¡Qué ruido tan bello!
Anónimo
¿Mi obra maestra?
¡El Boléro, por supuesto!
Por desgracia, está vacío de música.
Maurice Ravel.
Movimiento orquestal inspirado en
una danza española, se caracteriza por un ritmo y un tempo invariables, con una
melodía obsesiva —un ostinato— en do mayor, repetida una y otra vez sin ninguna
modificación salvo los efectos orquestales, en un crescendo que, in extremis,
se acaba con una modulación a mi mayor y una coda estruendosa.
Pese a que Ravel dijo que consideraba la obra como un simple
estudio de orquestación, el Boléro esconde una gran originalidad, y en su
versión de concierto ha llegado a ser una de las obras musicales más
interpretadas en todo el mundo, al punto de que hasta el año 1993 permanecía en
el primer lugar de la clasificación mundial de derechos de la Société des auteurs,
compositeurs et éditeurs de musique (SACEM).
Ravel tenía en mente que el ballet
fuera montado en un espacio exterior, con una fábrica al fondo, probablemente
un guiño a Carmen, la ópera que tanto admiraba. Cuando se le preguntaba por el
argumento del ballet, Ravel respondía que él situaría el Boléro en una fábrica
—la fábrica de «Le Vésinet», según su hermano— y no en un bar andaluz.
Sin embargo, el montaje de Alexandre Benois situó la acción en un oscuro café
de Barcelona, iluminado por una gran lámpara donde una bailarina comienza a
bailar sobre una gran mesa mientras una veintena de hombres permanecen
sentados, jugando a las cartas en sus propias mesas. Ida Rubinstein
representaba ese papel de bailarina de flamenco, en una coreografía sensual que
fue un escándalo.
Ravel aceptó, con no mucho agrado, el montaje de Benois
pero, personalmente, le solicitó a su amigo Léon Leyritz —el escultor que
realizó el busto de Ravel que adorna el vestíbulo de la Ópera de París—, que
preparase otra escenografía más acorde con sus ideas. Esa producción vería la
luz, pero ya no sería en vida de Ravel.
La versión orquestal de la obra fue estrenada también en
París, el 11 de enero de 1930, con Ravel al frente de la orquesta de los
«Concerts Lamoureux». Se cuenta que durante el estreno
orquestal del Boléro, una dama molestaba en su asiento exclamando: «¡Al
loco! ¡Al loco!» («Au fou! Au fou!»). Contando la escena a su hermano,
Ravel habría dicho: «Ella, ella lo ha entendido».
En enero de 1930 Ravel grabó por vez primera la obra con la
orquesta de los «Concerts Lamoureux», y también dirigió frecuentemente la obra
en salas de concierto. Los directores de orquesta, que veían en la obra un
terreno de trabajo fértil al mismo tiempo que una fuente fácil de gloria, se
ocuparon pronto del Boléro y algunos intentaron dejar en la obra su impronta. Mientras que Willem Mengelberg aceleraba y ralentizaba
excesivamente, el gran maestro italiano Arturo Toscanini, por entonces muy
respetado por Ravel, al frente de la Filarmónica de Nueva York —en una interpretación
en mayo de 1930 en la Ópera de París—, se tomó la libertad de interpretar la
obra dos veces más rápido que lo prescrito, con un accelerando final. Ravel,
presente entre el público, rehusó levantarse para estrecharle la mano y tuvo
una breve discusión con él entre bastidores.
Toscanini habría llegado a decirle: «Usted no
comprende nada de vuestra música. Era el único medio de hacerla pasar».
Una versión de esta misma anécdota es referida, esta vez en castellano, de
nuevo por Carpentier, asistente privilegiado de la función, aunque no de la
discusión:
—Maestro... yo llevo el Boléro mucho más lento.
—Es un error —le respondió Toscanini—. La
concepción misma de la obra, su carácter, su estilo, imponen el tempo que yo he
adoptado.
Alejo Carpentier
Debo decir que el Boléro es raramente dirigido
como yo pienso que debería de ser. Mengelberg acelera y ralentiza
excesivamente. Toscanini lo dirige dos veces más rápido sin ser necesario y
alarga el movimiento al final, lo que no está indicado en ninguna parte. No: el
Boléro debe ser ejecutado a un tempo único desde el inicio al final, en el
estilo quejumbroso y monótono de las melodías árabe-españolas. [...] Los
virtuosos son incorregibles, inmersos en sus fantasías como si los compositores
no existiesen.
Ravel.
