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En un artículo comparando a la Inglaterra de 1885 con
la de 1845, escrito seis años después, Engels no hizo ningún esfuerzo por
esconder el desdén que le tenía al papel conservador de los sindicatos.
Al formar una aristocracia dentro de la clase
obrera misma, cultivaban las relaciones más amistosas con los patronos y así se
aseguraban puestos muy cómodos para sí mismos.
Con sarcasmo mordaz, Engels escribió que los
sindicalistas “hoy día son gente amabilísima con quien negociar, sobre todo
para cualquier capitalista sensato en particular y para toda la clase
capitalista en general”. [12]
En verdad, los sindicatos habían ignorado casi por completo
a capas amplias de la clase obrera, “para quienes el estado de miseria y la
falta de seguridad en que actualmente viven es tan horrible como siempre, o aún
peor.
El distrito de la zona este de Londres es un pantano de
expansión continua donde de la miseria y desolación se estancan.
La inanición reina cuando no hay trabajo, y la degradación
física y moral impera cuando lo hay”. [13]
Hacia finales de los 1880, el desarrollo de un nuevo
movimiento sindicalista militante entre los sectores más explotados de la clase
obrera hizo renacer las esperanzas de Engels.
Los socialistas, inclusive Eleanor Marx, participaron
activamente en este movimiento. Engels reaccionó a este acontecimiento con
entusiasmo y con gran satisfacción notó que
“Estos sindicatos nuevos, que se
constituyen de hombres y mujeres sin habilidades especializadas, son totalmente
diferentes a las antiguas organizaciones de la aristocracia obrera y no pueden
adoptar las mismas costumbres conservadoras...
Y se han organizado bajo
circunstancias muy diferentes.
Todos los dirigentes, hombres y
mujeres, son socialistas.
Y los agitadores también lo son.
En ellos veo el verdadero
principio del movimiento aquí”. [14]
Pero las esperanzas de Engels no se cumplieron.
No transcurrió mucho tiempo antes que los
“nuevos” sindicatos comenzaran a exhibir las mismas tendencias conservadoras
que los viejos.
Esta fue de las primeras verificaciones del
concepto teórico que hoy consideramos crítico al análisis de los sindicatos; es
decir, que la posición y la condición social de sectores determinados de
trabajadores organizados en los sindicatos no determinan el carácter esencial
de estas organizaciones.
Lo más que se puede decir de estos factores es
que sólo influyen ciertos aspectos secundarios de la política sindicalista,
haciendo algunos sindicatos más o menos militantes que otros.
Pero a fin de cuentas, la
forma sindicalista, cuya estructura mana de—y está incrustada en—las relaciones
sociales y de producción capitalistas (y debemos añadir, los límites impuestos
por el estado-nación), ejerce la influencia decisiva que determina la orientación
de su “contenido”: una asociación de obreros.
El Partido Socialdemócrata alemán (PSD) y los
sindicatos
En el continente europeo, Alemania en particular, ya se
aprendían lecciones teóricas de estas primeras experiencias con el
sindicalismo.
Los socialistas alemanes consideraban que los
sindicatos ingleses no eran los precursores del socialismo, sino la expresión
del dominio político e ideológico de la burguesía sobre la clase obrera.
Esta actitud crítica no fue
sólo consecuencia del aprendizaje teórico; reflejaba también una relación muy
diferente de fuerzas—dentro del movimiento obrero—entre el partido político
marxista y los sindicatos.
En Alemania, había sido el
Partido socialdemócrata que le había dado el ímpetu al desarrollo del
movimiento obrero de masas, no los sindicatos.
El partido había tenido gran éxito al
establecer su autoridad política como dirigencia de la clase obrera durante el
período de las leyes antisocialistas de Bismarck entre 1878 y 1890.
Fue consecuencia de la
iniciativa del PSD que los llamados sindicatos “libres” se establecieron,
principalmente para servir de agencias reclutadoras del movimiento socialista.
Con la asistencia de PSD, del cual obtuvieron
cuadros dirigentes y aprendieron lecciones políticas, los sindicatos comenzaron
a extender su influencia durante los 1890.
Pero los efectos duraderos de la prolongada
depresión industrial mantuvieron bajo el número de socios.
Para finales de 1893, la
proporción entre los votantes socialdemócratas y los miembros sindicalistas era
de ocho (8) a uno (1).
