos líderes
sin partidos (Carrió, Lavagna, Macri, De Narváez), y sobrevivieron redes
partidarias sin candidatos competitivos (la UCR , el PJ disidente, el socialismo).
Existen también otras responsabilidades: las
personas y sus egos hicieron que esa debilidad estructural se convirtiera en un
rompecabezas de imposible solución.
El peligro latente de
comprometer la gobernabilidad
Por Sergio
Berensztein.
Asimismo, algunos especialistas descalificaron
al partido peronista original como un “cadáver”[1] o como “poco más que un
apéndice de las instituciones estatales”[2] y en el mismo sentido, el PJ
contemporáneo ha sido descripto como un “simple membrete”[3] o un “comité
electoral” dirigido por un pequeño círculo de “operadores” en Buenos Aires.[4]
Otra mirada de la organización del PJ revela,
sin embargo, una llamativamente distinta visión.
El PJ contemporáneo conserva una enorme
infraestructura de base y sus cerca de cuatro millones de miembros (afiliados)
lo hacen uno de los partidos democráticos más grandes del mundo.
Por otro lado, sus profundas raíces sociales y
organizacionales en las clases bajas y trabajadoras de la sociedad le han
posibilitado sobrevivir a décadas de proscripción, la muerte de su carismático
fundador, y más recientemente, la negación de su tradicional programa
socioeconómico.
¿Cómo puede el PJ ser simultáneamente tan
débil y tan fuerte?
Una de las mayores razones de esta confusión
es que cuando los analistas investigan al PJ tienden a buscar en el lugar
equivocado.
La atención en la debilidad de la estructura
formal del PJ oscurece la vasta organización informal que lo rodea.[5]
La organización peronista consiste en una
densa colección de redes personales (que operan desde sindicatos, clubes, ONGs
y a menudo desde la casa de los militantes) que están en gran medida desconectadas
(y son autónomas) de la burocracia partidaria.
Aunque estas redes no pueden ser encontradas
en los estatutos y archivos del partido, proveen al PJ de una extensa conexión
con las clases bajas y trabajadoras de la sociedad.
………….
Sin embargo, focalizar en la debilidad de la
burocracia del PJ lleva a oscurecer el poder de la organización informal que lo
rodea.
El peronismo consiste en una vasta colección
de redes informales que operan desde un grupo de diferentes entidades, que
incluyen sindicatos, cooperativas, clubes, comedores, y a menudo hogares.
Estas entidades informales son autoorganizadas
y autooperativas, no aparecen en los estatutos del partido, raramente están
registradas con las autoridades partidarias, y mantienen una casi total autonomía
respecto a la burocracia partidaria.
Sin embargo constituyen la mayor parte de la
organización del PJ.
Si, siguiendo a Sartori, definimos a un
partido político como “cualquier grupo político que se presenta a elecciones, y
es capaz de ubicar a través de elecciones candidatos para la función
pública”,[26] entonces todas las subunidades peronistas (formales o informales)
que participan en la política electoral, deberían ser consideradas parte de la
organización del partido.
Los estudios sobre el PJ que hacen hincapié en
la estructura formal del partido pierden de vista esta infraestructura
informal, y como resultado, descartan la mayor parte de la organización del
partido.
Emplear la distinción de Panebianco entre
partidos como “masa burocrática” y partidos como “profesionales
electorales”,[27] sería tal vez más adecuada para describir al PJ como un
partido de masas informal.
Es un partido de masas en el sentido que
mantiene una poderosa infraestructura de base, extensos vínculos con la clase
baja y trabajadora, y una amplia membresía y base militante.
Es informal en el sentido que las subunidades
peronistas son autoorganizadas, carecen de una estructura organizacional
standard, y generalmente no están integradas a (o sujetas a la disciplina de)
la burocracia central del partido.
Las raíces de la informalidad: El peronismo
como movimiento
Las raíces de la estructura informal del PJ
residen en su particular historia.
A pesar de que el peronismo se originó como un
partido carismático[28] durante el primer gobierno de Perón (1946-1955), con
una jerarquía centralizada, aunque no burocrática, basada en el liderazgo
personalista de Juan Perón,[29] la organización cambió considerablemente
después del derrocamiento de Perón en 1955.
