miércoles, 8 de octubre de 2008

"Peron era de Derecha", ¡cuanta gilada mi General!


Las conversaciones oficiales en Buenos Aires avanzaron rápidamente. 

Los interlocutores eran el embajador Emilio Aragonés Navarro y, por la parte argentina, unas veces Gelbard y otras el propio Perón.

En un reportaje realizado en La Habana en el año 2000 y luego de décadas de silencio, Aragonés relató aquella histórica entrevista con Perón.

Cuando Aragonés entró a la reunión con el General, tenía inquietud por saber qué facilidades podrían ofrecer los argentinos para el intercambio comercial con su patria. 

Confiaba en la buena relación con Perón, pero aquí se trataba de números y no sólo de simpatías políticas o afinidades personales.

En esa época, que Cuba obtuviera 200 millones de dólares de crédito de un país era celebrado como un triunfo.

–Yo había pensado en esa cifra, General –arriesgó Aragonés luego de las conversaciones previas de rigor y cuando Perón ya lo habilitó para entrar directamente al tema de fondo.

Perón meneó la cabeza en silencio, como analizando el monto.

–Puede ser mayor –dijo luego. 

Y el viejo guerrillero tragó saliva.

La situación estaba clara. 

El propósito de los gobernantes argentinos era abrir un nuevo mercado donde tuviesen cabida los productos manufacturados, preferentemente los procesados por la industria nacional. 

Cuba, mientras tanto, aspiraba a revitalizar sus relaciones comerciales con América latina y, de ese modo, romper el bloqueo económico en una región que durante décadas estuvo consideraba el patio trasero de los Estados Unidos.

El presidente argentino preguntó en qué sectores se invertiría el dinero. 

Comenzaron entonces a analizar rubro por rubro. 

Los dos evidenciaban saber de qué estaban hablando. 

Y la cifra fue creciendo... Aragonés terminó la entrevista con Perón y partió raudo a la provisoria sede de la Embajada cubana. 

A pesar de su corpulencia, bajó de un salto no bien se detuvo el automóvil y entró sin contestar el saludo de una secretaria. 

A los pocos minutos salía un cable para Fidel:

 “Acabo de firmar un crédito por 1.600 millones”.

Inmediatamente, Fidel respondió con una pregunta llena de expectativas: 

“¿En dólares o en pesos argentinos?”.

En esta última moneda, el crédito representaba unos 160 millones de la divisa norteamericana, lo cual ya era por sí solo un préstamo importante para Cuba. 

El cable cifrado que llevaba la respuesta era breve y no admitía dudas: 

“En dólares de los Estados Unidos de Norteamérica”.

La adaptación al mercado cubano sería una prueba de fuego para la industria argentina. 

Por empezar, cualquier aparato eléctrico, de uso industrial o doméstico, tendría que funcionar con la corriente de 110 voltios y 60 ciclos que se utilizaba en Cuba, lo cual exigía una preparación especial para su entrega al cliente. 

Los herrajes y toda clase de objetos metálicos estarían sometidos a una corrosión mucho más destructora que la de la Argentina, ya que la Isla está expuesta, en sus 111.000 kilómetros cuadrados de superficie, a los aires marinos cargados de sal.

Otro desafío, pero éste no de orden natural, surgiría de la gran cantidad de maquinaria y útiles de manufactura soviética y de otros países de Europa del Este que había sido instalada en Cuba desde los años ‘60, cuando comenzó el bloqueo norteamericano y no entraron más repuestos para los equipos Made in USA que tanto abundaban allí.

Es decir, en algunos casos las importaciones argentinas tendrían como destino reemplazar la planta industrial de procedencia estadounidense que había tenido que ser paralizada y, en sentido general, mejorar la calidad de vida de los cubanos creando un surtido de productos y servicios que en esos momentos no estaban disponibles para la población.

Todo esto lo sabía Aragonés y lo repasó mentalmente en segundos. 

Pero ahora era el momento de la euforia.

El corpulento diplomático salió y se disculpó con la secretaria por no haberla saludado momentos antes. 

El experimentado guerrero sonreía, consciente de que se abría una etapa sin precedentes en la historia diplomática y económica de la Argentina y Cuba. 

Sabía que nada sucedería sin escollos, pero estaba acostumbrado a ellos. 

Por un genuino acto de soberanía, la Argentina abría una grieta en la política dictada por el Departamento de Estado.



Aun sigue siendo un maldito, para el Imperio cualquier desmadre peligroso lleva su marca en el orillo; no importa si se trata de Venzuela, Irán, o la Rusia de Putin. 

Para sus lacayos, mostrando sus almas de Botones, es el insulto supremo. 

Los hijos naturales de Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges, bien-pensantes de la Rive Gauche, solo es una tosca copia del Mussolini de utilaría. 

A casi 35 años de su muerte se siguen repitiendo los travasesos del "Maestro Ghioldi" en la Vanguardia, el "Candidato Imposible" es un producto NIPONAZIFASCIFALANJOperoniano. 

En fin, hay que dejarlos en su cueva platónica, donde intentan interpretar la Realidad gracias a las sombras chinescas. 

Yo prefiero la intemperie, sentir el Sol y la Lluvia en mi rostro, sin temerle a la Incertidumbre; porque es la mejor señal para saber si estas vivo. 

