jueves, 7 de junio de 2007

Opción por los Pobres, Clientelismo, Concilio Vaticano y Eurocomunismo; cuando todavía eran Naranjo.

En Don Camilo y Peponne, vemos una Italia en llamas.
En Sicilia, USA le entrega la Isla a la Maffia, en pago por los servicios prestados.
Guardando en la manga, la secesión e incorporación a los Estados Unidos, Savatore Guiliano era el abanderado.
En el Norte comunistas y católicos se enfrentan, por el alma de Italia y los cuerpos hambrientos, de aquellos que sufrieron la ocupación alemana.
Stalinistas y Tradicionalistas católicos, son hombres de dogma, a los que no les tiembla el pulso frente a los herejes.
Pero la miseria y los años de represión, son un limite infranqueable.
La sociedad no soporta mas y la realidad impone en ambos una nueva manera de ver el mundo.
Los comunistas, deben aceptar, que la Fe te da una esperanza de poder llegar a mañana.
Aunque sean el Partido mas importante de Occidente, la solidaridad internacionalista no arriesgara una guerra mundial por la península.
La cuestión Nacional, es importante para los proletarios, es uno de los elementos fundamentales de su identidad.
Los católicos reconocen, a pesar de la abominación atea, que la teoría tiene un viso de verdad.
La pobreza y el hambre son injustificables, y no se solucionan compartiendo la caridad de lo que sobra.
Hay que compartir el hambre, nace el testimonio social moderno.
El mártir reafirma su fe junto a los que sufren, la militancia es la de San Francisco y Santa Clara, lo demás es pura hipócresia.
Tartufos del siglo XX.
La opción por los Pobres fermenta en la tierra del Papado, Juan XXIII y Pablo VI.
Ambos están obligados a convivir, a integrar la conducción del Estado y nace la Lottizacione.
Con todas las trampas, agrachadas y corruptelas, que la política mediterranea puede permitirse.
Que estallara 50 años mas tarde con la Mano Pulitte, cuando el fantasma de Marx se esta disolviendo.
Leer los libros de Guareschi, no solo enseña como nacieron estas corrientes tan importantes de la historia mundial.
También dan el marco para entender la historia Argentina de los 50 a los 70 inclusive.
Si tienen la oportunidad de ver las películas de Fernandel, se divertirán y comprenderan, las pequeñas miserias de los protagonistas.
La carrera por dar la hora antes que el otro.
El Militante comunista, que gana la Quiniela y no quiere compartir el premio con el partido, que es Roma Ladri.
El Cura, que para dar un casamiento religioso, maniobra para conseguir una estación de servicio ESSO como dote.
Pero en el fondo, siempre lo importante son los pobres, donde eligió nacer el Niño Dios.
Esos pobres que son comunistas convencidos, pero si la Patria esta en peligro, pondrán el pecho como en el Isonso.
Todo nacido de la mente de un italiano, que creo el eslogan, "En el cuarto oscuro, Dios te ve, Stalin no".
Que paso 409 días preso, por descubrir el pedido de De Gasperi a los Aliados, de bombardear la periferia de Roma; negandose a recibir el indulto.
Si los Tradicionalistas y los Estalinistas, pudieron tener la imaginacion para superar los escollos y lograr el Milagro Italiano; los Argentinos podemos hacerlo.
Como despedida unos párrafos con mucha actualidad

- ¡Han llegado los víveres americanos! - exclamó. Han pegado manifiestos diciendo que puede irse a buscar el paquete en la casa parroquial. Fideos blancos, leche envasada, mermelada, azúcar y manteca. El manifiesto ha causado mucha impresión.
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Durante todo el día la gente formó fila delante de la rectoral, y don Camilo reventaba de alegría porque los víveres eran buenos y abundantes y la gente estaba contenta.
- Después ustedes me dirán si las cosas que les darán los rojos serán mejores que éstas - decía don Camilo.
- Los rojos sólo darán grandes paquetes de bolas - contestaban todos.
Entre los rojos también había pobres, pero ninguno se presentó, y éste era el solo fastidio de don Camilo, el cual se había preparado una fórmula especial también para ellos: "No te correspondería porque ya recibes un montón de cosas de Stalin; sin embargo, que te aproveche, compañero; aquí tienes tu paquete". Pero de ésos ninguno se presentó y cuando fueron a avisarle que el Flaco, escondido detrás de una planta, anotaba los nombres de los que iban a retirar el paquete, don Camilo comprendió que debería guardarse su famosa frase dentro del cuerpo.