Aún así, hubo cierta
consternación dentro del PSD que los sindicatos podrían tratar de competir con
el partido para ganar mayor influencia sobre la clase obrera.
Los sindicatos negaron esto rotundamente, pero
el dirigente sindicalista Carl Liegen, en el Congreso del partido de 1893
efectuado en Colonia, los definió como “agencias reclutadoras del partido”.
Sin embargo, al terminar la depresión
industrial en 1895, los sindicatos alemanes comenzaron a crecer rápidamente; la
relación de fuerzas cambiaba y hacía aumentar las tensiones entre el partido y
los sindicatos.
Para 1900, la el número de miembros de los
sindicatos había alcanzado los 600,000.
Cuatro años después, llegaba al millón.
Esto fue acompañado por una caída en la proporción
entre votantes y miembros sindicales, haciendo que aumentara
significativamente.
Aunque los mismos dirigentes sindicalistas
rehusaron darle apoyo político a Bernstein cuando éste desplegó la bandera del
revisionismo por primera vez, ya círculos del partido por lo general sabían que
sus teorías sólo acabarían por reorientar el movimiento socialista alemán hacia
el modelo inglés, en el cual los sindicatos reformistas reemplazarían al
partido revolucionario como núcleo del movimiento obrero.
Al oponerse a Bernstein, los teóricos
principales de la
Social-Democracia se fijaron muy bien en los esfuerzos de
éste por pintar a los sindicatos como baluartes indispensables del movimiento
socialista.
Fue Rosa Luxemburg, claro, la que
tomó las riendas del contraataque.
Su obra de mayor importancia
referente a éste fue Reforma o Revolución.
Esta obra hizo trizas del
argumento de Bernstein que las acciones de los sindicatos efectivamente
contrarrestaban los mecanismos explotadores del capitalismo y conducirían, aunque
gradualmente, a la socialización de la sociedad.
Luxemburg insistió que esto
era completamente falso: el sindicalismo no conducía a la abolición de la
explotación clasista; al contrario, buscaba asegurar que el proletariado,
limitado por la estructura explotadora del capitalismo, recibiera, a través de
salarios, el mejor precio que el mercado permitiera.
De cualquier manera, las
fluctuaciones del mercado y la dinámica general de la expansión capitalista
restringían los esfuerzos de los sindicatos.
La sociedad capitalista, advirtió
Luxemburg, no iba rumbo “hacia una época del progreso victorioso de los
sindicatos, sino hacia tiempos en que las privaciones de los sindicatos
aumentarían”.
Es decir, no obstante conquistas
pasajeras, si la misión de los sindicatos permanecía arraigada dentro de las
pautas dictadas por el sistema capitalista, éstos siempre se encontrarían
cumpliendo “la labor de Sísifo.”
Los dirigentes sindicalistas nunca
le perdonaron a Luxemburg que se valiera de esta metáfora con alas.
Era crítica desvastadoramente apta
y presciente de las actividades de los sindicatos.
Este resumen no es del todo justo al análisis de Luxemburg
sobre las causas objetivas que de la incapacidad de los sindicatos de lograr
más que una mitigación—y sólo temporal—de la explotación de la clase obrera
bajo el capitalismo.
Quiero referirme a otro aspecto de la crítica
contra Bernstein muy pertinente para hoy día: la negativa de Luxemburg en
aceptar que la práctica de los sindicatos tiene contenido socialista innato o
implícito, o que las acciones de los mismos sean esenciales a la victoria de la
causa socialista.
Luxemburg nunca negó que los sindicatos,
siempre que fueran dirigidos por los socialistas, podrían rendir un servicio
clave para el movimiento revolucionario.
En verdad, ella esperaba que su crítica le
abriera el paso para colaborar hacia esos fines.
(Que este objetivo podía lograrse, como ya
veremos, es otro asunto.)
Pero también advirtió contra
toda ilusión acerca de que tendencias orgánicamente socialistas existían en el
sindicalismo tal como éste aparecía.
Escribió Luxemburg:
“Son precisamente los sindicatos ingleses, como
representantes clásicos de la mentalidad estrecha recta y satisfecha de sí
misma, que comprueban que el sindicalismo, por sí solo, carece de todo fondo
socialista.
A decir la verdad, bajo ciertas circunstancias,
éste puede hasta llegar a ser obstáculo contra la expansión de la
concienciación socialista, tanto como la conciencia socialista puede ser
obstáculo al éxito puramente sindicalista”.
