lunes, 20 de abril de 2009

Internas y Operaciones Mediáticas en tiempos de la Republica.

La única diferencia con la Actualidad es que no tenemos a Tato Bores.

"Nadie se atrevía a decírselo, a Balbín. 


No lo podían creer. 

Tampoco se animaban a decírselo a Illia. el único que tomó la cosa con calma fue Perette, que rajó a hacerse pilchas." 

Palabras más, palabras menos, así recordó Tato Bores, en 1964, el primer aniversario de las elecciones que condujeron al poder a la Unión Cívica Radical del Pueblo. 

Desde luego, su broma rebosaba verdades, y no sólo por las alusiones a Perette.

Ricardo Balbín había dejado filtrar por los resquicios de su aparato político, casi como si se tratara de una dádiva, la candidatura del minoritario médico de Pergamino. 

El 8 de julio de 1963, el hombre que aspiró dos veces a la presidencia de la Nación y las dos veces fracasó, se encontraba a boca de jarro con el triunfo de su partido, no con el suyo propio. 

Afortunadamente —para él—, la dirección de ese partido estaba en sus manos. 

Quizá el mismo día, entre el júbilo chillón de la victoria, una silenciosa, lenta, a veces impalpable lucha, comenzó a desatarse dentro de la UCRP: Balbín no podía resignar su predominio ni quitar a Illia del cargo que pronto iba a entregarle el Colegio Electoral.

El dominio de los timbres

Sucesivos indicios permitieron documentar que si la lucha no era tal, una creciente tirantez se extendía entre la Casa de Gobierno y el Comité Nacional de la UCRP. 

La expresión más notoria de dicha rivalidad debe de hallarse en el caso Santa Cruz, un pleito lugareño que urdieron los legisladores adictos a Balbín para desplazar al gobernador Rodolfo Martinovic, illiísta. 

El problema se arrastró por los hemiciclos del Parlamento Nacional: en la Cámara de Diputados, la mayoría balbinista del bloque de la UCRP consiguió el apoyo de diversas minorías extrapartidarias para apresurar el derrocamiento de Martinovic; pero en el Senado, la obstinada voluntad de los cordobeses (como designa a los acólitos de Illia la jerga radical) logró imponerse, y Martinovic se salvó.

Otras rencillas (Catamarca, La Rioja, Chubut) probaron, sin embargo, que Balbín seguía reteniendo el control del partido. 

¿Hasta cuándo?, suelen preguntarse los observadores políticos y no pocos oficialistas. 

Obviamente, no se pierde de la noche a la mañana el timón de la UCRP, al que Balbín supo aferrarse con denuedo, ni siquiera cuando cerca de ese timón cruza la sombra del presidente de la República. 

Predecir fechas es, entonces, correr un riesgo. 

No es un riesgo, en cambio, advertir que la pugna entre la Casa de Gobierno y el Comité Nacional atravesará una nueva prueba en las urnas de marzo: dentro de dos meses, los distritos illiistas y balbinistas probarán la bondad de sus cuadros y facilitarán una valoración de dirigentes y organizaciones.

"Balbín tiene al alcance de la mano les timbres de la frondosa estructura partidaria, pero no todos funcionan", filosofaba la semana pasada un veterano afiliado radical. 

En marzo podrá saber cuantos son los que no funcionan; la guerra proseguirá hacia otra batalla trascendente, la de agosto de 1965, cuando se renueve la plana mayor de la UCRP y Balbín se esmere en prolongar, por dos años más, su duro liderazgo. 

Hay, finalmente, un instante tope: 1969, el instante en que el oficialismo —si todavía lo es— busque un sucesor para el antiguo vecino de Cruz del Eje.

En todo el proceso interno para la selección de los candidatos que se postularán en marzo próximo, incluyendo la pugna metropolitana del domingo 17 de enero, han surgido listas escapadas del ojo avizor del Comité Nacional y que revelan cierto aliento proveniente del meridiano cordobés y una sospechosa convergencia en la Casa Rosada, donde el secretario técnico de la Presidencia, Eugenio Conde, no deja pasar a ningún balbinista por las alfombras de su despacho.

El viernes pasado, Balbín inició la campaña proselitista de la UCRP con un discurso televisado, y partió enseguida en una gira por provincias. 

Para los comicios de 1963, un trío de agencias especializadas colaboró en el montaje publicitario, pero ahora se introdujeron algunos cambios. 

Actúa una comisión ad hoc, a cargo del senador Rubén Blanco, uno de los hombres que goza de la absoluta confianza del Comité Nacional.

En la gastronómica tertulia del Centro Lucense, donde el presidente de la UCRP cena con asiduidad, Blanco sentenció: 

"Lo único que tenemos que demostrar es que en marzo no se puede ganar sin Balbín." 

