¿“Cristinización”
del “Mauricismo” de paladar negro?, ¿2015/17 = 2011/13?
¿El “Relato”
como placebo emocional ante la ausencia de “resultados” concretos y palpables?
Los
celacantos, su regreso en realidad, aterra al Republicanismo “lucido”; sumando
angustia ante un frente externo absolutamente subvertido.
"La
lucha de clases resurge políticamente con ocasión del duelo que enfrentará en
la segunda vuelta al liberal Emmanuel Macron y a la soberanista Marine Le
Pen", se dice en este artículo publicado —esto es lo más significativo— en
"Le Figaro", el periódico de la burguesía conservadora.
……
El electorado
de Macron aglutina la Francia a la que le van bien las cosas, la Francia
optimista, la Francia que gana bien su vida, esos viejos faros del antiguo
mundo: esa Francia “abierta”, generosa porque tiene los medios de serlo.
La Francia de
Marine Le Pen es la Francia que sufre, la que se inquieta.
Se inquieta de
su futuro, de sus fines de mes, sufre viendo cómo los grandes empresarios ganan
enormidades de dinero, protesta frente a la increíble arrogancia de esa
burguesía que le da lecciones de humanismo y de progresismo desde lo alto de
sus 5.000 euros mensuales.
La Francia de
Le Pen perderá sin duda frente al “frente republicano” que se está preparando.
Piénsese lo
que se piense de la candidata del Frente Nacional, hay en su previsible derrota
una especie de injusticia patente: la Francia de arriba se dispone a confiscar
a las clases populares la elección presidencial, la única elección en la que se
empeña verdaderamente su destino.
Bastaba
constatar la noche del pasado domingo la diferencia entre los militantes de
Macron —consultores famosos, estudiantes de empresariales, seguros de su
superioridad de clase— y los de Le Pen, gente sencilla, tímida, que no domina
los códigos sociales y mediáticos.
¡Qué
contraste también entre el ambiente vulgar, de discoteca, en la fiesta de
Macron, y el baile improvisado en donde Le Pen!
Tras esa
lucha de clases se esconde un enfrentamiento entre dos concepciones del mundo.
La concepción
liberal y universalista, que no cree ni en el Estado ni en la nación; y la
visión que hoy se denomina populista o también soberanista, que quiere restaurar
el Estado, las fronteras y el sentido comunitario frente a los desastres de la
globalización.
Es el gran
combate que, en últimas, sigue en pie desde 1789.
Del “Paris enclavado en
África” al “Francia también es África”.
¿Cómo
reconocer hoy el mapa electoral de Francia en un instante tan próximo en el
tiempo como el año 2002, cuando todavía el 43% de los obreros industriales y,
más en general, el 39% de los trabajadores por cuenta ajena votaban
disciplinadamente a la izquierda?
Apenas tres
lustros después, y para asombro de la concurrencia, el primer partido de los
trabajadores franceses, y con notable diferencia sobre el resto, es el
ultramontano Frente Nacional.
Así, entre
los trabajadores que ahora mismo tienen decidido ya ir a votar, Le Pen
acapararía prácticamente la mitad de las voluntades, un 44% de los votos.
En sus
antípodas, Hamon, el muy anodino ganador de las primarias socialistas,
únicamente atraerá un raquítico 12% del voto de las aún llamadas clases
populares.
Pero es que
en el campo de derecha ocurre otro tanto de lo mismo: la correlación
estadística positiva entre el nivel de renta y la adscripción a las siglas
políticas de sesgo más conservador también se está desvaneciendo a pasos
agigantados.
Mientras tanto en el
culo del mundo la “grieta”, como corresponde a su simbología sexual, se pone a “parir”
asombro y perplejidad.
Acaso los
distingan cuatro atributos: valores, creatividad, visión y disposición al
diálogo.
Por empezar,
los valores de estas personas y organizaciones no pertenecen a la vulgata de la
moral, sino que expresan un difícil equilibrio entre ideales e intereses.
El
reconocimiento de los intereses evita el platonismo.
Supone asumir
que la vida social está atravesada por una lucha constante de posiciones
contrapuestas que, sin embargo, deben ser conciliadas en orden al bien común.
El segundo
atributo es la creatividad.
Ser creativo
implica la capacidad de combinar de manera original los elementos de un
problema para extraer de ellos un nuevo significado.
La
creatividad abre la puerta al siguiente atributo: la visión.
Los creativos
son visionarios.
Miran más
allá, salen de lo convencional, exploran, muestran que las fronteras pueden
ampliarse.
Para eso
abandonan la aldea.
Los
visionarios se actualizan, observan y estudian el mundo para encontrar en él
las respuestas o las nuevas preguntas que plantea la evolución.
Sin embargo,
quizá ninguna de esas cualidades tendría sentido si no fueran acompañadas por
la disposición a dialogar.
No se trata
de un diálogo ingenuo que supone una equiparación ficticia de los
participantes.
En una
sociedad fracturada por los desequilibrios y la desigualdad, aturdida por el
poder, el diálogo se parecerá más a un "habla plural", en los
términos de Maurice Blanchot, que a un encuentro bucólico entre iguales.
Dialogar,
según Blanchot, es desgarrador, "consiste primero en intentar acoger a lo
otro como otro en su irreductible diferencia".
Significa
salir de la "fascinación de la unidad" más propia de los dioses que
de los hombres.
Es el riesgo
angustiante de abrirse a lo distinto, por encima de las certezas del grupo
primitivo.
Lecciones
para cavadores de la grieta.
Y para
cultores del altruismo indoloro y el marketing de la virtud.
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