viernes, 22 de mayo de 2009

Clientelismo, y el tronar del escarmiento; 4.

Ni prerrevolucionarios ni irrelevantes para la historia -como se los interpretó de manera contrapuesta en 1989-, los saqueos implicaron un rechazo de las condiciones existentes, aun sin revelar conciencia política.

El motín popular de Santiago del Estero en 1993 o los cortes de ruta de Cutral Có o Jujuy en 1997 promovieron un vínculo original entre las instituciones y los reclamantes, casi sin mediaciones políticas.

Así concluye el historiador Nicolás Iñigo Carrera, que investiga junto a otros pares en el Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina.

Autor de Alianza de obreros y campesinos y movimiento social y La colonización del Chaco, Iñigo Carrera es investigador del Conicet con asiento en el Instituto de Estudios Históricos Sociales de la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires, en Tandil.

En los últimos años descendió notoriamente el número de huelgas y hay quienes deducen de eso que bajó también el nivel de conflicto social.

¿Se puede hacer esa relación mecánica?

-Si es cierto que hay menos huelgas, eso no significa que no las haya.

Eso me hace acordar a los que de la disminución de la clase obrera concluyen que la clase desaparece...

Lo que sí creo es que hay nuevas formas de protesta social, que denuncian un grado importante de conflicto.

Varios investigadores venimos estudiando en el Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA) cómo se manifiestan esas nuevas formas de protesta desde la hiperinflación en adelante.

Lo primero que pusimos en cuestión es si eran realmente nuevas.

¿Había habido saqueos antes de 1989?

-Por supuesto. Le doy unos pocos ejemplos: hubo saqueos en Jujuy, alrededor de los hechos del 17 de octubre de 1945; en el Rosariazo en 1969; en los años 30 y 31, cuando los desocupados de Villa Esperanza y Villa Aceptación llegan hasta Corrientes y Canning y saquean negocios.

¿Qué distingue entonces los viejos saqueos de los nuevos?

-Que en 1989 y en 1990 los saqueos no son un elemento marginal de la protesta, sino la protesta misma.

Algo similar se puede decir de los cortes de ruta: siempre los hubo -años 70, las ligas agrarias-, pero por algún motivo -quizás porque no están insertos dentro de otro hecho dominante, sino que son el hecho mismo-, los de los últimos años son más significativos.

Las condiciones dentro de las que ocurren los hacen diferentes.

¿Qué es lo que cambió?

-El país. Para decirlo con más precisión: ahora es hegemónico el capital financiero, con sus características de parasitismo, rentismo, repulsión de población de los espacios sociales que antes ocupaba, y con gran crecimiento de la pobreza.

Y dentro de ese contexto, ¿cómo se interpreta un saqueo?

-Cuando ocurrieron, se hacían dos lecturas de los saqueos.

Unos decían que los saqueos tenían caracteres políticos prerrevolucionarios, otros creían que eran absolutamente intrascendentes para el análisis histórico o social.

Creo que ambas miradas eran erróneas.

Es que hay muchas acciones subsumidas dentro del concepto saqueo -marchas, ollas populares, ataques a comisarías-, pero todos esos actos, que pueden caracterizarse como revuelta, se definen como la forma más primaria de acción que implica un rechazo a las condiciones existentes, sin ningún grado de conciencia de cómo resolver realmente la situación en la que se encuentran los participantes.

No es más que esto: No tenemos comida, agarrémosla de donde esté.

O sea, políticamente el saqueo tiene grado cero, porque no condensa ningún objetivo.

Pero sí tiene efectos políticos: desde la renuncia del gobierno de Alfonsín en el 89 hasta la afirmación de la nueva política económica bajo el justicialismo en el 90.

Es decir que el desorden social trae consecuencias políticas, lo que no implica que haya tenido objetivos del mismo tipo.

¿Está comprobado que los actores de los saqueos pertenecieran a la clase obrera?

-Para realizar nuestra investigación, nosotros trabajamos con varios diarios nacionales de la época.