Entretanto, las paredes de la ciudad quedaban empapeladas con la imagen de Arturo Illia enfundado en un frac, solemne, apacible, ausente de toda preocupación electoral.

Una manera de ubicar la guerrilla antibalbinista reposa en esta definición de Illia, salida de los labios de un viejo dirigente cordobés: 

"Nunca gritó una cosa contra otra cosa, pero siempre dejó hacer y crecer." 

También vale esta concisa y patética advertencia que Carlos Humberto Perette deslizó a principios de la semana última, en los corredores del Congreso: 

"Yo ordeno matar." 

Le habían informado que sigilosos cordobeses estaban alentando en su provincia, Entre Ríos, al doctor Grela, para fortalecer el movimiento de la Intransigencia Nacional (1) y ligarlo al grupo de unionistas disidentes de Recuperación Radical, con lo cual se intentaban socavar las bases políticas del gobernador Carlos Contín y del diputado Fermín Garay, es decir, del mismo Perette.

Si bien existen hechos detrás de los cuales asoma la estrategia del grupo cordobés, no se ve un comando unificado de operaciones. 

Antes de su muerte, Amadeo Sabattini ya no atesoraba el manejo del partido en la provincia de Córdoba. 

Dos políticos de autonomía y temperamento fuerte habían erigido una suerte de estado mayor en la Intransigencia Nacional: Eduardo Gamond y Justo Páez Molina. 

El primero, ex gerente bancario, tenía fama de hombre metódico y autoritario; el segundo, a quien los cordobeses apodaban "El toro echao", vivía con el orgullo de su prosapia.

Descendiente de Dalmacio Vélez Sarsfield, y por vía materna de los hermanos Pedro y Abraham Molina, dos casi legendarios líderes provincianos del radicalismo, irrumpió en el control del partido desde Calamuchita. 

Esta dispersión del sabattinismo culminó con Santiago del Castillo, cuando de regreso de un viaje a Cuba proclamó que no bastaban 50 años de afiliación para ser radical, sino que era preciso defender la revolución castrista. 

Tal actitud le reportó el vacío de sus correligionarios, y el apoyo de los comunistas, que desnaturalizaron lo que aún quedaba de radicalismo en el enfervorizado del Castillo. 

Así estalló otro motivo para que el círculo de los auténticos sabattinistas se fuera restringiendo cada vez más. 

Don Amadeo se llevó a la tumba el amargor de una elección interna perdida, cuando su candidato Medina Allende —presidente del Banco Central durante la Revolución Libertadora — fue vencido por Gamond y José Luis Vesco. 

Por otra parte, la división intestina que padecía obligó a la Intransigencia Nacional a ceder en sus aspiraciones por lograr una ubicación equitativa en el Comité Nacional de la UCRP, donde la mayoría del núcleo bonaerense de Intransigencia y Renovación cerraba a Córdoba, sistemáticamente, las puertas de la dirección partidaria.

Precisamente, el amurallamiento de Sabattini en Villa María fue una consecuencia del aislamiento impuesto a la Intransigencia Nacional desde Buenos Aires, donde sus convencionales tenían que conformarse sólo con la esgrima de la oratoria, mientras las resoluciones las votaba Buenos Aires. 

Años de frustración incubaron, en los cordobeses, el anhelo de una estrategia cara la liquidación del centralismo de intransigencia y Renovación.

Entre políticos de la hechura de Gamond y Páez Molina, y de Sabattini, estaba Arturo Umberto Illia, que no gozaba de los favores de Villa María. 

Tejía y destejía, sin pelear por candidaturas. 

Sin embargo, impulsado por su amigo Conde y con los votos del departamento Punilla, apareció frente a Gamond y Páez Molina, disputándoles la candidatura a gobernador para los comicios de 1962. 

La logró y, además, venció en las elecciones, anuladas por Arturo Frondizi. 

La muerte de Crisólogo Larralde y las dos derrumbadas tentativas de Balbín por llegar a la Casa Rosada convirtieron a Illia en el postulante lógico a la presidencia de la Nación, una realidad que se consolidó luego de su triunfo de 1962. 

Ricardo Balbín no pudo —o no quiso —pasar por alto esa realidad.

Cuando el calmo Illia asume la conducción de la Argentina queda a merced del equipo de políticos que le proporciona Balbín, el único en condiciones de hacerlo, ya que en Córdoba hacía mucho que la estructura hegemónica de los buenos tiempos de Sabattini estaba deteriorada. 

