sábado, 12 de noviembre de 2011

6- La Campora en La Poliarquía; de Fidanza a Mosca, Pareto y Toynbee; y de Bonasso a Trotsky, Lenin y Perón.

¿La exculpación de Perón?, ¿o la Negación de Asumir la Persistencia en el Error de los epígonos de la Organización de Combate?



“En abril de 1973, Perdía, Quieto y Firmenich se reunieron con Perón en Madrid.

Al respecto, Perdía escribió:

“…(Perón) destacó que los próximos cuatro años debíamos utilizarlos para aprender a gobernar y asegurar un eficaz trasvasamiento generacional en el movimiento y en el país.

Manifestó que asumía la responsabilidad de asegurar que, progresivamente, se nos fueran asignando crecientes responsabilidades.

Argumentó sobre la necesidad de avanzar en la organización popular y (...) veía en las tareas de promoción social una manera eficaz para darle continuidad a nuestra organización. (...)

El general Perón le manifestó en esa oportunidad (a Bidegain) la conveniencia de integrar a su próximo gabinete a algunos muchachos de la JP, para que se vayan acostumbrando a gobernar”.

Notemos, en estas palabras relatadas por el propio Perdía, que Perón:

1) aceptaba la continuidad de la existencia de Montoneros como tal aún después de establecido el gobierno popular y aún más allá del período constitucional de gestión peronista;

2) nos ofrecía, como Organización, hacernos cargo del trabajo social (léase, el Ministerio de Bienestar Social el cual, ante nuestro rechazo, quedó en manos de López Rega) para construir organización popular lo cual, sin dificultad alguna, se interpreta como organización política.

Trabajo social: construir barrios populares, armar cooperativas, desde abajo impulsar cultura, llegar hasta el último rincón del país y organizar a su gente.

Esto, que constituye la mayor ambición de cualquier corriente política en el seno de una gestión gubernamental políticamente heterogénea, significaba, nada más ni nada menos, que fortalecer el crecimiento de nuestra Organización en las bases peronistas y, con ello, darnos una auténtica posibilidad de lograr, en cuatro años, la hegemonía política del movimiento peronista.

Nos heredaba el movimiento, nos ofrecía el futuro porque, digámoslo de una buena vez, el presente era él, el propio Perón.

La conducción nacional de la Organización, jamás informó a sus cuadros de esta oferta -político-estratégica en relación con nuestro futuro de cabo a rabo- la cual, por lo tanto, no tuvo oportunidad de ser debatida”.

……….

“Desde otra mirada, más íntima, un comentario de Dante Gullo, contribuye a dar una respuesta:

“Lo mejor que le podía pasar a un joven era ser militante.

Entonces, entre estar militando en la villa, en los barrios, en las columnas, en las tareas de solidaridad o un cargo de diputado, se elegía sin dudar lo primero.

Al compañero que se le ofrecía un cargo era como una ofensa… porque todavía no habíamos hecho una síntesis entre lo que era el partido y nuestra práctica como movimiento.

El movimiento nos brindaba la posibilidad de estar con la Argentina y los argentinos en cualquier lugar.

Era una tarea de militancia, noble, solidaria, desinteresada.

Lo otro era como que de repente te obligaban a ponerte corbata, a vestirte de funcionario.

Una anécdota: se estaban discutiendo los cargos y le pido a un compañero, Pietragala, que vaya a las reuniones y pelee el 25 % de los cargos que le correspondían a la Jotapé.

Aceptó a regañadientes pero, en lugar de ir a discutir los cargos en el partido, se iba a militar a los barrios o al gremio telefónico.

Entonces, los otros sectores interpretaron que la juventud no concurría como forma de presionar por más cargos.

A la semana me vienen a ver.

‘Nos entregamos’, me dijeron.

‘¿Se entregan por qué?’.

‘Porque si ustedes quieren más cargos, estamos dispuestos a darles el 25 % y algunos cargos más’.

Yo, no sólo no entendía nada sino que me decía en qué problemas nos ponen estos tipos, si apenas podemos cubrir el 25 %”.

Lo cierto es que en 1973, muy pocos compañeros estaban preparados para pensar un futuro político desde un lugar de poder que no fuera el de la movilización popular o, en su caso, “el que surge de la boca de un fusil”.

Para la mayoría resultaba inconcebible la posibilidad de construir poder desde las instituciones.

En nuestra experiencia, el poder se tomaba: desde nuestro lado, como el Palacio de Invierno o la entrada en la Habana y, desde el otro, como los militares con sus golpes de estado.”

Amorín, hacer clic aquí.



