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Los sindicatos en Inglaterra
Inglaterra tiene la reputación de ser la gran cede del
sindicalismo moderno donde, por medio de este tipo de organización, la clase
obrera logró éxitos enormes.
Esta fue la impresión que Eduard Bernstein ciertamente se
llevó de los sindicatos durante su estadía en Inglaterra hacia finales de los
1880 y durante los 1890.
El presunto éxito del
sindicalismo inglés convenció a Bernstein que las luchas económicas de estas
organizaciones, no los esfuerzos políticos del movimiento revolucionario,
desempeñarían el papel decisivo para el progreso de la clase obrera y la
transformación gradual de la sociedad hacia el socialismo.
Bernstein, fundador del revisionismo moderno, anticipó todo
por lo que la pequeña-burguesía de hoy aboga.
Que sus argumentos ya pasan de los 100 años no significa que
de por sí no tengan ningún valor.
Después de todo, yo mismo tengo que admitir que me estoy
valiendo de argumentos que también llegan a los 100 años: los de Rosa Luxemburg
contra el mismo Bernstein.
Pero mientras que los argumentos
de los partidarios modernos de Bernstein han sido completamente refutados (¿Suecia? nota Manolo), los de Luxemburg tienen la ventaja que todavía conservan
su vigencia (¿?).
Es más, críticos contemporáneos notaron que Bernstein había
exagerado excesivamente sus observaciones del éxito sindicalista británico.
En realidad, la ascendencia del sindicalismo, cuya elevación
a papel dominante en el movimiento obrero había comenzado en los 1850,
expresaba la degeneración política y el estancamiento intelectual que
aparecieron después de la derrota del Cartismo (Chartism).
Este gran movimiento político revolucionario de la clase
obrera británica fue la culminación de una extraordinaria fermentación
política, cultural e intelectual que afectó a capas amplísimas de la clase
obrera durante las décadas que siguieron a la Revolución Francesa.
Años después de la derrota de los cartistas durante
1848-1849, Thomas Cooper, quien fue uno de sus dirigentes más destacados,
comparó la visión revolucionaria del viejo movimiento a la visión obtusa y
pequeño burguesa de los sindicatos.
En su autobiografía se puede leer lo siguiente:
“La verdad es que en los viejos
tiempos del cartismo los obreros de Lancashire andaban cubiertos de andrajos; y
muchos por lo regular no tenían que comer.
Pero mostraban su inteligencia por
doquier.
Se les veía en grupos, debatiendo
la gran doctrina de la justicia política: que todo adulto de mente sana debería
tener voz y voto en las elecciones de hombres encargados de promulgar las leyes
que los gobernarían.
Debatían seriamente las doctrinas
del socialismo.
Ahora no se ven grupos en
Lancashire, pero se escuchan hombres bien vestidos que, con las manos en los
bolsillos, conversan acerca de las cooperativas, de las acciones que han
invertido en éstas, y de establecer consorcios”. [3]
Los sindicatos engendraron un
nuevo tipo de dirigente que remplazó a los antiguos cartistas revolucionarios:
éste ahora era caballero tímido, hambriento por hacerse respetar como miembro
de la clase media.
Pregonaba el nuevo evangelio del acomodo entre las clases.
Theodore Rothstein, historiador socialista del cartismo, lo
expresa de esta manera:
“Hombres de gran talento,
temperamento y profunda sabiduría que sólo pocos años atrás habían hecho
temblar a la sociedad capitalista hasta la cepa, que habían dirigido a cientos
de miles de trabajadores en las fábricas, ahora se habían convertido en figuras
solitarias paseándose en la oscuridad.
La mayoría [de los trabajadores] ya
no los entendía.
Sólo grupitos selectos los
comprendían.
Fueron remplazados por hombres
nuevos que no poseían ni una fracción de su intelecto, talento y carácter, pero
que también atraían a cientos de miles de obreros con el evangelio superficial
de “cuidar sus centavos” y la necesidad de llegar a un acomodo con los patronos,
aun cuando esto significaba que perderían su independencia como clase social”.
[4]
En cuanto al sindicalismo, Rothstein ofreció la siguiente
crítica:
“La característica principal de
esa filosofía era aceptar la sociedad capitalista.
Eso llegó a expresarse en la
negativa de participar en toda acción política y la aceptación de la economía
política vulgar, que predica la armonía que debe existir entre la clase que
emplea y la clase obrera”. [5]
Los apologistas del sindicalismo responden que había sido necesario
que los obreros británicos se retiraran de la acción política para que la clase
concentrara sus energías en las oportunidades más prometedoras de la lucha
económica.
El hecho que el surgimiento del sindicalismo se vinculó a
los nuevos dirigentes de la clase obrera, que por lo general repudiaron estas
luchas, y no a la intensificación de las luchas económicas, refuta esta teoría.
Durante el apogeo del sindicalismo
británico, desde principios de los 1870 hasta mediados de los 1890, los
salarios de los obreros se estancaron (Long Depresison, nota Manolo).
Sólo la caída estrepitosa de los
precios de los alimentos básicos, como la harina, las papas, el pan, la carne,
el té, el azúcar y la mantequilla, previno que el sindicalismo perdiera todo el
respeto de los obreros (Long Depresison, nota Manolo)
Durante las primeras décadas del Siglo XIX, cuando los
sentimientos revolucionarios recibían amplia acogida entre los obreros, la
burguesía inglesa resistió con amargura toda tendencia hacia la consolidación.
