...continuación...
Consideremos ahora la respuesta de la Liga Espartacista
a este dilema.
En una censura furiosísima contra
el Partido Socialista por la
Igualdad que publicaran en cuatro ejemplares sucesivos de su
periódico y que consta de miles de palabras (entre las cuales los adjetivos y
adverbios ofensivos constituyen un porcentaje extraordinario), los
espartacistas rotundamente niegan que existen razones objetivas para el fracaso
de los sindicatos.
Más bien todo se explica por “la política derrotista y
traidora de los falsos dirigentes de la AFL-CIO ” [Federación Laborista Estadounidense-Congreso
de Organizaciones Industriales].
Es casi imposible imaginar una explicación más trillada.
¡Un paleontólogo podría declarar igualmente que los
dinosaurios se extinguieron porque no tenían ganas de seguir viviendo!
Los espartacistas rehusan explicar por qué los dinosaurios
en la dirigencia de la AFL-CIO
decidieron seguir una “política derrotista y traidora”.
¿Acaso son simplemente gente vil?
Y si son tan malévolos, ¿cómo es
que tantos llegaron a ocupar la dirigencia de los sindicatos, no sólo en Los
Estados Unidos sino en todo el mundo?
¿Existe algo en la propia índole
de los sindicatos que los hace atraer a tanta gente vil que entonces decide
seguir una “política derrotista y traidora?"
Podríamos hacernos otra pregunta:
¿De qué cualidad goza la Liga Espartacista
que la obliga a respaldar con tanto entusiasmo organizaciones que atraen a
tanta gente vil que se consagra a traicionar y derrotar a los obreros que
presuntamente representan?”
El problema con el análisis subjetivo no es que éste sólo
impide lidiar con todo problema verdaderamente difícil, sino que le permite a la Liga Espartacista
y a otros grupos radicales—a pesar de sus abusos verbales contra los
“dirigentes falsos”— dejar abierta la posibilidad que los dirigentes sindicalistas
algún día encuentren su redención y, como consecuencia, a apoyar la
subordinación perenne de la clase obrera a los sindicatos y, por consiguiente,
a los mismos “dirigentes falsos”.
Peter Taaffe, dirigente principal del Partido Socialista
Británico, que anteriormente se conociera como la Tendencia Militante ,
ha explicado esta perspectiva detalladamente en un artículo. [1]
El Sr. Taaffe produce un efecto más cómico que convincente
cuando usa la fraseología radical para cubrir su servilismo a la burocracia
laborista.
Para comenzar, ofrece una breve lista de los países donde
los funcionarios sindicalistas han cometido traiciones atroces contra la clase
obrera.
Igual que Luis, jefe de la policía en la película
Casablanca, la corrupción que rodea a Taaffe lo horroriza profundamente,
inclusive cuando la burocracia lo soborna políticamente.
Taaffe nos informa que el comportamiento de los funcionarios
sindicalistas suecos ha sido un escándalo; que el de los burócratas belgas es
“descarado y abierto”; que la participación de los dirigentes irlandeses en el
“escándalo de la traición” es espectacular; que en la Gran Bretaña los
trabajadores “han pagado un precio muy caro por la impotencia de sus dirigentes
derechistas”.
Y penosamente nota la capitulación de los dirigentes
sindicalistas en Brasil, Grecia y Los Estados Unidos.
Taffe no va más allá que decir que el problema de los
sindicatos es que a los dirigentes les falta talento y sufren de una ideología
falsa: aceptar el mercado capitalista.
Las organizaciones son esencialmente sanas.
Basándose en este análisis subjetivo, Taaffe critica a
“pequeños grupos de la izquierda”, pero a quien verdaderamente se refiere son
las secciones del Comité Internacional, las cuales, con Trotsky de respaldo,
insisten que las traiciones que los sindicatos han cometido expresan una
tendencia objetiva fundamental de su desarrollo.
De acuerdo a Taaffe, esta manera
de plantear el problema es muy limitada y erra en no reconocer que los
dirigentes sindicalistas derechistas, “bajo la presión de una clase obrera
lista para batallar”, pueden “ser forzados a separarse del estado y a encabezar
un movimiento de oposición obrera”.
Por consiguiente, escribe Taaffe, “la tendencia principal
durante el próximo período” en la Gran Bretaña y doquier serán los obreros
“obligando a los sindicatos a luchar por ellos”.
El destino de la clase obrera depende de “la regeneración de
los sindicatos”.
Cierta facción del difunto Partido Revolucionario de los
Trabajadores [Workers Revolutionary Party] promueve una lógica similar.