Por lo menos es lo que yo aprendi de él. 

Feliz cumpleaños mí Viejo querido. 

Poe y las historias de Terror de Wall Street.

Hacía tiempo que la Muerte Roja devastaba el país.

Nunca hubo peste tan mortífera ni tan horrible.

La sangre era su emblema y su sello, el rojo horror de la sangre.

Se sentían dolores agudos y un vértigo repentino, y luego los poros exudaban abundante sangre, hasta acabar en la muerte.

Las manchas escarlatas en el cuerpo, y sobre todo en el rostro de la víctima, eran el estigma de la peste que le apartaban de toda ayuda y compasión de sus congéneres.

En media hora se cumplía todo el proceso: síntomas, evolución y término de la enfermedad.

Pero el príncipe Próspero era intrépido, feliz y sagaz.

Con sus dominios ya medio despoblados, llamó un día a su presencia a un millar de amigos sanos y joviales de entre las damas y caballeros de su corte, y con ellos se recluyó en el apartado retiro de una de sus abadías amuralladas.

Era un conjunto de edificios amplio y magnífico, concebido por el gusto excéntrico, aunque majestuoso, del propio príncipe.

Lo rodeaba una alta y sólida muralla.

La muralla tenía portones de hierro.

Una vez dentro los cortesanos, se trajeron fraguas y enormes martillos y se soldaron los cerrojos.

Decidieron que no hubiese modo alguno de entrar o salir, si alguien de pronto se dajaba llevar por la desesperación o la locura.

Había abundancia de provisiones.

Con tales precauciones los cortesanos podían desafiar el contagio.

Que el mundo de fuera se ocupase de sí mismo.

Había bufones, había trovadores, había bailarinas, había músicos, había Belleza, había vino.

Dentro había todo eso, y también seguridad.

Fuera estaba la Muerte Roja.



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Con ocasión de esta magna fiesta, había supervisado personalmente casi toda la decoración de los siete salones; y había sido su propio gusto el que había inspirado los disfraces.


No os quepa duda de que eran extravagantes.

Abundaba la ostentación y el brillo, lo ilusorio y lo picante..., mucho de lo que después se ha visto en Hernani.

Había figuras arabescas, con miembros y atuendos grotescos.

Había fantasías delirantes como sólo los locos imaginan.

Había mucha belleza, mucha voluptuosidad, mucho de estrafalario, algo de terrible, y no poco de lo que podría haber ofendido.

De hecho, por las siete estancias se paseaba majestuosamente una muchedumbre de sueños.

Y estos -los sueños- se revolvían por las habitaciones, tiñéndose del color de cada una, y haciendo que la música desenfrenada de la orquesta pareciera el eco de sus pasos.

Y entonces suena el reloj de ébano en el salón de terciopelo.

Y por un momento todo se aquieta, todo se acalla salvo la voz del reloj.

Los sueños quedan congelados y estáticos.

Pero el eco de las campanadas se apaga -na han durado sino un instante- y una risa leve, a medias reprimida, queda flotando tras él.

Y surge de nuevo la música, y viven los sueños, y se revuelven de un lado a otro más alegres que nunca, teñidos por las ventanas multicolores por las que penetra el resplandor de los trípodes.

Pero en el salón de poniente, ninguno de los enmascarados se atreve ahora a entrar, porque la noche ya se desvanece y una luz más rojiza se filtra por los cristales de color sangre; y la negrura de los tapices espanta; y quien aventura sus pasos sobre la negra alfombra escucha un sordo tictac, más solemne y enfático que el que llega a oídos de quienes se entregan a la alegría en las salas más distantes.



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Fue entonces, sin embargo, cuando el príncipe Próspero, fuera de sí y avergonzado por su cobardía pasajera, cruzó veloz los seis salones, sin que nadie le siguiera por el terror mortal que de todos se había apoderado.

Blandía una daga desenvainada, y se acercó impetuoso y rápido a muy poco distancia de la figura que seguía su camino, cuando ésta, que ya había llegado al salón de terciopelo, giró de pronto y le hizo frente.

Hubo un grito agudo, y la daga reluciente cayó en la alfombra negra sobre la que, al instante, caía postrado por la muerte el príncipe Próspero.

Después, llevados por el valor enloquecido de la desesperación, un amplio grupo entró en avalancha en el salón negro, en el que la alta figura seguía inmóvil y erguida bajo la sombra del reloj de ébano; pero al ponerle la mano encima al enmascarado, un horror innombrable les cortó el aliento y descubrieron que la mortaja y la máscara cadavérica que habían tratado con violenta rudeza no estaban habitadas por ninguna forma tangible.


Y reconocieron la presencia de la Muerte Roja.

Había venido como un ladrón en la noche.

Y uno a uno fueron cayendo los presentes en los salones antes festivos, ahora bañados en sangre, y cada uno hallaba la muerte en la desesperada postura en que caía.

Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último cortesano.

Y las llamas de los trípodes se extinguieron.

Y de todo se adueñó la Tiniebla, la Corrupción y la Muerte Roja.



http://es.wikisource.org/wiki/La_m%C3%A1scara_de_la_muerte_roja