Criticados, hace ya un siglo, por no respetar las actitudes
de los caballeros amateur.
Terminaron por imponer, en su implacable búsqueda de la supremacía,
la incorporación de woking class y lumpenes en base al puro merito personal.
Los franceses primero, y los británicos después, debieron
adaptarse o reducirse a la insignificancia.
Cuentan las malas lenguas que los sudafricanos abandonaron
el apartheid para poder competir con ellos.
Los australianos, choznos de convictos, se bilardizaron sin sonrojarse;
Botany Bay no era un lugar donde los prejuicios de clase pudieran medrar
precisamente.
Solo resiste la aldea gala del tren de la costa, pero no se
sabe hasta cuándo, las derrotas dignas en defensa de los valores cada vez tiene
menos cultores.
Ya que en las gradas asecha el himno a capella.
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