Proscripto e intermitentemente reprimido a lo
largo del período 1955-1983, el peronismo se movió subterráneamente,
sobreviviendo en los sindicatos, organizaciones de cuadros partidarios
clandestinas, y miles de redes barriales militantes.[30]
Sin embargo, a diferencia de otros partidos
obreros proscriptos (como los comunistas franceses, los socialdemócratas
alemanes, y la
Acción Democrática venezolana), que sobrevivieron épocas de
represión creando organizaciones jerárquicas y disciplinadas, el verticalismo
del peronismo colapsó después de 1955, y la organización cayó en un estado
descentralizado y semianárquico.
Los primeros actos de la resistencia peronista
fueron “iniciativas atomizadas y espontáneas” llevadas a cabo en “ausencia de
un liderazgo nacional coherente”.[31]
Los peronistas operaron desde autoconstituidos
“comandos” basados en uniones preexistentes, amistades barriales y redes
familiares.[32]
Los vínculos entre estos comandos locales
fueron “como mucho tenues”,[33] y los cuerpos creados para coordinar sus
actividades, como el Centro de Operaciones de Resistencia y el Grupo Peronista
de Resistencia Insurreccional, fueron inefectivos.[34]
Con posterioridad a 1955, el peronismo se
transformó en una estructura segmentada y descentralizada, que según Gerlach y
Hine, puede ser caracterizada como un “movimiento”.[35]
Los subgrupos peronistas se autoorganizaron
con autonomía de cada uno de ellos y de las autoridades centrales.
En el ámbito nacional, el peronismo fue poco
más que “una federación laxa de diferentes grupos leales a Perón”,[36] que
incluía sindicatos, organizaciones paramilitares de izquierda y de derecha,[37]
y numerosos partidos provinciales “neoperonistas”.[38]
Ningún grupo organizacional contuvo a estos
subgrupos, y no emergió ninguna estructura central de autoridad con capacidad
de coordinar sus actividades, disciplinarlos, o incluso definir quién era o no
era peronista.
Aunque Perón permanecía como el líder
indisputado del movimiento, su autoridad estaba limitada a las decisiones
principales, y los cuerpos que creó para representarlo, como el Consejo
Superior de Coordinación y el Comando Táctico, eran rutinariamente ignorados
por los sindicatos, los grupos paramilitares, y los jefes provinciales.[39]
Si bien los peronistas que desobedecían las
órdenes de Perón eran a veces expulsados del movimiento, esas expulsiones eran
a menudo ignoradas y casi nunca eran permanentes.[40]
Después de un breve retorno al poder entre
1973 y 1976, el peronismo cayó nuevamente en un estado anárquico durante el
período dictatorial de 1976 a
1983.
El grueso de la actividad partidaria urbana
migró a los sindicatos, pese a que muchos militantes también trabajaron dentro
de un número de organizaciones clandestinas.
Aunque las unidades básicas estaban cerradas,
muchos continuaron operando desde “grupos de trabajo” informales.
Otros “se refugiaron en organizaciones no
gubernamentales”,[41] como las sociedades de fomento,[42] clubes barriales,
comedores, y organizaciones religiosas.[43]
Inclusive, otros trabajaron desde fachadas
como los centros de estudiantes.[44]
Aunque existen pocos datos sobre el peronismo
clandestino durante el Proceso, el número de militantes que se incorporó en al
menos esporádicas actividades políticas parece haber sido significativo.
De las unidades básicas encuestadas por el
autor en 1997, el 58% estaba dirigida por un militante que militó en el
peronismo durante la dictadura.
Como resultado del trabajo clandestino, al
colapsar el régimen militar en 1982, el peronismo rápidamente resurgió como una
organización de masas.
Las unidades básicas brotaron (aparentemente
de la nada) por todo el país y ya a mediados de 1983 el PJ había afiliado a más
de tres millones de miembros, lo que representaba más que el resto de los
partidos combinados.[45]
A diferencia de períodos previos de dirigencia
civil, durante las cuales las organizaciones peronistas ignoraron la actividad
partidaria, el PJ sufrió después de 1983 un proceso de “partidización” sin
precedentes.
Como las elecciones comenzaron a ser
percibidas como la única forma legítima de acceder al poder, prácticamente
todas las subunidades peronistas se integraron dentro de la actividad
partidaria a través de la participación en elecciones internas.
