viernes, 22 de junio de 2012

Impertinencia Ideológica 3





...continuación...


Los sindicatos en Inglaterra

Inglaterra tiene la reputación de ser la gran cede del sindicalismo moderno donde, por medio de este tipo de organización, la clase obrera logró éxitos enormes.

Esta fue la impresión que Eduard Bernstein ciertamente se llevó de los sindicatos durante su estadía en Inglaterra hacia finales de los 1880 y durante los 1890.

El presunto éxito del sindicalismo inglés convenció a Bernstein que las luchas económicas de estas organizaciones, no los esfuerzos políticos del movimiento revolucionario, desempeñarían el papel decisivo para el progreso de la clase obrera y la transformación gradual de la sociedad hacia el socialismo.

Bernstein, fundador del revisionismo moderno, anticipó todo por lo que la pequeña-burguesía de hoy aboga.

Que sus argumentos ya pasan de los 100 años no significa que de por sí no tengan ningún valor.

Después de todo, yo mismo tengo que admitir que me estoy valiendo de argumentos que también llegan a los 100 años: los de Rosa Luxemburg contra el mismo Bernstein.

Pero mientras que los argumentos de los partidarios modernos de Bernstein han sido completamente refutados (¿Suecia? nota Manolo), los de Luxemburg tienen la ventaja que todavía conservan su vigencia (¿?).

Es más, críticos contemporáneos notaron que Bernstein había exagerado excesivamente sus observaciones del éxito sindicalista británico.

En realidad, la ascendencia del sindicalismo, cuya elevación a papel dominante en el movimiento obrero había comenzado en los 1850, expresaba la degeneración política y el estancamiento intelectual que aparecieron después de la derrota del Cartismo (Chartism).

Este gran movimiento político revolucionario de la clase obrera británica fue la culminación de una extraordinaria fermentación política, cultural e intelectual que afectó a capas amplísimas de la clase obrera durante las décadas que siguieron a la Revolución Francesa.

Años después de la derrota de los cartistas durante 1848-1849, Thomas Cooper, quien fue uno de sus dirigentes más destacados, comparó la visión revolucionaria del viejo movimiento a la visión obtusa y pequeño burguesa de los sindicatos.

En su autobiografía se puede leer lo siguiente:

“La verdad es que en los viejos tiempos del cartismo los obreros de Lancashire andaban cubiertos de andrajos; y muchos por lo regular no tenían que comer.

Pero mostraban su inteligencia por doquier.

Se les veía en grupos, debatiendo la gran doctrina de la justicia política: que todo adulto de mente sana debería tener voz y voto en las elecciones de hombres encargados de promulgar las leyes que los gobernarían.

Debatían seriamente las doctrinas del socialismo.

Ahora no se ven grupos en Lancashire, pero se escuchan hombres bien vestidos que, con las manos en los bolsillos, conversan acerca de las cooperativas, de las acciones que han invertido en éstas, y de establecer consorcios”. [3]

Los sindicatos engendraron un nuevo tipo de dirigente que remplazó a los antiguos cartistas revolucionarios: éste ahora era caballero tímido, hambriento por hacerse respetar como miembro de la clase media.

Pregonaba el nuevo evangelio del acomodo entre las clases.

Theodore Rothstein, historiador socialista del cartismo, lo expresa de esta manera:

“Hombres de gran talento, temperamento y profunda sabiduría que sólo pocos años atrás habían hecho temblar a la sociedad capitalista hasta la cepa, que habían dirigido a cientos de miles de trabajadores en las fábricas, ahora se habían convertido en figuras solitarias paseándose en la oscuridad.

La mayoría [de los trabajadores] ya no los entendía.

Sólo grupitos selectos los comprendían.

Fueron remplazados por hombres nuevos que no poseían ni una fracción de su intelecto, talento y carácter, pero que también atraían a cientos de miles de obreros con el evangelio superficial de “cuidar sus centavos” y la necesidad de llegar a un acomodo con los patronos, aun cuando esto significaba que perderían su independencia como clase social”. [4]

En cuanto al sindicalismo, Rothstein ofreció la siguiente crítica:

“La característica principal de esa filosofía era aceptar la sociedad capitalista.

Eso llegó a expresarse en la negativa de participar en toda acción política y la aceptación de la economía política vulgar, que predica la armonía que debe existir entre la clase que emplea y la clase obrera”. [5]

Los apologistas del sindicalismo responden que había sido necesario que los obreros británicos se retiraran de la acción política para que la clase concentrara sus energías en las oportunidades más prometedoras de la lucha económica.

El hecho que el surgimiento del sindicalismo se vinculó a los nuevos dirigentes de la clase obrera, que por lo general repudiaron estas luchas, y no a la intensificación de las luchas económicas, refuta esta teoría.

Durante el apogeo del sindicalismo británico, desde principios de los 1870 hasta mediados de los 1890, los salarios de los obreros se estancaron (Long Depresison, nota Manolo).

Sólo la caída estrepitosa de los precios de los alimentos básicos, como la harina, las papas, el pan, la carne, el té, el azúcar y la mantequilla, previno que el sindicalismo perdiera todo el respeto de los obreros (Long Depresison, nota Manolo)

Durante las primeras décadas del Siglo XIX, cuando los sentimientos revolucionarios recibían amplia acogida entre los obreros, la burguesía inglesa resistió con amargura toda tendencia hacia la consolidación.