Pero Illia no se entrega totalmente y arranca a algunos de sus ministros entre quienes no brillan demasiado en el cenáculo balbinista: Leopoldo Suárez (Defensa), Miguel Ángel Zavala Ortiz (Relaciones Exteriores), todavía dolido por su derrota frente a Perette, en la carrera por la candidatura vicepresidencial; Eugenio Blanco (Economía), un extrapartidario; y su amigo Juan Palmero (Interior), sin militancia conocida, salvo su antecedente en el gobierno cordobés de Medardo Gallardo Valdés, bajo la Revolución Libertadora.

Para el elenco más próximo al despacho presidencial, tampoco encuentra Illia políticos activistas de confianza, excepto Conde, al que designa secretario técnico. 

Se decide, también, por su hermano Ricardo, un ex director de escuela o, según la imagen de Balbín, "un radical a la intemperie"; Luis Caeiro, abogado cuarentón de Ucacha, hijo de un dirigente sabattinista pero más contertulio social que político: y Juan Carlos Calderón y Martín Hansen, sus secretarios privados, amigos de la familia.

Balbín, sibilinamente, consiguió mezclar en ese staff de las antesalas a Francisco Murano, amigo del equipo económico, y Horacio Vivo, un dirigente juvenil de la sección 16ª. 

Pero estos dos personajes no alcanzaban a neutralizar lo que los balbinistas llaman "resurrección del sabattinismo", que de algún modo empezó a gestarse desde Balcarce 50.

Los balbinistas achacan a Conde la mayor responsabilidad en esa resurrección, y desde el Comité Nacional se siguen los pasos de la operación, computando todo contacto real o presuntivo. 

De acuerdo con ese esquema, la Intransigencia Nacional, en su guerra contra Balbín, o en su ofensiva por la reconquista del liderazgo en la UCRP, operaría por medio de las siguientes alianzas:

• En Catamarca, con el senador nacional Ramón Edgardo Acuña.

• En la Rioja, con los senadores nacionales Demetrio César Abdala y Carlos A. Morillo, entroncados con el interventor federal en Jujuy, Antonio de la Rúa.

• En Salta, conexiones con el senador nacional Miguel Martínez Saravia, que se opone al balbinista ministro de Salud Pública, Arturo Oñativia.

• En Chaco se alienta a Jorge Pisarelio —hermano de Julio, el sabattinista tucumano— para minar la influencia del diputado nacional Luis Agustín León.

• En San Juan, apoyo a la fracción del senador nacional Américo Aguiar Vázquez, tendiente a demoler el predominio de Ricardo Colombo (alias El indio rubio), actualmente destinado en la Organización de Estados Americanos (OEA), y uno de los más firmes puntales de Balbín en la provincia.

• En Chubut, contactos con el gobernador Roque González, pese al freno que le opone un parlamento donde la mayoría oficialista responde al presidente del Comité Nacional.

• En Santiago del Estero, acercamientos al gobernador Benjamín Zavala, en un distrito donde los balbinistas cuentan con el influyente diputado nacional Oscar Rial, relacionado con el equipo económico nacional.

• En Santa Cruz, a través del gobernador Rodolfo Martinovic, que aparece al frente de un partido netamente sabattinista y que ha pedido, inclusive, personería electoral.

• En Buenos Aires, apoyo a los celestes (José A. Recio, intendente de Tigre; diputado nacional Roberto Pena), que sirven a los fines de la oposición contra Balbín.

• En la Capital Federal, a través del Movimiento Independiente (fabricado en el Ministerio del Interior), que encabezó su nómina de candidatos a diputados para marzo con Roberto Cabiche, asesor de Palmero y emparentado con el diputado nacional por Córdoba, Horacio García.

De la vieja guardia sabattinista, no hay muchas figuras instaladas en importantes funciones de gobierno, salvo el caso del Ministro de Obras y Servicios Públicos, Miguel Ángel Ferrando.

Algunos habitan la Administración de Aduanas (Samuel Aracena y Francisco G. Rolfo); otros, Vialidad Nacional, como López Avila, primer director del Departamento de Trabajo en la única gobernación de Amadeo Sabattini, sobre quien recayeron los fantasmas de 590 huelgas, y Héctor Aguirre.

En el ámbito metropolitano, el político más activo es el médico psiquiatra Ramón Melgar, de 60 años, soltero. 

No tiene ningún cargo oficial, y, según sus allegados, no lo tiene porque el presidente de la República sabe que, de designarlo, echaría sobre sí las más encendidas iras del Comité Nacional. 

También lo sabe Melgar, que desde el hotel Castelar y una peña folklórica del barrio de San Telmo, crucifica noche a noche a Balbín en virulentos ataques.

Pero las fuerzas de Balbín son, por el momento, superiores a las que buscan desplazarlo; no hay provincia donde su prédica no esté apuntalada en uno o más caudillos importantes. 

