sábado, 31 de agosto de 2013

Conservadores; Antikirchneristas “frustrados” y Kirchneristas “desanimados”, frente a los que “van por Todo”.



“Los caudillos mantenían el Partido Conservador y juntaban los votos para una élite intelectual que residía en Buenos Aires, desde donde dirigía la agrupación y acaparaba las bancas en el Congreso, dejando los cargos en la Legislatura provincial para los dirigentes de las secciones electorales.”

HARDOY, Emilio: Qué son los conservadores en la Argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 1983, p. 17

Formación y crisis de una elite dirigente en el peronismo bonaerense, 1946-1951.*

Oscar H. Aelo, hacer clic aquí.


“Estamos frente a una rebelión de los punteros.
En otras épocas el puntero era el que juntaba los votos para el verdadero político que se había preparado para gobernar, estudiaba el mundo, las tendencias…
Ahora el puntero se reveló y quiere ser estadista”

Orlando Ferreres a Fabiana Suárez; en “La rebelión de los punteros”



¿Qué lugar ocupan en este juego las "bases peronistas"?

Hay un papel para ellos, no a título individual, sino a través de los diversos colectivos que organizan la vida social popular.

Quienes están vinculados con las estructuras son sus jefes: referentes, líderes sociales, "porongas".

Ellos harán pesar el humor de sus dirigidos e indicarán si la gente "acompaña" con entusiasmo o a regañadientes, y hasta harán saber que no pueden encauzarlos a todos.

Esto forma parte de su propio posicionamiento.

Se abre una competencia en este nivel más bajo, donde la invocación a Perón o Evita parece pesar poco, y la de Cristina menos aún.

Dependerá en parte de los discursos y de los acentos: más seguridad, menos corrupción, más lucha contra las corporaciones.

Pero sobre todo jugará la posibilidad de mantener lo logrado, de acrecentarlo o de perderlo.

Por Luis Alberto Romero


Se sienten, en el fondo de sus corazones, injustamente derrotados por “políticos mediocres” y “burócratas clientelísticos”.

Ellos, los príncipes de la nueva política, eficientes y limpios, pasaron por la universidad y conocen el mundo: son muy viajados.

“¿Cómo puede ser que nos derroten estos políticos de cabotaje, estos impresentables de siempre?”, se preguntan.

Algunos de estos gerentes de la nueva política duermen con la valija cerrada al lado de la cama.

Están siempre listos para volver al sector privado rumiando una queja:

“Soy demasiado bueno y honesto para la política”.

Olvidan que los verdaderos militantes políticos no tienen dónde volver, porque pertenecen, en cuerpo y alma, a la lucha política.

Porque no podrían hacer otra cosa, porque nacieron para eso, porque quemaron las naves.

Un gerente es demasiado cerebral y tiene demasiado “sentido común” para quemarlas.

Un militante se mide no por cómo reacciona ante una victoria, sino por cómo se recupera de las derrotas.

¿Se recuperarán estos muchachos o tomarán la valija y volverán, sanos y salvos, a casita?

Necesitan un examen profundo para entender lo que les ocurre.

Son amateurs jugando a ser profesionales.

No dominan del todo la materia y, en el fondo, la desprecian un poco.

Toda la nueva oposición está llena de estos personajes tiernitos y bienintencionados: aves de paso queriendo comerse crudas a las fieras.

No se le puede enseñar política a un negado, así como no se le puede enseñar música a quien no tiene oído.

Entender la política, entenderla de verdad, es un don: se tiene o no se tiene.

Es un saber que no se adquiere en los libros ni en los claustros.

Se adquiere en la calle y con las entrañas.

Pero el ser humano desarrolla las habilidades que necesita, de manera que no todo está perdido.

La nueva oposición está llena de sordos y zoquetes.

Hay muy pocos afinados y casi ningún oído absoluto.

Pero tiempo al tiempo.