Los sindicatos peronistas invirtieron
fuertemente en la política partidaria,[46] lo mismo hicieron las anteriores
organizaciones paramilitares como Guardia de Hierro, Comando de Organización (C
de O), la Juventud
Peronista (JP) y Montoneros.[47]
Para mediados de la década del ochenta, a excepción
de los sindicatos, la actividad peronista no partidaria había en gran medida
desaparecido.
El proceso de “partidización” no fue, sin
embargo, acompañado por un proceso de burocratización.
Más que establecer una estructura burocrática,
el PJ post `83 retuvo aspectos clave de su organización como movimiento.
El peronismo reemergió después de la dictadura
desde abajo hacia arriba y de una forma semianárquica.
Los militantes establecieron sus propias
unidades básicas sin la aprobación (e incluso el conocimiento) de la jerarquía
partidaria.
Ésta no solo no creó o financió unidades
básicas, sino que tampoco pudo establecer quién podía crearlas, cuántas fueron
creadas, o dónde estaban localizadas.
Por otra parte, aunque si bien los sindicatos,
los ex paramilitares, y numerosas redes territoriales informales entraron a la
actividad partidaria en la década del ochenta, no abandonaron sin embargo sus
formas organizacionales ni se integraron a la burocracia partidaria.
En cambio, permanecieron autoorganizadas,
creando, financiando y operando sus propias unidades básicas.
Como resultado de esto, la organización
nacional del PJ permaneció como una unión laxa y heterogénea de débiles
facciones nacionales, paramilitares, organizaciones obreras y emergentes feudos
provinciales.
Pese a que el período de renovación de
1987-1989 trajo algún grado de orden institucional al partido,[48] las reformas
asociadas a este período fueron menos importantes de lo que habitualmente se
cree.
Durante dicho período, los reformistas
(llamados Renovadores) dieron importantes pasos en pos de la democratización
interna del PJ (como la introducción de elecciones directas para la selección
de candidatos y líderes) y prestaron una atención a su estructura formal sin
precedentes.
Los órganos formales del partido, como el
Consejo Nacional, se reunieron con más frecuencia y el partido comenzó a tener
registro de sus actividades, y un gran esfuerzo se realizó para adherir a los
estatutos partidarios.
Sin embargo, aparte de la introducción de
elecciones internas, la
Renovación hizo poco para cambiar la forma en que el PJ
realmente funcionaba en la práctica.
Fracasaron para imponer una norma para la
estructura organizacional del partido y fueron incapaces de crear una burocracia
central efectiva, capaz de disciplinar a las organizaciones inferiores.
En consecuencia, las subunidades permanecieron
informales y relativamente autónomas.
El peronismo contemporáneo: Un partido de
masas informal
De acuerdo a los estatutos partidarios que
surgieron luego del proceso de reformas de 1987, el PJ contemporáneo se
encuentra estructurado al estilo de los partidos de masas europeos, con una
cadena burocrática y un comando que corre desde el Consejo Nacional pasando por
las estructuras provinciales y municipales y finalizando en las unidades
básicas barriales.[49]
Sin embargo, en la práctica el partido parece
más lo que un intendente peronista calificó como una “desorganización
organizada”.[50]
El PJ conserva una masiva organización con profundas
raíces en las clases bajas y trabajadoras, pero estos vínculos continúan siendo
no burocráticos, informales y altamente descentralizados.
Una organización de masas
Aunque ningún partido moderno “encapsula” a
sus miembros en el mismo grado que lo hicieron algunos partidos de masas
europeos de principios del siglo XX,[51] el PJ conserva lo que para los
estándares contemporáneos sería una poderosa organización de masas.
En primer lugar retiene una importante masa de
miembros.
Las afiliaciones al partido alcanzaron los
3,85 millones en 1993, lo que representaba un 18% del electorado.[52]
La participación electoral interna del 54,2%
excedió a las de las social democracias de la pos guerra en Austria, Alemania y
Suecia.[53]
Aunque la utilidad de estas comparaciones está
limitada por el hecho de que la membresía al PJ supone un menor nivel de
compromiso respecto al de los partidos de masas europeos,[54] esta inmensa masa
de afiliados es no obstante impresionante.
En segundo lugar el PJ conserva una densa
infraestructura territorial.
A pesar de que el fracaso del partido en tener
un registro de sus unidades básicas hace difícil medir correctamente la
densidad de su organización, evidencia proveniente de La Matanza , Quilmes y San
Miguel de Tucumán sugiere que la infraestructura de base del PJ continúa siendo
extensa y densamente organizada.
