lunes, 27 de diciembre de 2010

Traduciendo a Horacio González, Anexo 2.

Antes de pasar al tema de mi conferencia -la revolución-, juzgo un deber expresar mi agradecimiento a los organizadores de este acto, la Asociación de Copenhague de Estudiantes Socialdemócratas.

Lo hago en calidad de adversario político.

Verdad es que mi conferencia trata cuestiones histórico-científicas.

Pero resulta imposible hablar de una revolución de la que ha surgido la República de los Soviets sin ocupar una posición política.

En mi calidad de conferenciante, mi bandera sigue siendo la misma que aquélla bajo la cual participé en los acontecimientos revolucionarios.

Hasta la guerra, el partido bolchevique perteneció a la socialdemocracia internacional.

El 4 de agosto de 1914, el voto de la socialdemocracia alemana en favor de los créditos de guerra puso, de una vez para siempre, fin a esta unidad y abrió la era de la lucha incesante e intransigente del bolchevismo contra la socialdemocracia.

¿Significa esto, por tanto, que los organizadores de esta reunión han cometido un error al invitarme como conferenciante?

En todo caso, el auditorio podrá juzgar solamente después de pronunciada la conferencia.

Para justificar mi aceptación de tan amable invitación para desarrollar una conferencia sobre la Revolución Rusa, me permitiré recordar que durante los treinta y cinco años de mi vida política, el tema de la Revolución Rusa ha sido el eje práctico y teórico de mis preocupaciones y de mis actos.

Creo, por tanto, que esto me da algún derecho a esperar poder ayudar no solamente a mis amigos en ideas, sino también a mis adversarios -por lo menos de partido- a comprender mejor muchos rasgos de la revolución que hasta hoy escapaban a su atención.

En una palabra; el objeto de mi conferencia es ayudar a comprender.

Yo no me propongo aquí propagar ni llamar a la revolución, sólo quiero explicar.

No sé si en el Olimpo escandinavo había también una diosa de la rebelión.

Lo dudo.

De cualquier modo, no solicitaremos hoy sus favores.

Vamos a poner nuestra conferencia bajo el signo de Snotra, la vieja diosa del conocimiento.

No obstante el carácter dramático de la Revolución como acontecimiento vital, trataremos de estudiarla con la impasibilidad del anatomista.

Si el conferenciante a causa de ello resulta más seco, los oyentes, espero, sabrán justificarlo.

……………………..

El golpe de estado

El partido revolucionario es la condensación de lo más selecto de la clase avanzada.

Sin un partido capaz de orientarse en las circunstancias, de apreciar la marcha y el ritmo de los acontecimientos y de conquistar a tiempo la confianza de las masas, la victoria de la revolución proletaria es imposible.

Tal es la relación de los factores objetivos y de los factores subjetivos de la revolución y de la insurrección.

Como muy bien sabéis, en las discusiones, los adversarios -en particular en la teología- tienen la costumbre de desacreditar frecuentemente la verdad científica elevándola al absurdo.

Esto se llama, aun en lógica, reductio ad absurdum.

Nosotros vamos a tratar de seguir la vía opuesta, es decir, que tomaremos como punto de partida un absurdo a fin de aproximarnos con mayor seguridad a la verdad.

Realmente no tenemos derecho a lamentarnos por falta de ab­surdos.

Tomemos uno de los más frescos y más gruesos.

El escritor italiano Malaparte[1], algo así como un teórico fascista -también existe este producto-, ha publicado recientemente un libro sobre la técnica del golpe de Estado.

El autor consagra un número no despreciable de páginas de su "investigación" a la insurrección de octubre.

A diferencia de la "estrategia" de Lenin, que permanece unida a las relaciones sociales y políticas de la Rusia de 1918, "la táctica de Trotsky no está -según los términos de Malaparte- unida por nada a las condiciones gene­rales del país".

¡Tal es la idea principal de la obra! Malaparte obliga a Lenin y a Trotsky en las páginas de su libro a entablar numerosos diálogos en los cuales los interlocutores dan prueba de tan poca profundidad de espíritu como la naturaleza puso a disposición de Malaparte.

A las objeciones de Lenin sobre las premisas sociales y políticas de la insurrección, Malaparte atri­buye a Trotsky la respuesta literal siguiente:

"Vuestra estrategia exige demasiadas condiciones favorables, y la insurrección no tiene necesidad de nada: se basta por sí misma".

¿Entendéis bien?"; "la insurrección no tiene necesidad de nada".

Tal es precisamente, queridos oyentes, el absurdo que debe servirnos para aproximarnos a la verdad.

El autor repite con mucha per­sistencia que en octubre no fue la estrategia de Lenin, sino la táctica de Trotsky lo que triunfó.

Esta táctica amenaza, según sus propios términos, todavía ahora, la tranquilidad de los Estados europeos.

"La estrategia de Lenin -cito textual­mente- no constituye ningún peligro inmediato para los Gobier­nos de Europa.

La táctica de Trotsky constituye un peligro actual y, por tanto, permanente."

Más concretamente:

"Poned a Poincaré [2] en lugar de Kerensky [3], y el golpe de Estado bolche­vique de octubre de 1917 se hubiera llevado a cabo de igual manera".

Resulta difícil creer que semejante libro sea traducido a diversos idiomas y acogido seriamente.

En vano trataríamos de profundizar por qué, en general, la estrategia de Lenin, dependiendo de las condiciones históricas, es necesaria, si la "táctica de Trotsky" permite resolver el mismo problema en todas las situaciones.

¿Y por qué las revoluciones victoriosas son tan raras, si para el triunfo basta con un par de recetas técnicas?

El diálogo entre Lenin y Trotsky presentado por el escritor fascista es, en el espíritu como en la forma, una invención inapta desde el principio al fin.

Invenciones por el estilo circulan muchas por el mundo.

Por ejemplo, acaba de editarse en Madrid, bajo mi firma, un libro: Vida de Lenin, del cual soy tan responsable como de las recetas tácticas de Malaparte.

El semanario de Madrid Estampa publicó de este pretendido libro de Trotsky sobre Lenin capítulos enteros que contienen ultrajes abominables contra la memoria del hombre que yo estimaba y que estimo incomparablemente más que a cualquiera otro entre mis contemporáneos.

Pero abandonemos a los falsarios a su suerte.

El viejo Wilhelm Liebknecht, el padre del combatiente y héroe inmortal, Karl Liebknecht [4], acostumbraba a decir:

"El político revolucionario debiera estar provisto de una gruesa piel."

El doctor Stockmann, más expresivo aún, recomendaba a todo el que se propusiera ir al encuentro de la opinión pública no ponerse los pantalones nuevos.

Tengamos, pues, en cuenta estos dos buenos consejos y pasemos, acto seguido, al orden del día.

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http://www.fundacionfedericoengels.org/index.php?option=com_content&view=article&id=73:ique-fue-la-revolucion-rusa&catid=15:revolucion-rusa&Itemid=32

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