En consonancia a la publicación de Ceferino Reato en Perfil, comparando la militancia "desinteresada, sin avidez de poder" representada, según él, en Cacho El Kadri para arremeter sobre las juventudes kirchneristas, me encontré con otros artículos que también buscan comparar el papel de la juventud peronista en el '73 con la actual. Mientras Reato alaba intencionalmente la actitud de Envar (ya tratada en un post anterior, los verdaderos motivos), en el blog Deshonestidad Intelectual y en el artículo de Brienza en TIempo Argentino el domingo pasado, aborda con diferente objetivo con respecto al primero el papel de los montos en este caso para contrastarlo con La Campora y demás juventudes kirchneristas. Lo que resalta Reato como plausible en Cacho (que por cierto evita utilizar como ejemplo militante a un monto porque seguramente los considera unos "sucios marxistas leninistas), Brienza y "Manolo" acusan el error estrategico de la organización setentista. Vayamos por partes...

Deshonestidad Intelectual es duro con los Montos sobre su negación a ocupar puestos en el gobierno peronista los califica de "idiotas de gran calibre", mientras que Brienza (asombrosamente un artículo ¿inspirado en el post?) es más medido en los calificativos aunque ambos reflejan la satisfacción de que esta nueva militancia esté dispuesta a ocupar puestos en el Gobierno (algo que a Reato le provoca urticaria) para profundizar el cambio de la mano de Cristina. Ahora bien, en el ultimo punto estoy de acuerdo, desde luego que si no es la juventud la que lleve las banderas de Nestor, Perón y Evita para el 2015 y acompañe activamente este (esperemos) proximo gobierno de Cristina, el proyecto va a sufrir un seguro retroceso sin renovación politica. Pero, ¿por qué se parte de una falacia histórica para resaltar el loable papel de nuestra juventud? ¿acaso un periodista que interviene en radio con bloques sobre Historia no sabe que lo que está argumentando en su artículo es una ingenuidad?

Tanto Deshonestidad Intelectual como Brienza se basan (aunque este ultimo no lo aclare) en el libro de José Amorín (Montoneros, la buena historia.) y en el de Perdía (que es citado en el libro de Amorín). Partamos de la base que el libro de Amorín, (uno de los fundadores de Montoneros) es entretenido, tiene grandes ambiciones literarias, escribe sus memorias en cuentitos (a lo Feinmann) que deja como resultado un libro altamente subjetivo, donde se parte que la veracidad de los dichos lo son así porque él lo dice (como Feinmann). Estoy de acuerdo en cuanto a la responsabilidad de Firmenich (un personaje nefasto sin lugar a dudas para la militancia setentista) pero tampoco tratemos a los Montos como idiotas que estamos faltando a la verdad. Aquí no se trata de decir "entonces Perón era un facho", pero tampoco lo tratemos como un bonachón que le servía en bandeja a la juventud cargos para que se entrenen en el manejo de la cosa publica. Tratar a los Montos como personas que sólo querían usar la lógica del fusil es ridiculo, ¿entonces por qué fueron el principal apoyo de la campaña de Hector Campora si descreían de la toma del poder por vías democráticas? ¿Tanto puede cambiar un estratega como Perón en "al no querer hacerse cargo los montos del Ministerio de Biniestar Social" darselo a Lopez Rega, que está en las antipodas ideologicas del movimiento?

Si exculpamos a Perón totalmente y partimos de esta falsa premisa que "ya que la juventud no quiere hacerse cargo" entonces, ¿cómo explicamos la masacre de Ezeiza y el llamado a silencio de Perón al respecto? ¿Cómo explicamos la presidencia de Lastiri? ¿Cómo explicamos que Perón se apoye en la burocracia sindical? ¿Es por qué los montos no quisieron hacerse cargo? ¿Entonces qué?¿viramos a la derecha?

Con esto no quiero justificar el accionar de la Dirección de la Orga, por el contrario, y tampoco vamos a entrar en las criticas que para eso está el informe que realizó Walsh, pero tampoco desliguemos de responsabilidades a Perón. Dejemosno de joder...

Blog Mundo Pario; hacer clic aquí.

5- La Campora en La Poliarquía; de Fidanza a Mosca, Pareto y Toynbee; y de Bonasso a Trotsky, Lenin y Perón.

La Vanguardia y la transformación necesaria en el Partido del Orden; aka ¿Qué carajo hay que hacer cuando se es “Oficialismo”?




Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías constitucionales parlamentarias, sino también en las repúblicas más democráticas.


