Cuando el exceso de celo militante te lleva a vivir a la Isla de la Fantasía.
“Desde otra mirada, más íntima, un comentario de Dante Gullo,
contribuye a dar una respuesta: “Lo mejor que le podía pasar a un joven era ser
militante. Entonces, entre estar militando en la villa, en los barrios, en las
columnas, en las tareas de solidaridad o un cargo de diputado, se elegía sin
dudar lo primero. Al compañero que se le ofrecía un cargo era como una
ofensa… porque todavía no habíamos hecho una síntesis entre lo que era el
partido y nuestra práctica como movimiento. El movimiento nos brindaba la
posibilidad de estar con la Argentina y los argentinos en cualquier lugar. Era
una tarea de militancia, noble, solidaria, desinteresada. Lo otro era como que
de repente te obligaban a ponerte corbata, a vestirte de funcionario. Una
anécdota: se estaban discutiendo los cargos y le pido a un compañero,
Pietragala, que vaya a las reuniones y pelee el 25 % de los cargos que le
correspondían a la Jotapé. Aceptó a regañadientes pero, en lugar de ir a
discutir los cargos en el partido, se iba a militar a los barrios o al gremio
telefónico. Entonces, los otros sectores interpretaron que la juventud no
concurría como forma de presionar por más cargos. A la semana me vienen a
ver. ‘Nos entregamos’, me dijeron. ‘¿Se entregan por qué?’. ‘Porque si ustedes
quieren más cargos, estamos dispuestos a darles el 25 % y algunos cargos
más’. Yo, no sólo no entendía nada sino que me decía en qué problemas nos
ponen estos tipos, si apenas podemos cubrir el 25 %”.
Lo cierto es que en 1973, muy pocos compañeros estaban preparados
para pensar un futuro político desde un lugar de poder que no fuera el de la
movilización popular o, en su caso, “el que surge de la boca de un fusil”. Para
la mayoría resultaba inconcebible la posibilidad de construir poder desde las
instituciones. En nuestra experiencia, el poder se tomaba: desde nuestro lado,
como el Palacio de Invierno o la entrada en la Habana y, desde el otro, como
los militares con sus golpes de estado.”
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