lunes, 8 de octubre de 2012

La Eficacia como problema político.



Izquierda y Derecha peronista, o Derecha e Izquierda; depende de la Situación en un momento dado.


Anónimo dijo...
Pero Manolo: esa operación no es en parte la que estaba en curso cuando en 2009 apoyaban al peronismo disidente?. Y no es eso, de cierta manera, lo que algunos pretenden hacer de Scioli?
8 de octubre de 2012 12:43 


El trabajo revela que la proporción de argentinos que en el último año protestó o se manifestó en las calles es mayor que la que acudió a alguna de las instancias estatales de resolución de conflictos, tales como elevación de pedidos a legisladores, intendentes, concejales y funcionarios o participación en reuniones convocadas por la intendencia local.
En otras palabras, los cortes se convirtieron, respecto de las vías institucionales, en un método privilegiado para satisfacer protestas, debido, sencillamente, a su mayor eficacia.



Antes de las PASO y las Generales del 2011.


El oficial Waffen SS Josef Kramer odia a los rusos porque no se ajustan a la imagen que de ellos le ha inculcado la propaganda: los odia por haber desmentido todos sus prejuicios:

"Odiaba a los rusos porque lo habían embaucado, a él y a millones como él.

Habían dejado creer al mundo que eran toscos bárbaros cuando de hecho -y cualquiera podía verlo- eran espectaculares ingenieros, formidables agricultores e increíbles, colosales soldados.

Odiaba a los rusos porque había llegado a Ucrania esperando liberar a campesinos borrachos, estúpidos y bonachones, del furioso desgobierno de satánicos judíos, pero se había encontrado luchando contra soldados tan rubios como él, de igual coraje, igual fanatismo y un equipo tremendamente  efectivo.

El equipo le preocupaba.

¿De dónde había salido, de la pobreza, del hambre y del terror del bolcheviquismo?

Esos hombres no eran borregos.

Tampoco eran maniáticos.

Eran tenaces, valientes, astutos, fanáticos."

Coronel P. M. A. Linebarger, autor de Psychological Warfare, 1948; y Essays on military psychological operations, Special Operations Research Office, 1965.

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Tal vez una metáfora arquitectónica ayude a entender este enigma.

Podría decirse que el peronismo semeja a una casa de dos plantas.

En la de abajo reside el propietario, que es el peronismo-peronista (sindicatos, barones territoriales, punteros); en la de arriba viven sucesivamente los líderes coyunturales del movimiento, que alquilan el piso.

El contrato de locación le permite al inquilino pintar la casa del color que quiera y hacerle arreglos a discreción, pero no modificaciones estructurales.

El alquiler cotiza alto (el piso de arriba es muy buscado) y se paga en las especies más diversas: dinero, dádivas, prebendas, fondos ingentes para infraestructura, planes sociales, clientelas y proselitismo.

La popularidad del inquilino determina la duración del contrato; si mantiene la aprobación, renueva; si cae en desgracia, debe irse.

Ningún contrato alcanzó los once años.

La casa peronista es dinámica y flexible.

Como quería su arquitecto, vence al tiempo.

Otorga beneficios seguros a sus moradores y posee picardía mediática: sustrae de los flashes al dueño, que es impresentable, y exhibe al inquilino, cuya gloria tiene plazo fijo.

Así se amasan el éxito y la perdurabilidad.

Y se institucionalizan las malas artes.

Si se acepta esta imagen, se verá que el peronismo no es una ideología, sino una arquitectura y un contrato; o, dicho en términos académicos: una organización y un enunciado.

Allí reside su éxito y su karma.

Al liberalismo político argentino, algunos de cuyos representantes veneran un mausoleo, se le hace difícil comprender esta configuración.

Quizás esa ceguera tenga que ver con sus derrotas.

El populismo creciente relega las aspiraciones republicanas
La casa peronista, Eduardo Fidanza, La Nación; 08 de junio de 2011; hacer clic aquí.



A unos, los resultados electorales de octubre (2007) los dejaron nocaut.

A otros, los pusieron muy nerviosos: deben realizar ahora lo que prometieron en la campaña.