Pero ya para fines de siglo ésta apreciaba el enorme
servicio que los sindicatos le rendían a la estabilidad del capitalismo,
especialmente en su capacidad de barrera al resurgimiento de tendencias
socialistas en la clase obrera.
Tal como el economista burgués alemán Brentano escribiera:
“Si los sindicatos fracasan en Inglaterra, de ninguna manera
significaría el triunfo de los patronos.
Significaría el fortalecimiento de tendencias
revolucionarias en todo el mundo.
Inglaterra, que hasta ahora se había vanagloriado de no
tener ningún partido obrero de importancia, podría desde ese momento en
adelante hacerle competencia al continente”. [6]
Marx y Engels vivieron en Inglaterra como exiliados
revolucionarios durante el período del surgimiento del sindicalismo.
Aun antes de llegar a Inglaterra, habían reconocido el
significado objetivo del sindicalismo como respuesta obrera al empeño de los
patronos en disminuir los salarios.
En oposición al teórico
pequeño burgués Pierre-Joseph Proudhon, quien negaba la practicablidad de los
sindicatos y las huelgas debido a que los aumentos salariales obtenidos por
esos métodos sólo conducirían al aumento de precios, Marx insistió que
ambos—los sindicatos y las huelgas—eran elementos necesarios en la lucha de la
clase obrera en defensa de su nivel de vida.
Marx dio en el blanco cuando
criticó el punto de vista de Proudhon, pero es necesario recordar que estos
primeros escritos datan de cuando los sindicatos todavía se encontraban en
pañales.
La experiencia de la clase obrera con esta nueva forma era
muy limitada.
En esa época no se podía descartar la posibilidad que los
sindicatos evolucionaran en instrumentos poderosos de lucha revolucionaria, o
por lo menos en precursores de instrumentos semejantes.
En 1866, Marx expresó
esperanzas al hacer la siguiente observación: “como centros de organización”
los sindicatos desempeñaban para la clase obrera el mismo papel “que las
municipalidades medievales habían desempeñado para la clase media”.
[7]
No obstante, a Marx le preocupaba, aun en esa época, que
“los sindicatos todavía no han comprendido totalmente el poder que tienen para
actuar contra el sistema de esclavitud salarial mismo”.
Pero era en esta dirección, sin embargo, que tenían que
evolucionar:
“Aparte de sus objetivos
originales, ahora tienen que aprender a actuar deliberadamente como núcleos de
la organización obrera cuyo amplio objetivo es la emancipación total de la
clase obrera.
Han de asistir a todo
movimiento social y político que va en la misma dirección.
Puesto que se consideran
representantes y campeones de toda la clase obrera, tienen que reclutar a sus
filas los trabajadores que no pertenecen a los sindicatos.
Tienen que cuidar los
intereses de los trabajadores que se encuentran en los oficios peor pagados,
tales como los obreros agrícolas, cuyas circunstancias excepcionales los han
rendido impotentes.
Tienen que convencer al mundo
en general que sus intenciones, lejos de ser mezquinas y egoístas, tienen como
objetivo la emancipación de millones de oprimidos”. [8]
Marx trató de darle una orientación socialista a los
sindicatos.
Le advirtió a los obreros que “no exageraran para sí mismos”
el significado de las luchas que los sindicatos entablaban.
A lo sumo los sindicatos “luchan contra los efectos, no las
causas de esos efectos; retrasan el movimiento descendente; y aplican
paliativos en vez de curar la enfermedad”.
Era necesario que los sindicatos emprendieran una lucha
contra el sistema, que era causa de la miseria obrera.
Por lo tanto, Marx le propuso a
los sindicatos que abandonaran la consigna conservadora de “Un jornal diario justo por un día laboral
justo” y lo reemplazaran con la
demanda revolucionaria, “Abolir
el sistema de salarios”. [9]
Pero el consejo de Marx no causó mucha impresión.
Hacia fines de los 1870, sus observaciones, y también las de
Engels, del sindicalismo se tornaron más críticas.
Ahora que los economistas burgueses expresaban mayor
aprobación por los sindicatos, Marx y Engels se esforzaron en modificar su
apoyo anterior.
Distinguieron su punto de vista del de los pensadores
burgueses como Lujo Brentano, cuyo deseo en “convertir a los esclavos
asalariados en esclavos asalariados contentos” [10], según Marx y Engels,
dictaba su entusiasmo por los sindicatos.
Para 1879, era posible
detectar en los escritos de Engels sobre el sindicalismo un tono
inconfundiblemente desagradable.
Notó que los sindicatos habían
introducido estatutos administrativos que prohibían la acción política,
“negándole a la clase obrera que participara en toda actividad general de
clase, como clase social."
En carta fechada 17 de junio, 1879, Engels se quejó que
habían conducido a la clase obrera a un callejón sin salida.
“De ninguna manera se debería
ocultar el hecho que en este momento aquí no existe ningún movimiento obrero
genuino, en el sentido continental de la palabra, Por consiguiente, no creo que
te perderás mucho, por lo menos por ahora, si no recibes ningún informe sobre
las actividades de los SINDICATOS por estos lugares”. [11]
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