Pero si planteamos la cuestión del Estado, si enfocamos el parlamentarismo como una de las instituciones del Estado, desde el punto de vista de las tareas del proletariado en este terreno, ¿dónde está entonces la salida del parlamentarismo?

¿Cómo es posible prescindir de él?


Hay que decir, una y otra vez, que las enseñanzas de Marx, basadas en la experiencia de la Comuna, están tan olvidadas, que para el "socialdemócrata" moderno (léase: para los actuales traidores al socialismo) es sencillamente incomprensible otra crítica del parlamentarismo que no sea la anarquista o la reaccionaria.


La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la abolición de las instituciones representativas y de la elegibilidad, sino en transformar las instituciones representativas de lugares de charlatanería en "corporaciones de trabajo".

"La Comuna debía ser, no una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo".

"No una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo": ¡este tiro va derecho al corazón de los parlamentarios modernos y de los "perrillos falderos" parlamentarios de la socialdemocracia!

Fijaos en cualquier país parlamentario, de Norteamérica a Suiza, de Francia a Inglaterra, Noruega, etc.: la verdadera labor "de Estado" se hace entre bastidores y la ejecutan los ministerios, las oficinas, los Estados Mayores.

En los parlamentos no se hace más que charlar, con la finalidad especial de embaucar al "vulgo".


Y tan cierto es esto, que hasta en la república rusa, república democrática burguesa, antes de haber conseguido crear un verdadero parlamento, se han puesto de manifiesto en seguida todos estos pecados del parlamentarismo.

Héroes del filisteísmo podrido como los Skóbelev y los Tsereteli, los Chernov y los Avkséntiev se las han arreglado para envilecer hasta a los Soviets, según el patrón del más sórdido parlamentarismo burgués, convirtiéndolos en vacuos lugares de charlatanería.

En los Soviets, los señores ministros "socialistas" engañan a los ingenuos aldeanos con frases y con resoluciones.


En el gobierno, se desarrolla un rigodón permanente, de una parte para "cebar" con puestecitos bien retribuidos y honrosos al mayor número posible de socialrevolucionarios y mencheviques, y, de otra parte, para "distraer la atención" del pueblo.

¡Mientras tanto, en las oficinas y en los Estados Mayores "se desarrolla" la labor "del Estado"!


El "Dielo Naroda", órgano del partido gobernante de los "socialistas revolucionarios", reconocía no hace mucho en un editorial- con esa sinceridad inimitable de las gentes de la "buena sociedad" en la que "todos" ejercen la prostitución política -que hasta en los ministerios regentados por "socialistas" (¡perdonad la expresión!), que hasta en estos ministerios ¡subsiste sustancialmente todo el viejo aparato burocrático, funcionando a la antigua y saboteando con absoluta "libertad" las iniciativas revolucionarias!

Y aunque no tuviésemos esta confesión, ¿acaso la historia real de la participación de los socialrevolucionarios y los mencheviques en el gobierno no demuestra esto?

Lo único que hay de característico en esto es que los señores Chernov, Rusánov, Sensínov y demás redactores del "Dielo Naroda", asociados en el ministerio con los kadetes, han perdido el pudor hasta tal punto, que no se avergüenzan de contar públicamente, sin rubor, como si se tratase de una pequeñez, ¡¡que en "sus" ministerios todo está igual que antes!!

Para engañar a los campesinos ingenuos, frases revolucionario-democráticas, y para "complacer" a los capitalistas, el laberinto burocrático-oficinesco: he ahí la esencia de la "honorable" coalición.

La Comuna sustituye el parlamentarismo venal y podrido de la sociedad burguesa por instituciones en las que la libertad de crítica y de examen no degenera en engaño, pues aquí los parlamentarios tienen que trabajar ellos mismos, tienen que ejecutar ellos mismos sus leyes, tienen que comprobar ellos mismos los resultados, tienen que responder directamente ante sus electores.

Las instituciones representativas continúan, pero desaparece el parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados.

Sin instituciones representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse, si la crítica de la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacua, si la aspiración de derrocar la dominación de la burguesía es en nosotros una aspiración seria y sincera y no una frase "electoral" para cazar los votos de los obreros, como es en los labios de los mencheviques y los socialrevolucionarios, como es en los labios de los Scheidemann y Legien, los Sembat y Vandervelde.

Es sobremanera instructivo que, al hablar de las funciones de aquella burocracia que necesita también la Comuna y la democracia proletaria, Marx tome como punto de comparación a los empleados de "cualquier otro patrono", es decir, una empresa capitalista corriente, con "obreros, inspectores y contables".

En Marx no hay ni rastro de utopismo, en el sentido de que invente y fantasee sobre la "nueva" sociedad.