Sólo a Elisa Carrió, para la cual hubiera sido una tragedia ganar y tener que hacerse cargo del barco, abandonando los cómodos camarotes de la indignación, este período de cristinismo se le presenta plácido y apetitoso.

Los demás, incluso los nuevos referentes de ARI, tienen en la boca el regusto agrio de la decepción y del miedo.

No lo dirán nunca en público, pero así están los opositores políticos en la Argentina de hoy.

Se sienten, en el fondo de sus corazones, injustamente derrotados por “políticos mediocres” y “burócratas clientelísticos”.

Ellos, los príncipes de la nueva política, eficientes y limpios, pasaron por la universidad y conocen el mundo: son muy viajados.

“¿Cómo puede ser que nos derroten estos políticos de cabotaje, estos impresentables de siempre?”, se preguntan.

Algunos de estos gerentes de la nueva política duermen con la valija cerrada al lado de la cama.

Están siempre listos para volver al sector privado rumiando una queja: “Soy demasiado bueno y honesto para la política”.

Olvidan que los verdaderos militantes políticos no tienen dónde volver, porque pertenecen, en cuerpo y alma, a la lucha política.

Porque no podrían hacer otra cosa, porque nacieron para eso, porque quemaron las naves.

Un gerente es demasiado cerebral y tiene demasiado “sentido común” para quemarlas.

Un militante se mide no por cómo reacciona ante una victoria, sino por cómo se recupera de las derrotas.

¿Se recuperarán estos muchachos o tomarán la valija y volverán, sanos y salvos, a casita?

Necesitan un examen profundo para entender lo que les ocurre.

Son amateurs jugando a ser profesionales.

No dominan del todo la materia y, en el fondo, la desprecian un poco.

Toda la nueva oposición está llena de estos personajes tiernitos y bienintencionados: aves de paso queriendo comerse crudas a las fieras.

No se le puede enseñar política a un negado, así como no se le puede enseñar música a quien no tiene oído.

Entender la política, entenderla de verdad, es un don: se tiene o no se tiene. Es un saber que no se adquiere en los libros ni en los claustros. Se adquiere en la calle y con las entrañas.

Pero el ser humano desarrolla las habilidades que necesita, de manera que no todo está perdido.

La nueva oposición está llena de sordos y zoquetes.

Hay muy pocos afinados y casi ningún oído absoluto.

Pero tiempo al tiempo.

Luego, por supuesto, está todo ese asunto de los personalismos.

En la Argentina, todo gira en torno de tres o cuatro dirigentes que lucen bien en los programas del cable, que suelen ser bastante autoritarios dentro de sus propios partidos y que no saben adónde van.

Quiero decir, parecen poseer grandes convicciones y son buenos “tribuneros” (no deberían quejarse tanto del atril, porque ellos lo llevan incorporado), pero carecen de paciencia y flexibilidad para armar partidos políticos consistentes, con alas izquierdas y derechas, con democracia interna y participación.

Descaradamente personalistas, un día tienen tres millones de votos y otro día no tienen nada.

Poseen una extraña alergia, que les contagiaron los encuestadores y la “opinión pública” más ramplona de los contestadores automáticos de las radios, que consiste en creer que toda alianza es la Alianza, o sea, un rejunte invertebrado e incoherente que fracasa gobernando.

Y también que todo pacto político es el Pacto de Olivos, es decir, un contubernio para repartir favores.

Pero hagamos nombres propios: si Carrió y Ricardo López Murphy hubieran entendido de verdad la política, habrían recreado el espacio histórico electoral de la Unión Cívica Radical.

Pero como no la entienden, terminaron en esta nada insípida, inodora e incolora, oposición para la gilada televisiva, que no puede juntar porotos y que no logrará ponerle freno a la hegemonía.

La Alianza era una bolsa de voluntades dispersas y el Pacto de Olivos era un contubernio, pero el peronismo es una bolsa del mismo estilo, aunque verticalista cuando se juega en serio, y el Pacto de la Moncloa era, al fin y al cabo, un acuerdo político, aunque con buena prensa.

Algo tiene para enseñarle el oficialismo a la oposición.

