–¿Y se fue de viaje justo cuando acababa de alcanzar ese empleo soñado?
–Sí. Les dije a los de Columba que me iba a ir y que mandaría guiones desde donde estuviera.
Me miraron como si fuera un delirante.
Eso no lo había intentado nadie.
A mí no me importaba.
Necesitaba ver el sol, ser libre.
No sé si lo sabés: yo casi había pasado del orfanato a la fábrica.
–¿Cómo había sido su formación hasta entonces?
–Principalmente autodidacta.
Crecí en una pequeña colonia de irlandeses y escoceses que se habían ido al medio del Paraguay a fundar una colonia socialista-comunista.
Por eso mi nombre suena raro, parece un seudónimo a pesar de ser real.
Mi abuela no hablaba una palabra de castellano y me contaba historias interminables.
Yo leía todo lo que me llegaba.
Conocí a mi madre, no a mi padre; y entre idas y vueltas a Buenos Aires, hice solamente la primaria.
Mamá no pudo mantenerme y recalé en varios lugares para niños sin familia.
–¿De qué manera sobrellevaba eso?
–Leyendo.
He leído muchísimo, y entre las pocas virtudes que tengo está la de tener una memoria monstruosa. Puedo recitar páginas enteras de libros que leí hace medio siglo.
Después, a los veintidós años, gané una mención en un concurso literario.
Trabajaba en obrajes del Alto Paraná y hacía cuentos cortos sin bola ni manija, mientras me pelaba en otras ocupaciones.
–Fue camionero, vendedor.... ¿Esos trabajos lo inspiraban para algo?
–Me sirvieron después, para pensar personajes y entenderlos.
Escribía cuando estaba enamorado, y con lo calentón que era, andaba a las parrafadas.
En realidad no sabía bien en lo que me metía.
Me sentaba a entretenerme, sin ningún plan.
Dibujaba un poco, también.
Me acuerdo que pesaba unos cuarenta y ocho kilos.
Imaginate que de ahí a los tiempos de Columba hay un abismo.
Me hice guionista por absoluto accidente.
–Usted no venía de la rama intelectual...
–No.
Por eso es que llegué a la gente.
Un producto hecho con ganas llega al pueblo, y si además viviste la vida de las personas que te leen, de una manera u otra los retratás.
Yo creo que ése fue uno de los secretos.
La historieta de Columba fue la verdadera historieta justicialista; la leían los peones y el medio pelo.
Una lástima que no esté más.
Hasta el día de hoy, que hace diez o quince años que no publico en Argentina, siento un vínculo fuertísimo con ustedes.
El siguiente tramo de esta biografía conversada muestra un protagonista de veintipocos, ya más gordito, atravesando Europa y Asia con una mochila y una máquina de escribir portátil.
“Hacer esa locura me dio la libertad, la fantasía y la certeza de que la vida es inagotable –se enternece el Wood maduro–.
Aprendí a viajar.
Viajar de verdad, quiero decir.
Despertarme en cualquier motel, girar la cabeza a ambos lados y preguntarme ¿dónde estoy?, ¿quién carajo soy?
Perdido, de pronto escuchás el piano de una vecina y te asomás, y dos minutos después estás en la casa de ella.
Eso es viajar.”
Cinco años duró la travesía.
Entretanto, otro itinerante, uno de los más queridos de las viñetas argentinas, hacía su propio camino.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-10183-2008-05-27.html
Anoche, volví a ver en Encuentro, a Juan Sasturain entrevistando a Robin Wood, como motor de Columba.
Cuando le pregunto, ¿Por qué te caracterizaron con
Yo he sido muy hostilizado por el grupo más intelectual de este ambiente.
Se me ha acusado desde la derecha, desde la izquierda, desde el centro.
Me han tildado de mujeriego –justificadamente–; aunque no sé qué tendrá que ver eso. Hasta me rotularon de enemigo de la clase trabajadora.
La verdad, yo los tomo medio en joda.
Igual varias veces les dije en la cara que la mayoría de los “revolucionarios” argentinos son “revolucionarios” de la confitería
Ninguno sabe lo que es pasar hambre.
Yo sí lo sé.
He vivido la miseria y he sido un muerto de hambre.
No un fin de semana.
Años.
Por necesidad, por desesperación he sido obrero.
En ese sentido, aprendí que el rol de la fantasía es fundamental, porque ayuda a soñar con una realidad mejor.
No debe ser un opio, sino un acelerante para concretar sueños.
Si naufragaste, imaginá una isla del otro lado del mar.
Si tenés que ir a trabajar y llueve, pensá que una mujer hermosa puede estar esperándote bajo un alero.
Y atención: viví, nunca dejes que los sueños te dominen.
Esa es mi posición respecto de la función social de la historieta.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/10183-3210-2008-05-27.html
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