Un balance de los grandes nombres que se destacan entre sus huestes debe incluir a los gobernadores de Buenos Aires, Anselmo Marini; de Misiones, Mario Losada; de Santa Fe, Aldo Tessio; de Entre Ríos, Carlos Contín; y de Formosa, Alberto I. Montoya. 

En Corrientes lo respalda el sector orientado por Cándido Quirós, actual presidente del Banco Hipotecario Nacional; en la Capital Federal logró la anuencia de Julián Sancerni Giménez y, por ahora, la de Francisco Rabanal, a quien los balbinistas estiman "controlable" aunque prefieren no aventurar hasta dónde. 

Otro pilar: el senador nacional por Río Negro, José Enrique Gadano.

Los cordobeses afirman que en su puja contra Balbín no hay una mera rencilla por la conducción política, sino la necesidad de transformar a la UCRP en un partido reciamente estructurado, ideológicamente compacto y con gran capacidad de maniobra. 

Aducen que Balbín va en contra de estos postulados, que representa claramente el ala derecha de los UCRP y la defensa de los intereses de la pequeña y mediana burguesía terrateniente. 

No se cansan de repetir que el diputado nacional Antonio Tróccoli (balbinista, Buenos Aires) acaba de trazar la apología de los ganaderos en la Cámara a que pertenece.

Más allá de este proceso de líneas de fuerza circunscripto a la órbita partidaria, el antibalbinismo quizá tenga pronto algunas llamativas exteriorizaciones, por dos motivos:

• Se está gestando la candidatura del senador nacional Ricardo Alberto Bassi (Capital) para sucesor de Balbín como jefe de la UCRP.

Se observa con atención al Ministro de Economía Juan Carlos Pugliese, de quien ahora recuerdan los sabattinistas que se carteaba periódicamente con Santiago del Castillo; deducen que "puede no ser tan hombre de Balbín como se cree". 

Curiosamente, la semana pasada arreciaron las versiones según las cuales Pugliese habría comunicado a ciertos senadores de su partido que pedirá la defenestración del equipo económico antes de febrero. 

Si esa perspectiva llega a plantearse, sería el comienzo del fin para el titular del Comité Nacional, señalan sus contendores.

Una sólida evidencia queda en pie: directa o indirectamente, los balbinistas y los antibalbinistas han terminado por reconocer la existencia de una guerra, de una serie de batallas que la irán bordando. 

Un bando y el otro aspiran a ganarla, tal vez sin advertir que las fricciones pueden mellar el volumen y la influencia de la UCRP en el panorama nacional y ensombrecer su futuro en 1969, cuando haya que pensar en el reemplazante de Illia.

Es ya una frase común —¿o una expresión de deseos?— aquella que asegura que sólo vulnerando la hegemonía de Balbín y de su cohorte, el presidente Illia estará en condiciones de gobernar sin ataduras. 

Si el Primer Magistrado consigue aventar la tutela de Balbín, aun de manera lenta y sin estruendo —la lentitud parece constituir una de las mayores premisas de la filosofía oficialista— conseguirá una victoria política y una demostración de poder. 

Pero, al mismo tiempo, caerá en una trampa: ya no les quedará, a él y a sus simpatizantes, excusa alguna para no modificar el partido que los reúne y el gobierno que ejercen.

De posibles modificaciones habló Balbín el viernes último, al inaugurar por televisión la campaña de la UCRP y asegurar que el Ejecutivo, si son necesarios, introducirá cambios en su política. 

"Sólo los estúpidos —fulminó el ex protegido de Alvear— no son capaces de comprender que a veces hay modos y formas de rectificar el pensamiento."

El propio Balbín dio prueba de cómo se efectúan las rectificaciones: para formular su defensa del gobierno imitó al ingeniero Alsogaray y se proveyó de gráficos y estadísticas. "... jamás fui hombre que dio una cifra, porque parecía como si se me enfriara el alma", se disculpó Balbín. 

Quizá ya no confía solamente en sus metáforas como antes, cuando ningún correligionario le disputaba la posesión del trono partidario.

(1) Tres grandes líneas obran dentro de la UCRP: la Intransigencia Nacional, acuñada por Amadeo Sabattini, y cuyo virtual orientador sería hoy el doctor Illia; Intransigencia y Renovación, inspirada por Balbín; y el Unionismo, en el que militan prohombres como los hermanos Leopoldo y Facundo Suárez y el vicepresidente Perette, y que en ciertos casos se pliega a Intransigencia y renovación.

revista primera plana 
26.01.1965


 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cómo?

Entonces Illia era un político y no una madre teresa de calcula con banda presidencial?


El Lurker