A las seis de la tarde todos los pobres "normales" habían recibido lo suyo: todavía quedaba el montoncito destinado a los pobres "especiales". Entonces don Camilo fue a abrirse con el Cristo del altar mayor.
- Jesús - dijo, ¿veis esto?
- Veo, don Camilo. Y todo esto es muy conmovedor, porque es gente pobre que necesita tanto como los demás, pero obedece más a sus jefes que a su hambre. Y así le quita a don Camilo la satisfacción de humillarla con su sarcasmo.
Don Camilo bajó la cabeza.
- Caridad cristiana no significa dar lo superfluo al menesteroso, sino dividir lo necesario con el menesteroso. San Martín dividió su capa con el pobrecillo que temblaba de frío: ésta es caridad cristiana. Ni tampoco, cuando partes tu único pan con el hambriento, debes arrojárselo como se arroja un hueso a un perro. Hay que dar con humildad: agradecer al hambriento haberte concedido dividir con él su hambre. Hoy tú has hecho solamente beneficencia y ni siquiera has distribuido entre los menesterosos lo superfluo tuyo, sino lo superfluo de los demás: así que no ha habido ningún mérito en tu acción. Con todo eso no te sentías humildísimo como hubieras debido serlo, pues tu corazón estaba lleno de veneno.
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El hijo de Tormento era aquel niño famoso, flaco y pálido, de ojos grandes, que don Camilo había corrido una vez. Un niño que hablaba poco y miraba mucho. Ahora, sentado a la mesa de la cocina estaba contemplando con ojos asombrados a su padre, quien, sombrío y ceñudo, abría con un cuchillo el tarro de mermelada.
- Después - dijo la madre. Antes los tallarines, después la leche condensada con la polenta y después la mermelada.
La mujer llevó a la mesa la sopera y empezó a revolver la pasta humeante. Tormento fue a sentarse junto a la pared, entre el aparador y el hogar, y se estuvo contemplando como un espectáculo al muchacho que con sus grandes ojos, ahora seguía las manos de la madre, ahora miraba el tarro de mermelada, ahora el tarro de leche condensada, como perdido en medio de tanta alegría.
- ¿No vienes? - preguntó la mujer a Tormento.
- No, yo no como - barbotó él.
La mujer se sentó frente al niño y se aprestaba a llenarle de fideos el plato, cuando se abrió de golpe la puerta y entraron Pepón y el comisario federal.
El comisario miró los fideos y cogiendo los tarros leyó los rótulos.
- ¿Dónde has tomado estas cosas? - le preguntó con voz áspera a Tormento, que se había levantado y lo miraba pálido.
El comisario federal esperó por unos instantes una respuesta que no llegó; después, con suma calma, levantó las cuatro puntas del mantel, las juntó, levantó el bulto y, abierta la ventana, arrojó todo a la zanja. El niño temblaba, y con las dos manos levantadas delante de la boca, miraba aterrorizado al comisario federal. La mujer se había pegado a la pared, y Tormento, en medio de la pieza, con los brazos colgantes parecía petrificado.
El comisario se dirigió a la puerta; llegado al umbral, se volvió.
- El comunismo es disciplina, compañero. Quien no lo comprende, váyase.
La voz del comisario sacudió a Pepón que arrimado a la pared habíase quedado mirando con la boca abierta, pareciéndole un sueño.
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- Debe ser el voto más decidido de toda la comuna - le explicó a su mujer. Así: zac, zac, y Garibaldi triunfa para vergüenza de los vendidos y los explotadores.
Pepón se sentía fuerte y seguro de sí como nunca, y recibida la boleta, se encaminó hacia el "cuarto oscuro" con jactancia feroz: Sólo puedo dar un voto, pensó, ¡pero lo daré con tanta rabia que debe valer por dos!
Se encontró en la penumbra del cuarto con la boleta abierta y el lápiz apretado entre los dedos.
En el secreto del cuarto oscuro Dios te ve y Stalin no : pensó en la frase leída sobre uno de los pequeños manifiestos que el maldito aparato había lanzado en el mitin e instintivamente se dio vuelta, pues le parecía sentir que alguien, detrás, lo estaba mirando.