Es muy interesante, porque en las crónicas cuesta identificar claramente al actor.

En realidad, creo que sí se trata de obreros, de pobres que suelen ser asalariados de empresas privadas.

Es interesante observar que los saqueos se producen donde más desarrollado está el capitalismo en la Argentina, lo que permite afirmar que este tipo de protesta no es el resultado de la extensión de la pobreza, sino de la extensión del capitalismo.

Eso asemeja nuestros saqueos a los motines de Los Angeles en Estados Unidos en el 92 o al Caracazo venezolano.

¿También era errada otra interpretación de la época que atribuía a los saqueos el ser una lucha de pobres contra pobres?

-Insisto: los saqueos ocurren en medio del mayor capitalismo, no contra la pobreza.

Hay muchos más pobres en Misiones -donde no pasó nada- que en la capital, o el Gran Buenos Aires o Rosario, donde hubo saqueos.

Por otra parte, si usted piensa en una lucha contra, le está asignando a la revuelta un grado de conciencia que realmente no tuvo.

El 80% de los hechos que nosotros tenemos consignados en el PIMSA son saqueos en busca de alimentos.

Y cuando alguien busca algo tan básico como el alimento, está haciendo sólo eso, no definiendo a un enemigo.

Usted cree que esa lectura de son pobres contra pobres tuvo alguna intención política?

-Sí, si se tiene en cuenta cómo funcionó el rumor durante esos días.

Se escuchaba van a saquear, hay que quedarse cada uno en su casa porque van a venir los del barrio de al lado.

¿Sabe cuántos saqueos de vivienda hubo realmente?

Uno, y fue la casa del supervisor de un supermercado que no permitió que entraran a saquear.

El efecto del rumor -y si quiere, el de la lectura a la que usted alude- fue que cada uno se quedara en su casa, defendiéndose de un peligro eventual, pero sin conectarse con los otros, sin organizarse ni intentar ningún tipo de solidaridad.

La gente se organiza

¿Los saqueos tuvieron organizadores externos?

-Cualquier acción humana tiene un grado mínimo de organización.

Pero en los saqueos es un exceso hablar de organización externa.

Quizás pasaba alguien con un megáfono o una radio barrial convocaba, pero eso se da en el 6% de los hechos.

Este dato es muy impactante, porque en esos días los radicales acusaban a los justicialistias, los justicialistas a los radicales, el gobierno al Partido Obrero, todos a los carapintadas y los carapintadas a la izquierda.

Sin embargo, cuando uno pone la lupa sobre los hechos, encuentra que no hay organizadores externos: es la misma gente del barrio.

Por su descripción, los saqueos fueron acciones espontáneas. ¿Se puede decir lo mismo de otras protestas nacidas al calor del ajuste como el Santiagazo de 1993 o Cutral Có en 1997?

-No, son movimientos diferentes. Los saqueos representan el grado de organización más bajo.

En Santiago del Estero ya hay un enemigo delineado.

El gobierno.

-El gobierno y las instituciones políticas en general.

No se olvide de que la gente atacó las casas de los dirigentes oficialistas pero también las de los opositores.

Ahí hubo algo más que una explosión de rabia o de impotencia; se trató de una acción política conciente.

Por eso ya no lo calificamos como revuelta -como a los saqueos- sino como motín, una expresión de desesperación y venganza, pero sin una propuesta política positiva.

Es curioso, pero luego de tanta violencia no desapareció de la escena política una figura tan cuestionada en ese momento como Carlos Juárez, que hoy ocupa el cargo de gobernador.

-Pero es interesante observar qué pasó.

Sucedido el Santiagazo se interviene la provincia y luego vienen las elecciones para convencionales en 1994.

La primera lectura superficial es que ganó el Partido Justicialista, el gobernante.

En realidad, entre los que no votaron y los que votaron en blanco sumaron algo más del 44% del padrón.

