Por más de un siglo, la historia del
movimiento marxista ha tenido que luchar con dos temas o “problemas” políticos
controversiales cuya existencia ha persistido de manera excepcional: la
"cuestión nacional” y los sindicatos obreros.
¿Por qué persisten tanto?
¿Existe alguna relación entre las
dos?
Pienso que podremos encontrar la respuesta si analizamos las
condiciones históricas que engendraron al movimiento obrero moderno.
El estado-nación burgués, tal como surgió de las luchas
revolucionarias y democráticas de los siglos XVIII y XIX, ofreció el impulso
económico y el marco político para la evolución de la clase obrera europea y
estadounidense.
El proceso de consolidación nacional se vinculó, aunque en
formas y grados diferentes, a los temas generales democráticos que eran de suma
importancia para la clase obrera.
La actitud de la clase obrera hacia
la nación tenía que ser por obligación bastante compleja y contradictoria, para
no decir ambivalente.
Por una parte, el crecimiento y la
fuerza de la clase obrera, además de ésta haber mejorado su nivel de vida, por
lo general se vinculaban a la consolidación del estado-nación y a la expansión
de su poderío económico e industrial.
Por otra parte, la evolución de las luchas económicas y
sociales de la clase obrera objetivamente la obligaban a adoptar una actitud
hostil hacia el estado-nación, el cual, a fin de cuentas, protegía los
intereses de la burguesía
La naturaleza turba de la cuestión
nacional dentro del movimiento marxista surgió debido a esa complejísima
relación entre los trabajadores y el estado-nación burgués.
En ninguna parte del mundo hemos
visto a las masas cruzar el puente entre el nacionalismo y la conciencia
socialista internacionalista naturalmente y sin sufrimiento.
En la vida de todo ser humano, las experiencias de la
juventud influyen fuertemente el resto de su vida.
Eso sirve de analogía con la evolución de la conciencia de
clase.
La alianza histórica de la clase
obrera con el nacionalismo tiene su explicación en las condiciones que la
engendraron y en las luchas que tomaron lugar durante sus etapas formativas.
La conciencia social siempre va retrasada, o para ser más
preciso, no refleja de manera directa e inmediata, es decir, en forma científica,
al ser humano social.
Este es muy complejo y contradictorio.
De la misma manera, la influencia del nacionalismo sobre el
movimiento obrero no disminuye en proporción directa a—o con la misma velocidad
de—la expansión del dominio objetivo que la economía mundial tiene sobre la
nación-estado.
La naturaleza de la lucha de clases también se hace cada vez
más internacional.
Además, la tenacidad de la opresión nacional durante el
Siglo XX, aun cuando su causa y contenido fundamentales sean de índole socioeconómica,
han fortalecido las formas que la conciencia nacionalista adopta.
Sin embargo, no obstante el vigor de las influencias
nacionalistas, los marxistas tienen la responsabilidad de basar su programa en
el análisis científico de la realidad social,.
No les cabe recurrir a la atracción de prejuicios antiguos y
conceptos anticuados.
Una de las características más
comunes del oportunismo dentro del marxismo es la adaptación del programa
político a los prejuicios del momento a cambio de ventajas temporales.
El oportunismo procede de cálculos
prácticos y coyunturales, no de consideraciones que se basen en principios
históricos y científicos.
Al rechazar las consecuencias políticoeconómicas que la
internacionalización de la producción tiene sobre el estado-nación, los
oportunistas por lo general le atribuyen a esta forma degenerada (desde el
punto de vista histórico) una posibilidad progresista de la cual no tiene nada.
Persisten, pues, en glorificar la demanda de
autodeterminación nacional no obstante que ésta se haya convertido en la
insignia de todos los movimientos patrióticos reaccionarios en todos los
rincones del mundo.
Los marxistas no creen que el estado-nación carezca de
relevancia.
Sigue siendo un elemento poderoso en la política mundial, a
pesar de que, desde el punto de vista del desarrollo e integración
internacional de las fuerzas productivas, sea una barrera al progreso humano.
Al elaborar sus tácticas, el movimiento socialista no ignora
esta realidad política.
Siempre que el estado-nación sea la unidad básica de la
organización políticoeconómica de la sociedad burguesa, la cuestión nacional—a
la cual más bien nos podríamos referir en este momento de la historia como el
“problema nacional”—persiste.