En 1997 estas tres localidades reunían
aproximadamente una UB por cada 2000 residentes y más de dos UBs por kilómetro
cuadrado.[55]
Tercero, el PJ continúa profundamente
enclavado en las clases bajas y obreras por medio de sus vínculos con una
variedad de organizaciones (formales e informales).
En el nivel más básico, las organizaciones
partidarias a nivel municipal conservan extensos vínculos con redes interpersonales
en los barrios más humildes.
En las zonas de clase baja, los “líderes
naturales” o “solucionadores de problemas” son generalmente peronistas.[56]
Aunque muchos de estos “líderes naturales” no
son militantes full time, casi todos mantienen lazos (a través de amigos,
vecinos, o parientes) con las redes partidarias informales.
Estos lazos son periódicamente activados tanto
“desde abajo”, como “desde arriba”: los “solucionadores de problemas” los
utilizan para tener acceso a recursos gubernamentales, mientras que los
“punteros” locales los utilizan para reclutar gente para elecciones o
movilizaciones.[57]
En el mismo sentido, las organizaciones
partidarias locales también mantienen vínculos con un abanico de organizaciones
sociales.
Históricamente las más importantes han sido
los sindicatos.
Si bien la influencia de éstos en el PJ ha
declinado considerablemente desde mediados de la década del ochenta, la mayoría
de ellos permaneció activo en la política a nivel local hasta avanzados los años
noventa.
De 36 sindicatos locales relevados por el
autor en 1997, 33 (92%) participó de la actividad partidaria ese año.[58]
Las organizaciones del PJ también están
relacionadas con una variedad de movimientos sociales urbanos, como ocupadores
de viviendas y organizaciones villeras (de las villas miseria).
En la Capital Federal ,
por ejemplo, la mayoría de las organizaciones villeras está dirigida por
militantes del PJ, y organizaciones de habitantes de villas miseria, como
Movimiento Villero y Frente Social, mantienen estrechos lazos con el PJ.
En La Matanza , cinco de las 31 UBs encuestadas estaban
vinculadas a asentamientos ocupados, y el coordinador de la Mesa de Asentamientos
Ocupados, que proclamó representar 60 organizaciones villeras, es militante del
PJ local.[59]
Las organizaciones justicialistas de base
están asimismo vinculadas a una serie de organizaciones no gubernamentales, que
incluyen sociedades de fomento, cooperativas escolares, y comedores.[60]
Por ejemplo, dirigentes villeros de la Capital Federal
estiman que “setenta u ochenta por ciento” de los 150 comedores de la ciudad
están dirigidos por peronistas.[61]
Similares estimaciones han sido realizadas
para los distritos del Gran Buenos Aires de Hurlingham, Lanús y Quilmes.[62]
En cambio, un número más pequeño de unidades
básicas está relacionado con organizaciones religiosas.
Por último, muchas organizaciones peronistas
mantienen vínculos con clubes locales y barriales.[63]
En este sentido son de particular importancia
los clubes de fútbol locales (especialmente los de segunda división o “B”).
Los líderes utilizan a menudo a fanáticos de
clubes para campañas, pintadas callejeras, y en algunas ocasiones, intimidar
oponentes.
Son muchos los casos de vínculo tipo partido-club
en Capital Federal y Gran Buenos Aires.
Por ejemplo, el control del dirigente sindical
Luis Barrionuevo en el club de fútbol Chacarita, le sirvió para establecer una
poderosa base política en el Gran Buenos Aires.
En La Matanza , el partido local utiliza fanáticos del
club Laferrere para movilizaciones y pintadas.[64]
Estos vínculos son comunes también en las
provincias del interior.
En Tucumán, por citar un ejemplo, los dos
principales clubes de fútbol estaban controlados por peronistas a fines de los
años noventa.[65]
En conjunto, más de la mitad (56,7%) de las
UBs encuestadas por el autor evidenciaron vínculos con una o más instituciones
sociales, y más de un tercio (36,5%) estaban relacionadas con dos o más de esas
entidades.
Estos datos están resumidos en el Cuadro 1.