Con lo que habría que preguntarse si realmente ganó el PJ o salió segundo, detrás de un muy alto porcentaje de disconformes con el sistema.

Aún hoy, Santiago del Estero es una de las provincias que registra mayor abstención y más votos en blanco.

Esto es, como diría Gramsci, una expresión de política no positiva sino negativa.

¿Qué valor tuvo entonces el Santiagazo como protesta?

-Hasta ese episodio, desde el 89, todas las acciones del campo popular terminaban de manera desfavorable para la gente.

A partir del Santiagazo, el pueblo empieza a ser escuchado.

Lejos de mí imágenes exitistas que suponen que estamos a las puertas de no sé qué transformación.

Pero sí creo que hay que empezar a diferenciar resultados dentro de un proceso descendente de la lucha social.

A partir de diciembre del 93 hay, creo, un cambio de tendencia y empieza a notarse una acumulación de fuerzas que se muestra en la Marcha Federal, en los cortes de ruta, en distintas manifestaciones casi siempre por fuera del sistema institucional.

¿Es una contradicción? Cuando el capitalismo aparece con mayor fuerza en el mundo entero, las formas de protesta que se articulan son más espontáneas pero también más precarias y dispersas.

-Es que todo se mueve en una correlación de fuerzas.

Aunque yo no sé si el capitalismo -en la Argentina y en el mundo entero- no ha entrado en una fase de descomposición.

Habría que discutirlo...

Eso no quiere decir que el capitalismo se caiga a pedazos ni mucho menos, sino que cada vez tiene más obstáculos para poder reproducirse y para reproducir a la sociedad en las condiciones económicas dentro de las que el capitalismo funciona.

Pero que haya marcas de descomposición no quiere decir que los capitalistas, y sobre todo la oligarquía financiera, no estén más fuertes que nunca.

Como lo están, pueden imponer sus condiciones.

Por eso hay mayor precariedad y mayor desorganización en los instrumentos de lucha de las clases populares.

Pero está comprobado históricamente que pueden construirse fuerzas sociales antagónicas a este sistema social que deja a una parte importante de la población en las más difíciles condiciones de existencia.

¿Qué huellas quedan en la clase obrera de una protesta que se precariza?

-No quisiera arriesgar sobre rasgos que no hemos investigado aún.

Es cierto que algunas formas de protesta se precarizaron (las revueltas, los motines de los que hablamos), pero los cortes de ruta como los de 1997 en Cutral Có y Jujuy ya implican un nivel de organización sistemática.

En los cortes de ruta funcionan siempre comisiones que articulan la protesta.

Se forman al comienzo y algunas perduran y otras no.

Usted vio que finalmente los gobernadores de Neuquén y de Jujuy debieron sentarse a escuchar a los piqueteros - al pueblo mismo- y negociar con ellos.

Fue interesante: el pueblo estaba reunido frente a las autoridades, sin mediadores.

En esa relación directa ya hay formas concretas de organización, que quizás luego no se institucionalizan.

Pero si se disuelven, pueden reconstituirse pronto.

Y esa organizaciones muestran que tienen ya metas, objetivos precisos y diversos.

En Jujuy, por ejemplo, las demandas eran muy completas.

Pedían antes que nada puestos de trabajo, pero también la recuperación de espacios que se habían vivido como propios y de los que la gente se consideraba injustamente expulsada.

Por ejemplo, pedían participación de la juventud en la fiesta de la primavera.

Eso parece ridículo en el contexto de todo lo que estaba pasando, con todas las rutas cortadas.

Pero también habla de la organización y la jerarquización de las demandas y de la necesidad y las ganas de reconstruir el tejido social y las condiciones de vida. 

 

A FONDO NICOLAS IÑIGO CARRERA, HISTORIADOR

Por ANALIA ROFFO. De la Redacción de Clarín

http://www.clarin.com/diario/1998/01/18/i-02001d.htm

 

DOMINGO  18 DE Enero de 1998; 35 meses antes del incendio de Diciembre del 2001.

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