sábado, 2 de julio de 2011

Para Charly y Rib; Astarté Kraus.

La feminidad se volvió cancerígena.

Todas las mujeres del planeta empezaron a desarrollar cáncer al mismo tiempo, en los labios, los senos, la ingle, a veces en el borde de la mandíbula o el labio, las partes blandas el cuerpo.

El cáncer tenía muchas formas, pero era siempre el mismo.

Había algo en la radiación que les llegaba, algo que se internaba en el cuerpo humano y convertía una forma de desoxicorticosterona en una subforma -desconocida en la Tierra- de preñandiol, que infaliblemente causaba cáncer.

El avance fue rápido.

Las niñas pequeñas murieron primero.

Las mujeres se aferraban sollozando a sus padres y esposos.

Las madres intentaban despedirse de los hijos.

Una mujer fuerte, una médica, tuvo el coraje de cortar tejido vivo de su propio cuerpo, ponerlo bajo el microscopio y tomar muestras de su orina, su sangre, su saliva, y obtuvo el resultado.

No hay solución.

Pero había algo mejor y peor que una solución.

Si el sol de Aracosia mataba todo lo femenino, si las hembras de los peces flotaban vientre arriba en la superficie del mar, si las hembras de las aves cantaban una canción más estridente y salvaje al morir sobre los huevos que nunca empollarían, si las hembras de los animales gemían en las guaridas donde se ocultaban del dolor, las mujeres no tenían que aceptar la muerte con tanta docilidad.

El nombre de esa médica era Astarté Kraus.
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Las hembras humanas podían hacer lo que no estaba al alcance de las hembras de los animales.

Podían cambiar de sexo.

Con la ayuda del instrumental de la nave, se elaboraron grandes cantidades de testosterona, y cada muchacha y mujer sobreviviente se convirtió en hombre.

Les inyectaron dosis masivas.

Se les agrandaron las caras, volvieron a crecer un poco, les disminuyó el pecho, se les fortalecieron los músculos, y en menos de tres meses fueron hombres.

Algunas formas inferiores de vida habían sobrevivido porque no estaban lo bastante polarizadas hacia las formas masculina y femenina, que dependían de esa particular química orgánica para la supervivencia.

Los peces desaparecieron, las plantas ocuparon los océanos, los pájaros se extinguieron, pero los insectos sobrevivieron; libélulas, mariposas, versiones mutadas de los saltamontes y escarabajos se extendieron por el planeta.

Los hombres que habían perdido sus mujeres trabajaron codo a codo con los hombres que habían sido mujeres.

Cuando se reconocían, el encuentro era inefablemente triste.

Marido y mujer, ambos barbados, fuertes, pendencieros, desesperados y ocupados.

Los niños empezaban a comprender que nunca tendrían novia ni esposa, que no se casarían ni tendrían hijas.

Pero ¿qué era un mero mundo para detener el agudo cerebro y el apasionado intelecto de la doctora Astarté Kraus?

Se convirtió en el líder de su pueblo, los hombres y las mujeres-hombre.

Los condujo a la supervivencia con fría racionalidad.

(Quizá, si hubiera sido una persona compasiva, los habría dejado morir.

Pero la compasión no formaba parte de la personalidad de la doctora Kraus.

Sólo era brillante, implacable, inexorable contra el universo que había intentado acabar con ella.)

Antes de morir, la doctora Kraus elaboró un sistema genético cuidadosamente programado.

Pequeños fragmentos de tejido de los hombres se podían implantar mediante un procedimiento quirúrgico en el abdomen, dentro de la pared peritoneal, cerca de los intestinos; una matriz artificial, química artificial e inseminación artificial por radiación, por calor, permitieron que los hombres engendraran hijos varones.

¿De qué servía tener hijas si todas morían?

La población de Aracosia siguió adelante.

La primera generación sobrevivió a la tragedia, medio loca de pena y decepción.

Enviaron cápsulas con mensajes sabiendo que sus relatos llegarían a la Tierra al cabo de seis millones de años.

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La tercera, cuarta y quinta generación de aracosianos todavía eran personas.

Todos eran varones.

Tenían memoria humana, tenían libros humanos, conocían las palabras “mamá”, “hermana”, “novia”, pero ya no entendían lo que significaban.

El cuerpo humano, que en la Tierra había tardado cuatro millones de años en desarrollarse, tiene inmensos recursos, subterfugios mayores que los del cerebro, la personalidad o las esperanzas del individuo.

Y los cuerpos de los aracosianos tomaron sus propias decisiones.

