miércoles, 2 de mayo de 2012

Sociedades EN Resistencia y Populismo; de Mostoles a Villa Manuelita, Empecinado, la Descalificación convertida en Verbo.









Antes que comiencen a girar los sesudos análisis, con las correspondientes comparaciones, sobre la “Primavera Árabe”; como guía para quienes se planteen Resistir, republicanamente, la “Opresión” en nuestro país y subcontinente; es bueno recordar la propia historia.

Dedicado al notable y profundo trabajo de Charly Boyle, aunque no siempre este de acuerdo con él, hacer clic aquí.




La Revolución Francesa es la hija Legitima de la Ilustración y el Iluminismo, quien lo puede discutir; pero también existe un hijo bastardo, no deseado, y por lo tanto considerado Ilegitimo.

A diferencia de su hermana, que genero el clivaje Izquierdas y Derechas; se basa en el conflicto de lo Alto (Minorías, Ilustradas por supuesto) con lo Bajo (las Masas, Ignaras por definición).

Las primeras cultivan lo definido, lo claro, lo preciso, lo apolíneo; las segundas mezclan, dionisiacamente, todo aquello que aborrecen las primeras; en especial las Jerarquías, sean Materiales o Simbólicas.

Un 2 de Mayo de 1808, un simple Motín del populacho en Madrid, desafío a las Vanguardias de la Razón y el Orden Revolucionario; en nombre de la “Tradición”.

Obtusamente se negaban a reconocer la Sabiduría de, “Todo por y para el Pueblo, pero sin el Pueblo”.

A la madrugada siguiente, luego de los fusilamientos retratados por Goya, en Madrid reina el Orden; pero a unos kilómetros de allí, la chispa se convierte en una hoguera que incendiara al mundo durante más de un siglo.

“Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este oficio, de mi el alcalde ordinario de la villa de Mostoles.

Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre.

Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey.

Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son.

Dios guarde a vuestras mercedes muchos años.

Mostoles, dos de Mayo de mil ochocientos ocho.

Andrés Torrejón
Simon Hernández”


La Razón y las “Instituciones” serán desafiadas por la “Voluntad de los Pueblos”, la Guerra por la “Guerrilla”, lo “Uniforme” por el “Partisano”, la Ilustración por lo “Popular”, la “Republica” por la “Nación”, lo prístino de lo “Clásico” por mixturado y desaforado de lo “Romántico”.

“Teoría del partisano.

El término partisano es sinónimo de guerrillero, revolucionario, y surge tras la ocupación de España por parte de Napoleón entre 1808 y 1813.

El partisano es un soldado, un individuo armado que a diferencia del soldado regular tiene las siguientes características:

Irregularidad: puede o no portar armas, no hizo una carrera profesional, no porta uniforme, no tiene una función definida.

Telurismo: está vinculado a un lugar determinado, no necesita la logística de una batalla regular, actúa generalmente dentro de su propia gente que lo ayuda.

Extrema movilidad: tiene una gran facilidad de movimiento en el campo de batalla, no tiene tácticas establecidas.

Intenso compromiso político: posee un intenso compromiso con su tierra natal, lo cual significa que distingue a los amigos del enemigo real”.


La “Irregularidad” Organizativa promueve la ruptura de las Jerarquías existentes; permitiendo la “emergencia” de Liderazgos basados en Carisma, y mucho mas importante, en el Merito; o sea la capacidad “Natural” para lograr el “Éxito”.

Una brutal tabula rasa con el Pasado, aunque sea en su nombre, que hasta convierte las “caracterizaciones” descalificadoras en orgullosas y privilegiadas identificaciones.

“El apodo

El 8 de octubre de 1808, se otorga a don Juan Martín Díaz, natural de Castrillo de Duero (Valladolid), el privilegio de usar el renombre de Empecinado, para sí, sus hijos y herederos.

El apodo de este personaje histórico ha enriquecido nuestro idioma y así se dice empecinarse a obstinarse o empeñarse en conseguir un fin.