Para empezar, su voluntad de poder.

El peronismo no tiene un puñadito de dirigentes destacados: tiene cien candidatos potables en las gateras, con ganas de comerse la cancha.

No es dogmático y principista: acoge en su seno a hombres ubicados en las antípodas ideológicas, aunque dispuestos, por las buenas o por las malas, a aguardar su turno y a trabajar coordinadamente cuando la tormenta arrecia y cuando el que manda tiene claro el horizonte y buena sintonía con la mayoría electoral.

Casi nadie, por cuestiones del pasado, queda fuera del colectivo, y nadie se rasga las vestiduras por hacerse amigo de un enemigo de antes, o por codearse con un dirigente que piensa el país desde la otra orilla.

El radicalismo posmoderno tuvo estómago delicado, y así lo pagó.

No pudo tolerar las diferencias internas y expulsó de sus filas a los opuestos, que a su vez se transformaron en estómagos delicados incapaces de digerir las mínimas discrepancias.

Y así hasta el infinito.

Es decir, hasta la atomización y la anécdota.

Como la izquierda argentina, una diáspora interminable y minoritaria con dirigentes inflexibles que se pelean por palabras vacías.

Sin dominar la materia, sin vocación ni visión política, sin sentido común, sin pragmatismo y sin humildad, sin capacidad para acordar lo mínimo ni para construir una idea, la oposición se juega en una comuna, es decir, en una baldosa.

Hasta Néstor Kirchner está decepcionado de la oposición.

Admite, a regañadientes, que ninguna democracia exitosa económica e institucionalmente prospera con partido único y sin alternancias ni bipartidismo.


Sabe que, si no evoluciona por afuera, una oposición de centroderecha surgirá tarde o temprano del propio peronismo y que sobrevendrán como siempre la crueldad, el destripamiento, la lucha sin cuartel y la amnistía y, al final, la cohesión.

La guerra peronista hace temblar a los peronistas que detentan el poder, porque saben que del otro lado no hay muchachos testimoniales con la valija armada al lado de la cama, sino políticos con hambre que quieren cambiar la historia.

Sólo se cambia la historia con ese apetito insaciable, con esa pasión que un frío gerente no puede gerenciar.

Tal vez ni siquiera pueda comprender.

La nueva política no puede madurar en manos de los no políticos.



Después de las PASO y las Generales del 2011.



Desde 1983 hemos entrado en la normalidad democrática.

No más golpes ni proscripciones.

Los comicios se realizan casi puntualmente, y hubo algunos ejemplares, como el de octubre de 1983 o la interna peronista de 1988.

¿La Argentina alcanzó la normalidad democrática?

¿La idea de que cada uno de los ciudadanos designa con su voto a los gobernantes es hoy suficientemente verosímil?

Sí y no.

Nuestro país es grande y diverso.

La idea del ciudadano individual y razonable sigue siendo verosímil en las grandes ciudades y en la "pampa gringa", donde la producción del sufragio se limita a la publicidad y los medios.

En muchas provincias los gobernadores alinean con facilidad a los empleados públicos y a otros que dependen del Estado.

Esta es una historia vieja y conocida.

Lo novedoso es la forma de votar del vasto mundo de la pobreza, crecido en el Gran Buenos Aires y otros conurbanos en las últimas décadas, nutrido de trabajadores desocupados, clase media empobrecida y nuevos migrantes periféricos.

Aquí nadie imagina que pueda construirse la vieja ciudadanía de los individuos.

Aquí el sufragio se produce; se está produciendo, noche y día, todo el año.

La profunda transformación social y cultural del mundo de la pobreza afectó los dos supuestos actuales del sufragio: que sea individual y que el propósito del votante sea elegir gobernantes.

En ambos aspectos la situación recuerda a las sociedades europeas del siglo XIX.

El entonces novedoso principio del voto individual igualitario coexistió mucho tiempo con desigualdades sociales e identidades colectivas tradicionales: la familia, la aldea, la parroquia.

La política consistía en traducir esa realidad grupal en votos singulares e iguales.

"Los votos no se cuentan; se pesan", se decía por entonces.