Insiste que hay que evitar a todo costo cualquier lucha por
crear nuevas formas de organización obrera que se opongan al dominio de los
sindicatos.
"Todos los argumentos simplistas que glorifican a las
bases y que insisten en la abstracción, que los líderes están en camoa con el
estado y que es reaccionario crear alternativas ligadas entre sí será
totalmente incapaz de comprender la nueva situación."[2]
No poseo ninguna información especial acerca de las visitas
nocturnas que los funcionarios sindicales británicos o de cualquier otro país
hagan, pero el oportunismo que practican no tienen nada de
"abstracto."
Al contrario; los patronos y el estado a diario le piden a
los funcionarios sindicalistas que rindan sus servicios traicioneros.
Los primeros rara vez se desencantan.
La posibilidad de una redención de los sindicatos en el
futuro parece todavía menos posible cuando se comprende que las características
y atributos de las burocracias dirigentes manifiestan, de manera subjetiva,
características y procesos sociales objetivos.
Las críticas contra los dirigentes sindicalistas so sólo se
permiten, sino que son necesarias— siempre que no sean una simple sustitución
de un análisis profundo de la naturaleza del sindicalismo.
Una forma social determinada
Nuestro objetivo hoy, pues, es iniciar un estudio del
sindicalismo.
Nos basamos en un repaso histórico de ciertas etapas en la
evolución de esta estructura específica del movimiento obrero.
Como ya he dicho, el movimiento socialista ha acumulado,
durante más de ciento cincuenta años, una masa enorme de experiencia histórica.
Esta experiencia justifica que los socialistas se declaren a
sí mismos los mejores y más tristes peritos sobre el tema del sindicalismo.
No es nuestra intención sugerir que
el sindicalismo representa un error histórico que nunca debió haber ocurrido.
Sería bastante ridículo sostener que
un fenómeno tan universal como el sindicalismo carece de raíces profundas en la
estructura socioeconómica del capitalismo.
No hay duda que existe un vínculo
cierto entre el sindicalismo y la lucha de clases, pero sólo en el sentido que
la organización de los obreros dentro de los sindicatos deriva su impulso
objetivo de la existencia de un conflicto concreto entre los intereses
materiales de los patronos y los de los obreros.
De ninguna manera se puede concluir
de este hecho objetivo que los sindicatos, como estructuras organizacionales
específicas determinadas socialmente, se identifican con, o buscan llevar
adelante, la lucha de clases (a la cual, en el sentido histórico, le deben su
existencia).
Más bien, la historia nos muestra
pruebas contundentes que los sindicatos se han consagrado más a la supresión de
la lucha de clases que a otra cosa.
La expresión más intensa y avanzada de la tendencia de los
sindicatos a suprimir la lucha de clases está en su actitud hacia el movimiento
socialista.
No existe ilusión más trágica, sobre todo para los
socialistas, que la que se imagina que los sindicatos son aliados confiables, e
inevitables, en la lucha contra el capitalismo.
La evolución orgánica del sindicalismo no procede en
dirección al socialismo, sino en su contra.
No obstante las circunstancias de
sus orígenes, aun cuando los sindicatos en uno que otro país le hayan debido su
existencia directamente al impulso y dirigencia que los socialistas
revolucionarios le brindaron, la evolución y consolidación de los sindicatos
invariablemente acaban resistiendo ese tutelaje socialista y produciendo
esfuerzos decididos para zafarse de éste.
Para poder entender la esencia del sindicalismo, necesitamos
explicar esa tendencia.
Debemos mantener en cuenta que
cuando estudiamos al sindicalismo, estamos analizando una organización social
particular.
No se trata de una colección
adventicia de individuos, amorfa y fortuita, sino de una conexión entre gente
organizada en clases y arraigada en ciertas relaciones específicas de
producción que han evolucionado históricamente.
Es también imprescindible que reflejemos sobre la índole de
la forma misma.
Todos sabemos que existe una relación entre forma y
contenido.
Esta relación por lo general se concibe como si forma fuera
simplemente la expresión de contenido.
Desde ese punto de vista, la estructura social podría
conceptualizarse como mera expresión superficial, plástica e infinitamente
maleable, de las relaciones sobre las cuales se basa.
Pero las formas sociales pueden comprenderse más a fondo si
se les considera elementos dinámicos en el proceso histórico.
Decir que “el contenido toma forma” significa que la forma
le imparte cualidades y características bien definidas al contenido que la
expresa.
Es a través de la forma que el contenido existe y
evoluciona.