No, Marx estudia como un proceso histórico-natural cómo nace la nueva sociedad de la antigua, estudia las formas de transición de la antigua a la nueva sociedad.

Toma la experiencia real del movimiento proletario de masas y se esfuerza en sacar las enseñanzas prácticas de ella.

"Aprende" de la Comuna, como todos los grandes pensadores revolucionarios no temieron aprender de la experiencia de los grandes movimientos de la clase oprimida, no dirigiéndoles nunca "sermones" pedantescos (por el estilo del "no se debía haber empuñado las armas", de Plejánov, o de la frase de Tsereteli: "una clase debe saber moderarse").

No cabe hablar de la abolición repentina de la burocracia, en todas partes y hasta sus últimas raíces.

Esto es una utopía.

Pero el destruir de golpe la antigua máquina burocrática y comenzar a construir inmediatamente otra nueva, que permita ir reduciendo gradualmente a la nada toda burocracia, no es una utopía; es la experiencia de la Comuna, es la tarea directa, inmediata, del proletariado revolucionario.

El capitalismo simplifica las funciones de la administración del "Estado", permite desterrar la "administración burocrática" y reducirlo todo a una organización de los proletarios (como clase dominante) que toma a su servicio, en nombre de toda la sociedad, a "obreros, inspectores y contables".

Nosotros no somos utopistas.

No "soñamos" en cómo podrá prescindirse de golpe de todo gobierno, de toda subordinación, estos sueños anarquistas, basados en la incomprensión de las tareas de la dictadura del proletariado, son fundamentalmente ajenos al marxismo y, de hecho, sólo sirven para aplazar la revolución socialista hasta el momento en que los hombres sean distintos.

No, nosotros queremos la revolución socialista con hombres como los de hoy, con hombres que no puedan arreglárselas sin subordinación, sin control, sin "inspectores y contables".

Pero a quien hay que someterse es a la vanguardia armada de todos los explotados y trabajadores: al proletariado.

La "administración burocrática" específica de los funcionarios del Estado, puede y debe comenzar a sustituirse inmediatamente, de la noche a la mañana, por las simples funciones de "inspectores y contables", funciones que ya hoy son plenamente accesibles al nivel de desarrollo de los habitantes de las ciudades y que pueden ser perfectamente desempeñadas por el "salario de un obrero".

Organizaremos la gran producción nosotros mismos, los obreros, partiendo de lo que ha sido creado ya por el capitalismo, basándonos en nuestra propia experiencia obrera, estableciendo una disciplina rigurosísima, férrea, mantenida por el Poder estatal de los obreros armados; reduciremos a los funcionarios del Estado a ser simples ejecutores de nuestras directivas, "inspectores y contables" responsables, amovibles y modestamente retribuidos (en unión, naturalmente, de técnicos de todas clases, de todos los tipos y grados): he ahí nuestra tarea proletaria, he ahí por dónde se puede y se debe empezar al llevar a cabo la revolución proletaria.

Este comienzo, sobre la base de la gran producción, conduce por sí mismo a la "extinción" gradual de toda burocracia, a la creación gradual de un orden -- orden sin comillas, orden que no se parecerá en nada a la esclavitud asalariada --, de un orden en que las funciones de inspección y de contabilidad, cada vez más simplificadas, se ejecutarán por todos siguiendo un turno, acabarán por convertirse en costumbre, y, por fin, desaparecerán como funciones especiales de una capa especial de la sociedad.

Un ingenioso socialdemócrata alemán de la década del 70 del siglo pasado, dijo que el correo era un modelo de economía socialista.

Esto es muy exacto.

Hoy, el correo es una empresa organizada según el patrón de un monopolio capitalista de Estado.

El imperialismo va convirtiendo poco a poco todos los trusts en organizaciones de este tipo.

En ellos vemos esa misma burocracia burguesa, entronizada sobre los "simples" trabajadores, agobiados de trabajo y hambrientos.

Pero el mecanismo de la gestión social está ya preparado en estas organizaciones.

No hay más que derrocar a los capitalistas, destruir, por la mano férrea de los obreros armados, la resistencia de estos explotadores, romper la máquina burocrática del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta perfección técnica, libre del "parásito" y perfectamente susceptible de ser puesto en marcha por los mismos obreros unidos, dando ocupación a técnicos, inspectores y contables y retribuyendo el trabajo de todos éstos, como el de todos los funcionarios del "Estado" en general, con el salario de un obrero

El estado y la revolucion

Capitulo III - EL ESTADO Y LA REVOLUCION. LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARIS DE 1871. EL ANALISIS DE MARX

Lenin, hacer clic aquí.