Por otro lado, la compra del voto no era mal vista.

Los modernizadores veían allí la liberación del sometimiento automático al señor.

Los votantes creían que la venta del voto era su derecho, y protestaban contra "los que quieren hacerse elegir gratis".

Lo llamativo es ver generalizarse estas prácticas cien años después de la ley Sáenz Peña.

Pero la Argentina cambió mucho en las últimas décadas, y en ese aspecto pasó del siglo XX al siglo XIX.

En nuestros conurbanos la sociedad pobre creció, sobrevivió y se organizó al margen de la tutela y la protección del Estado.

Su lugar fue ocupado por diferentes asociaciones, que traducen el complejo entramado social, y por liderazgos fuertes, de personas que encabezan la acción colectiva y se hacen cargo de las necesidades del conjunto.

Comúnmente se los llama "referentes".

Por otro lado, los partidos políticos se adecuaron a la nueva sociedad, archivaron sus programas y desarrollaron redes territoriales con operadores de base: los "punteros".

Por encima, aparecen las estribaciones locales de un Estado fragmentado.

Ya no podía desarrollar políticas universales, pero era capaz de movilizar sus escasos recursos para acciones focalizadas y en buena medida discrecionales, cuya expresión más conocida son las "obras públicas" y los "planes".

Referentes y punteros son hoy las piezas clave del proceso de producción del sufragio.

Los punteros que cuentan son los que hablan por el Estado: el concejal, el secretario, el intendente.

Los referentes, por su parte, hablan por los colectivos que lideran.

Puede ser una familia extensa, un vecindario, un grupo étnico, religioso o deportivo, como en el fútbol.

Entre punteros y referentes circulan bienes y servicios variados: bolsones de comida, ayuda a comedores, una franquicia, una tolerancia policial, un "plan".

Se trata de un intercambio cotidiano, continuo, que en un momento se expresa políticamente, en la asistencia a una marcha o en una elección.

En el primer caso el colectivo es visible y quiere serlo: desde el transporte hasta las pancartas.

En el comicio, el colectivo negociado -denominado "el paquete"- se disimula, y se traduce en votos singulares, secretos.

Pero reconocibles por el puntero, quien certifica el cumplimiento de los términos del acuerdo.

Es común llamarlo clientelismo.

Es una palabra genérica, pobre y descalificante.

No da cuenta de los matices de una relación compleja, siempre abierta y en proceso, en la que hay también independencia e imprevisibilidad.

Cada persona pertenece simultáneamente a varios colectivos, y su lealtad bascula entre ellos.

Los compromisos políticos son flexibles, graduales y reversibles.

Los intercambios requieren no sólo una base material, sino también sintonías de forma, tono y trato.

La gente no se entrega ni obedece, sino que "acompaña".

Manejar todo esto requiere una enorme sabiduría artesanal.

Nada es automático.

Todo es cambiante, y a la vez regular, como en un caleidoscopio.

Al final, se traduce en votos, singulares, cuantificables, acumulativos.

A veces, cambian los gobernantes.

Usualmente los ratifican.

En esta operación, el partido político tradicional desaparece.

Hay funcionarios y punteros.

Todos profesionales.

Compiten entre sí, administran recursos del Estado y viven de ellos.

O esperan su turno para hacerlo.

Tampoco existe el Estado, entendido como el lugar del interés general.

Hay en cambio un gobierno, que utiliza recursos estatales para montar esta maquinaria productora de sufragios.

Hay un partido del gobierno que se nutre del Estado para producir sufragios.

Esta es la democracia que tenemos, tan distinta de la imaginada en 1983.

Pocos ciudadanos.

Poco Estado.

Mucho gobierno.

Hay opiniones negativas y positivas sobre esta realidad.

Pero es la única verdad.

Miércoles 22 de agosto de 2012 | Publicado en edición impresa
El eclipse de los partidos y la consagración de los punteros
La máquina de producir votos
Por Luis Alberto Romero  | Para LA NACION


Clientelismo

El 18% de los argentinos afirma haber recibido alguna vez una oferta por su voto. La cifra duplica prácticamente el promedio latinoamericano. De todos modos, podría decirse que el clientelismo no paga bien: el 43,9% de los encuestados afirma no sentirse ni más ni menos inclinado a votar por el candidato del benefactor, en tanto que el 45,3% dice sentirse menos inclinado a hacerlo.