De las UBs encuestadas, 22,1% tenían vínculos
con escuelas o cooperativas infantiles, 20,2% estaba relacionada con comedores
u otras organizaciones de ayuda, 14,4% tenía vínculos con sindicatos, 8,7% con
organizaciones eclesiásticas, y 6,7% con organizaciones de asentamientos
ilegales.
Una “Des-Organización
Organizada”, Septiembre 2008
Organización informal
y persistencia de estructuras partidarias locales en el peronismo argentino
Steven Levitsky,
Assistant Professor of Government, Harvard University
La sociología es una ciencia de regularidades y
de ellas extrae sus inferencias.
¿Qué quiere decir esto?
Simplemente que si hacemos un cálculo de
probabilidades concluiremos que lo más factible es que el próximo presidente
sea peronista, esta vez bajo el rostro del kirchnerismo.
Para decirlo de otro modo: cuando se afirma que
el peronismo es la única fuerza capaz de gobernar este país, la respuesta
"científica" dirá: no es la única, sino la que más probablemente lo
gobierne.
Los sondeos confirman hoy esa presunción.
Pero quizá no es la cantidad, sino la cualidad,
la clave del fenómeno.
………..
La oposición no pudo (hasta ahora) con
semejante despliegue de poder y sagacidad, avalado por un dominio político
secular y una coyuntura económica excepcional, bien aprovechada.
No pudo, en primer lugar, porque fue expropiada
de su programa en el campo de las políticas sociales, el rol del Estado y los
estímulos al mercado interno.
…………..
Perpleja, la oposición no peronista fue replegándose
a la discusión de aquellos temas a los que la división del trabajo, que urde la
historia, la confinó: los requisitos y formas institucionales que definen a una
república.
Pero la cultura y los avatares económicos
hicieron su trabajo, moldeando las preferencias y decidiendo los temas que la
sociedad considera relevante discutir.
Veintiocho años después de recuperada la
democracia, el debate no pasa por la república.
La inseguridad, el empleo, la producción y el
consumo definen la agenda nacional.
Además, la mayoría quiere hoy un Estado fuerte
e interventor.
La fragilidad de la idea republicana, cuyo
exponente clásico es el liberalismo político, resulta un corolario de esta
reseña.
Pero es algo más que una debilidad de fuerzas.
El populismo se le escurre de las manos al
republicanismo, que no logra descifrarlo.
Lo tilda de autoritario, transformista
ideológico u oportunista, no entiende cómo conviven en él expresiones políticas
aceptables con otras más resistidas como Hugo Moyano y Luís D'Elia.
Menem y Kirchner, Saadi y Urtubey no caben
juntos en la racionalidad republicana.
Tal vez una metáfora arquitectónica ayude a
entender este enigma.
Podría decirse que el peronismo semeja a una
casa de dos plantas.
En la de abajo reside el propietario, que es el
peronismo-peronista (sindicatos, barones territoriales, punteros); en la de
arriba viven sucesivamente los líderes coyunturales del movimiento, que
alquilan el piso.
El contrato de locación le permite al inquilino
pintar la casa del color que quiera y hacerle arreglos a discreción, pero no
modificaciones estructurales.
El alquiler cotiza alto (el piso de arriba es
muy buscado) y se paga en las especies más diversas: dinero, dádivas,
prebendas, fondos ingentes para infraestructura, planes sociales, clientelas y
proselitismo.
La popularidad del inquilino determina la
duración del contrato; si mantiene la aprobación, renueva; si cae en desgracia,
debe irse.
Ningún contrato alcanzó los once años.
La casa peronista es dinámica y flexible.
Como quería su arquitecto, vence al tiempo.
Otorga beneficios seguros a sus moradores y
posee picardía mediática: sustrae de los flashes al dueño, que es
impresentable, y exhibe al inquilino, cuya gloria tiene plazo fijo.
Así se amasan el éxito y la perdurabilidad.
Y se institucionalizan las malas artes.
Si se acepta esta imagen, se verá que el
peronismo no es una ideología, sino una arquitectura y un contrato; o, dicho en
términos académicos: una organización y un enunciado.
Allí reside su éxito y su karma.
Al liberalismo político argentino, algunos de
cuyos representantes veneran un mausoleo, se le hace difícil comprender esta
configuración.
Quizás esa ceguera tenga que ver con sus
derrotas.
La casa peronista
Eduardo Fidanza
Desde 1983 hemos entrado en la normalidad
democrática.
No más golpes ni proscripciones.