4- La Campora en La Poliarquía; de Fidanza a Mosca, Pareto y Toynbee; y de Bonasso a Trotsky, Lenin y Perón.

Las Organizaciones de Combate setentistas; una Critica de Trotsky al Concepto en si mismo.


Durante todo un mes, la atención de toda persona capaz de leer y reflexionar ha estado dirigida hacia el caso Azef, tanto en Rusia como en el resto del mundo. Todos conocen el "caso" a través de la prensa legal y las crónicas parlamentarias, por el pedido de interpelación sobre Azef presentado por algunos diputados en la Duma.

Ahora Azef ha tenido el tiempo necesario para pasar a la trastienda. Su nombre aparece cada vez menos. Sin embargo, antes de relegar a Azef al basural de la historia de una vez por todas, creemos necesario resumir las principales lecciones políticas, no en lo que hace a las maquinaciones tipo Azef en sí, sino con respecto al terrorismo en su conjunto, y a la actitud que mantienen hacia el mismo los principales partidos políticos del país.

El terror como método para la revolución política es nuestro aporte "nacional" ruso.

Por supuesto que el asesinato de "tiranos" es casi tan antiguo como la institución de la "tiranía", y los poetas de todas las épocas le han cantado más de una loa a la daga libertadora.

Pero el terror sistemático, que asume la tarea de eliminar a sátrapa tras sátrapa, ministro tras ministro, monarca tras monarca -"Sashka tras Sashka" (Diminutivo aplicado a los zares Alejandro II y Alejandro III. [N. Del T.]) como formulara familiarmente el programa del terrorismo un militante de Narodnaia Volia en 1880- esta clase de terror, que se ajusta a la jerarquía burocrática del absolutismo y crea su propia burocracia revolucionaria, es producto de los singulares poderes creadores de la intelectualidad rusa.

Desde luego, deben existir profundas razones para esto. Debemos buscarlas, primero en la naturaleza de la autocracia rusa, y luego en la naturaleza de la intelectualidad rusa.

Para que la idea misma de destruir el absolutismo por medios mecánicos pudiese difundirse, el aparato estatal hubo de aparecer como un simple órgano de coerción externo, sin raíces en la organización social. Y ésa es, precisamente, la forma que asumió la autocracia rusa a ojos de la intelectualidad revolucionaria.

Esta ilusión poseía un fundamento histórico propio. El zarismo se formó bajo la presión de los estados culturalmente más adelantados de Occidente. Para poder competir, debía desangrar a las masas populares y moverles así el piso a las propias clases privilegiadas. Estas clases no pudieron alcanzar el nivel político de sus similares de Occidente.

A ello se agregó, en el siglo XIX, la fuerte presión de la Bolsa de Comercio europea. Cuanto mayores eran las sumas que ésta le prestaba al régimen zarista, menos dependía éste de las relaciones económicas internas.

El capital europeo le permitió armarse de tecnología europea, convirtiéndolo así en una organización (relativamente, desde luego) "autosuficiente", ubicada por encima de todas las clases sociales.

Semejante situación naturalmente podía dar surgimiento a la idea de hacer volar esta superestructura foránea con dinamita. La intelectualidad se sintió llamada a realizar esta tarea. Al igual que el Estado, la intelectualidad habíase desarrollado bajo la presión directa e inmediata de Occidente; al igual que su enemigo el Estado, se adelantó al nivel de desarrollo económico del país: el Estado, tecnológicamente; la intelectualidad, ideológicamente.

Mientras que en las viejas sociedades burguesas europeas las ideas revolucionarias se desarrollaron más o menos a la par de las grandes fuerzas revolucionarias, en Rusia los intelectuales tuvieron acceso a la cultura y política prefabricada de Occidente; su pensamiento sufrió una revolución antes de que el desarrollo económico del país hubiese dado surgimiento a clases revolucionarias serias en las cuales apoyarse.

En estas circunstancias, nada les quedaba a los intelectuales sino multiplicar su ardor revolucionario con el poder explosivo de la nitroglicerina. Así surgió el terrorismo clásico de Narodnaia Volia.

Alcanzó su cenit en dos o tres años y luego quedó rápidamente reducida a la nada, habiendo consumido en sus fogosas luchas todas las reservas de combate que la intelectualidad, numéricamente débil, era capaz de proveer.

El terror de los socialrevolucionarios fue en gran medida producto de los mismos factores históricos: por un lado, el despotismo "autosuficiente" del estado ruso; por otro, la "autosuficiente" intelectualidad rusa.