Quizás sea posible clarificar el propósito de este desvío
hacia la esfera de las abstracciones y categorías filosóficas haciendo
referencia a ese famoso trozo del primer capítulo del primer tomo de El
Capital, donde Marx pregunta lo siguiente:
“¿De dónde mana, pues, el carácter enigmático del producto
de la mano de obra una vez que ésta asume la forma de mercancía?
Obviamente de la forma misma”.
Es decir, cuando un producto de la mano de obra asume la
forma de mercancía—transformación que ocurre sólo durante cierta etapa de la
sociedad—éste adquiere una cualidad muy peculiar y fetichista que antes no
existía.
Una vez que las mercancías se venden y se compran en el
mercado, las verdaderas relaciones entre la gente, de las cuales las mercancías
mismas son producto, necesariamente asumen la apariencia de relación entre
cosas.
El producto de la mano de obra es el producto de la mano de
obra, pero una vez que asume la forma de mercancía dentro de las restricciones
establecidas por las nuevas relaciones de producción, ésta adquiere propiedades
sociales nuevas y extraordinarias”.
De la misma manera, una asociación
de trabajadores no significa más que una asociación de trabajadores.
Pero cuando esta asociación se
convierte en sindicato, adquiere, a través de esa forma, propiedades muy nuevas
y diferentes a las cuales los trabajadores inevitablemente se subordinan.
¿Qué queremos precisamente decir con
esto?
Los sindicatos representan a
la clase obrera en un papel socioeconómico muy determinado: como vendedores de
cierta mercancía, en este caso la fuerza de trabajo.
Puesto que ha nacido de las
relaciones de producción y formas de propiedad del capitalismo, el objetivo
esencial de los sindicatos es asegurarle a esta mercancía el mejor precio que
se pueda obtener bajo las condiciones prevalentes del mercado.
Por supuesto, existe una gran diferencia entre lo que acabo
de describir en términos teóricos entre “el objetivo esencial” de los
sindicatos y sus actividades en la vida real.
La realidad práctica—es decir, la traición diaria de los
intereses más elementales de la clase obrera—corresponde muy poco a la “norma”
teórica que se ha concebido.
Esta divergencia no contradice el concepto teórico, pero es
en sí misma el resultado de la función objetiva socioeconómica de los
sindicatos.
Al basarse sobre las relaciones de producción capitalistas,
la misma esencia de los sindicatos los obliga a adoptar una actitud
fundamentalmente hostil hacia la lucha de clases.
Al consagrar sus esfuerzos en
asegurar contratos con los patronos que fijan el precio de la fuerza de trabajo
y determinan las condiciones generales en que la plusvalía se le extrae a los
obreros, los sindicatos se ven obligados a garantizar que sus miembros
suministrarán su fuerza de labor según las condiciones impuestas por los
contratos que se han negociado.
Como Gramsci notara:
“El sindicato representa lo
lícito y tiene que obligar a sus miembros a respetar esa legalidad”.
Cuando la legalidad se
defiende, la lucha de clases se suprime.
Esto significa que los sindicatos, debido a su naturaleza,
terminan por socavar su propia habilidad de lograr aun aquellos objetivos
circunscritos a los cuales han dedicado oficialmente sus esfuerzos.
He ahí la contradicción sobre la cual el sindicalismo se
estrella.
Debemos hacer hincapié en otro punto: el conflicto entre el
sindicalismo y el movimiento revolucionario en ningún sentido fundamental surge
de las imperfecciones y defectos de los dirigentes sindicalistas (aunque estas
cualidades existen en abundancia), sino de la misma esencia de los propios
sindicatos.
En el núcleo de este conflicto se puede encontrar la
oposición orgánica de los sindicatos al desarrollo y la extensión de la lucha
de clases.
Esta oposición se hace mucho más acérrima, amarga y
mortífera justo cuando la lucha de clases amenaza las relaciones de producción
del capitalismo, las bases socioeconómicas del sindicalismo mismo.
Esa oposición tiene al movimiento socialista de blanco, pues
éste representa a la clase obrera como antítesis revolucionaria a las
relaciones de producción capitalistas, no como vendedor de la fuerza de trabajo, que es un papel muy
limitado.
La historia verifica concluyentemente estos dos aspectos
críticos y esenciales de los sindicatos.
También verifica la tendencia de éstos a suprimir la lucha
de clases y su hostilidad al movimiento socialista.
La historia del movimiento sindicalista en Inglaterra y en
Alemania nos enseña lecciones importantes que nos abrirán paso.
...continuara...
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