"Cuando el especulador es un Estado, el pícaro se presenta más desfachatado.
El Estado toma capitales en Inglaterra para abrir caminos de hierro, los obtiene y realiza su empresa, pero como es un Estado naciente del Oeste, donde la población y la riqueza no son grandes, los peajes no producen por largos años el interés del dinero.
El Estado deudor promete, aplaza de hoy a mañana el pago sinceramente; miente, en seguida, por necesidad; se enfada de que le estén cobrando, y un día amanece de mal humor, pone a la puerta al acreedor inoportuno y declara a sus propias barbas y a la faz de todo el mundo que repudia la deuda, es decir, que no paga.
¿Demandarlo?
¿Ante quién?
He aquí el primer pícaro que se presenta al mundo que no conoce juez en la tierra: el pueblo soberano.
El presidente, el Congreso, el juez supremo [
El gobierno mismo del Estado nada puede, ni la clase culta y, por tanto, con vergüenza, porque emanando el poder del voto de la muchedumbre ignorante y bribona no acepta esta contribución nueva para pagar la deuda contraída.
Así se han conducido Missisipi, Illinois, Indiana, Michigan, Arkansas y algunos otros más.
¡Qué bulla han metido los banqueros en Londres con aquella magnífica muestra de la más insigne felonía!
¿Y qué remedio?
Aquí principia el reverso de la medalla.
Los diarios de Europa hacen llover como sobre Sodoma y Gomorra el fuego de la execración universal, y los Estados alzados se ríen con insolencia de tales bravatas.
Más en los Estados que no han participado del crimen principia una reacción en nombre de la dignidad nacional, del honor de
Una línea de circunvalación se establece en torno a ellos, y desde allí la opinión pública los fulmina a mansalva.
La clase ilustrada de los Estados que han repudiado sus deudas siente la indignidad del procedimiento, pero ¿qué hacer contra la mayoría que los sostiene?
Un diario entra tímidamente en la cuestión: copia como por incidente algún artículo censorio.
Desde luego, reconoce que, dadas las circunstancias en que el Estado se halló y la insolencia de los ingleses, hizo perfectamente bien y les ha dado una lección severa para que en adelante respeten mejor la dignidad de un Estado soberano (tramposo).
Pero las circunstancias empiezan a cambiar felizmente; la prosperidad se desarrolla rápidamente.
¿No convendría to repeal [repudiar] la repudiación?
¿Al menos reconsiderar el asunto, arbitrar medios, etcétera?
El pueblo soberano oye ya sin enojarse.
Al día siguiente, le insinúan ideas de honor, sentimientos de generosidad, hasta que al fin la opinión pública se forma, la reprobación excitada afuera halla ecos en el Estado, un sentimiento de vergüenza apunta en los semblantes; voces enérgicas se levantan en la minoría del Congreso, el movimiento se generaliza y el Estado criminal vuelve sobre sus pasos, entabla negociaciones con los banqueros defraudados y concluye por reconocer por legítima la deuda del capital y ofrece un 60% de los intereses.
Emilio Ocampo, para