No hablemos de
asuntos más sofisticados, como la falta de transparencia, las
impudicias institucionales, la instalación de una política feudal y
gansteril, y otras pesadillas republicanas que sólo desvelan al
treinta por ciento de la población.
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Los encuestadores
reconocen un descenso constante de la imagen presidencial: dos o tres
puntos por mes.
Y a la vez un suave
incremento del optimismo general, debido precisamente a que diciembre
no fue un incendio y a que quizás el kirchnerismo abandone la Casa
Rosada sin grandes sobresaltos.
Hay un oído
hipersensible que detecta movimientos telúricos de ingobernabilidad:
defaults, revueltas, peleas sonoras, sobresaltos financieros.
Al revés que en
otros tiempos, hoy el que grita pierde.
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Un veterano operador
político que fue decisivo, a veces en el escenario y otras en la
trastienda, para la transformación democrática, suele explicar que
gana únicamente quien lee bien la realidad.
El concepto parece
obvio, pero no lo es.
Nadie, en la
actualidad, está muy seguro de su propia lectura.
Y eso es porque la
sociedad se encuentra fragmentada como nunca, y no sólo por las
dicotomías: también por nivel cultural, educativo, tecnológico y
clasista.
Hoy cada ciudadano
lleva en su bolsillo un aparato que tiene más posibilidades de
información que toda la que disponía hace veinte años el
presidente de los Estados Unidos.
Y Facebook reúne a
veinticinco millones de argentinos.
El escenario
mediático ya no resulta totalizador, la plaza de disputa ni siquiera
es la televisión, y asombra que la política como show y el
dirigente como general de medios vayan volviéndose rápidamente
demodé.
El sujeto político
cambió de manera sustancial, y muchos siguen mirando por el espejo
retrovisor.
¿Qué es entonces
la política en un mundo atomizado, cómo llegar al nuevo ciudadano
que ahora tiene voz y busca protagonismo y, sobre todo, cómo evitar
conversaciones encapsuladas?
Tal vez la nueva
era, donde las batallas culturales serán esencialmente batallas
informáticas, no precise un cambio ideológico sino generacional,
que atienda esos mundos invisibles, pero cada vez más populosos.
Los teléfonos
móviles atraviesan hoy todas las clases sociales, y este dato altera
fundamentalmente la relación entre el candidato y la gente.
Quien vive en la
agenda mediática, lanzando o respondiendo golpe a golpe, experimenta
entonces una engañosa sensación de relevancia.
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