Luego, por supuesto, está todo ese asunto de los personalismos.

En la Argentina, todo gira en torno de tres o cuatro dirigentes que lucen bien en los programas del cable, que suelen ser bastante autoritarios dentro de sus propios partidos y que no saben adónde van.

Quiero decir, parecen poseer grandes convicciones y son buenos “tribuneros” (no deberían quejarse tanto del atril, porque ellos lo llevan incorporado), pero carecen de paciencia y flexibilidad para armar partidos políticos consistentes, con alas izquierdas y derechas, con democracia interna y participación.

Descaradamente personalistas, un día tienen tres millones de votos y otro día no tienen nada.

Poseen una extraña alergia, que les contagiaron los encuestadores y la “opinión pública” más ramplona de los contestadores automáticos de las radios, que consiste en creer que toda alianza es la Alianza, o sea, un rejunte invertebrado e incoherente que fracasa gobernando.

Y también que todo pacto político es el Pacto de Olivos, es decir, un contubernio para repartir favores.

Pero hagamos nombres propios: si Carrió y Ricardo López Murphy hubieran entendido de verdad la política, habrían recreado el espacio histórico electoral de la Unión Cívica Radical.

Pero como no la entienden, terminaron en esta nada insípida, inodora e incolora, oposición para la gilada televisiva, que no puede juntar porotos y que no logrará ponerle freno a la hegemonía.

La Alianza era una bolsa de voluntades dispersas y el Pacto de Olivos era un contubernio, pero el peronismo es una bolsa del mismo estilo, aunque verticalista cuando se juega en serio, y el Pacto de la Moncloa era, al fin y al cabo, un acuerdo político, aunque con buena prensa.

Algo tiene para enseñarle el oficialismo a la oposición.

Para empezar, su voluntad de poder.

El peronismo no tiene un puñadito de dirigentes destacados: tiene cien candidatos potables en las gateras, con ganas de comerse la cancha.

No es dogmático y principista: acoge en su seno a hombres ubicados en las antípodas ideológicas, aunque dispuestos, por las buenas o por las malas, a aguardar su turno y a trabajar coordinadamente cuando la tormenta arrecia y cuando el que manda tiene claro el horizonte y buena sintonía con la mayoría electoral.

Casi nadie, por cuestiones del pasado, queda fuera del colectivo, y nadie se rasga las vestiduras por hacerse amigo de un enemigo de antes, o por codearse con un dirigente que piensa el país desde la otra orilla.

El radicalismo posmoderno tuvo estómago delicado, y así lo pagó.

No pudo tolerar las diferencias internas y expulsó de sus filas a los opuestos, que a su vez se transformaron en estómagos delicados incapaces de digerir las mínimas discrepancias.

Y así hasta el infinito.

Es decir, hasta la atomización y la anécdota.

Como la izquierda argentina, una diáspora interminable y minoritaria con dirigentes inflexibles que se pelean por palabras vacías.

Sin dominar la materia, sin vocación ni visión política, sin sentido común, sin pragmatismo y sin humildad, sin capacidad para acordar lo mínimo ni para construir una idea, la oposición se juega en una comuna, es decir, en una baldosa.

Hasta Néstor Kirchner está decepcionado de la oposición.

Admite, a regañadientes, que ninguna democracia exitosa económica e institucionalmente prospera con partido único y sin alternancias ni bipartidismo.


Sabe que, si no evoluciona por afuera, una oposición de centroderecha surgirá tarde o temprano del propio peronismo y que sobrevendrán como siempre la crueldad, el destripamiento, la lucha sin cuartel y la amnistía y, al final, la cohesión.

La guerra peronista hace temblar a los peronistas que detentan el poder, porque saben que del otro lado no hay muchachos testimoniales con la valija armada al lado de la cama, sino políticos con hambre que quieren cambiar la historia.

Sólo se cambia la historia con ese apetito insaciable, con esa pasión que un frío gerente no puede gerenciar.