Los comicios se realizan casi puntualmente, y
hubo algunos ejemplares, como el de octubre de 1983 o la interna peronista de
1988.
¿La Argentina alcanzó la normalidad democrática?
¿La idea de que cada uno de los ciudadanos
designa con su voto a los gobernantes es hoy suficientemente verosímil?
Si y no.
Nuestro país es grande y diverso.
La idea del ciudadano individual y razonable
sigue siendo verosímil en las grandes ciudades y en la “pampa gringa”, donde la
producción se limita a la publicidad y los medios.
En muchas provincias los gobernadores alinean
con facilidad a los empleados públicos y a otros que dependen del Estado.
Esta es una historia vieja y conocida.
Lo novedoso es la forma de votar del vasto
mundo de la pobreza, crecido en el Gran Buenos Aires y otros conurbanos en las
últimas décadas, nutrido de trabajadores desocupados, clase media empobrecida y
nuevos migrantes periféricos.
Aquí nadie imagina que pueda construirse la
vieja ciudadanía de los individuos.
Aquí el sufragio se produce; se está
produciendo, noche y día, todo el año.
La profunda transformación social y cultural
del mundo de la pobreza afectó los dos supuestos actuales del sufragio: que sea
individual y que el propósito del votante sea elegir gobernantes.
En ambos aspectos la situación recuerda a las
sociedades europeas del siglo XIX.
El entonces novedoso principio del voto
individual igualitario coexistió mucho tiempo con desigualdades sociales e
identidades colectivas tradicionales: la familia, la aldea, la parroquia.
La política consistía en traducir esa realidad
grupal en votos singulares e iguales.
“Los votos no se cuentan; se pesan”, se decía
por entonces.
Por otro lado, la compra del voto no era mal
vista.
Los modernizadores veían allí la liberación
del sometimiento automático al señor.
Los votantes creían que la venta del voto era
su derecho, y protestaban contra “los que quieren hacerse elegir gratis”.
Lo llamativo es ver generalizarse estas
prácticas, cien años después de la ley Sáenz Peña.
Pero la Argentina cambió mucho en las últimas décadas, y
en ese aspecto pasó del siglo XX al siglo XIX.
En nuestros conurbanos la sociedad pobre
creció, sobrevivió y se organizó al margen de la tutela y la protección del
Estado.
Su lugar fue ocupado por diferentes
asociaciones, que traducen el complejo entramado social, y por liderazgos
fuertes, de personas que encabezan la acción colectiva y se hacen cargo de las
necesidades del conjunto.
Comúnmente se los llama “referentes”.
Por otro lado los partidos políticos se
adecuaron a la nueva sociedad, archivaron sus programas, y desarrollaron redes
territoriales, con operadores de base: los “punteros”.
Por encima, aparecen las estribaciones locales
de un Estado fragmentado.
Ya no podía desarrollar políticas universales,
pero era capaz de movilizar sus escasos recursos para acciones focalizadas y en
buena medida discrecionales, cuya expresión más conocida son las “obras
públicas” y los “planes”.
Referentes y punteros son hoy las piezas clave
del proceso de producción del sufragio.
Los punteros que cuentan son los que hablan
por el Estado: el concejal, el secretario, el Intendente.
Los referentes, por su parte, hablan por los
colectivos que lideran.
Puede ser una familia extensa, un vecindario,
un grupo étnico, religioso o deportivo, como en el fútbol.
Entre punteros y referentes circulan bienes y
servicios variados: bolsones de comida, ayuda a comedores, una franquicia, una
tolerancia policial, un “plan”.
Se trata de un intercambio cotidiano,
continuo, que en un momento se expresa políticamente, en la asistencia una
marcha, o en una elección.
En el primer caso el colectivo es visible y
quiere serlo: desde el transporte hasta las pancartas.
En el comicio, el colectivo negociado
-denominado “el paquete”- se disimula, y se traduce en votos singulares,
secretos.
Pero reconocibles por el puntero, quien
certifica el cumplimiento de los términos del acuerdo.
Es común llamarlo clientelismo.
Es una palabra genérica, pobre y
descalificante.
No da cuenta de los matices de una relación
compleja, siempre abierta y en proceso, en la que hay también independencia e
imprevisibilidad.
Cada persona pertenece simultáneamente a
varios colectivos, y su lealtad bascula entre ellos.