Pero ya para fines de siglo ésta apreciaba el enorme servicio que los sindicatos le rendían a la estabilidad del capitalismo, especialmente en su capacidad de barrera al resurgimiento de tendencias socialistas en la clase obrera.

Tal como el economista burgués alemán Brentano escribiera:

“Si los sindicatos fracasan en Inglaterra, de ninguna manera significaría el triunfo de los patronos.

Significaría el fortalecimiento de tendencias revolucionarias en todo el mundo.

Inglaterra, que hasta ahora se había vanagloriado de no tener ningún partido obrero de importancia, podría desde ese momento en adelante hacerle competencia al continente”. [6]

Marx y Engels vivieron en Inglaterra como exiliados revolucionarios durante el período del surgimiento del sindicalismo.

Aun antes de llegar a Inglaterra, habían reconocido el significado objetivo del sindicalismo como respuesta obrera al empeño de los patronos en disminuir los salarios.

En oposición al teórico pequeño burgués Pierre-Joseph Proudhon, quien negaba la practicablidad de los sindicatos y las huelgas debido a que los aumentos salariales obtenidos por esos métodos sólo conducirían al aumento de precios, Marx insistió que ambos—los sindicatos y las huelgas—eran elementos necesarios en la lucha de la clase obrera en defensa de su nivel de vida.

Marx dio en el blanco cuando criticó el punto de vista de Proudhon, pero es necesario recordar que estos primeros escritos datan de cuando los sindicatos todavía se encontraban en pañales.

La experiencia de la clase obrera con esta nueva forma era muy limitada.

En esa época no se podía descartar la posibilidad que los sindicatos evolucionaran en instrumentos poderosos de lucha revolucionaria, o por lo menos en precursores de instrumentos semejantes.

En 1866, Marx expresó esperanzas al hacer la siguiente observación: “como centros de organización” los sindicatos desempeñaban para la clase obrera el mismo papel “que las municipalidades medievales habían desempeñado para la clase media”. [7]

No obstante, a Marx le preocupaba, aun en esa época, que “los sindicatos todavía no han comprendido totalmente el poder que tienen para actuar contra el sistema de esclavitud salarial mismo”.

Pero era en esta dirección, sin embargo, que tenían que evolucionar:

“Aparte de sus objetivos originales, ahora tienen que aprender a actuar deliberadamente como núcleos de la organización obrera cuyo amplio objetivo es la emancipación total de la clase obrera.

Han de asistir a todo movimiento social y político que va en la misma dirección.

Puesto que se consideran representantes y campeones de toda la clase obrera, tienen que reclutar a sus filas los trabajadores que no pertenecen a los sindicatos.

Tienen que cuidar los intereses de los trabajadores que se encuentran en los oficios peor pagados, tales como los obreros agrícolas, cuyas circunstancias excepcionales los han rendido impotentes.

Tienen que convencer al mundo en general que sus intenciones, lejos de ser mezquinas y egoístas, tienen como objetivo la emancipación de millones de oprimidos”. [8]

Marx trató de darle una orientación socialista a los sindicatos.

Le advirtió a los obreros que “no exageraran para sí mismos” el significado de las luchas que los sindicatos entablaban.

A lo sumo los sindicatos “luchan contra los efectos, no las causas de esos efectos; retrasan el movimiento descendente; y aplican paliativos en vez de curar la enfermedad”.

Era necesario que los sindicatos emprendieran una lucha contra el sistema, que era causa de la miseria obrera.

Por lo tanto, Marx le propuso a los sindicatos que abandonaran la consigna conservadora de “Un jornal diario justo por un día laboral justo” y lo reemplazaran con la demanda revolucionaria, “Abolir el sistema de salarios”. [9]

Pero el consejo de Marx no causó mucha impresión.

Hacia fines de los 1870, sus observaciones, y también las de Engels, del sindicalismo se tornaron más críticas.

Ahora que los economistas burgueses expresaban mayor aprobación por los sindicatos, Marx y Engels se esforzaron en modificar su apoyo anterior.

Distinguieron su punto de vista del de los pensadores burgueses como Lujo Brentano, cuyo deseo en “convertir a los esclavos asalariados en esclavos asalariados contentos” [10], según Marx y Engels, dictaba su entusiasmo por los sindicatos.

Para 1879, era posible detectar en los escritos de Engels sobre el sindicalismo un tono inconfundiblemente desagradable.

Notó que los sindicatos habían introducido estatutos administrativos que prohibían la acción política, “negándole a la clase obrera que participara en toda actividad general de clase, como clase social."

En carta fechada 17 de junio, 1879, Engels se quejó que habían conducido a la clase obrera a un callejón sin salida.

“De ninguna manera se debería ocultar el hecho que en este momento aquí no existe ningún movimiento obrero genuino, en el sentido continental de la palabra, Por consiguiente, no creo que te perderás mucho, por lo menos por ahora, si no recibes ningún informe sobre las actividades de los SINDICATOS por estos lugares”. [11]


...continuara...







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