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Una gran bandera roja le pasó ante los ojos y Pepón dirigió el lápiz hacia la estrella con Garibaldi. Pero el rostro pálido del hijo de Tormento se le apareció sobre la hoja. América, si gana el Frente, ya no nos dará nada, le susurró al oído la voz de don Camilo. ¡Viles!, contestó Pepón, apretando los dientes. ¡Cien mil italianos prisioneros en Rusia no han vuelto! le susurró otra vez al oído la voz pérfida de don Camilo.
¡No debían ir!, contestó con ira Pepón. Pero se le apareció la vieja Bacchini, que ya no quería votar más por nadie porque ningún Partido podía hacerle volver de Rusia al hijo, y Pepón se mordió los labios. Compañero, le susurró entonces al oído la voz dura del comisario federal, el comunismo es disciplina. Pepón apuntó decidido el lápiz contra la estrella con Garibaldi, pero oyó de nuevo la voz pérfida de don Camilo
- ¿Quién llenó las fosas de Katin?
- ¡Son invenciones infames!,
respondió Pepón. ¡Eres un puerco vendido al extranjero!
Pero justo en ese momento le saltó a la cabeza la medalla de plata de don Camilo y su propia medalla de plata. Las oyó tintinear como si chocaran una con otra, y daban el mismo sonido.
- ¿Y quién mató a Pizzi? susurró de nuevo la voz de don Camilo.
- Yo no he sido , balbuceó Pepón. ¡Usted sabe quién ha sido!
- Lo sé , respondió pérfida la voz de don Camilo. Ha sido ése, ese mismo que está escondido bajo la estrella con Garibaldi. Ustedes ya lo han matado una vez a Pizzi. ¿Por qué quieren matarlo otra vez?
Pepón acercó la punta del lápiz al cuadradito con la estrella y Garibaldi.
- Voto por todos aquellos que los otros nos han matado , dijo.
De repente oyó la voz del que fue jefe suyo durante la Resistencia, el saragatiano que había sido bajado de la tribuna y golpeado:
- Felices aquellos que quedaron para siempre allá en los montes, compañero Pepón .
- ¡Carne maldita!, susurró la voz de don Camilo. Si no hubieran muerto allá arriba, también a ellos ustedes los habrían golpeado.
Pensó en el comisario que le arrebataba la comida al hijo de Tormento. Pensó en el hijo.
Pepón vio que la punta del lápiz temblaba, pero una gran bandera roja ondeó ante sus ojos y lo reanimó.
- Contra todos los explotadores del pueblo que se enriquecen con nuestro sudor , dijo con rabia acercando la punta del lápiz al cuadrado con la estrella y Garibaldi.
- No es tu bandera, susurró la voz pérfida de don Camilo, y una tela tricolor ondeó ante los ojos de Pepón .
- ¡No, yo no traiciono! ¡Es inútil, malditos!,
dijo Pepón acezando e inclinándose sobre la boleta.
Poco después salió, y cuando entregó la boleta temía que le preguntaran qué había hecho durante todo ese tiempo.
Pero advirtió que habían pasado solamente cuatro minutos y recobró el ánimo.
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- ¡Infames! - gritó Pepón agitado. ¡Ustedes son la ruina de la pobre gente!
- Interesante - observó don Camilo. ¿Vienes a hacerme un discurso?
- ¡Ustedes llenan la cabeza de la pobre gente con sus mentiras!
Don Camilo aprobó con una señal de la cabeza.
- Perfectamente; pero ¿por qué vienes a decírmelo precisamente ahora?
Pepón se desplomó sobre una silla y se tomó la cabeza entre las manos.
- Usted me ha arruinado - dijo con voz angustiada.
Don Camilo lo miró.
- ¿Estás loco?
- No - dijo Pepón. Ahora ya no lo estoy; pero lo estaba esta mañana y he cometido un delito.
- ¿Un delito?
- ¡Sí, yo, Pepón, yo, el jefe de los trabajadores, yo, el alcalde, he votado en blanco!
Pepón escondió nuevamente la cabeza entre las manos y don Camilo le sirvió una copa de vino y se la puso delante.