Los compromisos políticos son flexibles,
graduales y reversibles.
Los intercambios requieren no solo una base
material sino también sintonías de forma, tono y trato.
La gente no se entrega ni obedece, sino que
“acompaña”.
Manejar todo esto requiere una enorme
sabiduría artesanal.
Nada es automático.
Todo es cambiante, y a la vez regular, como en
un caleidoscopio.
Al final, se traduce en votos, singulares,
cuantificables, acumulativos.
A veces, cambian los gobernantes.
Usualmente los ratifican.
En esta operación, el partido político
tradicional desaparece.
Hay funcionarios y punteros.
Todos profesionales.
Compiten entre si, administran recursos del
Estado y viven de ellos.
O esperan su turno para hacerlo.
Tampoco existe el Estado, entendido como el
lugar del interés general.
Hay en cambio un gobierno, que utiliza
recursos estatales para montar esta maquinaria productora de sufragios.
Hay un partido del gobierno, que se nutre del
Estado para producir sufragios.
Esta es la democracia que tenemos, tan
distinta de la imaginada en 1983.
Pocos ciudadanos.
Poco Estado, Mucho gobierno.
Hay opiniones negativas y positivas sobre esta
realidad.
Pero es la única verdad.
La máquina de producir
votos.
Luis Alberto Romero.
Comparar la política real con la política
corporativa de las empresas es, por lo tanto, un malentendido amargo.
La política, por más gurúes y politicólogos que
valgan, resiste las reglas del management ortodoxo y de la ciencia pura.
En el mundo de los negocios, uno más uno es
dos.
En política, como todo el mundo sabe, no
necesariamente dos más dos son cuatro.
Toda esta introducción viene a cuento de un
hecho indiscutible: la actual oposición tiene entre sus filas a muchos hombres
de empresa.
Muchachos por lo general bienintencionados que
se han pasado, no hace mucho, a la política creyendo que ésta sólo necesita
buenos gestores.
Los no políticos son hombres de ideología
pasteurizada, que igualmente merodean las posiciones de “centro” y el libre
mercado, y que han comenzado a meterse en el barro de la historia.
A unos, los resultados electorales de octubre
los dejaron nocaut.
A otros, los pusieron muy nerviosos: deben
realizar ahora lo que prometieron en la campaña.
Sólo a Elisa Carrió, para la cual hubiera sido
una tragedia ganar y tener que hacerse cargo del barco, abandonando los cómodos
camarotes de la indignación, este período de cristinismo se le presenta plácido
y apetitoso.
Los demás, incluso los nuevos referentes de
ARI, tienen en la boca el regusto agrio de la decepción y del miedo.
No lo dirán nunca en público, pero así están
los opositores políticos en la
Argentina de hoy.
Se sienten, en el fondo de sus corazones,
injustamente derrotados por “políticos mediocres” y “burócratas
clientelísticos”.
Ellos, los príncipes de la nueva política,
eficientes y limpios, pasaron por la universidad y conocen el mundo: son muy
viajados.
“¿Cómo puede ser que nos derroten estos
políticos de cabotaje, estos impresentables de siempre?”, se preguntan.
Algunos de estos gerentes de la nueva política
duermen con la valija cerrada al lado de la cama.
Están siempre listos para volver al sector
privado rumiando una queja:
“Soy demasiado bueno y honesto para la
política”.
Olvidan que los verdaderos militantes
políticos no tienen dónde volver, porque pertenecen, en cuerpo y alma, a la
lucha política.
Porque no podrían hacer otra cosa, porque
nacieron para eso, porque quemaron las naves.
Un gerente es demasiado cerebral y tiene
demasiado “sentido común” para quemarlas.
Un militante se mide no por cómo reacciona
ante una victoria, sino por cómo se recupera de las derrotas.
¿Se recuperarán estos muchachos o tomarán la
valija y volverán, sanos y salvos, a casita?
Necesitan un examen profundo para entender lo
que les ocurre.
Son amateurs jugando a ser profesionales.
No dominan del todo la materia y, en el fondo,
la desprecian un poco.
Toda la nueva oposición está llena de estos
personajes tiernitos y bienintencionados: aves de paso queriendo comerse crudas
a las fieras.
No se le puede enseñar política a un negado,
así como no se le puede enseñar música a quien no tiene oído.