Ideología

En un rango de 1 a 10 (donde 1 es izquierda y 10, derecha) la identificación ideológica de los argentinos se ubica en 5,1. La cifra, comparada con 2008, está ligeramente más ubicada hacia la izquierda, ya que entonces había sido de 5,5. La posición de la ciudadanía argentina aparece como una de las más pronunciadas del continente: sólo Uruguay está más a la izquierda.

El rol del Estado

El nivel de apoyo a la idea de que el Estado debe ser el dueño de las empresas e industrias más importantes se ubica entre los más elevados de la región: de 0 al 100, obtiene 67,9 puntos.

Derechos civiles

Los argentinos son particularmente receptivos -junto con los canadienses, norteamericanos y uruguayos- a la idea de que los homosexuales puedan posturlarse para ocupar cargos públicos y puedan casarse.

Radiografía del ciudadano argentino
A dos años del estallido de la crisis financiera internacional, la percepción de los argentinos sobre su vida política fue eje de una encuesta regional realizada por las universidades Torcuato Di Tella y Vanderbilt
Por Pablo Mendelevich



Collage como Resumen.



En el marco del conflicto con las Fuerzas de Seguridad, el vicepresidente 1º de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, Cristian Ritondo, y el vicepresidente 2º, Juan Carlos Dante Gullo, dieron a conocer un comunicado en conjunto:

Ver la nota de mas arriba. 

Referentes y punteros son hoy las piezas clave del proceso de producción del sufragio.

Los punteros que cuentan son los que hablan por el Estado: el concejal, el secretario, el intendente.

Los referentes, por su parte, hablan por los colectivos que lideran.

Puede ser una familia extensa, un vecindario, un grupo étnico, religioso o deportivo, como en el fútbol.
……………

Se trata de un intercambio cotidiano, continuo, que en un momento se expresa políticamente, en la asistencia a una marcha o en una elección.

En el primer caso el colectivo es visible y quiere serlo: desde el transporte hasta las pancartas.

En el comicio, el colectivo negociado -denominado "el paquete"- se disimula, y se traduce en votos singulares, secretos.

Pero reconocibles por el puntero, quien certifica el cumplimiento de los términos del acuerdo.

Es común llamarlo clientelismo.
……………

Hay funcionarios y punteros.

Todos profesionales.

Compiten entre sí, administran recursos del Estado y viven de ellos.

O esperan su turno para hacerlo.
……………

No da cuenta de los matices de una relación compleja, siempre abierta y en proceso, en la que hay también independencia e imprevisibilidad.

Cada persona pertenece simultáneamente a varios colectivos, y su lealtad bascula entre ellos.

Los compromisos políticos son flexibles, graduales y reversibles.

Los intercambios requieren no sólo una base material, sino también sintonías de forma, tono y trato.

La gente no se entrega ni obedece, sino que "acompaña".

Manejar todo esto requiere una enorme sabiduría artesanal.

Nada es automático.

Todo es cambiante, y a la vez regular, como en un caleidoscopio.

Al final, se traduce en votos, singulares, cuantificables, acumulativos.

A veces, cambian los gobernantes.

Usualmente los ratifican.

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La Alianza era una bolsa de voluntades dispersas y el Pacto de Olivos era un contubernio, pero el peronismo es una bolsa del mismo estilo, aunque verticalista cuando se juega en serio, y el Pacto de la Moncloa era, al fin y al cabo, un acuerdo político, aunque con buena prensa.

Algo tiene para enseñarle el oficialismo a la oposición.

Para empezar, su voluntad de poder.

El peronismo no tiene un puñadito de dirigentes destacados: tiene cien candidatos potables en las gateras, con ganas de comerse la cancha.

No es dogmático y principista: acoge en su seno a hombres ubicados en las antípodas ideológicas, aunque dispuestos, por las buenas o por las malas, a aguardar su turno y a trabajar coordinadamente cuando la tormenta arrecia y cuando el que manda tiene claro el horizonte y buena sintonía con la mayoría electoral.