Pero las tácticas marxistas provienen de una interpretación
científica del carácter obsoleto del estado-nación.
A través de sus tácticas, el movimiento trotskista trata de
poner en práctica la estrategia que le da orientación a la Cuarta Internacional
como Partido Mundial de la Revolución Socialista.
Esta insistencia sobre la supremacía de la estrategia
internacional es lo que distingue al Comité Internacional de la Cuarta Internacional
(CICI) de todos los grupos nacional reformistas y oportunistas
Los sindicatos y los radicales
Estas consideraciones fundamentales tienen la misma urgencia
en cuanto a la cuestión de los sindicatos.
Cuestión que tiene que ver con el papel que esta muy antigua
estructura de organización proletaria desempeña en el desarrollo de las luchas
revolucionarias de la clase obrera por el socialismo.
La aparición del proletariado
moderno ocurrió dentro del contexto de la evolución histórica del
estado-nación.
La organización del proletariado y
sus actividades adquirieron forma dentro de los límites establecidos por el
estado-nación.
Como caso especial lo mismo también
sucedió en relación con los sindicatos.
Los sindicatos son un caso especial
de ese fenómeno.
Sus adelantos y prosperidad
dependieron en gran parte del éxito industrial y comercial de “sus propios”
estados nacionales.
Por consiguiente, así como causas
profundamente objetivas existen para explicar la actitud ambivalente de la
clase obrera hacia el estado-nación, también existen razones objetivas
profundas para crear la ambivalencia, aun hostilidad, de los sindicatos hacia
el socialismo.
El movimiento socialista ha
derramado muchas lágrimas sobre este tema durante más de un siglo.
Claro, no es se pudo anticipar la gravedad de los problemas
que obsesionarían las relaciones entre los partidos marxistas y los sindicatos
durante los primeros años de la existencia de ambos.
La actitud de los marxistas hacia los sindicatos
inevitablemente refleja las condiciones y circunstancias de los tiempos.
La cuestión de los sindicatos no se nos plantea en 1998 tal
como en 1847.
Ha pasado mucha historia durante 151 años y el movimiento
socialista, que ha tenido suficiente oportunidad para familiarizarse con el
sindicalismo, ha aprendido mucho acerca del carácter de los sindicatos.
Sin embargo, en las páginas de la prensa radical
“izquierdista” no aparece nada de esta sabiduría que se ha acumulado.
A través de gran parte de su
historia, el movimiento socialista fervorosamente ha intentado establecer una
relación con los sindicatos.
No obstante, a pesar de mucho
cortejo y galanteo, el romance deja mucho que desear.
A pesar de muchas declaraciones de
afecto e interés, el objeto del deseo una y otra vez patea y apuñala en la
espalda a sus galanes socialistas.
Aun cuando éstos crean sus propios
sindicatos y tratan de darle una formación marxista impecable, los herederos le
pagan con la ingratitud más despiadada.
Tan pronto aparezca la oportunidad,
muestran la tendencia a rechazar los ideales excelsos de los veteranos
socialistas y satisfacen sus necesidades en los antros capitalistas del placer.
Nos parece que algo debería haberse aprendido de tantas
experiencias malaventuradas.
Pero como los vejancones tontos
en los cuentos de Boccaccio, los radicales envejecidos y desdentados, aún tienen
el afán de hacerse los cornudos.
Las organizaciones
“izquierdistas” actuales todavía insisten que el movimiento socialista tiene el
deber atender todas las necesidades y caprichos de los sindicatos.
Insisten que los socialistas tienen que reconocer que los
sindicatos son las organizaciones obreras por excelencia, las que mejor
representan los intereses de la clase obrera.
Arguyen que los sindicatos son la dirigencia auténtica e
indesafiable de la clase obrera, los árbitros con la última palabra acerca de
su destino histórico.
Desafiar la autoridad de los sindicatos sobre la clase
obrera, de alguna manera poner en duda el supuesto derecho “natural” de los
sindicatos de ser los voceros de la clase obrera, equivale a cometer un
sacrilegio político.
Según los radicales, es imposible concebir un movimiento
obrero genuino que los sindicatos no dominen o formalmente dirijan.
Solamente basándose en los sindicatos puede entablarse una
lucha de clases efectiva.
