Medios de comunicación y democracia
Me gustaría destacar algunos de los elementos nuevos de las reglas del juego que fortalecen al sistema.
Siempre ha sido interesante, importantísima, la reflexión sobre los medios de comunicación y la democracia, pero nunca como hoy la democracia se ha vuelto "mediocracia", y no lo digo en el sentido peyorativo.
La democracia ha sido mediática.
La prensa no es el cuarto poder, es el poder que filtra cualquier tipo de poder.
Y la culpa de ello no es de los medios de comunicación sino de la estupidez de esa queja permanente de los políticos, de que los periodistas no dicen lo que ellos quieren decir.
Esa permanente queja no tiene ningún sentido.
No es responsabilidad de la prensa, que también tiene sus responsabilidades cívicas, sino de los políticos que sistemáticamente confundimos opinión pública con opinión publicada.
Esa confusión es la que nos lleva a ceder a los medios, a los periodistas, el privilegio de decidir nuestra agenda.
Hablo de la agenda de lo que yo considero importante.
Seguramente lo importante es lo que estoy diciendo aquí, si no, estaría traicionando su confianza, incluso corriendo el riesgo de que la prensa me interprete mal.
Y si yo considero importante esto, y esto es lo que me gustaría que los ciudadanos conocieran como mi opinión, como mi posición política, no puedo cometer el error de salir de aquí y hablar de no sé que cosa que me van a preguntar a la salida, y que no tenga nada que ver con esto y que mañana será un titular de prensa.
Mañana no me podré quejar del titular, porque yo lo habré suministrado.
No habré decidido yo la agenda de lo que considero importante como responsable político, lo habrá decidido cualquier periodista que me haya hecho una pregunta, o el director del medio.
Debo decir que eso no es ofensivo para los medios.
Al contrario, han ganado la batalla fantástica de decidir qué es lo prioritario, también desde el punto de vista político, y la han ganado porque los políticos seguimos creyendo que la opinión pública y la publicada son la misma cosa.
Siempre he pensado que si eso fuera verdad, probablemente yo habría ganado muchas menos veces las elecciones.
No digo ya la Concertación en Chile, que no hubiera ganado nunca.
A lo mejor hubiera ganado en 1982, por aquello de "por el cambio", pero después había más opinión publicada en contra que en favor.
Y, sin embargo, la opinión pública, que no la publicada, seguía dándome mayoría tras mayoría.
Hay un hecho que quiero poner de manifiesto, que es nuevo, que tiene que ver con la revolución tecnológica y que probablemente va a poner en crisis el papel de la comunicación, con lo que eso supone para nuestra cultura mediática.
No sé cuántos periódicos se venden en México ni cuántos se leen, o cuánto impacto tiene la columna "A" o "B" que tanto preocupa al político cuando sale a la calle y cree que todo el mundo lo está mirando porque en una columna se dice no sé qué cosa.
No sé cuánto impacto tiene, pero para la persona afectada la impresión es terrible.
Esto está cambiando. La revolución tecnológica no sólo está estableciendo un nivel de comunicación distinto a través de Internet, que va a cambiar interactivamente la relación de los políticos con los ciudadanos, sino que también está produciendo una tentación extraordinariamente delicada sobre la que no he oído hablar en ninguna de las reuniones internacionales a las que he asistido en Washington, en Seúl o en Berlín.
La tentación es que los propietarios de las autovías de la comunicación, normalmente en los países a los que pertenecemos, herederos de monopolios naturales de telecomunicaciones, no sólo quieren ser los dueños de la autopista sino de los automóviles que las utilizan.
Es decir, están entrando a controlar los contenidos de la información y no sólo a explotar la concesión o la propiedad de la autopista, dando así una cierta igualdad de derechos para acceder a circular por ella.
Por tanto, anuncio que habrá un problema mayor de aceptabilidad de la derrota cuando se consolide ese sistema a nivel mundial oligopólico _repito, oligopólico_ de control de los contenidos por parte de los dueños de las autopistas de la información.
Y eso afectará a la democracia.