Como la química de la feminidad significaba la muerte al instante, y como de vez en cuando una niña nacía muerta y era sepultada, los cuerpos decidieron adaptarse.

Los hombres de Aracosia se convirtieron en hombres y mujeres.

Se dieron el feo apodo de “klopt”.

Como no tenían las gratificaciones de la vida familiar, se convirtieron en gallos de pelea que mezclaban el amor con el asesinato, que combinaban las canciones con duelos, que afilaban las armas y se ganaban el derecho a la reproducción en el ámbito de un extraño sistema familiar que ningún hombre decente de la Tierra habría encontrado comprensible.

Pero sobrevivieron.

Y su método de supervivencia fue tan drástico, tan contundente, que realmente resultaba difícil de comprender.

En menos de cuatrocientos años, los aracosianos se habían dividido en grupos de clanes rivales.

No tenían más que un único planeta que giraba alrededor de una sola estrella.

Vivían en un solo lugar.

Tenían unas pocas naves espaciales que habían construido.

Su ciencia, su arte y su música oscilaba con extraños espasmos de genio neurótico e inspirado, porque carecían de los elementos fundamentales de la personalidad humana, el equilibrio entre lo masculino y lo femenino, la familia, la función del amor, de la esperanza, de la reproducción.

Sobrevivieron, pero se habían convertido en monstruos y no lo sabían.

A partir de sus recuerdos humanos, crearon una leyenda acerca de la Vieja Tierra.

En ese recuerdo las mujeres eran monstruos que merecían la muerte, seres deformes que debían extinguirse.

La familia, en ese recuerdo, era una obscenidad y una abominación que estaban dispuestos a exterminar donde quiera que la encontraran.

Ellos eran homosexuales barbados, con labios pintarrajeados, pendientes trabajados, cuidadas melenas y muy pocos viejos.

Se deshacían de sus hombres antes de que éstos envejecieran; lo que no podían conseguir mediante el amor, el reposo o la comodidad, lo compraban con la batalla y la muerte.

Compusieron canciones proclamándose los últimos hombres antiguos y los primeros hombres nuevos, y proclamaron su odio hacia la humanidad, y cantaron «Ay de la Tierra cuando la encontremos», ….
http://tribulacionesdeunquimico.blogspot.com/2009/05/el-crimen-y-la-gloria-del-comandante.html

Les confieso que en la predicción bizarra, prefiero a George A. Romero.

Su film “Land of the Dead” tiene el populismo morboso que es la pesadilla del burgués.

http://en.wikipedia.org/wiki/Land_of_the_Dead

Big Daddy se merece un remera. ;-P

¿Quién es Morris Townsend en la Actual Situación?

A todo ello se suma la fiebre de la sucesión, de los que no comprenden que el único sucesor de Perón será el pueblo argentino que, en último análisis, será quien deba decidir.


Quienes se asumen como peronistas, lo heterogéneo por definición, tenemos poquísimas certezas en común.

Al punto que, quienes están formados en disciplinas muy severas en lo ontológico, plantean que el peronismo no existe.

Y los peronistas, que evidentemente existen, porque hace sesenta años que se chocan con ellos; son pobres victimas de mistificaciones alucinadas, al mismo nivel que las Leyendas Urbanas.

Estén, o no, en lo correcto; quienes creen en la Leyenda Urbana denominada peronismo, asumen mayoritariamente que “El Único Heredero de Perón es el Pueblo”.

Un resumen de la frase superior; que el Viejo, en su infinita malicia, corono la etapa Carismática con los 2 Discursos del 12 de Junio de 1974.

El de la cadena nacional al medio día, tiene la frase; y el de la Concentración de la Plaza de Mayo a la Tarde, sin intermediación de Aparatos, por lo menos nadie aporto pruebas en contrario; se resume con “La mas maravillosa música”.

En fin, para no hacerlo mas largo, haciendo clic aquí, accederán a un video donde esta Morris Townsend.

Y también, Catherine Sloper; lo que implica otra pregunta, ¿quien es ella en la Actual Situación? ;-P

Townsend y Sloper, son en si mismos provocaciones para los filólogos del ingles. ;-P

Pero no se tomen muy en serio nada de lo que hay en este post, es solo una provocación, al estilo de los Socráticos, Cínicos, Sufies y Zen.

La perplejidad no es ignorancia, sino el redescubrimiento del Adulto, de la infinita curiosidad del Niño que seguimos siendo.

Así que, no se indignen como Adultos contrariados; sonrían como los Niños frente a un chiste tonto; donde la gracia esta en la tontería misma.