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Eran las 21.00, y Ender se irrito un poco cuando llamaron a su puerta.
Su ejercito esta exhausto, y había ordenado a todos que se acostaran después de las 20.30.
Los últimos dos días habían sido batallas normales, y Ender esperaba lo peor por la mañana.
Era Bean.
Entro tímidamente y se cuadro.
Ender devolvió el saludo militar y rezongo:
-Bean, he ordenado que todos se acostaran.
Bean asintió pero no se fue.
Ender pensó en ordenarle que se marchara, pero por primera vez en semanas cayo en la cuenta de que Bean era solo un chiquillo.
Había cumplido ocho años la semana anterior; aun era menudo y…
No, pensó Ender.
No era un chiquillo.
Nadie lo era.
Bean había estado en batalla; y había actuado y vencido, cuando un ejercito entero dependía de él.
Y aunque era menudo, Ender ya nunca lo consideraría un chiquillo.
Ender se encogió de hombros y Bean entro, y se sentó en el borde de la cama.
Se miro las manos un rato, hasta que Ender se impaciento.
-Bien, ¿qué ocurre?
-Me transfirieren. He recibido las órdenes hace unos minutos.
Ender cerró los ojos un instante.
-Sabría que se valdrían de una nueva treta. Ahora me sacan… ¿A dónde iras?
-Al Ejercito Conejo.
-¿Cómo pueden ponerte con un idiota como Carn Carby?
-Carn se ha licenciado. Escuadrones de Soporte.
Ender se sorprendió.
-¿Y quien comanda entonces el Ejercito Conejo?
Bean extendió las manos con resignación.
-Yo.
Ender asintió y sonrío.
-Claro. Al final de cuentas, tienes solo cuatro años menos de lo normal.
-No le veo la gracia. No se que esta pasando. Primero todos los cambios en el juego. Y ahora esto. Y no soy el único a quien han trasferido Ender. Ren, Peder, Brian, Wins, Younger. Todos son comandantes.
Ender se levanto con furia y camino hacia la pared.
-¡Todos mis jefes de pelotón! –vocifero, y se volvió hacia Bean-. Si van a disolver mi ejército, Bean, ¿por qué se molestan en nombrarme comandante?
Bean meneo la cabeza.
-No se. Eres el mejor, Ender, Nadie logro nunca lo que tu has logrado. Diecinueve batallas en quince días, y las ganaste todas, sin importar lo que hicieran.
-Y ahora tú, y los demás, son comandantes. Conocen todos mis trucos, yo los entrene, ¿y con quien los sustituiré? ¿Me dejaran con seis novatos?
-Esto apesta, Ender; pero tú sabes que si te dieran cinco enanos inválidos, y te armaran con un rollo de papel higiénico, vencerías.
Ambos se rieron, y entonces notaron que la puerta estaba abierta.
Entro el teniente Anderson, seguido de cerca por el capitán Graff.
-Ender Wiggins –dijo Graff, entrelazándose las manos sobre el vientre.
-Si, Señor –respondió Ender.
-Ordenes.
Anderson le dio un papel.
Ender lo leyó deprisa, lo arrugo, y se quedo mirando el aire.
Al cabo de unos segundos pregunto:
-¿Puedo informar a mi ejercito?
-Ya se enteraran –respondió Graff-. Es mejor no hablarle después de las órdenes. Facilita las cosas.
-¿Para ustedes o para mi? –pregunto Ender.
No aguardo una respuesta.
Se volvió hacia Bean, le estrecho la mano, enfilo hacia la puerta.
-Espera –dijo Bean-. ¿A dónde vas? ¿Escuela Táctica o de Soporte?
-Escuela de Mando –respondió Ender.
Se fue, y Anderson cerró la puerta.
¡Escuela de Mando!, pensó Bean.
Nadie iba a
Pero nadie iba a Táctica, sin haber pasado cinco años en
Ender solo había estado tres.
El sistema se estaba dislocando.
Sin duda, pensó Bean.
O algún Jerarca estaba perdiendo el juicio; o algo andaba mal en
¿Por qué otra razón alterarían el sistema de entrenamiento permitiendo que alguien, (aun tan destacado como Ender), ingresara en
¿Por qué otra razón un novato de ocho años, como Bean, comandaría un ejercito?
Bean pasó un buen rato haciéndose todas esas preguntas, y al fin se acostó en la cama de Ender, y comprendió que nunca lo vería de nuevo.
Sintió ganas de llorar.
Pero no lloró.
El entrenamiento preescolar le había enseñado a tragarse las emociones.
Recordó que su primer maestro, cuando tenía tres años, se habría enfadado al verle los labios trémulos y los ojos llenos de lágrimas.
Bean se sometió a su rutina de relajamiento, hasta que se esfumaron las ganas de llorar.
Luego se durmió.
Tenía la mano cerca de la boca.
La apoyaba con vacilación en la almohada, como si Bean no supiera si comerse las uñas, o chuparse los dedos.
Tenía la frente arrugada.
Respiraba deprisa, y ligeramente.
Era un soldado.
Si alguien le hubiera preguntado, ¿que quieres ser de mayor?; no habría entendido la pregunta.
…………
El Juego de Ender, versión cuento.
Orson Scott Card.
Es uno de los cuentos que mas le gustaban a Diego.
Como su cumpleaños, 7 de Agosto, San Cayetano; siempre caía cerca del Día del Niño, le fastidiaba la superposición, eran menos oportunidades de recibir regalos.
Para contentarlo, teníamos un acuerdo; comprar libros, que yo le leería al acostarse, hasta quedarse dormido.
La ansiedad por el desenlace, aprendió a manejarla.
Pero al terminar la historia, o al día siguiente, si estaba muy cansado; se emperraba en preguntar los puntos oscuros, o las motivaciones de los personajes.
Yo, a veces, me divertía utilizando lenguaje complicado; para que él, tuviera que recurrir al Diccionario o las Enciclopedias.
¡Como disfrutaba en retrucarme o corregirme!; cuando encontraba un error de interpretación, o una contradicción en mis respuestas.
Bueno, querido, vuelvo a cumplir con mi promesa; y vos sabes que es muy difícil que prometa algo, si no estoy seguro de cumplirlo.
22 comentarios:
Un abrazo Manolo.
Sergio Paganini - Neuquén
un abrazo Manolo
ayj
Un abrazo cordial Manolo
Un gran abrazo manolo
juan josea
Con usted Manolo, un abrazo.
Abrazo, Manolo.
Por lo demás, el cuento es bellísimo.
Estimado Manolo:
Reciba mi afecto y de mi familia.
AB
Manolo,
contigo con mi corazón
Abrazo
Manolo en este momento todos somos sus hijos y la prueba es que aprendemos mucho de Ud.
Abrazo y afecto,
Ale z
un beso grandote don Manolo
Un gran abrazo, Manolo, con muchísimo afecto.
Eddie
Estoy a su lado un ratito.
Un abrazo, Manolo.
Vaya un abrazo de este lector.
Me sumo con otro abrazo
Juan C
Gracias a todos, un gran abrazo.
Beso grande, Manolo
Abrazo
Un abrazo, Manolo ¿Qué otra cosa puedo darte?
hermoso!! un gran abrazo manolo
Perdí a mi padre de muy chico, así que siento que todos los que me dejan tantas enseñanzas son un poco él. Un abrazo Manolo, gracias
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