Entender la política, entenderla de verdad, es
un don: se tiene o no se tiene.
Es un saber que no se adquiere en los libros
ni en los claustros.
Se adquiere en la calle y con las entrañas.
Pero el ser humano desarrolla las habilidades
que necesita, de manera que no todo está perdido.
La nueva oposición está llena de sordos y
zoquetes.
Hay muy pocos afinados y casi ningún oído
absoluto.
Pero tiempo al tiempo.
Luego, por supuesto, está todo ese asunto de
los personalismos.
En la Argentina , todo gira en torno de tres o cuatro
dirigentes que lucen bien en los programas del cable, que suelen ser bastante
autoritarios dentro de sus propios partidos y que no saben adónde van.
Quiero decir, parecen poseer grandes
convicciones y son buenos “tribuneros” (no deberían quejarse tanto del atril,
porque ellos lo llevan incorporado), pero carecen de paciencia y flexibilidad
para armar partidos políticos consistentes, con alas izquierdas y derechas, con
democracia interna y participación.
Descaradamente personalistas, un día tienen
tres millones de votos y otro día no tienen nada.
Poseen una extraña alergia, que les contagiaron
los encuestadores y la “opinión pública” más ramplona de los contestadores
automáticos de las radios, que consiste en creer que toda alianza es la Alianza , o sea, un rejunte
invertebrado e incoherente que fracasa gobernando.
Y también que todo pacto político es el Pacto
de Olivos, es decir, un contubernio para repartir favores.
Pero hagamos nombres propios: si Carrió y
Ricardo López Murphy hubieran entendido de verdad la política, habrían recreado
el espacio histórico electoral de la Unión Cívica Radical.
Pero como no la entienden, terminaron en esta
nada insípida, inodora e incolora, oposición para la gilada televisiva, que no
puede juntar porotos y que no logrará ponerle freno a la hegemonía.
Algo tiene para enseñarle el oficialismo a la
oposición.
Para empezar, su voluntad de poder.
El peronismo no tiene un puñadito de
dirigentes destacados: tiene cien candidatos potables en las gateras, con ganas
de comerse la cancha.
No es dogmático y principista: acoge en su
seno a hombres ubicados en las antípodas ideológicas, aunque dispuestos, por
las buenas o por las malas, a aguardar su turno y a trabajar coordinadamente
cuando la tormenta arrecia y cuando el que manda tiene claro el horizonte y
buena sintonía con la mayoría electoral.
Casi nadie, por cuestiones del pasado, queda
fuera del colectivo, y nadie se rasga las vestiduras por hacerse amigo de un
enemigo de antes, o por codearse con un dirigente que piensa el país desde la
otra orilla.
El radicalismo posmoderno tuvo estómago
delicado, y así lo pagó.
No pudo tolerar las diferencias internas y
expulsó de sus filas a los opuestos, que a su vez se transformaron en estómagos
delicados incapaces de digerir las mínimas discrepancias.
Y así hasta el infinito.
Es decir, hasta la atomización y la anécdota.
Como la izquierda argentina, una diáspora
interminable y minoritaria con dirigentes inflexibles que se pelean por
palabras vacías.
Sin dominar la materia, sin vocación ni visión
política, sin sentido común, sin pragmatismo y sin humildad, sin capacidad para
acordar lo mínimo ni para construir una idea, la oposición se juega en una
comuna, es decir, en una baldosa.
Hasta Néstor Kirchner está decepcionado de la
oposición.
Admite, a regañadientes, que ninguna
democracia exitosa económica e institucionalmente prospera con partido único y
sin alternancias ni bipartidismo.
Sabe que, si no evoluciona por afuera, una
oposición de centroderecha surgirá tarde o temprano del propio peronismo y que
sobrevendrán como siempre la crueldad, el destripamiento, la lucha sin cuartel
y la amnistía y, al final, la cohesión.
La guerra peronista hace temblar a los
peronistas que detentan el poder, porque saben que del otro lado no hay
muchachos testimoniales con la valija armada al lado de la cama, sino políticos
con hambre que quieren cambiar la historia.
Sólo se cambia la historia con ese apetito
insaciable, con esa pasión que un frío gerente no puede gerenciar.
Tal vez ni siquiera pueda comprender.
La nueva política no puede madurar en manos de
los no políticos.
¿La hora de los no
políticos?
Jorge Fernández Díaz