Pero el problema no
son, por cierto, los consensos, sino las diferencias de intereses, y
el modo en que cada sector quiere satisfacerlos.
Cabe recordar aquí
una lección elemental de la ciencia política: en democracia, la
mayoría posee sólo dos armas para defender sus intereses, una es el
voto, la otra es la protesta; pero las minorías -económicas,
intelectuales, religiosas, sindicales, mediáticas- disponen de
herramientas mucho más diversas y sofisticadas para abogar por los
suyos.
El gobierno electo
ya ha experimentado alguna de ellas, antes de cumplir una semana de
vida.
Empresarios que
recomiendan recetas severas de shock, agropecuarios que exigen el
cumplimiento perentorio de promesas escritas, editoriales que
solicitan revisar las condiciones de detención de condenados por
lesa humanidad.
Puede tratarse de
demandas con una cuota de razón y haberse formulado sin mala
intención.
Pero se caracterizan
más por el apremio que por la mesura.
Y por la defensa del
interés sectorial, antes que el general.
Se convierten así,
de manera inadvertida, en el espejo de actitudes severamente
criticadas en la etapa que termina.
Mercado
o República.
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