Pero dos décadas no habían transcurrido en vano, y cuando aparece la segunda oleada de terroristas, lo hacen como epígonos, con el sello "perimidos por historia".

La época del "Sturm und Drang" (tormenta y tensión) capitalista de las décadas 1880-1890 dieron nacimiento y permitieron la consolidación de un gran proletariado industrial, afectando seriamente el aislamiento económico del campo y ligándolo más estrechamente a la fábrica y la ciudad.

Detrás de Narodnaia Volia no había realmente una clase revolucionaria. Los socialrevolucionarios simplemente no querían ver al proletariado industrial; al menos, no fueron capaces de apreciar su significación histórica.

Por supuesto, sería fácil juntar una docena de citas de la literatura socialrevolucionaria para demostrar que ellos no plantean hacer terrorismo en lugar de la lucha de masas, sino junto a las mismas. Pero éstas sólo atestiguan la lucha que los ideólogos del terror han debido librar contra los marxistas, ideólogos de la lucha de masas.

Ello no cambia las cosas. El trabajo terrorista, por su propia esencia, exige tal concentración de energías para el "gran momento", tal sobreestimación de la significación del heroísmo individual y, por último, una conspiración tan hermética que -psicológica si no lógicamente- excluye totalmente el trabajo organizativo y la agitación entre las masas.

Para los terroristas, no existen más que dos focos centrales en el terreno político: el gobierno y la Organización de Combate. "El gobierno está dispuesto a aceptar temporalmente la existencia de todas las demás corrientes -escribía Gershuni [uno de los fundadores de la Organización de combate de los socialrevoluconarios] a sus camaradas en momentos en que pendía sobre él una sentencia de muerte-, pero ha decidido dirigir todos sus golpes hacia la destrucción del PartidoSocial Revolucionario."

"Confío sinceramente -decía Kaliaev [otro terrorista socialrevolucionario]-, en que nuestra generación, dirigida por la Organización de Combate, liquidará la autocracia."

Todo lo que queda afuera del marco del terror no es más que la puesta en escena para la lucha; en el mejor de los casos, un medio auxiliar. Con el fogonazo enceguecedor de las bombas que explotan, los contornos de los partidos políticos y las líneas divisorias entre las clases en lucha desaparecen sin dejar rastros.

Y escuchamos la voz de Gershuni, el mayor de los románticos y el mejor activista del nuevo terrorismo, instando a sus camaradas a "evitar una ruptura no solo con las filas revolucionarias, sino también con los partidos de oposición en general".

"No en lugar de las masas, sino junto con ellas." El terrorismo, empero, es una forma de lucha demasiado "absoluta" como para contentarse con un papel limitado y subordinado dentro del partido.

Engendrado por la falta de una clase revolucionaria, resucitado luego por la falta de confianza en las masas revolucionarias, el terrorismo puede subsistir solamente si explota las debilidades y falta de organización de las masas, si minimiza sus conquistas y exagera sus derrotas.

"Ven que es imposible, dada la naturaleza del armamento moderno, que las masas populares utilicen tridentes y palos -armas milenarias de defensa popular- para destruir las bastillas de los tiempos modernos", dijo Jdanov, abogado defensor de los terroristas, durante el juicio de Kaliaev.

"Después del 9 de enero [3] comprendieron bien la situación; y respondieron a la ametralladora y al fusil de repetición con el revólver y la bomba; ésas son las barricadas del siglo XX."

Los revólveres de los héroes en lugar de los palos y tridentes del pueblo; bombas en lugar de barricadas: tal es la verdadera fórmula del terrorismo.

Y sea cual fuere del papel subordinado que le asignan al terrorismo los teóricos "sintéticos" del partido, siempre ocupa, en los hechos, el sitio de honor. Y la Organización de Combate, colocada por la dirección del partido bajo el Comité Central, inevitablemente termina colocándose por encima del Comité Central, por encima del partido y todas sus tareas, hasta que el destino cruel coloca bajo el Departamento de Policía.

Y es precisamente por ello que la caída de la Organización de Combate, como resultado de la infiltración policial, significa inevitablemente la caída política del partido.

LA BANCARROTA DEL TERRORISMO

[Este es un extracto del artículo titulado "El colapso del terror y desu partido (Acerca del caso Azef)" publicado originalmente en el periódico polaco Przeglad Socyal-demokratyczny en mayo de 1909.]