Este trozo sigue siendo un reproche magnífico a todos los
que se adaptan servilmente a los sindicatos y a sus burocracias; a los que no
pueden concebir un movimiento obrero sin magnífico forma sindicalista.
Pero como Luxemburg claramente afirma, entre el
sindicalismo y el socialismo no existe ningún vínculo orgánico o
inquebrantable.
Los dos no viajan, por naturaleza, sobre
trayectorias paralelas hacia un destino común.
Al contrario; según Luxemburg,
el sindicalismo, por su propia índole, “es carente de todo contenido
socialista” y le pone límites al progreso de la concienciación socialista.
Además, los principios
políticos de los socialistas, cuyas actividades obligatoriamente se basan en
los intereses históricos de la clase obrera, son contrarios a los objetivos
prácticos de los sindicatos.
En Inglaterra, los sindicatos evolucionaron sobre las ruinas
del Cartismo e independientemente del movimiento socialista.
Los sindicatos alemanes, por otra parte, nacieron bajo la
tutela del movimiento socialista.
Sus dirigentes habían asiduamente estudiado a Marx y Engels.
Sin embargo, los sindicatos alemanes, en su
esencia, no estaban más consagrados al socialismo que sus contrapartes
ingleses.
Al comenzar el nuevo siglo,
con el ingreso de cientos de miles de miembros nuevos, los sindicatos
adquirieron confianza nueva y empezaron a mostrarse incómodos con la influencia
y la subordinación del sindicalismo a los objetivos políticos del partido.
Una plataforma nueva expresó esta inquietud: la
neutralidad política.
Cierto sector creciente de dirigentes
sindicalistas comenzó a sostener que no había razón por qué sus organizaciones
le debían lealtad especial a las campañas políticas del PSD.
Según los argumentos, era verídico que el
dominio del PSD le costaba a los sindicatos la posibilidad de atraer obreros
desinteresados u opuestos a la causa socialista.
Entre los representantes principales de esta
tendencia se encontraba Otto Hué, quien insistió que los sindicatos sólo podían
servir los “intereses profesionales [no clasistas]” de sus miembros si se
adoptaba una política neutral.
Hué escribió:
“Bajo condiciones de
neutralidad sindicalista, los dirigentes sindicalistas son y deben ser
indiferentes respecto a la política de los trabajadores”.
Entre 1900 y 1905, las tensiones
entre el partido y los sindicatos escalaron.
Los dirigentes sindicalistas, en
sus papeles de delegados a los congresos del PSD, continuaron votando a favor
de la ortodoxia socialista.
Los desarrollos objetivos todavía
no habían llegado a tal punto que la lucha teórica contra el revisionismo se
había puesto en práctica.
Los sucesos de 1905 lo cambiaron
todo en el interior y el exterior de Alemania.
Ante todo, la revolución que estalló
por toda Rusia tuvo un impacto tremendo sobre la clase obrera alemana.
Los trabajadores siguieron con
interés intenso el reportaje de la prensa socialista acerca de la lucha
revolucionaria.
Los acontecimientos rusos, por otra
parte, coincidieron con, e inspiraron a, la erupción de huelgas dolorosas por
toda Alemania, sobretodo entre los mineros del Ruhr.
A pesar de su militancia, los
huelguistas se toparon con la resistencia rígida e inflexible de los patronos
de las minas.
La intransigencia de los dueños
cogió a los sindicatos de sorpresa y éstos no pudieron reaccionar con eficiencia.
Las huelgas se suspendieron,
estremeciendo la confianza de los obreros en la perspicacia de las tácticas
sindicalistas tradicionales.
En esta nueva situación, Luxemburg, con el
apoyo de Kautsky, arguyó que los acontecimientos en Rusia eran de significado
para toda Europa y que le habían revelado a los trabajadores alemanes una forma
nueva de la lucha de masas:
la huelga política.
La idea de una huelga política de
masas encontró apoyo popular en la clase obrera.
Pero los líderes sindicalistas
se horrorizaron con las implicaciones de la lógica de Luxemburg.
Según el pensar de éstos, si
los trabajadores ponían en práctica las teorías de Luxemburg, los sindicatos se
verían atrapados en “aventuras revolucionarias” insignificantes.