Casi nadie, por cuestiones del pasado, queda fuera del colectivo, y nadie se rasga las vestiduras por hacerse amigo de un enemigo de antes, o por codearse con un dirigente que piensa el país desde la otra orilla.
……………

Olvidan que los verdaderos militantes políticos no tienen dónde volver, porque pertenecen, en cuerpo y alma, a la lucha política.

Porque no podrían hacer otra cosa, porque nacieron para eso, porque quemaron las naves.

Un gerente es demasiado cerebral y tiene demasiado “sentido común” para quemarlas.

Un militante se mide no por cómo reacciona ante una victoria, sino por cómo se recupera de las derrotas.
……………

Sin dominar la materia, sin vocación ni visión política, sin sentido común, sin pragmatismo y sin humildad, sin capacidad para acordar lo mínimo ni para construir una idea, la oposición se juega en una comuna, es decir, en una baldosa.

Hasta Néstor Kirchner está decepcionado de la oposición.

Admite, a regañadientes, que ninguna democracia exitosa económica e institucionalmente prospera con partido único y sin alternancias ni bipartidismo.


Sabe que, si no evoluciona por afuera, una oposición de centroderecha surgirá tarde o temprano del propio peronismo y que sobrevendrán como siempre la crueldad, el destripamiento, la lucha sin cuartel y la amnistía y, al final, la cohesión.

La guerra peronista hace temblar a los peronistas que detentan el poder, porque saben que del otro lado no hay muchachos testimoniales con la valija armada al lado de la cama, sino políticos con hambre que quieren cambiar la historia.

Sólo se cambia la historia con ese apetito insaciable, con esa pasión que un frío gerente no puede gerenciar.


PD, nos tragamos el Sistema, la “Eficacia” en la praxis como apagaincendios nos convirtió en el Régimen, los “Cañones como Poder Organizado”…”solo el…puede gobernar la Argentina…”

El (capital deslazado por el peronismo) invita constantemente a los que se oponen a él a meterse en su terreno de organización.

Araña inteligente:

Si se oponen a nosotros, organicen un partido para ganar el control del estado por la elección.

Si no pueden hacer esto, organicen un ejército para vencernos y ganar el control del estado por esa vía.

Si eso es demasiado extremo para ustedes, pueden organizar una ONG y ayudarnos en el proceso de formación de políticas? (siempre y cuando el Napia no te corra a puteadas por no querer adecuarte a la organización)



¿Se entiende porque a pesar de todas las objeciones “subjetivas”; ranqueamos a la par de Chile, Uruguay, España, Italia, etc. en la lista de estados fallidos?

Redundancia, Resiliencia, Reciedumbre, Gobernanza…

“Somos los Borg.
Prepárense para ser asimilados.
Sumaremos sus características biológicas y tecnológicas a las nuestras.
Se volverán uno con los Borg.
La resistencia es fútil.”


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Manolo,

en principio te agradezco la extensa respuesta, y te pido disculpas por darte tanto trabajo. Leeré atentamente para no preguntarte cosas que yo debería entender por mi mismo. En todo caso valga la claración, la pregunta no cuestionaba la tesis para bloquearlas sino para desarollarla.

Rafa dijo...

Manolo, qué coincidencia. En estos días me vengo acordando tanto del viejo PMAL...

Un abrazo.

Anónimo dijo...

El peronismo es como un elefante de guerra, que en los 90s tenía un jinete de la UCEDE y ahora uno del FREPASO.

Siempre tienen que aliarse a algo no peronista, y ese algo no peronista es lo que termina dándole el gusto a esa administración.

El único gobierno exclusivamente peronista desde el 83 fue el de Duhalde (tal vez xq no necesitó una elección).

Saludos

El Lurker

Anónimo dijo...

El anterior no era yo, solo un retardado mental podria escribir algo tan pelotudo

Saludos

El Lurker

Florencio F. Boglione dijo...

Manolo: esa alusión a los Borg se la utilizo seguido con mis amigos, es genial. Saludos cordiales.