- ¡Pero si perdemos lo mato, porque la culpa es suya! - gritó Pepón levantando de golpe la cabeza.
- De acuerdo - respondió don Camilo. Si el Frente pierde por un voto, me matas. Si pierde por dos o tres millones, el asunto de tu voto pasa a segundo orden.
Pepón pareció impresionado.
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- Estas cosas debemos saberlas solamente nosotros dos - dijo amenazador.
- De acuerdo - contestó don Camilo.
En cambio fue enseguida a contarle todo al Cristo del altar mayor.
Y después le encendió al pie dos gruesos cirios:
- Éste, porque le habéis ahorrado el remordimiento de votar por Garibaldi, y éste porque le habéis evitado el de haber votado por un Partido que no es el suyo.
http://www.librosmaravillosos.com/regreso/index.html
http://it.wikipedia.org/wiki/Giovannino_Guareschi


Técnica del golpe de estado

EL martes a las diez de la noche lloviznaba y soplaba viento, pero llenaba la plaza un gentío que estaba de plantón desde hacía tres o cuatro horas escuchando el altoparlante que daba noticias sobre las elecciones.
De improviso se apagó la luz y todo se hundió en la oscuridad. Alguien fue a la cabina, pero volvió enseguida diciendo que no había nada que hacer porque el desperfecto estaba quién sabe dónde, en la línea o en la central.
La gente esperó una media hora y luego como había empezado a llover fuerte, regresó a sus casas y el pueblo se tornó desierto y silencioso.
Pepón fue a encerrarse en la Casa del Pueblo junto con el Pardo, el Brusco, Tormento y Luis el rengo, comandante de la "Volante Roja" de Molinillo; y todos permanecían royéndose el alma a la llama de un cabo de vela y blasfemando contra los de la luz que boicoteaban el pueblo, cuando a las once y media llegó el Flaco, que había ido en la moto a ver si sabían algo en Rocaverde.
Entró con los ojos salidos, agitando un papel.
- ¡El Frente ha vencido! - jadeó.
- ¡Cincuenta y dos por ciento al Senado y cincuenta y uno a la Cámara! ¡Los otros ya nada tienen que hacer! ¡Es preciso organizar enseguida una demostración! ¡Si no hay luz quemamos dos o tres pajares de los más cercanos!
- ¡Bien! - gritó Pepón.
Pero Luis el rengo asió al Flaco por la chaqueta.
- Despacio, no te muevas - dijo con calma. Por ahora nadie debe saber nada.
- Arreglemos primero el asunto de la lista.
Pepón lo miró asombrado.
- ¿La lista? ¿Qué lista?
- La de los reaccionarios que hay que sacar de en medio. Vamos a ver.
Pepón balbuceó que no habían hecho ninguna lista y el rengo sonrió malignamente:
- No importa: la tengo yo preparada y completa. La miramos un momentito juntos y decidida la cosa, procedemos.
El rengo sacó del bolsillo una hojita con unos veinte nombres y la puso sobre la mesa.
- Me parece que están todos los puercos reaccionarios del pueblo - explicó. He puesto los más urgentes: en cuanto a los demás, luego veremos.
Pepón recorrió los nombres de la lista y se rascó la cabeza.
- ¿Qué te parece? - preguntó el rengo.
- Bah - respondió Pepón. En línea general estamos de acuerdo. No veo, sin embargo, que haya tanta prisa. Disponemos de todo el tiempo que queramos para organizar las cosas bien.
El rengo dio un puñetazo sobre la mesa.
- Al contrario, no tenemos que perder un minuto - exclamó con voz dura. Ahora que nada sospechan podemos agarrarlos: si esperamos a mañana, se hacen humo.
El Brusco intervino.
- ¡Estás loco! ¡Antes de sacar de en medio a la gente hay que pensarlo siete veces!
- ¡Yo no estoy loco y tú no eres un buen comunista! - gritó el rengo. Éstos son todos unos puercos reaccionarios y nadie puede ponerlo en duda. ¡Si pudiendo hacerlo no los eliminas, traicionas a la causa y al Partido!
El Brusco meneó la cabeza.
- ¡Ni por sueño! Al Partido se lo traiciona haciendo barbaridades. Y si uno obra como entiendes obrar tú, arriesga cometer barbaridades fenomenales porque puede equivocarse eliminando a inocentes.