[Se trata de un análisis de las sensacionales revelaciones acerca de Evno Azef, alto dirigente de la Organización de Combate, brazo terrorista del Partido Social Revolucionario.A principios de 1909 se reveló que Azef era agente de la policía secreta zarista. En el curso de su trabajo como provocador, Azef llegó a ser responsable del asesinato del ministro cuyo departamento lo había contratado. (Los dos tercio srestantes de este artículo aparecen en The Militant del 1º de febrero de 1974.)]

Hacer clic aquí, para la fuente.

3- La Campora en La Poliarquía; de Fidanza a Mosca, Pareto y Toynbee; y de Bonasso a Trotsky, Lenin y Perón.

Informe del Estado de Situación; de la Unidad de Análisis de Inteligencia, del Estado Mayor Intelectual, de la Hegemonía Realmente Existente.



La incesante disputa entre sectores configura nuestra actualidad. No son el hombre y la mujer comunes los que están involucrados en ella; no vemos desmanes en la calle ni peleas entre ciudadanos. El delito agrede a la gente, pero la gente no se agrede entre sí. Son los más altos dirigentes, en distintas esferas, los que se enfrentan, sometiendo y condicionando al resto de la sociedad.

La guerra perpetua de las elites es una marca de nuestra historia, aunque no necesariamente un signo de decadencia. Los métodos se fueron civilizando. Si consideramos la violencia del siglo XIX durante las luchas que siguieron a la Independencia y, después, en el siglo pasado, el enfrentamiento entre civiles y militares, y al cabo el terrorismo de Estado, concluiremos en que la contienda actual excluye la violencia, lo que es un logro y una paradoja.

La paradoja consiste en que, habiendo alcanzado el respeto de la integridad física del otro, las elites desechen el reconocimiento de sus intereses y puntos de vista. Esa actitud no es un defecto exclusivo del gobierno de los Kirchner, como algunos simplifican, aunque sea éste el principal promotor de la intolerancia. El conflicto sobre la propiedad y función de los medios, la dialéctica del oficialismo y la oposición, el nuevo round entre la Sociedad Rural y el Gobierno, expresan, en distintos planos, la amplitud del fenómeno.

La controversia de las elites tampoco es un mero ejercicio retórico. El cruce de chicanas que deleita a los medios constituye apenas la apariencia. Su naturaleza es otra: se trata de una batalla por el poder económico y simbólico en la que se usan distintos métodos y mañas que, la mayor parte de las veces, permanecen disimulados.

Si bien no es novedoso lo que nos ocurre, acaso sí lo es el modo en que ocurre. La ciencia social enseña que la acción humana es impulsada por intereses materiales e ideales en una sociedad estratificada en clases económicas y estamentos. Bajo tales condiciones se construye el sistema de poder. En el curso de esa construcción se suscitan los conflictos. Ellos adquieren a veces la forma de una contienda hegemónica, cuyo objetivo es el dominio político, económico y cultural de una fracción sobre el resto; en otras ocasiones, es un debate democrático en torno al reparto relativamente equitativo del poder y la influencia.

Según aprendimos y constatamos, el combate que libran las elites argentinas es por la hegemonía. Y su persistencia no se origina en un capricho neurótico, sino que expresa una fuerte concentración de actores y un encadenamiento de empates en la cima del poder, como lo han señalado sociólogos e historiadores.

Esta querella se potencia ahora bajo nuevas circunstancias. Innovaciones tecnológicas y productivas y una ventajosa inserción en el comercio internacional transforman al país. Surgen nuevos actores políticos y económicos. La estructura del poder está mutando.

Este cambio ocurre en una época de anomia global. La fragmentación del poder mundial, el surgimiento exponencial de China y otras naciones, la caída de las certezas de la teoría económica, configuran un nuevo escenario controversial y poco previsible que no se deja atrapar con facilidad por ninguna teoría.

El matrimonio Kirchner alcanzó la cima bajo condiciones económicas excepcionalmente favorables en un mundo anómico. No es un detalle menor. Administra, por primera vez en muchos años, un Estado con fuerte capacidad de acumulación y dispone de un relato impensable hace apenas una década. Gobierna con ventajas inéditas y las potencia con políticas expansivas. Dispone de un amplio margen para la transgresión y la irresponsabilidad.

Debe observarse, sin embargo, que los Kirchner luchan por la hegemonía con herramientas desconcertantes: retórica popular, algunas políticas progresistas, cierto cuidado de las cuentas fiscales, desinterés republicano, transparencia electoral, manejo discrecional de recursos, planes sociales, concentración de las decisiones y astucia. Además, abrevan en la discusión académica mundial posterior al consenso de Washington. Basta leer a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, y a los premios Nobel Joseph Stiglitz y Paul Krugman, entre otros, para comprobar que el discurso y determinadas decisiones de este gobierno no son excentricidades.