Deseo vivamente que
no haya ningún malentendido respecto al tema de esta obra. Representa una
experiencia en una dirección muy especial y limitada, y no hay que pensar que
la pieza busca conseguir otra cosa de la que se espera. Antes de la primera
ejecución, hice aparecer un anuncio en el que se decía que yo había escrito una
pieza que duraba 17 minutos y que consistía enteramente en un entretejido
orquestal sin música —en un largo crescendo muy progresivo. No hay contraste y no hay prácticamente invención excepto en
el modo de ejecución. Los temas son impersonales —melodías populares
árabe-españolas típicas. Y (aunque se haya pretendido lo contrario) la
escritura orquestal es simple y directa, sin ningún asomo de virtuosismo. […]
Ésta puede ser la razón de que no haya un solo compositor al que no le guste el
Boléro —y desde su punto de vista tienen razón. He hecho exactamente lo que
quería, y depende de los oyentes tomarlo o dejarlo.
Ravel.
El Boléro es la única obra de la que el músico afirmó
también claramente haber superado el desafío que se había fijado. Pero como a
menudo en Ravel —en obras como Chansons madécasses, L'Enfant et les sortilèges
o La Valse — el
compromiso era más profundo de lo que dejaba suponer su inocente apariencia. Al
mismo tiempo que declaraba que el Boléro estaba «vacío de música» («vide de
musique»), el compositor reconocía que su obra tenía un carácter
«músico-sexual». Algunos autores vieron en el Boléro una renuncia a la música
tonal, otros encontraron en la repetición mecánica y en el crescendo los signos
de una obra inquietante y tormentosa, irresistiblemente abocada al hundimiento
final, lo que de alguna manera, recuerda las conclusiones trágicas de La Valse y del Concerto pour la
main gauche, pero otras lecturas también son posibles.
«La
Valse evocaba el aniquilamiento de una civilización. Ocho
años más tarde, el Boléro ejerce su fascinación por la evocación que hace del
triunfo generalizado de las fuerzas del mal, incluidas en los elementos más
inocentes: encontramos aquí el principio de L'Enfant et les sortilèges pero
esta vez nos lleva a un triunfo de la muerte [...]»
Marcel Marnat.
El ritmo adoptado por Ravel es el ritmo típico del bolero en
tres tiempos, con la indicación «Tempo di bolero moderato assai» («tiempo de
bolero muy moderado»). Contrariamente a la danza
original, que tradicionalmente se acompaña de castañuelas o de panderetas,
eligió el tambor de orquesta, metamorfoseado después en caja orquestal, para
marcar el ritmo de esta danza típica. La célula rítmica comprende dos compases
casi idénticos, con una variación mínima en el tercer tiempo del segundo
compás. El ostinato es repetido por una, y después dos cajas orquestales, desde
el primer al antepenúltimo compás, y luego sigue el gran crescendo, para ser
finalmente tocada por el conjunto de la orquesta en la coda.
El hombre de la calle se da la satisfacción de
silbar los primeros compases del Boléro, pero muy pocos músicos profesionales
son capaces de reproducir de memoria, sin una sola falta de solfeo, la frase
entera que obedece a hipócritas y sabias coqueterías.
Ravel.
Lo primero que hay que hacer es despertar en la masa el sentido de la
conducción.
Los hombres se conducen mejor cuando quieren y están preparados para
ser conducidos.
Es muy difícil conducir una masa que no está preparada; y esa
preparación es de dos órdenes: una preparación moral para que sienta el deseo y
la necesidad de ser conducida; y otra intelectual para que sepa ser conducida y
ponga de su parte lo que necesite para que la conducción sea más perfecta.
El último hombre que es conducido en esa masa
tiene también una acción en la conducción.
El no es solamente conducido; también se
conduce a sí mismo.
Él también es un conductor, un conductor de sí
mismo!.
Algunos creen que una masa se conduce mejor cuando más ignorante sea.
Es teoría también de algunos conductores: políticos.
Cuanto más ignorante, mejor -piensan-, porque ellos la conducen según
sus apetitos.
Los, apetitos propios de una masa de ignorantes son malos consejeros
para la conducción, porque los apetitos están en contra de la función básica de la conducción: que sea una masa
disciplinada, inteligente, obediente y con iniciativa propia.
Esa es la masa ideal para conducir, es la masa
fácil, la que se conduce sola, porque hay momentos que pierde la acción del
conductor, que "se va de la mano del conductor", y en esos momentos
debe conducirse sola.
JDP; observar en
el video a Daniel Barenboim