sábado, 2 de enero de 2010

Mirando hacia un futuro de tinieblas.


La imaginación de Orwell estuvo siempre encaminada a la prefiguración del futuro, de un futuro negro, como si cada una de sus palabras no tuvieran sino una meta, la trampa sin salida de la que él debía trazar minuciosamente los planes de funcionamiento en los últimos años de su vida, al describir el mundo de 1984.

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El hombre gordo piensa en la guerra, no puede dejar de pensar en lo que todos dan como inevitable, no puede no pensar en Hitler: este pensamiento que lo ha capturado en la mitad de una existencia supeditada a la banalidad, lo obsesiona.

Mas la iluminación que lo ha transformado le vino durante una conferencia en el Left Book Club de su barrio residencial, oyendo al orador de aquella asociación cultural de izquierdas criticar obsesivamente las atrocidades del nazismo, y, después de la conferencia, las discusiones de los intelectuales del lugar, trotskistas y comunistas oficiales que discutían entre sí encarnizadamente.

El resultado es horror y espanto hacía el nazifascismo que está conquistando el mundo, pero este horror y espanto aparece reflejado en sus adversarios inadvertidamente contagiados e implicados en el mismo proceso de deshumanización, de absolutismo ideológico y negación violenta de todo aquello que no entra en los planes inmediatos de la política que llevan a cabo.

De ahí la angustia de la guerra que está apunto de estallar, y que incluso en el caso improbable de que no sea vencida por el incontenible Hitler, no aportaría solución alguna, sino la estabilización del odio, porque en todos los países vencidos o vencedores acabarían por adoptar la misma lógica de fanatismo devastador.

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Vayamos ahora al libro Homenaje a Cataluña, de 1938, que precede al anterior por muy poco, escrito en caliente después de su retorno del frente español con las heridas (no metafóricas) todavía abiertas.

Entre los libros que recogen las experiencias del siglo, éste es uno de los indispensables, si no se quiere que palabras como revolución, lucha armada y otras similares resulten términos de un discurso abstracto, y, además, por ser uno de los más hermosos, con toda la fuerza de la verdad vivida.

Comparado con la fuerza de este testimonio directo, cualquier discurso político parece de un simplismo fácil, incluso los que Orwell intercala en su relato para sostener con mayor intensidad la línea política del POUM y de los anarquistas, que veían en la revolución social inmediata el único medio para resistir a Franco, línea que contrapone a la de los comunistas, convencidos de la necesidad de una alianza con la burguesía democrática y de una actuación militar más disciplinada.

La parte de razón de cada una de las líneas puede extraerse perfectamente del libro, en su epopeya de la desorganización e improvisación de los milicianos, pero la historia se precipita gradualmente en una pesadilla sobre la que no hay posibles dudas: la liquidación de los militantes del POUM en Barcelona el año 37, mediante métodos que recuerdan de cerca lo que estaba ocurriendo al mismo tiempo en Moscú con las grandes purgas.

Orwell, de permiso por haber sido herido en el frente junto a tantos otros voluntarios extranjeros y españoles, debe esconderse para no ser apresado y fusilado por sus propios compañeros de lucha.

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Desde aquel momento su batalla es advertir a la conciencia pública inglesa y mundial: por eso recupera la claridad de los signos y la construcción geométrica de los fantásticos panfletos del siglo XVIII, elegancia formal a la que corresponde una dureza polémica verdaderamente incisiva.

Que se haya tardado tanto en escucharlo y comprenderlo, no hace más que probar lo avanzado que estaba con respecto a la conciencia de su época.

Él llevaba su Cataluña a la espalda, mientras que gran parte de la juventud europea la estaba viviendo o buscando fatigosamente.

Italo Calvino; análisis de Coming up for Air, 1939.