Las huelgas de masas costarían
una enorme cantidad de dinero y podrían llegar a vaciar las cuentas bancarias y
las reservas líquidas de las cuales los dirigentes estaban orgullosísimos.
Para prevenir semejante catástrofe, los dirigentes
sindicalistas decidieron lanzar una huelga anticipadora contra Luxemburg y los
otros radicales del PSD.
En el congreso de los sindicatos celebrado en Colonia en
1905, se estableció una comisión única para producir una resolución que
definiera la actitud de los sindicatos en cuanto al problema de la huelga de
masas.
Theodore Bömelburg, vocero de la comisión, declaró:
“Para que nuestras
organizaciones progresen tiene que haber paz en el movimiento obrero.
Tenemos que hacer desaparecer
el debate acerca de la huelga de masas, y que las soluciones [de los problemas]
del futuro permanezcan flexibles hasta que aparezca el momento oportuno”.
[15]
En lo que fue una declaración de
guerra contra los izquierdistas del PSD, el congreso adoptó una resolución que
prohibió todo debate interno en los sindicatos acerca de la huelga política.
Esta le advertía a los obreros:
“No permitan que la acogida y
diseminación de tales ideas los distraiga de los deberes diarios para
fortalecer las organizaciones obreras”. [16]
La rebelión de los dirigentes
sindicalistas contra el partido causó un terremoto en el PSD.
Kautsky declaró que el congreso
había revelado que los sindicatos se habían enajenado profundamente del
partido.
Notó con ironía que le parecía
absurdo que durante el año “más revolucionario de toda la historia” los
sindicatos proclamaran “su deseo por la paz y la tranquilidad”.
Para Kautsky era evidente que los
dirigentes se preocupaban más por las cuentas bancarias de la organización que
por “la calidad moral de las masas”.
El odio de los dirigentes hacia la izquierda del PSD alcanzó
dimensiones patológicas.
Rosa Luxemburg en particular se convirtió en el blanco
perenne de los insultos vitriólicos.
Otto Hué, redactor del diario de
los mineros, le urgió a todos los que tuvieran exceso de energía revolucionaria
que se largaran a Rusia “en vez de fomentar debates sobre la huelga general
desde sus residencias de verano”.
Los ataques contra Luxemburg se intensificaron, aun cuando
ella languidecía en una cárcel polaca después de haber sido arrestada por
actividades revolucionarias.
Harto de los ataques personales feroces contra Luxemburg,
Kautsky vigorosamente criticó la persecución de “una dirigente de la lucha de
clases proletaria”.
Escribió que no era Luxemburg la que ponía en
peligro las relaciones entre el partido y los sindicatos, sino los funcionarios
sindicalistas, que sentían “un
odio primitivo por todo grupo dentro del movimiento obrero que adopta cualquier
objetivo más ambicioso que el aumento salarial de cinco centavos la hora”.
Durante cierto período, los dirigentes del PSD lanzaron un
contraataque a los funcionarios sindicalistas, pero de la manera más cautelosa
posible.
En el congreso del partido que se llevó a cabo
en Jena en Septiembre, 1905, Bebel introdujo una resolución llena de astucia
literaria que reconocía
la validez de la huelga política de masas, pero sólo como arma defensiva.
A cambio, los sindicatos aceptaron la formula
de Bebel, pero sólo por un breve período.
En el congreso del partido en Mannheim en
Septiembre, 1906, los
sindicatos le exigieron al PSD que adoptara una resolución que establecería el
principio de la “igualdad” entre los sindicatos y el partido, lo cual
consiguieron.
Esto significaba que,
referente a cualquier asunto que directamente afectara a los sindicatos, el
partido tenía que adoptar una postura aceptable a ellos.
Haciéndole caso omiso a objeciones estrenuas,
los dirigentes del partido colaboraron con los funcionarios sindicalistas y
burocráticamente cancelaron el debate e hicieron que la resolución se adoptara
a la fuerza.
Desde ese momento en adelante, la comisión
general de los sindicatos rigió al PSD.
Notó Luxemburg que ahora la relación entre los
sindicatos y el partido se parecía al cuento de la esposa campesina regañona,
quien le aconsejó a su esposo:
“Cuando tengamos problemas, usaremos el
siguiente sistema:
Cuando estemos de acuerdo, tú
decides.
Cuando no estemos de acuerdo,
yo decido”.
...continuara...
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