El rengo levantó el dedo, amenazador:
- Vale más eliminar a diez personas innocuas que dejar escapar una sola que pueda perjudicar al Partido. ¡Al Partido no lo perjudican los muertos, sino los vivos! Ya te lo he dicho: ¡eres un mal comunista! Y si quieres saberlo, siempre lo fuiste. ¡Eres un flojo, un sentimental, un burgués disfrazado!
El Brusco palideció y Pepón intervino.
- ¡Basta! El concepto del compañero Luis es justo y no puede ponérselo en discusión por cuanto es uno de los conceptos básicos del comunismo. El comunismo indica la meta a la cual debe llegarse, y la discusión democrática debe solamente recaer sobre el modo más rápido y más seguro de llegar a esa meta.
El rengo, satisfecho, aprobó con la cabeza.
- Luego - continuó Pepón, establecido que estas personas son o pueden ser perjudiciales al Partido y que por eso deben ser eliminadas, debe estudiarse cuál es el modo para llegar al fin. Porque si nosotros, por ligereza, obráramos de manera que alguno de estos reaccionarios consiguiera escabullirse, seriamos culpables de traición ante el Partido. ¿Me explico?
- Es justo - dijeron todos. Justísimo.
- Aquí somos seis - explicó Pepón- y las personas que hay que eliminar son veinte, entre ellas gente como Filotti, que tiene en su casa medio regimiento y está armado hasta los dientes. Si atacamos una por una a estas personas, al primer tiro de fusil los demás huyen. Así que debemos adoptar el concepto del ataque simultáneo: es preciso movilizar a los hombres y formar veinte escuadras, todas adecuadas a los diferentes objetivos.
- Muy bien - aprobó el rengo.
- ¡Muy bien un cuerno! - gritó Pepón. ¡Porque esto no es todo! Hace falta para nuestro objeto otra escuadra más, la veintiuna, la más robusta, que inmovilice a la fuerza pública apenas intervenga. Además son necesarias escuadras avanzadas que vigilen los caminos y los diques. Y cuando uno pretende obrar como tú querías, sin ninguna cautela, exponiendo la operación al riesgo del fracaso, no es un buen comunista, es un cretino.
El rengo palideció y tragó saliva. Pepón dio las órdenes. El Flaco iría a avisar a las células de las fracciones para que reunieran a los hombres; éstos, al ascender el cohete verde se concentrarían en los puntos establecidos, donde se encontrarían el Pardo, el Brusco y Tormento, los cuales formarían las escuadras y fijarían los objetivos a la espera del cohete verde. El Flaco partió en la moto, y el Pardo, el Brusco, Tormento y el rengo se dispusieron a la obra de organizar las escuadras.
- Que todo sea hecho perfectamente - dijo Pepón. Ustedes responden personalmente del éxito. Mientras tanto yo voy a ver cómo anda el asunto por el lado de los carabineros.
Don Camilo, después de haber esperado largo rato que la luz volviera y la radio empezara nuevamente a charlar, se disponía a acostarse cuando sintió llamar a la puerta: la abrió con cautela y se encontró delante de Pepón.
- ¡Pronto! - jadeó Pepón agitadísimo. ¡Apúrese! ¡Liarlas! ¡Vístase de hombre, métase en una barca y después vaya a donde mejor le parezca!
Don Camilo lo miró con curiosidad.
- ¿Has bebido, compañero alcalde?
- ¡Pronto! - exclamó Pepón. El Frente ha ganado y las escuadras están organizándose. ¡Ya apareció la lista de los que hay que sacar de en medio y el primero es usted!
Don Camilo se inclinó.
- ¡Qué honor inesperado, señor alcalde! Jamás me habría figurado que usted perteneciera a esa flor de bellacos que forman las listas de la gente honrada que hay que eliminar
Pepón tuvo un ademán de impaciencia.
- ¡No diga zonceras, reverendo! ¡Yo no quiero matar a nadie!
- ¿Y entonces?
- El que ha sacado a relucir la lista y las indicaciones del Partido es ese rengo maldito.
- Tú eres el jefe, Pepón; podías decirle que se fueran al infierno él y su lista.
Pepón sudaba y se pasó la mano por la frente.