No obstante dicho apodo viene de más antiguo pues era el apodo que tenían todos aquellos que nacían en el pueblo de Castrillo de Duero al parecer por la abundancia de pecina (cieno negro) en el arroyo Botijas que cruza el pueblo.

La palabra empecinado tenía el sentido, referido a una persona, de sucio y poco cuidado.

Pero este personaje cambió definitivamente el sentido de la palabra, otorgándole mayor nobleza”.


Ahora bien, ¿Por qué sucedió en España, y por extensión a los Reinos de America, y no en el resto de Europa?

Donde los fenómenos de “Resistencia Popular” se inspiran directamente de lo sucedido en la península.

“Manolo es una derivación coloquial del nombre Manuel, y desde finales del siglo XVIII, por un famoso sainete de Ramón de la Cruz (1769), se utiliza como sinónimo de guapo, valiente o chulo, los rasgos con los que se identificaba a las clases populares madrileñas, de un modo equivalente al concepto de majo (para las mujeres, manola y maja) y en relación con los de chulapo y chispero.

También se utiliza la expresión majismo para designar la afición casticista de la aristocracia por el vestuario y las costumbres propias de manolos y majos de ambos sexos, incluyendo la música, bailes y diversiones populares (fandango, tauromaquia, etc.); en oposición a la moda francesa (representada por su contrafigura: el petimetre -joven de clase alta, amanerado y ocioso-) e incluso a los valores de la Ilustración.
….

Son los personajes que inmortalizaron los cuadros de escenas populares de Goya, sobre todo sus series de cartones para tapices (La maja y los embozados, La cometa), o las famosas La maja desnuda y La maja vestida (aunque la personalidad de la retratada es objeto de debate).

El casticismo de la aristocracia española la hacía imitar el vestuario y la pose de los "manolos", de forma que es habitual que Goya también pintase a nobles con ropa similar.

De una forma más trágica, también pueden reconocerse "manolos" o "majos" en los personajes que aparecen en Dos de mayo de 1808 y en Los fusilamientos del tres de mayo.

Simultáneamente (y con evidentes resultados de integración social, véase Pan y Toros) se desarrolló el toreo a pie, que convertía en héroes y sacaba de la pobreza a estos personajes populares (antes se prefería el toreo a caballo, reservado a la nobleza), con lo que el traje llamado "goyesco" (redecilla para el pelo en ambos sexos, corpiño ajustado y escotado, pañuelo, mangas con farol y falda de vuelo con mandil para las mujeres; y pañuelo al cuello, chaquetilla, calzón hasta las rodillas y medias para los hombres) inmortalizado en la serie de grabados Tauromaquia, pasó a ser el de los toreros, evolucionando durante el siglo XIX al actual traje de luces.

Hay que recordar que el protagonismo de las masas en la historia española, y muy concretamente en Madrid, empieza a ser percibido desde el motín de Esquilache (1766), y más adelante se hace evidente la Guerra de Independencia Española (1808).

Lo ambivalente de ese protagonismo es también el de la figura del "manolo", al que puede entenderse tanto como un epíteto admirativo como despectivo, según la intención del que lo use.

Desde un punto de vista ilustrado, podría considerarse como el resumen de todos los vicios de un pueblo sumido en el atraso.

Desde un punto de vista casticista, de las virtudes de la raza española.

La postura de Goya es mucho más compleja, y toma parte de ambas.

La mayor parte de los intelectuales de finales del siglo XVIII tomaron una clara postura en contra del majismo; Jovellanos llegó a denunciar la miserable imitación de las libres e indecentes danzas de la ínfima plebe”.


«Pan y toros» es un tópico cultural español que, parafraseando la expresión latina de Juvenal «Panem et circenses» ('Pan y circo'), describe la fiesta de los toros como una diversión que halaga las bajas pasiones del pueblo llano, amortigua los conflictos sociales y le mantiene en una situación de atraso.

Expresa un punto de vista común de la mayor parte de los ilustrados, en contra de la corriente casticista de buena parte de la aristocracia (que a su vez les acusaba a aquéllos de afrancesados).