A pesar de eso, los Kirchner carecen de visión. Desaprovechan los aportes para diseñar un país mejor. Antes, quieren retener y aumentar el poder. Apuestan a lograrlo con una economía desbocada y contradictoria, de improbable sustentabilidad: consumo y salarios altos, inflación, empleo, inversión insuficiente, avances sobre la propiedad privada. En paralelo, adulteran estadísticas, rescriben la historia, politizan los derechos humanos, capturan voluntades, descalifican a la oposición, dividen la sociedad. Esa es la lógica que los rige.

Sin embargo, ellos son apenas un síntoma de la cultura hegemónica de las elites argentinas. Muchos empresarios anhelan la dorada época de Menem, cuando imponían las reglas del juego que el Estado renunciaba a fijar. Otros se aferran a subsidios y aranceles para tapar la ineficiencia o se ponen en la cola de los amigos del poder. La vieja guardia sindical protege e incrementa sus cajas y negocios. Los popes de la Iglesia pretenden legislar sobre las costumbres y si fracasan denuncian una conspiración diabólica.

¿Qué papel cumplen los intelectuales en este juego de poder? Antes de contestar, recordemos el rol que Max Weber les asignó luego de examinar la historia de la civilización: ellos son los que sistematizan y tornan inteligibles las visiones del mundo. Proveen legitimaciones a las fuerzas sociales que disputan en torno a lo que se considera la verdad y el bien.

Es significativo el papel de los intelectuales en la confrontación actual de las elites. Al principio, los Kirchner afirmaron que venían a repolitizar la esfera pública. Si eso suponía mejorar la política, es evidente que fracasaron. Debe reconocerse, sin embargo, que en estos años se incrementó el debate político y que en él participan intelectuales notables y múltiples actores a través de la prensa y los medios digitales. El núcleo de la polémica pasa por si el actual gobierno defiende los intereses populares mejor que sus antecesores de las últimas décadas.

Se discute sobre medios y fines. Unos atribuyen a los Kirchner el enfrentamiento con el poder económico y haber rescatado las luchas populares, mientras minimizan la corrupción, el autoritarismo y las alianzas con lo peor de la política. Los otros dudan de esos propósitos y cuestionan las prácticas reñidas con la democracia y el mercado. Guardando las distancias, este debate recuerda al que provocó por años la Revolución Cubana: ¿la justicia social justifica lo abusos o los abusos invalidan la justicia social? En nuestro caso ni siquiera podemos saberlo: la falsificación de las estadísticas rompió el patrón para determinar si se reparte mejor la riqueza.

Pero hay otro factor, sin duda crucial, que atraviesa esta polémica. Es el peronismo, al que John William Cooke definió, punzante, como el hecho maldito del país burgués. El peronismo vuelve a enceguecer y apasionar como hace sesenta años. Se lo ataca y se lo defiende con ahínco e irracionalidad. En los extremos, el antiperonismo lo trata como el principal responsable de la decadencia del país. El peronismo recalcitrante responde que la culpa es de la oligarquía.

En el debate no saldado acerca del significado de la nación argentina, en el desinterés por encontrar "la piedra angular de nuestras verdades contradictorias" (la bella frase es de Saint-Exupéry), se escurren las oportunidades de este país. Estoy convencido de que la mayor parte de los empresarios, sindicalistas, intelectuales, periodistas, religiosos y políticos desecha la guerra perpetua del poder. Pero por ahora los que la llevan adelante corren con ventaja e imponen sus condiciones.

Ante esta realidad, resulta útil recordar una observación del sociólogo francés Pierre Bourdieu, que se interesó por los debates sociales en torno a la verdad, refiriéndose a ellos como una sucesión de cegueras e iluminaciones. La sugerencia de Bourdieu es tomar como objeto de análisis las luchas por el poder, en lugar de caer en ellas, y denunciar "la representación populista del pueblo, que no engaña más que a sus autores, y la representación elitista de las elites, hecha para engañar tanto a los que pertenecen a ellas como a los que están excluidos".

Quizá reflexiones como ésta sirvan para una discusión honesta que considere el punto de vista y los intereses del adversario o del ocasional competidor. Necesitamos un debate democrático, no uno hegemónico. Es preciso eludir la trampa que le tienden a la sociedad los que se creen dueños de su destino.

La guerra de las elites

Eduardo Fidanza, sociólogo y director de Poliarquía Consultores.

Publicado en La Nación, 12 de agosto de 2010, hacer clic aquí.