- ¡Usted no comprende nada de estas cosas! - El jefe es siempre el Partido y manda siempre el que habla en nombre del Partido. Si yo hubiera insistido, ese maldito me habría puesto en la lista antes de usted.
- ¡Qué bueno! ¡El compañero Pepón y el reaccionario don Camilo, colgados del mismo árbol!
- ¡Don Camilo, dése prisa! - jadeó Pepón. A usted no se le importa porque es solo, pero yo tengo un hijo, una mujer, una madre y un montón de gente que depende de mí. ¡Apúrese, si quiere salvar la piel!
Don Camilo meneó la cabeza.
- ¿Y por qué sólo yo? ¿Y los demás?
- A los demás no puedo ir yo a avisarles. ¡Los demás no son curas! - exclamó Pepón. Debe hacerlo usted. Vaya a avisar a dos o tres mientras se encamina a la barca y dígales que pasen enseguida la palabra de orden. ¡Y que se den prisa! ¡Copie rápido la lista!
- Bien - aprobó don Camilo cuando hubo anotado los nombres. Mando al hijo del campanero a llamar a Filotti, y los Filotti, que son cincuenta, avisan todos los demás. Yo no me muevo de aquí.
- ¡Usted debe irse! - gritó Pepón.
- Mi puesto está aquí - rebatió tranquilo don Camilo- y no me muevo tampoco si viene Stalin en persona.
- ¡Usted está loco! - gritó Pepón.
Pero en ese momento llamaron a la puerta y debió correr a esconderse en la pieza vecina.
El recién llegado era el Brusco; pero apenas tuvo tiempo de decir: "Don Camilo, márchese", que se oyó llamar otra vez. El Brusco fue a esconderse también él donde había ido Pepón, y a poco entró en la habitación el Pardo.
- Don Camilo - dijo el Pardo, he podido zafarme sólo ahora. La cosa está que arde y usted debe irse. Ésta es la lista de los otros que hay que avisar.
Después debió refugiarse él también en la pieza vecina porque llamaron otra vez. Y era Tormento, siempre hosco y feroz. Quien, sin embargo, no alcanzó a abrir la boca porque volvieron a entrar Pepón; el Brusco y el Pardo.
- Ésta parece una de esas viejas farsas de oratorio - dijo riéndose don Camilo. Ahora esperamos al rengo y ya el cuadro quedará completo.
- Ése no vendrá - gruñó Pepón.
Después suspiró: golpeó con la mano el hombro del Brusco, dio un manotazo sobre el vientre del Pardo y un pescozón a Tormento.
- ¡Maldita miseria! - exclamó. Volvemos a encontrarnos todavía como en aquel tiempo dichoso. Podemos todavía entendernos como entonces.
Los otros tres aprobaron con la cabeza.
- ¡Qué lástima! - suspiró Pepón. Si el Flaco estuviera aquí, estaría toda la vieja guardia.
- Está - explicó con sosiego don Camilo. El Flaco ha sido el primero en llegar.
- ¡Bien! - aprobó Pepón. Y ahora, usted dése prisa.
Don Camilo era testarudo.
- No, ya te he dicho que mi puesto está aquí. Me basta saber que ustedes no dispararán contra mí.
Pepón perdió la paciencia y se encajó el sombrero hasta las orejas después de haberle dado también una vuelta de tornillo, como hacía cuando se disponía a trompearse con alguien.
- Ustedes dos tómenlo por los hombros, yo lo tomo por las piernas, lo levantamos y lo aseguramos sobre el birlocho. Tormento: anda a atarme la yegua.
No habían levantado aún las manos que la luz se encendió y quedaron deslumbrados.
Unos segundos después la radio empezó a hablar:... Damos los resultados de la Cámara de Diputados en 41.000 comicios sobre 41.165: Democracia cristiana: 12.000.257. Frente Popular: 7.547.465... Todos escucharon en silencio hasta que la radio calló.
Entonces Pepón miró sombrío a don Camilo.
- La mala hierba nunca se extirpa - dijo con rabia. ¡También esta vez se ha salvado!
- También ustedes se han salvado - contestó sereno don Camilo. Dios sea loado.
Quien no se salvó fue Luis el rengo, el cual esperaba fieramente la orden de disparar el cohete verde y en cambio recibió tantos puntapiés que le encajaron hasta el trasero.
Sic transit gloria mundi.

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