El toreo del siglo XVIII había dejado de ser un arte propio de los caballeros para serlo de los peones, que toreaban a pie, y se estaban convirtiendo en ídolos de masas, sobre todo por la identificación con su condición social de origen (como ocurrió posteriormente en otras sociedades, y también en la española, con los héroes deportivos).

El espectáculo taurino se estaba haciendo cada vez más popular.

Por su parte, las clases altas lo veían con buenos ojos, e imitaban las vestimentas, peinados y poses chulescas de los majos, provenientes de las clases populares (como refleja Goya, él mismo ilustrado y afrancesado, pero amante de los toros, o los entremeses de Ramón de la Cruz).

La regulación de las fiestas populares estaba siendo objeto de preocupación: Pedro Rodríguez Campomanes se quejaba de la gran cantidad de festejos y días festivos, propios de los ritmos intemporales de trabajo tradicional de la sociedad preindustrial, y  desearía verlos racionalizados, para intensificar la productividad, como querría el mundo industrial y capitalista.

La restauración absolutista de Fernando VII, por el contrario, significó el triunfo del casticismo y la persecución de todo lo ilustrado.

Se destacó mucho el hecho de que se cerraran universidades, se desmantelaran museos y colecciones científicas (muy afectados por la Guerra de la Independencia Española) y se abriera la Escuela de Tauromaquia confiada a Pedro Romero, que había inaugurado en 1785 la Plaza de toros de Ronda (donde sigue celebrándose cada año una corrida goyesca).

La expresión en concreto se originó en un panfleto anónimo (respuesta a la Oración apologética por España y su mérito literario de Juan Pablo Forner), que circulaba desde 1793, atribuido a veces a Jovellanos, pero realmente de León de Arroyal, publicado en 1812 y cuyo título es Oración apologética en defensa del estado floreciente de España, pero que todos citaban por su párrafo final:

Haya pan y haya toros, y más que no haya otra cosa.
Gobierno ilustrado: pan y toros pide el pueblo.
Pan y toros es la comidilla de España.
Pan y toros debes proporcionarla para hacer en lo demás cuanto se te antoje in secula seculorum.
Amen.

Su divulgación fue en aumento, en parte gracias a haber dado título a una zarzuela de Francisco Asenjo Barbieri (1864).

La utilización posterior de la expresión es muy abundante.

Por ejemplo, Miguel de Unamuno (artículo El espíritu castellano, publicado en La edad Moderna (1895), y recogido posteriormente en el famoso libro de ensayos En torno al casticismo):

¡Pan y toros, y mañana será otro día!
Cuando hay, saquemos tripa de mal año, luego... ¡no importa!.

A mediados del siglo XX se hizo la paráfrasis «Pan y fútbol», aplicado al papel que durante el franquismo tuvo este deporte, canalizador de las inquietudes sociales.

Esto no sólo funcionó para la adhesión al régimen ejemplificada en el Real Madrid, ganador de las primeras copas de Europa, y que en opinión popular se oponía como club de ricos al Atlético de Madrid, que consideraban club de pobres.

Independientemente de que esto fuera o no cierto (Santiago Bernabéu no pertenecía a una clase diferente a la de Vicente Calderón, y los que llenaban las localidades de a pie de un estadio no ganaban más dinero de los que llenaban el otro), la funcionalidad era clara: la lucha de clases podía canalizarse de forma inofensiva socialmente en discusiones de bar.

También lo hizo para la oposición al franquismo, como fue el caso del Fútbol Club Barcelona, calificado de más que un club por su vinculación al catalanismo, y de los clubes vascos (Athletic de Bilbao, Real Sociedad) que se enorgullecían de tener sólo jugadores vascos.

El juego de las quinielas, que mantenía pendientes de la radio las tardes de domingo a los que no iban a los partidos, fue comparado sarcásticamente con la represión política en España: había libertad porque podía elegirse «1», «X» o «2», sin que se obligara a nadie.

De alguna manera, el tópico «Pan y toros», o «Pan y fútbol», puede relacionarse con el famoso tópico de Karl Marx que define a la religión como el «opio del pueblo»