Tal vez ni siquiera pueda comprender.

La nueva política no puede madurar en manos de los no políticos.

Jueves 27 de diciembre de 2007, Jorge Fernández Díaz
La hora de los no políticos


Uno de esos preconceptos dice que la hegemonía del peronismo en las villas es una aberración política.

Ya no piensa lo mismo.

Conocer la realidad de las villas lo llevó a revisar algunas opiniones.

"Un poco peronista me hice -dice con humor-, ahora valoro su presencia allí.

Es común decir que los punteros son vagos, que cobran por hacer nada, pero no es cierto.

La mayoría trabaja de sol a sol, y al que no trabaja, la misma gente de la villa lo saca a patadas, porque le exige respuestas".

Esto equivale a decir que a falta de una presencia real del Estado, el Estado, en este caso, son los punteros.

No son reyes, son lo que hay.

"Son reconocidos como el Estado por sus vecinos y manejan recursos del Estado".

Así es, según Zarazaga, como construyen una relación con la gente, acumulan capital político y se ganan cierta reputación, que a su vez supone una responsabilidad, porque "cuando hay un chico con un ataque de asma a las 3 de la mañana, cuando alguien necesita atención de urgencia o realizar un trámite, la respuesta pasa por el cura o el puntero".

Claro que la que se establece es una relación absolutamente utilitaria.

Y por partida doble.

"Nadie come vidrio, ni el puntero ni el votante: no hay una recreación de la figura de Evita a través del puntero, y de hecho casi nadie en la villa sabe quién fue Perón.

Es pragmatismo puro", asegura Zarazaga.

Un puntero de San Miguel, cuenta el sacerdote, lo expresaba así:

"Si antes cantábamos aquello de combatir el capital, hoy sólo hacemos política con y por el capital".

Y otro aclaraba, no como un pecado que le incomodara en el pecho sino como un dato de la realidad, que él repartía todo lo que le daban, salvo el aceite.

El aceite lo vendía en su casa.

La contrapartida al plan social, la bolsa de comida, el favor o la ayuda es, claro está, el voto.

No hay una relación directa, por supuesto.

Pero hay una relación.

"Si después los pobladores de las villas votan al puntero, no es porque estos ejerzan un monitoreo de los votantes.

Esto puede funcionar, pero sólo marginalmente.

Lo votan porque es el único que está, el único que les ofrece soluciones.

Lo necesitan porque no hay nadie más".

Es un sistema arbitrario, admite Zarazaga, pero "desde otros partidos no han intentado siquiera tener presencia en los barrios pobres".

Es decir, la matriz del clientelismo no está siendo disputada.

Y la importancia política de esta realidad cobra relevancia si se considera que tiene lugar en distritos que, combinados, representan el 35 por ciento del electorado argentino.

El desafío, estima Zarazaga, es ver de qué manera esta red clientelar puede ser transformada en una herramienta de promoción social más transparente y menos caprichosa.

A su juicio, iniciativas como la asignación universal por hijo no están concebidas para terminar con los punteros, porque éstos "retienen el manejo de la información".

Para su tesis, que desarrolla junto al profesor Robert Powell, una verdadera eminencia y un especialista en la aplicación de la teoría de juegos para analizar conflictos internacionales, Zarazaga realizó durante los últimos cuatro años el trabajo de campo y mantuvo entrevistas con 120 punteros políticos de la provincia de Buenos Aires.

Con algunos, admite, la relación fue conflictiva.

"Hay cosas que son inaceptables, como el reparto de droga en la movilización de micros, que es real y bastante generalizado".

Pero con otros llegó incluso a trabar amistad.

"Si hay vocación social en el puntero, puede haber un punto de encuentro.

Después de todo, curas y punteros tenemos mucho en común".

Domingo 20 de junio de 2010
Rodrigo Zarazaga, el jesuita que desde Harvard estudia las redes clientelares.