Y por último, toda esperanza para que se desarrolle un
movimiento socialista de masas depende de “convertir” a por lo menos una
mayoría de los sindicatos, a una perspectiva socialista.
Vayamos al grano: el Comité Internacional rechaza todas
estas aseveraciones que el análisis teórico y la experiencia histórica refutan.
Según la opinión de nuestros adversarios políticos, nuestra
negativa en doblegarnos ante la autoridad de los sindicatos equivale a un
agravio.
Esto nos irrita demasiado, porque a través de las décadas
nos hemos acostumbrado a oponernos a la opinión pública “izquierdista”, o mejor
dicho, pequeña burguesa, cuya antipatía y amargura consideramos la mejor señal
que el Comité Internacional va por el rumbo debido.
La postura de los radicales se basa en una teoría
fundamental: que los sindicatos son “organizaciones obreras” puesto que son
asociaciones de masas.
Por lo tanto, todo el que rechaza la autoridad de los
sindicatos, por definición, se opone a la clase obrera.
El problema con esta teoría es que convierte a los
sindicatos en abstracciones anti históricas que carecen de todo significado.
No cabe duda que los sindicatos tienen una gran cantidad de
socios obreros, pero también la tienen Los Estados Unidos, los Masones, los
Veteranos de Guerras Extranjeras y la Iglesia Católica.
Además, alusiones a la gran cantidad de obreros que
pertenecen a los sindicatos no puede reemplazar a un análisis correspondiente
de la composición social de estas organizaciones, sobretodo de sus capas
dirigentes, es decir, de sus burocracias gobernantes.
No es automático que éstas organizaciones en realidad
representan los intereses de la clase obrera sólo porque masas obreras
pertenezcan a ellas.
Efectivamente, es imperante analizar
si es que existe, dentro de los sindicatos mismos, algún conflicto objetivo
entre los intereses de la mayoría de los miembros y los de la burocracia
dirigente, y hasta qué grado la política de los sindicatos refleja los
intereses de esta burocracia y no de los miembros.
Si aun pudiéramos admitir que los sindicatos son organizaciones
obreras”, esta definición añade muy poco a la suma total del conocimiento
político que se ha acumulado.
Después de todo, podríamos continuar el juego de
definiciones al simplemente preguntarnos:
¿Y qué precisamente se quiere decir con “organización
obrera?"
No basta replicar:
“¡Pues una organización de obreros!”
Al tratar de comprender la esencia de los sindicatos, la
pregunta más acertada sería:
“¿Cómo se relacionan estas organizaciones con la lucha de
clases en general y la liberación de los trabajadores de la explotación
capitalista en particular?”
Es hora de descartar la terminología tonta y encontrar una
definición más profunda en base a un meticuloso análisis histórico del papel
que los sindicatos han desempeñado en las luchas de la clase obrera y en el
movimiento socialista.
No se trata solamente de producir ejemplos de crímenes y
éxitos según lo que uno está dispuesto a encontrar.
Más bien el propósito de este análisis es descubrir la
índole esencial de este fenómeno social; es decir, como es que las leyes
fundamentales se expresan, de manera práctica y activa, en las acciones y la
política de los sindicatos.
Nuestros adversarios radicales nunca tratan de hacer
semejante análisis; por lo tanto ni siquiera pueden contestar la pregunta más
obvia y elemental:
“¿Por qué han fracasado los sindicatos tan miserablemente en
defender, para no decir elevar, los niveles de vida de la clase obrera?”
Durante el último cuarto de siglo, la posición social de la
clase obrera ha empeorado drásticamente no sólo en Los Estados Unidos, sino en
todo el mundo.
Los sindicatos han sido incapaces de defender a la clase
obrera contra la embestida bestial del capital.
Puesto que este fracaso se ha demostrado muchas veces en el
ámbito internacional durante las últimas décadas, es inevitable que sus causas
objetivas se busquen en el ambiente socioeconómico en que los sindicatos
actualmente existen y, más fundamentalmente aun, en la índole de los sindicatos
mismos.
Es decir, si presumimos que el
ambiente repentinamente se tornó hostil en 1973, ¿qué fue acerca de los
sindicatos que los rindió tan vulnerables a este cambio y tan incapaces de
adaptarse a las condiciones nuevas?
continuara...
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