domingo, 14 de diciembre de 2014

...no muestra signos de explotar en breve,...




No hablemos de asuntos más sofisticados, como la falta de transparencia, las impudicias institucionales, la instalación de una política feudal y gansteril, y otras pesadillas republicanas que sólo desvelan al treinta por ciento de la población.

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Los encuestadores reconocen un descenso constante de la imagen presidencial: dos o tres puntos por mes.

Y a la vez un suave incremento del optimismo general, debido precisamente a que diciembre no fue un incendio y a que quizás el kirchnerismo abandone la Casa Rosada sin grandes sobresaltos.

Hay un oído hipersensible que detecta movimientos telúricos de ingobernabilidad: defaults, revueltas, peleas sonoras, sobresaltos financieros.

Al revés que en otros tiempos, hoy el que grita pierde.

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Un veterano operador político que fue decisivo, a veces en el escenario y otras en la trastienda, para la transformación democrática, suele explicar que gana únicamente quien lee bien la realidad.

El concepto parece obvio, pero no lo es.

Nadie, en la actualidad, está muy seguro de su propia lectura.

Y eso es porque la sociedad se encuentra fragmentada como nunca, y no sólo por las dicotomías: también por nivel cultural, educativo, tecnológico y clasista.

Hoy cada ciudadano lleva en su bolsillo un aparato que tiene más posibilidades de información que toda la que disponía hace veinte años el presidente de los Estados Unidos.

Y Facebook reúne a veinticinco millones de argentinos.

El escenario mediático ya no resulta totalizador, la plaza de disputa ni siquiera es la televisión, y asombra que la política como show y el dirigente como general de medios vayan volviéndose rápidamente demodé.

El sujeto político cambió de manera sustancial, y muchos siguen mirando por el espejo retrovisor.

¿Qué es entonces la política en un mundo atomizado, cómo llegar al nuevo ciudadano que ahora tiene voz y busca protagonismo y, sobre todo, cómo evitar conversaciones encapsuladas?

Tal vez la nueva era, donde las batallas culturales serán esencialmente batallas informáticas, no precise un cambio ideológico sino generacional, que atienda esos mundos invisibles, pero cada vez más populosos.

Los teléfonos móviles atraviesan hoy todas las clases sociales, y este dato altera fundamentalmente la relación entre el candidato y la gente.

Quien vive en la agenda mediática, lanzando o respondiendo golpe a golpe, experimenta entonces una engañosa sensación de relevancia.

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