Descubrieron los pobres, y también que son muchos más que
ellos.
Y para colmo votan, ¡y como votan!
Claro, por culpa de ese voto, se ven obligados a tomarlos en
cuenta.
Aunque, por supuesto, no se trata de que dejen de ser pobres;
sino que dejen de “molestar” y “entrometerse”.
Porque el pobre de Argentina no es como los pobres de otros paraísos
de la Republicaneidad.
Que saben guardar su lugar sonriendo respetuosamente, aunque
corran las lágrimas por sus sucias y demacradas mejillas.
Los pobres de la Argentina son irrespetuosos, que creen que
valen tanto como un Doctor, o una Intelectual.
Gritan abriéndose paso a los codazos, invadiendo el espacio
corporal de sus superiores.
Con sus ropas de colores chillones y aromas de colonias
baratas para bailantas.
Esos chirridos tan monotemáticos que convierten,
milagrosamente, a la obra de Schönberg en entretenida.
No tienen límites, ni conocen frenos, en su dionisiaca
irreverencia.
Si hasta tienen la mala educación de responderle a Luis
Alberto Romero con Rosa Jiménez Cano, mediante torpes malabares socráticos…
…porque tan heréticos son, que en lugar de seguir la vía del
patricio Platón prefieren la del meteco Antístenes.
En el condado de Santa Clara han dado con una fórmula que solventa el
problema: complementan el sueldo con una vivienda de alquiler subvencionado en
La Casa del Maestro, pero solo durante siete años.
Entonces, los maestros abandonan Silicon Valley.
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